Desierto inescapable. La luz desciende sobre el cuerpo de un hombre en soledad. Invade el territorio de su piel: crea perlas de un sudor de leche que la sangre endulza. No hay piedad sobre esa antigua superficie de la vida, no hay piedad sino una plaga, un hervidero de pústulas y tallones, un proscenio para el trabajo de los filos candentes del aire.
Sin embargo, su muerte es sólo metáfora de la muerte, y su corazón, un eco ínfimo del martillo solar.
Transpiran vida líquida su pecho y su frente: instantánea devastación de los amores y las ideas, delta efímero: insolación, desolación: el océano transformado en un vientre infértil, un infinito de arena: planeta sin agua, perfección de la muerte. Un ser desnudo historia se derrite ante la roca ardiente del tiempo.
Sequedad de la Tierra, ya no es un río el hombre. Sequedad de la Tierra, es sólo un surtidor.
Sólo un momentáneo surtidor.
Sus huesos se abrasan en la fragua de la carne. Juntos, disolviéndose, el rojo y el blanco se trasminan de regreso al mundo como en una gestación revertida. Su piel rezuma un canto: chorrean piernas y brazos exangües, y chorrea el sexo sus últimas semillas.