Por: Rosa Cordero Díaz
Anacronía, por Gerardo Rodríguez Salas. Valparaíso Editores, 2020. 88 páginas
Gerardo Rodríguez Salas (Granada, 1976) es escritor y profesor titular de Literatura Inglesa en la Universidad de Granada. Cuenta con un gran número de publicaciones académicas. Como escritor se inicia con la colección de relatos Hijas de un sueño (Esdrújula, 2017), y sus poemas y cuentos aparecen en varias antologías: Granada no se calla (Esdrújula, 2018), Caballo del alba: Voces de Granada para Federico (Patronato García Lorca, 2018), entre otras. Anacronía es su primer poemario y ha sido FINALISTA DEL XXVII PREMIO DE ANDALUCÍA DE LA CRÍTICA.
“Anacronía” es un poemario intenso y bellísimo que nos sumerge en el dolor de la pérdida, pero sin abandonar una estética y un lenguaje preciso que cautiva en cada palabra. En la primera página del libro, la dedicatoria: “A mi hermano Javi, que nunca cayó del todo” ya revela que vamos a encontrarnos o a reencontrarnos con un alma desnuda; una piel que respira y transpira a lo largo de cuarenta y siete poemas que se organizan en tres poemas iniciales, tres secciones y un poema final. “Odisea”, “Palabras de papel” y “Lobo” nos abren la puerta de un viaje que primero será metafísico y metafórico para explicar lo inadmisible de un duelo: Más allá de las nubes/y de los años,/estaba escrito el viaje/con otra pluma,/en otro cuerpo.
El tiempo también es memoria y esta supone ir al inicio, a la raíz misma antes de vislumbrar el primer brote. Es enfilar un pasado que, a veces, escuece tanto como para dejarnos sin aliento, y necesitamos encontrar y rebuscar la palabra adecuada, aquella que busca nombrar lo innombrable, porque el dolor requiere de dominios inexplorados ajenos a una sociedad que vive de espaldas a la muerte. Busco palabras que te invoquen, /palabras que/huelan a ti,/sepan a ti, Gerardo Rodríguez Salas reconstruye un camino dejando palabras en los márgenes, señales de ida y vuelta para no perderse en las entrañas del dolor: Quizá ya he vuelto,/quizá nunca me fui del todo.
En la primera sección “Ayer”, el autor nos muestra los anclajes emocionales sobre los que asirse para no caer en abismos, en la fuerza magnética que desprenden las añoranzas y tristezas por lo perdido, por los días luminosos compartidos por quien se ha quedado atrás y ya no volverá a caminar a nuestro lado. El viaje, ya sea mental, físico, temporal o espacial será el bálsamo que calme el dolor. Esta mirada plácida y evocadora sobre un recuerdo de infancia del autor se puede ver en su poema “Luciérnagas”: Tumbados en la hierba/miramos boquiabiertos/el manto de las luces,/prendemos otro cielo en aquel bote/nuestro ya para siempre.
También nos habla de la evolución del dolor, desde esa primera rabia que nos produce la muerte inesperada e inexplicable ante la que nos mostramos incrédulos: No conseguí decir que estabas muerto., dice el autor en el poema “Sirenas”. Y está el dolor de los demás que viene a sumarse al propio, y que añade desgarro porque al dolor de hermano se suma el dolor de madre y el del resto de familiares. Finaliza la serie con el poema “Despedida” una confirmación de que la muerte es tan real como la vida: Se te apagó la luz aquella tarde./Lejos del alquitrán/tu corazón pulsaba en mis oídos.
En la segunda parte “Ausencias”, el autor alza vuelo para llevarnos al otro lado del mundo. Según Rodríguez Salas, los poemas de esta serie trazan una cartografía neozelandesa. Son poemas que apelan a mitos ancestrales maoríes y se relacionan con las obras artísticas que son referencia cultural de gran valor para el escritor. Nos hace sentir la distancia con todos los miedos y las ausencias, pero también inspira a interpelar y buscar respuestas en otra cultura. La tierra de la larga nube blanca/aguarda mi visita y me pregunto/si viniste a este lado de la bruma/buscando el infinito. Una interrelación de emociones entre el viaje interior que experimenta el autor y todas las referencias culturales y geográficas que le sirven de catarsis. Pero el dolor no desaparece, como bien señala el poema “Whakapapa”: Hay abrazos que el mito nunca borra. /Te fuiste y me aplastó/la oscuridad más absoluta. Seguimos siendo los mismos, con nuestro dolor a cuestas, no importa que miles de kilómetros se interpongan y crucemos los mares y océanos. Sin embargo, sí hay lugar para la mesura; ese equilibrio que se restablece cuando observamos el mundo que nos rodea y somos capaces de vernos reflejados en los rostros de los demás. Acaba esta serie con unos versos del poema “Ni lo sueñes”: Habrá más horizontes/si redobla mi pecho/el tambor que te late y que me late, /si aún cuento los pasos/hasta verte otra vez. Unos versos esperanzadores en los que el autor viene a decirnos que las ausencias van con nosotros, pero podemos aprender a vivir con ellas.
En la tercera parte “Porvenir”, el poeta hace una cartografía de la ciudad de Granada que, al igual que la cartografía neozelandesa, se explican al final del libro en un glosario muy aclarador e interesante para el lector. El porvenir es lo que está por llegar, lo que viene después del presente. Es un tiempo que no sabemos lo que nos espera, por lo tanto, también es un tiempo para la esperanza, lo que ha de llegar que sea menos doliente. En esta parte el autor se reconcilia con un pasado a través de su ciudad Granada, por la que recorre diferentes construcciones y monumentos que se remontan a la época del reino nazarí. Un ejemplo de esto se presenta en el poema “Sala de los secretos”: Arriba yacen dos losas gemelas/de mármol blanco, /de recuerdos que ignoran/los dedos frígidos de los turistas. Como bien explica el autor al final del libro, dicha estancia es conocida como Galería de los susurros y está dentro del recinto de la Alhambra. En los extremos de sus dos arcos pueden colocarse personas y hablar entre susurros sin ser escuchadas por el resto. La intimidad de las palabras es un lienzo en blanco, una escotilla por la que afloran los pensamientos más apegados al “alma”.
Se dice que anacronía es un error que resulta de situar a una persona o cosa en un período de tiempo que no se corresponde con el que le es propio. También se dice que es condición de lo que es independiente del paso del tiempo o de los límites temporales. Eso es este poemario; algo inmensamente humano, fuera del tiempo y de lugar. Y como dice el autor en los dos últimos versos del último poema de esta sección “Semáforo”: el viaje nunca acaba/porque nunca te fuiste.
Celebro haberme desviado de aquella pila de libros de los más leídos y publicitados para encontrarme con este hermoso, doloroso, reflexivo y luminoso poemario que, desde entonces, no ha dejado de acompañarme. Como dice al autor: “Este viaje va dedicado especialmente a quienes habéis perdido a un ser querido y encontráis en mi odisea pequeñas islas de palabras en las que refugiaros durante la tormenta.” Puedo darme por aludida y confirmar que este poemario trata de mi viaje, y que en él también encontré una isla en la tormenta.