PRIMER ACTO
EL PUESTO ALTIPLÁNICO
Autoridades y señoras de los distinguidos: en una inmensa planicie cordillerana, a una altura incomparable y sin tener conciencia de que pueda existir algún poder superior al que invocar en la desolada llanura, se encuentra ella sola, atendiendo un puesto de artesanías de una minoría étnica chilena ficticia. Está en calzones y sin sostenes, aprisiona contra su pecho un león de peluche, lleva una peluca larga y negra que le protege la calva del frío extremo de los Andes.
Autoridad de las señoras distinguidas: lleva ya un buen tiempo allí, sus pulmones se han acostumbrado a respirar a miles de kilómetros del nivel del mar. El tiempo ahí es otro. En unos pocos minutos se suceden los amaneceres y atardeceres que la hostigan sin que ella pueda sentarse, porque sobre sus patas de cabra tiene que mantenerse de pie en la cima del mundo. Semidesnuda. Semianimal andino destinado a un simple y único sacrificio: ser chilena en la cordillera.
Autoridades, señores y autoridades, señoras distinguidas: en el altiplano, donde ya no hay oxígeno casi, y sólo son los musgos los que logran respirar a tal altura limítrofe. Ensaya una caminata sobre sus patas de cabra, con las que avanza pocos pasos por el puesto que está a su cargo por disposición del Gobierno de Chile. Ordena los cacharros de greda que promocionan la idea de la cultura chilena en la mitad de la nada, mientras sobre la planicie inmensa y latinoamericana el viento menea su larga peluca de plástico negro al ritmo agónico de los coirones.
Señoras de los señores de las autoridades: sus pezuñas se entierran en el suelo pedregoso y trinacional. Está destinada a alimentarse de los musgos secos del suelo andino. Ahí ella, sólo en calzones y con un león de peluche cuya lengua humana saliva en su boca de felpa, al cual abraza para cubrir su pecho desnudo porque sus pezones son de greda y el viento los seca y resquebraja.
Señoras de las autoridades y señores y sus distinguidas autoridades: medio animal y medio ella, no se pregunta nada ya. Tampoco se cansa de estar a cargo de un precario puesto sacado del imaginario de comercio artesanal de un país sin costumbres, de un local sin competencia, instalado en la nada donde espera el intercambio.
Señores autoridades y señoras autoridades distinguidas: recuerda a medias que tiene un hijo, no está segura de eso porque siente necesidad de proteger nada más que los artículos folclóricos que tiene que vender y al león de peluche que, con su lengua humana, saliva y humecta sus pezones de greda. Cada vez que la vaga sensación de ser madre le viene, de lejos viene una música de charangos con quenas y la espanta. Piensa que ese sonido puede significar que existe alguna celebración, pero es tan remoto que no confía.
Distinguida autoridad y distinguidas señoras: está ahí sólo porque tiene que atender un pequeño puesto artesanal. Es un animal destinado a la promoción y una mujer destinada a respirar con la mínima cantidad de oxígeno.
Señor autoridad de la autoridad y su distinguida: no hay nadie que vea y menos que se interese por la mercadería autóctona que vende sin precio, semidesnuda.
Distinguidas autoridades señores: sólo está ella sobre sus patas de cabra, en calzones y sin sostenes.
Señora distinguida de las autoridades y señoras distinguidas: al lado de su puesto no hay nada, atrás tampoco, pero al frente y a lo lejos hay un majestuoso y nevado volcán que se refleja en un lago donde miles de flamencos rosados llegan a beber después de usar la amplitud de ese cielo excesivo.
Distinguidas autoridades de distinguidas señoras: bandadas rosas de flamencos.
Distinguidísima autoridad y sus distinguidísimos señores autoridades: el aire es escaso a tal altura.
Señora del señor de la autoridad distinguida: hay muy poco oxígeno. Entonces ella respira lentamente mientras líneas rosas se intersectan.
Autoridades de la distinguida autoridad y señoras: se pasea pensando en la invención de un calendario. Camina como una cabra humana esperando a un turista.
Autoridad de la autoridad señora: con sus pezuñas firmes en las rocas, sin soltar jamás su león de peluche, esperando que venga alguien a comprarle un cacharro de greda por necesidad de recordar la desolación de un paisaje único.
Autoridades y señora de los distinguidos: está completamente sola en una inmensa planicie de tierra, sobre esas patas de cabra en que se transformaron sus piernas.
Autoridad de la distinguida autoridad y señoras: pierde el tiempo mirando el paisaje, comprobando la copia exacta del volcán en el lago que también sufre de manera brusca los avatares de un tiempo solarmente desorganizado.
Autoridad de la señora de la autoridad distinguida: se pregunta cómo podría inventar un mecanismo similar a un calendario que se base en ese sol que pasa raudo y no da sombra ni calienta, miserable estrella que le seca la cara, los labios y le parte los pezones duros de greda. Y se acuerda de que es chilena y le baja la leche que el león de peluche sorbe.
Distinguida señora del señor autoridad y distinguida autoridad señora: trata de imitar a los flamencos que duermen cruzando sus finas patas para descansar ese cuerpo de plumas excepcionales y se cae al suelo, que riega a borbotones con su leche jabonosa.
Distinguidas señoras autoridades y señores: la peluca negra se le desprende de la cabeza y la calva le brilla. Siente que se deschileniza.
Autoridad de la autoridad de la autoridad de las autoridades y señores distinguidos de la autoridad: el viento se lleva la peluca, el plástico de esa falsa cabellera también brilla mientras se aleja como un pájaro en extinción hacia el lago, donde los flamencos la picotean como si fuera un alimento milagroso. El león de peluche ruge con fuerza y corre tras la mata oscura de pelo postizo, en el suelo ella está con calzones y sin sostenes sobre sus dos patas de cabra.
Autoridad de la distinguida autoridad y señora distinguida: los flamencos se abalanzan sobre el mamífero de felpa como una flecha rosa furiosa. El león ruge por última vez entre un atardecer y dos amaneceres, y deja al descubierto su constitución de huaipe.
Señora distinguida de la autoridad del señor y señora: desde el suelo,
Señoras de las distinguidas señoras de las autoridades y sus distinguidas señoras: calva y sin su león de peluche, a oscuras e iluminada,
Señores y señores de la autoridad de las distinguidas autoridades de la autoridad: protege la mercadería de una minoría indígena chilena ficticia que, a esa extrema altura cordillerana, tiene que vender por obligación y por castigo del Gobierno de Chile. Cuando se acuerda de que es chilena le baja la leche, que sale a borbotones por sus pezones de greda. Aprende a hacer queso y come. No quiere olvidar el mecanismo de la compra, necesita ofrecer los cacharros e inventa un cliente. Musita en el altiplano: mire, tengo este y este otro. Yo se lo guardo. Cruce la frontera, compárelo con los de algún otro puesto; yo le voy a tener reservado su cacharrito, que es recuerdo de una minoría étnica chilena ficticia.
Lamentablemente no le ha llegado mucha mercadería y no tiene mucho más que ofrecer. Los flamencos se reproducen, son manchas rosadas en el cielo único y, desordenados, se abalanzan sobre el volcán que se refleja en el lago. Dónde estará realmente el volcán, se pregunta ya sin oxígeno, mascando un pedacito de queso que le dura horas en su boca humana, porque como mujer es chilena y como animal, cabra. Escucha sonidos de charangos, pero no puede identificar si vienen desde atrás del volcán o de la llanura. Vea, camine y vea, camine y compare, que yo acá estaré siempre atendiendo, como mujer y como cabra.
Piensa en el sabor del chocolate, del chileno chocolate Súper Ocho, que costaba a lo más cien pesos, y el cielo se nubla y se esclarece, se le endurecen los pezones de greda, le bajan tres gotitas de leche con las que hará su queso.
Se acuerda de una brutal golpiza que pudo haber soportado como cabra, pero no como chilena. Se confunde pensando si será en su parte humana o en su parte animal donde el turista chileno hará el sacrificio.
(Fragmento)
Imagen: Juan José Richards