Traducción: Carlos León Moya
En 1780 empezó la más grande rebelión en la historia de la colonia española en América, descontando las guerras de independencia. Aquel 10 de noviembre, José Gabriel Condorcanqui, llamado también Tupac Amaru II, ajustició al corregidor Antonio de Arriaga. La máxima autoridad española de la zona fue ahorcada en un patíbulo cuya soga fue jalada, entre otros, por su propio esclavo.
La rebelión duraría años y se expandiría hacia el sur, desde Cusco hasta la actual Bolivia, volviéndose cada vez más violenta. Las acciones de los insurgentes tupacamaristas y kataristas continuarían hasta 1783. Tupac Amaru fue derrotado antes. En mayo de 1781, las autoridades españoles lo decapitaron y despedazaron en un acto público en la Plaza de Armas del Cusco.
Charles Walker analiza estos sucesos en “The Tupac Amaru Rebellion” (Harvard University Press, 2014), libro “lúcido” y con una “hábil combinación de narrativa con explicación”, según el New York Review of Books, y de “tratamiento magistral” según el Financial Times. Presentamos aquí, traducidas, las primeras páginas de este libro. Se trata de una escena vívida y detallada: la ejecución de Antonio de Arriaga. El inicio de la rebelión.
El 4 de noviembre de 1780, José Gabriel Condorcanqui Noguera, que cada vez más seguido usaba el nombre real Tupac Amaru, almorzó con Antonio de Arriaga en casa de Carlos Rodríguez, cura de Yanaoca. Si se necesitase un grupo de vistosos individuos para personificar en una película las relaciones políticas de los Andes coloniales, cualquier productor de cine se habría maravillado con este trío.
Tupac Amaru era el kuraka o cacique, la autoridad étnica encargada de recaudar el tributo indígena y mantener el orden en Yanaoca y otros dos poblados, Pampamarca y Tungasuca, ubicados a ochenta kilómetros al sudeste del Cusco. Los Incas todavía ocupaban un lugar importante en esta zona. La mayor parte de la población estaba compuesta por indios quechuahablantes que veneraban tanto a sus ancestros, derrotados por los españoles en el siglo XVI, como a aquellos que se denominaban descendientes de la realeza Inca. José Gabriel Tupac Amaru, de cuarenta y dos años, bilingüe e instruido, era uno de ellos. Transitaba con facilidad entre el mundo español y el indio, ejerciendo su rol como kuraka[1].
Arriaga era el corregidor, la autoridad española encargada de recaudar los tributos, administrar el odiado trabajo obligatorio en las enormes minas de Potosí (actual Bolivia), y supervisar los asuntos de interés regional. Nacido en el País Vasco en 1740, Arriaga descendía de una familia de nobles y reconocidos comerciantes, miembros del Consejo de Indias en Madrid e influyentes dentro de la América española[2]. El Padre Rodríguez, originario de Panamá y cura de la parroquia de Yanaoca, había sido el primer profesor de Tupac Amaru, junto con el también párroco Antonio López de Sosa. La educación impartida por estos sacerdotes surtió efecto en José Gabriel, quien habría de mantener su religiosidad y curiosidad intelectual a lo largo de su vida. Impresionados por la inteligencia del muchacho, ambos curas decidieron mantenerse cerca suyo.
Como usualmente ocurría, el kuraka, Tupac Amaru, era indígena o mestizo; el corregidor, Arriaga, era español; y Rodríguez, criollo, que era como se denominaba a los descendientes de europeos nacidos en América. Estas tres autoridades, kuraka, corregidor y sacerdote, formaban el triunvirato que mantuvo el orden a lo largo de los Andes bajo el dominio español.
Otros dos párrocos, uno escriba y otro asistente de Arriaga, así como numerosos sirvientes los acompañaron en la comida. La esposa de José Gabriel, Micaela Bastidas, no se les unió
Arriaga y Tupac Amaru se conocían bien. Arriaga poseía una red de actividades económicas, y, al ser también recaudador de tributos y la autoridad más importante, gozaba de poder y capital, y llegó incluso a prestarle dinero a Tupac Amaru. Aunque habían discutido previamente sobre la mita de Potosí, ambos compartieron amistosamente la mesa celebrando el día de San Carlos, santo patrón del Rey de España y el padre Rodríguez.
Arriaga hizo una breve siesta y, tras esta, Tupac Amaru lo invitó a pasar la noche en su casa de Tungasuca. Arriaga insistió en que debía volver a Tinta, su casa y el poblado más grande del área, a once kilómetros de Yanaoca. El viaje a través de las escarpadas montañas duraba cuatro horas, a pie y a caballo. La inminente llegada del dinero del tributo indígena, que llenaba las arcas coloniales, lo animó a regresar.
Tupac Amaru y unos cuantos jóvenes acompañaron al corregidor durante un corto tramo, y luego simularon regresar a Tungasuca. En lugar de eso, avanzaron rápidamente hacia un escondite en un pico, sorprendiendo a Arriaga y su comitiva al saltar en su camino. Arriaga escapó hacia un cañón, escondiéndose detrás de una apacheta, un santuario hecho de piedras. Sin embargo, un indio lo encontró y Tupac Amaru lo ató. Esperaron varias horas hasta bien entrada la noche, y luego llevaron a los prisioneros encadenados a Tungasuca. Allí introdujeron a la fuerza a Arriaga, junto a su amanuense Felipe Bermúdez y dos esclavos negros, en una celda ubicada en los bajos de la casa de Tupac Amaru[3].
Tupac Amaru obligó al aturdido Arriaga a escribir cartas a su tesorero en Tinta, pidiéndole dinero y armas con el singular pretexto de estar planeando una expedición contra piratas en la costa. Tupac Amaru mismo fue a Tinta y utilizó la llave de Arriaga para tomar setenta y cinco fusiles, algunas escopetas, pólvora, balas, los uniformes de una compañía de milicias, mulas, plata, 22,000 pesos del dinero de los tributos, varias libras de oro y otros bienes[4].
También escribió mensajes en nombre de Arriaga a alcaldes y a otros poderosos individuos exigiéndoles reunirse en Tungasuca. Numerosas figuras militares y empresarios, como los españoles Juan Antonio Figueroa y Bernardo La Madrid, cayeron en la trampa. Los kurakas también recibieron instrucciones de enviar a sus indios; durante días miles de ellos fueron llegando a Tungasuca. Los rebeldes ubicaron centinelas en el camino a Cusco para privar de noticias a las autoridades de allá. También mantuvieron en secreto el paradero de Arriaga. Las masas reunidas en Tungasuca no sabían que el corregidor era un prisionero en el sótano de Tupac Amaru y Micaela Bastidas[5].
Cuando Tupac Amaru colocó una pintura de la coronación de espinas en su celda y envió al padre López de Sosa a que lo confesara, Arriaga supo que estaba en graves problemas. Sorprendido por los acontecimientos y consciente de que su vida corría peligro, ofreció su fortuna entera al párroco de Pampamarca a cambio de su libertad, pero fue en vano. López de Sosa y otros tres clérigos acompañaron al corregidor en su celda el 9 de noviembre[6].
Tupac Amaru explicó a las personas reunidas en la llanura cercana que él tenía órdenes del poderoso Visitador General, José Antonio de Areche, las cuales habían sido aprobadas por la Audiencia de Lima. En los meses siguientes, Tupac Amaru aludió constantemente a órdenes o permisos que había recibido de las autoridades de Madrid, incluso del propio Rey. No había recibido ninguna orden, por supuesto. Sin embargo, muchos de sus seguidores le creyeron o al menos sintieron que Tupac Amaru estaba cumpliendo los deseos del Rey, y que si “su Majestad” hubiera conocido la situación en los Andes, habría estado de acuerdo. Cuando corrieron los rumores de que Arriaga sería castigado, la sorprendida multitud se preguntaba por qué. Muchos creyeron que era la voluntad de Dios[7].
El 9 de noviembre, mientras cabalgaba, Tupac Amaru ordenó a europeos, mestizos e indios formarse en columnas. Estaba elegantemente vestido: chaleco de tisú de oro y pantalones cortos de terciopelo negro, camisa bordada, medias de seda, hebillas de oro en sus zapatos y rodillas, y un sombrero español de castor. Su cabello caía como cascada en sus espaldas[8]. Su atiendo a menudo incluía más ornamentos indígenas, como el uncu o túnica, así como una cadena de oro con el sol Incaico.
La maniobra fue repetida al día siguiente, 10 de noviembre. Tupac Amaru ordenó a los miles de congregados que lo escoltaran hasta una loma cercana, en donde se había dispuesto una horca. Algunos de sus seguidores ondeaban una bandera blanca con una cruz roja al centro[9].
Un mestizo leyó una proclama en español y quechua: “por el Rey se mandaba que no hubiera alcabala, aduanas, ni mina de Potosí, y que por dañino se le quitase la vida al corregidor Don Antonio Arriaga”. Un testigo sostuvo que Tupac Amaru llamó a Arriaga “dañino y tirano” y llamó a que “se asolase los obrajes [pequeñas fábricas textiles], se quitasen mitas de Potosí, alcabala, aduanas, repartimiento [la venta forzada de bienes] y a que los indios quedasen en libertad y en unión y armonía con los criollos”[10].
Otro testigo lo citó diciendo que tenía “mandato del superior” de derogar los tributos y las aduanas, de expulsar a los corregidores y a los dueños de los obrajes, y que sus acciones no eran contra Dios o el Rey; él quería que “viviesen los indios y españoles hermanablemente”[11].
La multitud comprendió que estaba frente a un evento trascendental. En su propia lengua, los indios escuchaban sobre la abolición de los repartimientos, de la odiada mita y de la alcabala, y eran testigos de la condena a la máxima autoridad española de la región. Nerviosamente, mestizos y criollos se preguntaban si estos cambios, bienvenidos a primera vista, derivarían en caos y en indios peligrosamente independientes. Los españoles, sin entender del todo lo que veían, temían por sus vidas.
Un pregonero estuvo a la cabeza de la procesión hacia la horca. Anunciaba que cumplían los deseos del Rey y repetía el compromiso de que las aduanas, alcabalas y la mita serían abolidas en lo sucesivo. Tupac Amaru ordenó al pregonero hablar en quechua, lengua nunca antes utilizada en eventos oficiales o en documentos[12].
Tres sacerdotes acompañaron a Arriaga, que estaba rodeado por soldados, y una vez en la horca los soldados lo despojaron de su séquito y lo obligaron a reemplazar el uniforme militar que vestía por un modesto hábito penitenciario de la orden franciscana. Antonio Oblitas, uno de los esclavos negros de Arriaga, fue obligado a cumplir el papel de verdugo. En el primer intento, mientras elevaba esforzadamente a Arriaga, la soga se rompió y amo y esclavo cayeron al suelo. Oblitas recibió entonces varias sogas para completar su tarea, y la gente cercana a la horca jaló de estas para estrangular a Aliaga. Algunos de ellos eran sus propios aliados.
Todos los comentaristas percibieron un silencio sepulcral. Uno de los testigos declaró que algunos indios pasaron junto al cadáver de Arriaga y desdeñosamente dijeron en quechua, “judío, ¿no solías hacernos esto?” [Judio manachu caita rurahux canqui?][13]
Como ocurriría a lo largo del levantamiento, Micaela Bastidas desempeñó un papel importante. Una testimonio sostiene que ella “excede en espiritu y malicia a su Marido: ella tuvo la maior inteligencia en el suplicio del correg. Arriaga y en medio de la flaquesa de su sexso, esforsaba las diligencias injustas de aquel omicidio cargando en su misma mantilla las balas nesesarias para la guardia”[14].
Las especulaciones sobre por qué Tupac Amaru y Micaela Bastidas ejecutaron al corregidor Arriaga circularon como un rayo entre los concurrentes de aquel fatídico 10 de noviembre, y desde entonces la gente no ha dejado de preguntárselo. Tanto entonces como ahora, se han expuestos razones que van desde las personales (el rencor) hasta las macropolíticas (el debilitamiento del dominio español). La biografía de Tupac Amaru es, por supuesto, central para la explicación. Presenció las peores formas de la explotación española de los indígenas, y se encontró cada vez más presionado a cumplir sus deberes de intermediario entre los mundos quechua y español. Su trabajo como comerciante y arriero lo llevó a través de los Andes; y en 1777, obligado por las batallas legales que emprendió para recuperar su título de marqués, pasó ocho meses en Lima, entonces capital del Virreinato. Allí hizo importantes contactos y alcanzó también un mejor entendimiento del Perú. Tenía el respeto de los indios del Cusco y tenía razones para odiar a los españoles, y ahora también la experiencia y los contactos para organizar un levantamiento.
En términos más amplios, durante 1780 las autoridades coloniales intensificaron las reformas borbónicas: una serie de medidas que incrementaban los tributos y la carga laboral en los indígenas, al tiempo que reducían su autonomía. El propósito de los reformadores españoles era restringir el pacto creado en el siglo XVI que concedía algunos derechos a los indios, así como un alto grado de autonomía cultural y política y el control de las tierras comunales, a cambio de subordinación e impuestos. Para ello, aumentaron la demanda de trabajo y de tributos, y también debatieron sobre cómo (o si había que) asimilar a la población nativa y a los indios conversos, categoría que implicaba independencia cultural y política, como sujetos españoles. En la práctica, para los indios del sur andino esto significó nuevos y más altos impuestos, el retorno de odiadas prácticas como la mita de Potosí, y el ataque a sus autoridades étnicas, los kurakas.
Las reformas buscaban también reducir el poder de la Iglesia. Las tensiones entre autoridades seculares y religiosas se habían intensificado en la década de 1770 y salieron a flote durante la rebelión. El propio Arriaga había batallado contra los sacerdotes sobre las finanzas y los protocolos. El hecho de que Tupac Amaru se involucrara en esos asuntos ayuda a explicar la rebelión en sí, y también la simpatía de algunos curas por esta. No debe sorprender que muchos sacerdotes se opusieran a los intentos de la administración colonial por controlar y gravar a sus parroquias. A la vez, docenas de sacerdotes permanecieron en sus parroquias y lucharon contra los rebeldes desde “detrás de las líneas enemigas”, calificándolos como apóstatas e infieles y animando el espíritu de los realistas. La “Iglesia Católica”, término que no debería ser concebido en singular, ayudó tanto a los defensores como a los opositores de la rebelión. El levantamiento emergió desde las profundas tensiones en el sur de los Andes peruanos, y trajo a la vista otras tantas[15].
Hacia finales de 1780, las huestes de Tupac Amaru habían derrotado a los españoles en varios enfrentamientos. Él y sus seguidores ingresaron a pequeños pueblos y a las comunidades indígenas para conseguir adeptos y provisiones. Buscaban matar a todos los corregidores (la mayoría, sin embargo, huyó antes de la llegada de los rebeldes) y apresar a los terratenientes odiados por los indios de la zona. Los rebeldes arrasaron los obrajes que encontraron en el área, los cuales servían virtualmente como cárceles de los indios que trabajaban en ellas, y distribuyeron las telas entre los atónitos locales. Tupac Amaru y otros líderes hablaban en quechua a las masas indígenas, y se expandieron los rumores de que este encarnaba el retorno de los Incas. Lo mismo indicaba su nombre, relacionado a uno de los últimos gobernantes incas, Tupac Amaru I (1545-1572). La generalizada creencia en un posible retorno al gobierno de los Incas alentó la sublevación.
Estos ataques fueron solo el inicio: la rebelión se propagó rápidamente a lo largo de los Andes. El estado colonial colapsó en gran parte del área comprendida entre Cusco y Puno, cerca al lago Titicaca, y las autoridades no se atrevieron a recolectar tributos o a hacer cumplir la mita. Con el vecino Alto Perú bajo fuego por una coalición de levantamientos llamados usualmente Kataristas, y con revueltas inspiradas por los eventos en el Cusco brotando hacia el norte y el sur, los españoles enfrentaron su mayor desafío militar desde el siglo XVI con la que se convertiría en la más grande rebelión en la historia de la Colonia. Aunque inicialmente subestimaron el levantamiento, para fines de 1780 las autoridades entendieron que su control sobre el Perú y otros territorios estaba en peligro.
[1] Debido a que esta historia involucra a muchos miembros de la familia Tupac Amaru, me referiré a ellos por su primer nombre. Asimismo, sigo la forma colonial del nombre Tupac y no le pongo tilde (Túpac).
[2] Su tío Julián de Arriaga era miembro del Concejo de Indias y su hermano era propietario de barcos. Ver Antonio de Arriaga, “Relación de méritos”, 1771, Archivo General de Indias, Lima, Leg. 1041.
[3] Las dos principales versiones difieren en los detalles. Mientras Melchor de Paz publica una versión donde Arriaga sostenía un arma, López de Sosa afirma que este trató de escapar hacia un barranco. Melchor de Paz, Guerra separatista: Rebeliones de Indios en Sur América, la sublevación de Tupac Amaru: Crónica de Melchor de Paz, ed. Luis Antonio Eguiguren, 2 vols. (Lima: n.p., 1952), 1:231-236; el testimonio de López de Sosa aparece en Archivo General de Indias, Cusco, Leg. 80.
[4] Eulogio Zudaire, Don Agustín de Jáuregui (II) virrey interino del Perú (Pamplona, España: Diputación Foral de Navarra, Institución Príncipe de Viana, 1979), 51.
[5] Ward Stavig y Ella Schmidt, eds., The Tupac Amaru and Catarista Rebelions: An Anthology of Sources (Indianapolis, Ind.: Hackett Publishing, 2008), 62-63.
[6] Para las explicaciones del propio López de Sosa sobre por qué lo confesó, ver Colección Documental del Bicentenario de la Revolución Emancipadora de Túpac Amaru, I, 108-109 (Lima: 1980).
[7] Ver Archivo General de Indias, Cusco, Leg. 31; otra copia de esta versión se encuentra en Archivo General de Indias, Cusco, Leg .80.
[8]Manuel Mendiburu, Diccionario histórico-biográfico del Perú (Lima: Imprenta de Torres Aguirre, 1890), 109-110.
[9] Archivo General de Indias, Cusco, Leg. 80. Testimonio de doña Ignacia Sotomayor.
[10] Colección Documental del Bicentenario de la Revolución Emancipadora de Túpac Amaru, I, pp. 504 y 508, documento de don Miguel Martínez, párroco y vicario de Nuñoa y Santa Rosa.
[11] Archivo General de Indias, Cusco, Leg. 80, testimonio de doña Ignacia Sotomayor.
[12] Zudaire, Don Agustín, 53.
[13] Archivo General de Indias, Cusco, Leg. 80, testimonio de Antonio López de Sosa. La traducción de esta rara frase quechua en el archivo documental fue una empresa internacional. Luis Miguel Glave verificó mi transcripción en Sevilla, mientras que Janett Vengoa, Rosalia Puma Escalante y Zoila Mendoza ofrecieron sus habilidades en el quechua.
[14] “Informe de un clérigo sobre Tupac Amaru”, 1781, Lilly Library, Indiana University. Una cita casi idéntica puede encontrarse en Melchor de Paz, Guerra separatista, 1:259-260.
[15] Las divisiones en la Iglesia incluyen aquellas entre regulares (las ordenes mendicantes como los Dominicos o Franciscanos) y seculares, así como las divisiones entre burócratas episcopales y los curas de las parroquias.
Imagen: Milner Cajahuaringa