¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol. ¿Hay algo de que se puede decir: He aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido
Eclesiastés 1: 9-10
Había una vez, en las profundidades del reyno del Perú, una curiosa y floreciente villa llamada Huanta. Esta villa producía los melones más deliciosos del reyno entero. Se sabía en todo el mundo que nadie podía resistir comerse los melones porque eran los más jugosos y los más grandes en todo el reyno del Perú.
Don Antonio del Solar, un conquistador español y Marqués de Huanta era un amante de los melones y había ordenado plantar más para así poder comerlos todo el año.
Un día, Don Antonio del Solar tuvo que viajar a la ciudad de Ayacucho (que quedaba a treinta kilómetros de la Villa de Huanta) por unos negocios de venta de yndios. Junto con uno de sus vasallos montaron sus caballos y se dirigieron a Ayacucho. El vasallo de Don Antonio se encargó de empacar sus valijas y se le ordenó que también lleve melones, pues Don Antonio no soportaría varios días sin comer los deliciosos frutos.
A medida que pasaban los días, Don Antonio del Solar se vio obligado a extender su estadía en Ayacucho para terminar sus negocios. Es así que Don Antonio se quedó sin melones y dos días después de no comerlos, le escribió una carta a uno de sus sirvientes –Felipillo Huamán, un mestizo– quien estaba a cargo de la casa de Don Antonio en Huanta.
Don Antonio del Solar le pidió a Felipillo Huamán que coja y le envíe los mejores melones que pueda encontrar; le dio la misiva al cartero (un ex chaski de los incas) y éste llevó la carta hasta Huanta recorriendo los 30 kilómetros en menos de una hora.
Apenas Felipillo Huamán recibió la carta, cosechó los mejores diez melones de la huerta de Don Antonio del Solar; luego llamó a dos incas: Rumi y Chaka. Estos eran también sirvientes de Don Antonio y eran los hombres más fuertes de Huanta y cada uno de ellos cargó cinco melones.
Felipillo Huamán les dió también una carta que decía cuántos melones le estaban llevando a Don Antonio. Felipillo Huamán sospechaba que Rumi y Chaka podrían comerse los melones, así que les advirtió: “Si ustedes se comen los melones, esta carta le contará todo a Don Antonio y serán castigados”. Rumi y Chaka asintieron, cogieron los melones y la carta y partieron.
Cuando Rumi y Chaka se encontraban a mitad del camino, decidieron descansar bajo un árbol. Era un día soleado de septiembre y Rumi y Chaka estaban exhaustos y sedientos, y los melones –los más deliciosos, los más jugosos y los más grandes melones en el profundo reyno del Perú– estaban en sus bolsas… podían sentir la brisa fresca pero también sus bocas secas. Comenzaron a buscar un río cerca para beber agua pero no encontraron ninguno.
“Nunca sabremos a qué saben estos melones… Don Felipillo cosechó sólo los mejores para Don Antonio”, dijo Rumi en quechua con la boca seca.
“Seguro, pero si comemos aunque sea uno, esta carta se lo dirá a Don Antonio y seremos castigados”, respondió Chaka sediento.
Dado que Rumi y Chaka no sabían leer y escribir y tampoco sabían cómo funcionaba la escritura, pensaron que la carta los estaba espiando. Luego de unos minutos en silencio, Rumi abrió los ojos y la boca: se le había ocurrido una idea.
“Escucha”, le dijo Rumi a Chaka en quechua, “¿Por qué no escondemos la carta detrás de esa roca? Así no nos verá comer el melón”.
Chaka quedó sorprendido por la gran idea; entonces Rumi comenzó a silbar su canción favorita –una vieja canción en quechua– y cogió la carta con cuidado cubriéndola con ambas manos de tal forma que no pudiera verlo; puso la carta detrás de la roca que estaba a unos metros de distancia. Rápidamente, Rumi volvió a donde estaba Chaka quien ya había sacado un melón y comenzaba a partirlo en dos. Rumi y Chaka devoraron el melón y estuvieron de acuerdo en que, en efecto, era el más delicioso que jamás habían probado.
Una vez descansados y saciada su sed se pusieron de pie para seguir con el viaje; sin embargo Rumi estaba pensativo: “Oye Chaka, no sería extraño llegar con nueve melones… es decir, es un número impar y Don Antonio puede sospechar. Además, uno de nosotros cargará más peso que el otro”, le dijo Rumi a Chaka en quechua.
Chaka asintió y ambos decidieron comerse otro melón de tal manera que ahora tenían un número par de melones. Apenas terminaron de comer el segundo melón recogieron la carta detrás de la roca y continuaron su viaje, felices, contentos y llenos de energía. Comenzaron a silbar juntos su canción favorita mientras caminaban por la ladera de las montañas sintiendo la brisa de aquel soleado día de septiembre.
Cuando llegaron a la casa de Don Antonio en Ayacucho, le entregaron los ocho melones y la carta. Ambos estaban confiados en que la carta no los había visto, pero Don Antonio al terminar de leer la misiva contó los melones y repentinamente estalló en furia: “La carta dice que deberían haber diez melones pero aquí solo hay ocho… ¿¡Se comieron dos melones, verdad!?”. Rumi y Chaka aceptaron su culpa y Don Antonio del Solar los mandó a castigar.
“Ahora entiendo por qué estos españoles son tan poderosos… hacen brujería con esos pedazos de papel”, le dijo Rumi a Chaka en quechua mientras recibían los veinte azotes de castigo. “Chaychu letrado”, replicó Chaka recordando un viejo chiste quechua y ambos estallaron en carcajadas pero sintiendo el dolor de los latigazos al mismo tiempo. Finalmente, decidieron aprender a leer y escribir porque ellos también querían tener poderes mágicos, como Don Antonio.
Harlem, 2022.
Isaac Valer (MFA 2023) estudió agroexportaciones durante el boom de la quinua pensando en hacerse millonario. Actualmente es hostelero en Ayacucho, Perú.