Juliana Torres y Liliana García Carril
Tarde de lluvia en Buenos Aires. Liliana García Carril, poeta y editora argentina, autora de los libros de poesía Correspondencia incompleta (1996), La mujer de al lado (2004) y La paciencia (2009) se acerca a la ventana con su computadora y desde allí accede a un encuentro virtual para conversar conmigo sobre su obra. Su pensamiento con respecto a su propia poesía y la de otros poetas (la lectura es “el aliento de la escritura” como ella misma resalta); sus preguntas e inquietudes sobre el ejercicio escritural (para ella, ese “camino incesante, cotidiano”); sus procesos y hallazgos en la composición de sus obras (esas que en su caso nacen de “cierta discordancia con la realidad”) fueron cobrando forma a lo largo de la conversación como esa niebla vertiginosa que aparece en uno de sus poemas y que la voz poética se apresura en describir. “Cae como un telón la niebla/ y nosotras del otro lado”. Yo, lectora de su obra al otro lado del encuentro, me apresuro a tomar nota de algunos fragmentos de la voz de Liliana quien entregó sus palabras francas y reflexivas.
Quisiera que me hablaras sobre tu relación con la poesía y con el ejercicio escritural: ¿De qué manera llegó a ti?
No sé bien cómo empezó todo pero sí sé que en la infancia, en la adolescencia y ya de grande tuve varios momentos, muchas idas y vueltas con la escritura. En mi casa se leía mucha poesía. Me crié escuchando a mi mamá recitar a Rubén Darío, Bécquer, Lorca, Neruda. Era una familia en la que en general todos eran “escritores”, digamos, escondidos. Todos habrán escrito algún poema pero de forma oculta, no había nadie autorizado ni jugándosela a tomar la escritura como una actividad fundamental, como una vocación.
¿Más bien como algo clandestino?
“Clandestino”, sí, esa es la palabra. Legalizarme, si vamos a usar esos términos, me llevó mucho tiempo y lo descarté en varias oportunidades. Por otra parte, así como eran lectores, mi padre, sobre todo, estaba orientado por la ideología, muchos autores rusos y de izquierda. De hecho me volví una lectora “clandestina” de libros que me llegaban de la mano de un buen amigo y que parecían prohibidos en la biblioteca de mi padre. Este amigo en algún momento me dijo “ahora tenés que leer Eliot”, y también me increpó: “vos tendrías que estar estudiando Letras”.
Cuéntame acerca de tu primer libro Correspondencia incompleta: allí parece haber una pregunta por la comunicación con el otro, las dificultades de ese acercamiento y un interés en el verso extenso y más irregular
El primer libro, que vos traés a colación para que yo recuerde que escribí un primer libro, no por nada tiene forma epistolar. Tuve una época, por supuesto pre internet, donde mantenía mucha correspondencia escrita con gente que por ahí no vivía tan lejos. Eran cartas muy cuidadas en el estilo, la verdad, y me causaba gran placer escribirlas. Todavía me parece que es un género para rescatar. De ese libro no tengo mucho más que decir porque lo tenía completamente olvidado (o negado). Hay allí un tránsito de esa cosa descontrolada en el lenguaje al último libro que es una escritura muy contenida y austera. Rescato de ese primer trabajo la energía y el entusiasmo con que lo escribí. Queda el registro de cierta inocencia que en algún momento me gustaría recuperar, porque de ahí en adelante todo fue control, autocontrol.
En tu poesía haces referencia a autoras como Emily Dickinson, Katherine Mansfield, Ana Swir, Anne Sexton entre otras. ¿Qué lugar ocupa en tu obra este diálogo con mujeres escritoras?
Un lugar fundamental. Leer a poetas mujeres fue un descubrimiento, pensá que me crié y crecí leyendo a varones, ya sea poetas o narradores, con excepción de Alfonsina Storni. En los casos puntuales de Dickinson y las poetas confesionales como Sexton, me siento identificada tanto con una como con la otra, aunque están casi en las antípodas. En general siempre vuelvo a ellas, de algún modo. La que más está presente en mí, sin embargo, es Bishop por el esfuerzo que hizo por sustraerse de lo autobiográfico y dar un paso más allá de eso. Me atraen autoras norteamericanas o inglesas, como es el caso de Bishop o Mansfield, pero no porque no lea argentinas o latinoamericanas, sino porque me producen una suerte de libertad, me da la sensación de que son más libres, han sido más libres en la escritura –en lo que quieren decir y en la forma en que lo dicen– que lo que hemos sido, o somos, las latinoamericanas. Ahora, no estaría de acuerdo, por ejemplo, con una antología que calificara sus obras de “poesía femenina” por contener poemas escritos por mujeres, a la manera de un ghetto. Sí creo que estamos construyendo una tradición que hasta cierto momento fue masculina. Si en mis libros aparecen citas de poetas mujeres es porque al leerlas es como si me dijeran: “sí podés, estás autorizada”.
Más allá de la categorización “escritura femenina” me gustaría saber de qué maneras trabajas o resignificas “lo femenino” en tu escritura (personajes, ámbitos, presencias)
En el caso de La mujer de al lado claramente hablo de la otra, pero esa otra también es una misma, la otra mujer como espejo, la madre en primer término. El tema de la madre, un tema muy complicado para mí porque no sabía cómo abordarlo. Era inmanejable pues mi mamá tenía una enfermedad horrible, y nuestro vínculo no fue muy afortunado; creo que está bien contado en los “Estados de la materia”, primera sección del libro. Yo tenía que hacer algo con ese tema que me sobrepasaba, me asaltaba por todos lados. Se trataba de pasar de la lucha cuerpo a cuerpo con la madre a una con el lenguaje, básicamente con el lenguaje; el tema se transforma en algo mucho más interesante: el trabajo con la palabra y la materialidad de la palabra. La experiencia vital es otra cosa, me parece a mí, aunque escribir es una experiencia vital.
En ese contrapunto entre experiencia y lenguaje ¿qué elemento o elementos puedes nombrar como detonantes de tu escritura?
Escribir siempre es un empeño por dar cuerpo material, eso es: acomodar, congelar, con palabras, una mirada, una imagen. Lo más difícil es traducir esas emociones o lo que venga de la experiencia, traducirlo en palabras, pero a mí lo que me dispara, sinceramente, son las lecturas. Las imágenes me dan un punto de partida, porque si no, de dónde arranca una, pero si me quedo sólo con la emoción, con la imagen o la experiencia, no escribo. Las experiencias pueden ser tan turbulentas, que no las podés procesar ni traducir. Yo necesito que en el medio haya lectura. Lo que me dispara a escribir es la lectura; la lectura es el aliento para escribir. A lo mejor el resultado en el trabajo no tiene nada que ver con lo que estoy leyendo en ese momento, pero es lo que me hace seguir escribiendo. Cuando escribo tengo siempre cerca un libro de otro que me acompaña.
¿Qué lecturas nutrieron, en ese caso, la escritura de La mujer de al lado, tu segundo libro?
En el caso de La mujer de al lado, en medio de varias lecturas referidas al tema, tenía a una autora luxemburguesa, Anise Koltz y su libro Cantos de rechazo que llegó casualmente a mis manos, gracias a una amiga; ya con el título me sentía acompañada porque es muy sugestivo. Para la segunda parte del libro, Szymborska fue un buen cimiento, a pesar de las malas traducciones y mi desconfianza sobre si realmente es lo que dice la polaca, me parecía que era una escritura de lo absurdo de lo cotidiano, una mirada irónica todo el tiempo sobre lo cotidiano, sobre cosas que parecen muy sencillas y llanas pero que no lo son, en definitiva es de lo que más sabemos, de las miserias y bondades de lo cotidiano.
¿Y cuáles acompañaron La paciencia, tu último libro?
Mientras escribía La paciencia me zambullí en la Obra reunida de Olvido García Valdés, una poeta española muy singular que tiene una escritura casi te diría opuesta a Mark Strand, de quien tengo una breve antología, que se llama Aliento (aliento, algo que siempre viene bien). Tuve esos dos referentes. Las poéticas de Strand y García Valdés son completamente diferentes, en el trabajo con la anécdota, en el uso de la primera persona del singular; son opuestas por completo. En la poesía de Valdés hay una relación mística con la naturaleza que a mí me impacta mucho, porque son poemas en los que cuesta entrar, y la poética de Strand es mundana, tremendamente mundana.
Tú misma trabajas en La paciencia la anécdota y la relación con la naturaleza como si hubiera una tensión constante entre la experiencia mundana, directa y un anhelo de trascendencia que no se cumple…
Uno cuando escribe no sabe, hay un punto de ignorancia de lo que estás haciendo. El que te lee te devuelve algo nuevo, desconocido. Yo le di a leer La paciencia a una amiga que no es poeta antes de publicarlo y se mataba de risa, decía “¡es genial, me mato de risa!”. No era mi intención provocar risa, no me parecía cómico, me parecía mas bien ir a contra mano de todas las escrituras relacionadas con la naturaleza, de la que por otro lado disfruto enormemente. En La paciencia hay tensión, y hay una manera de ver el espacio natural que viviendo en la ciudad sería pura evocación. Las vacaciones son placenteras y a la vez siento cierta impotencia frente a los elementos naturales que me confrontan. En cualquier caso se trata del lenguaje y la relación con el mundo.
¿Cómo nombrarías, en tu caso, esa relación con el mundo y el lenguaje?
Creo que no se produce nada si estás en completa armonía con el mundo. Vale para todos, los que escriben, los que pintan. Si estuvieras conforme o acorde con todo no te preguntarías nada. Hay gente que vive muy bien sin escribir, viven una vida cotidiana normal. A mí me lleva a escribir una desadecuación, una discordancia, un malestar. Un estado de incomodidad y de asombro. También es verdad que en momentos emocionales tormentosos no podés escribir; tampoco podés escribir solamente sobre las maravillas del mundo. Me parece que ninguno de los dos extremos. El placer de escribir empieza cuando tengo el boceto del poema pasado a la computadora y el placer mayor es meterse allí a ver si era ésa la palabra. Es un trabajo fascinante, es el momento en el que tomás mayor distancia contigo misma. Casi que deja de pertenecerte lo que escribís, empieza a ser materia de elaboración. Incluso soy capaz de cambiar una palabra porque suena mejor aunque aparentemente contradiga la idea de lo que yo quería decir.
Le das más lugar a esa plasticidad de la materia que trabajas, que al concepto. Te interesa ver lo que puede salir de ese trabajo directo con las palabras.
Bueno, que no se confunda, obviamente hay que saber qué se quiere decir, de hecho en mis dos libros hay temas muy definidos y que escribí en serie, como si fueran largos poemas escandidos en breves partes. Ahora lo que quiero es escribir poemas, poemas en sí mismos. Terminé una serie con la pregunta “¿qué es la realidad?”, pero lo que va a conformar la segunda parte de un próximo libro son poemas autónomos, al menos así los escribí.
En La paciencia uno lee una voz que sigue un mismo hilo, que está creando paulatinamente un solo universo. Creo que sí hay poemas que pueden ser leídos independientemente, pero están estrechamente relacionados.
Ahora, me gustaría que hablaras un poco sobre las condiciones que necesitas para escribir y el lugar que ocupa en tus días: ciertas rutinas, exigencias.
No sé muy bien en qué momento escribo. Me preguntaste por el insomnio. La paciencia lo escribí entre las 12 de la noche y las 3 de la mañana, cuando todo está callado. En general lo que necesitás es tiempo de estar metida en eso, lo que significa, para mí, un cierto tiempo de ocio. Es como un estado mental del día, pase lo que te pase. Todo lo último que escribí comenzó en bares, saliéndome de mi casa, fuera de ámbitos familiares. Pero creo que lo que más se necesita es estar en un estado “de una misma”, de apertura a lo que venga. Ya que uno trata de traducir o reflejar el propio mundo interno, cómo se ve el mundo, el mejor estado en el que se puede estar es “con una misma”, conforme con lo que se está haciendo.
Sé que estudiaste psicología en algún momento y que tienes una formación en psicoanálisis. En caso de que exista el vínculo ¿cómo dialoga esta formación con tu creación literaria?
Eso fue hace ¡20 años! cuando decidí abandonar el psicoanálisis renegué de todos esos saberes que recién ahora empiezo a recuperar y valorar. Son lecturas tan válidas como cualquier otra. Mucho Freud, mucho Lacan, y Lacan te lleva a leer filosofía, incluso los psicoanalistas leen un poco de poesía gracias a que Lacan cita a Mallarmé. Elegí estudiar psicoanálisis y analizarme con Germán García después de leer un ensayo de Oscar Masotta, “Roberto Arlt, yo mismo”. Roberto Arlt era el escritor favorito de mi padre. Y G. García y Masotta estaban emparentados por el psicoanálisis. Así que ya ves, me interesé por el psicoanálisis gracias a la literatura. Paradojas de la vida. Por otra parte Germán García es escritor, tiene varias novelas publicadas, además de ser un lector compulsivo, lee de todo, y también mucha poesía, y muy interesado por lo que pasa en Buenos Aires en el mundo de la literatura. En cierto modo lo considero un maestro. Cuando decidí cambiar de rumbo pensé que literatura y psicoanálisis no se llevaban bien. Como te dije, recupero esas lecturas. El que se va a psicoanalizar es porque quiere saber, y para eso habla asociando ideas, y escribir es más parecido a interpretar.
Tu obra Maribel escrita en el 99 nos muestra tu faceta como novelista ¿Qué puedes decir acerca de esta experiencia en la narrativa con respecto a la creación poética?
Una experiencia alucinante, aunque no es una novela tradicional, no responde a las leyes de la novela. La diferencia entre narrar y escribir poesía es que la narración siempre te da un lugar donde estar. Cuando escribía esa novela me levantaba y pensaba “qué suerte, tengo adonde ir”. Una novela es un lugar de refugio, ya sea que estés leyendo o que tengas la suerte de estar escribiendo una. Mientras que escribir poesía es el vacío mismo. Es no saber. Yo no conozco poetas que digan “bueno, me siento todos los días a escribir de tal a tal hora, todas las mañanas me levanto y escribo un poema”. A mí no me sale eso, la poesía es más circunstancial, me parece, por momentos. Hoy sí, mañana no, como exasperante. Pero una se acostumbra a tener esas etapas de silencio. Hay poetas que saben trazar un programa de escritura, entonces investigan al modo de una novela y escriben, creo, apelando más a la imaginación. Es genial porque tienen un plan, mientras que yo estoy más a la deriva de la impronta de la imagen; eso puede ser disparador de un verso, de un poema. La diferencia es notable. Ojalá pudiera ser novelista (risas).
La poesía de alguna manera te escoge, más que tú la elijas…
En cierto modo. Me parece siempre un camino, todo el tiempo un camino a recorrer. El tema del caminar que trabajo en La paciencia tal vez está relacionado a eso. Es constante búsqueda. Te puede llevar toda una vida escribir un poema que digas “bueno, este es”.
¿Has desechado muchos trabajos? ¿Cómo te va siendo crítica de ti misma?
Creo que soy demasiado dura. He desechado muchísimas cosas, creo que la mayoría. No es bueno, no lo recomiendo. Claro, ni autocomplacencia ni demasiado rigor. Pero creo que sí, que soy muy dura.
¿Hay alguien en quien confíes para mostrar tus textos, acudes a otra voz, o sólo desde ti misma haces el proceso de selección, de saber qué funciona y qué no?
Sí, tuve una amiga. Ahora doy a leer algún poema a algunos poetas con los que me encuentro cada tanto para eso, intercambiamos. Sin embargo, no confío en alguien que me diga “uy bellísimo”. Me importa más el hecho mismo de hacer el esfuerzo que lo que los demás puedan decir, y atiendo más a los comentarios duros que a los elogios fáciles. Sé que los libros hacen su camino, les lleva su tiempo. Tené en cuenta también que yo “llegué tarde”, como dicen, por la edad. Por la escritura no estoy dentro de mi generación según el concepto de agrupar por edad. También me dijeron alguna vez que era una “advenediza”. Eso es una desventaja y a la vez una ventaja: a la hora de ponerme en una traza generacional, no pueden emparentarme. No pertenezco a ningún grupo, soy como un “outsider” desde adentro. Estoy sola con mi escritura, y ya.
Hay autores, pienso en Juan Rulfo, que publican poquísimo a lo largo de su vida pues se cuidan de desarrollar tan sólo la obra que consideren fundamental, no están interesados en la cantidad ¿Cuál es tu postura con respecto a esto?
No tengo plan, no soy una persona que escriba mucho ni que necesite publicar urgente, para nada. No estoy apurada por escribir, creo que lleva su tiempo. Sí creo que hay que hacer el esfuerzo de ahondar, esa sería la regla principal. Hay gente que escribe y publica muy rápido, tiene esa necesidad. Y está lo que facilita o promueve la inmediatez de Internet, pero los libros son los libros. Únicamente me preocupa la escritura. El día a día de la escritura.
Leí el bellísimo libro que prologaste donde compilas poemas referentes a los gatos ¿De dónde proviene esta fascinación? ¿Cómo fue la experiencia de realizar esta antología?
Sí, es una fascinación, y no sé de dónde me viene. Pero lo más fascinante fue armar la antología sobre ese tema. Disfruté mucho las lecturas, la búsqueda, el descubrimiento, la idea de que hubiera desde el anónimo irlandés del siglo VIII hasta un poeta joven contemporáneo, lo mismo que una variedad de traductores, girando alrededor del misterioso animalito. Fue una muy buena experiencia, armar una antología así, con un tema de interés clásico y universal, me gustó, me dio muchas satisfacciones. Y ya te digo, el placer de leer y de descubrir a otros. Me encantan los gatos. Ahora no tengo gatos, puedo vivir sin ellos, pero no puedo vivir sin leer, sin escribir.
También armé una antología de un poeta cubano, Lorenzo García Vega, un buen amigo además, que falleció este año. A Lorenzo lo recomiendo mucho, fue el integrante más joven del grupo Orígenes de Lezama Lima, tiene una escritura de lo más exótica y atípica, es inclasificable.
Cómo funcionan para ti las influencias en la propia escritura ¿consideras que hay que darles paso?
Sí, bienvenidas sean las influencias, al contrario de lo que afirma Bloom en su libro La angustia de las influencias. Vienen de las lecturas y en eso hay una elección, por gusto, por identificación con lo que leés, o no; no somos yoes autónomos, las lecturas enriquecen el imaginario y le abren horizontes, eso es dejarse influenciar.
¿En qué estás trabajando ahora?
Acabo de dar casi por cerrado otro libro. Hay una primera parte que se llama “Diario de animal solo”, también son poemas breves al estilo de “Estados de la materia”, están numerados, son esos poemas en serie que te mencioné antes. Y una segunda parte que está en progreso. La paciencia lo fui escribiendo con la idea de libro, pero este no, no al menos la segunda parte. Me gusta que mis libros tengan dos partes, como dos lados de un disco. ¿Vos escribís?
Sí
Ah, qué bien.
Sí, ese fue uno de los motivos de esta entrevista. Hay inquietudes, uno está lleno de preguntas
La palabra es “sola”.
Sí
A la hora de escribir necesitás estar sola. Te hace falta estar sola, sola con eso. Pero a la vez en el momento en el que estás escribiendo ya no estás sola porque estás con vos misma.
Orden de clausura
camina de un lado a otro
como quien reza
su andar invoca al dios íntimo
de la respiración y con eso
parece darse aires
darse aires
se dice de la arrogancia
por ejemplo en el andar
como si tal cosa, respirando
la veo caminar por las paredes
opaca con el aliento
el espejito de cartera
pone a prueba su respiración
aire, aire, fuera de aquí, grita
(quien está sola como la una
ni siquiera puede
darse aires de estar loca)
a su aire, a su aire, grita
(¿querrá eso decir
“siéntase como en su casa”?)
ahogada, se puede morir
ahogada en el propio aire.
(del libro La mujer de al lado, Bajo la luna, 2004)
tengo que apurarme a describir la niebla
la caída lenta de la niebla gris
y vertiginosa
cae en cámara lenta: al decirlo
cae su atributo de ser cosa de la naturaleza
tener una cámara que retuviera
ese movimiento de planeta desplomándose
sobre el mundo, a la velocidad de la luz
del atardecer
cae como un telón la niebla y nosotras del otro lado.
(del libro La paciencia, Bajo la luna, 2009)