Los desaparecidos en México son una siniestra constante. En la historia nacional se prefiere arrumbar al olvido aquellas épocas o fechas en que el aparato (democrático nomás del nombre) operó para cometer crímenes de lesa humanidad con el cinismo de quien avienta el polvo debajo de la alfombra.
Pero, a despecho de las autoridades, siempre escapa alguien para contar la otra versión de los sucesos. Esto último lo demuestra la vida de Mario Álvaro Cartagena, mejor conocido como “el Guaymas”, miembro del grupo guerrillero Liga Comunista 23 de septiembre (LC23).
Tal vez el nombre de la agrupación no evoque ninguna imagen para aquellos que nacieron después de los noventa. La página en blanco también tiene que ver con que la época conocida como Guerra Sucia ni siquiera se estudia de refilón en la educación básica. Asusta imaginar el número de egresados universitarios que ignora esta etapa de la historia mexicana.
Pero como decía, ahí sigue dando lata El Guaymas, trabajando diario en alguna oficina del Metro, uno de los transportes masivos e insuficientes de la Ciudad de México. Sigue portando pantalones de mezclilla, playera gris, lentes. Sobre todo, sigue manteniendo en forma ambos brazos, pues los ejercita al compás de las muletas que utiliza desde los veintipico de años, porque a los médicos del ejército de los años setenta se les ocurrió amputarle la pierna izquierda desde el fémur para “curarle” los balazos que elementos de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) le desfondaron en abril de 1978.
Al Guaymas lo conocí, primero, por la leyenda. Su biografía merece un libro. (Se lo he preguntado, y afirma que sí lo piensa escribir. No le creo). Gracias a la enorme generosidad de la reportera Laura Castellanos, recién galardonada con el Premio Nacional de Periodismo, obtuve el número de Álvaro Cartagena. Estaba nervioso apenas marqué los primeros números de su celular desde mi burgués iPhone:
—¿Quién eres?
—Buenas tardes, Mario, soy un reportero interesado en la Liga, especialmente de la historia de “El Bolchevique” (otro miembro de la Liga).
—¿Cómo sé que no eres la policía? ¡¿Quién eres?! ¡¿Qué quieres de mí?!
—No, no, no, para nada, tu teléfono me lo pasó Laura Castellanos, la del libro México Armado, te lo juro, puedes preguntarle.
—(Risas) Ah, verdad, es que yo tengo que estar bien preparado. Cómo sé que no eres uno del gobierno.
Aliviado, me reí con él de la broma. Concertamos la primera entrevista en un Toks, un restaurante que él escogió. Yo no quería proponer ningún sitio por temor a que pensara que soy un burgués. Aunque de todas formas, luego de varias pláticas, entendí que para él yo siempre sería un burgués.
Habíamos quedado de vernos a las 6 de la tarde y llegué casi dos horas después porque a un capitalino se le ocurrió aventarse a las vías del metro. En mi imaginario, el castigo para quien dejara a un miembro de la Liga esperando tanto tiempo, al menos, sería el desprecio. En cambio, “el Guaymas” me dijo:
—¿Por qué te tardaste tanto? Estoy aquí esperando porque me interesa platicar y tú…
—Es que se aventó un tipo a las vías, justo en el tren que iba, y se tardaron muchísimo.
—Pobre chavo, ¿te imaginas? Es que, qué te tiene que pasar para que hagas eso.
Me quedé pasmado. Su primer reflejo fue sentir compasión por un desconocido a quien yo había maldecido por haberme hecho llegar tarde. Por supuesto soy un burgués, pensé. No recuerdo cómo empecé la conversación. Sobre todo, giró en torno de Juan Manuel Ramírez, “el Bolchevique”, que según “el Guaymas”, fue uno de los mejores estrategas de la organización y cumplió su promesa de morir en la batalla antes de que los militares o la DFS lo detuvieran. Y es que terminar en manos de las autoridades significaba desaparecer en el Cuartel Militar Número Uno, donde yo y otras decenas de adolescentes, décadas después, hicimos nuestro servicio militar, el cual consistió básicamente en practicar ese histrionismo patético que llaman hombría.
Me sorprendió el arsenal de bromas y forma graciosa de rememorar diálogos. Supuse que sería un hombre atormentado luego de haber conocido la saña con que gobierna el Estado mexicano. Sin embargo, vivir de esa manera sería darles gusto, por lo que sonreír, hacer bromas, formar una familia (por cierto, bastante grande) era la íntima victoria de “el Guaymas”, entendí luego. En otra ocasión que nos reunimos, al mismo Toks llegó a comer otro miembro de la Liga. “El Guaymas” se dio cuenta y quiso asustarlo con una llamada. Tomó mi teléfono y marcó:
—Te estoy viendo, compa, no te la acabas.
El otro comenzó a voltear alrededor mientras “Guaymas” se reía, hasta que salió del gabinete para saludarlo y abrazarlo. Para quienes estuvieron en guardia durante los mejores años de sus vidas, este tipo de bromas son pesadas.
Mario Álvaro Cartagena se unió a la Liga Comunista 23 de septiembre porque sabía cantar y tocar la guitarra. La agrupación era reciente (fundada en 1973) y en pocos años se convirtió en la guerrilla urbana más grande de la historia de México. Las anécdotas alrededor de la Liga son inagotables y varias bastante atroces. Incluso, antes de formalizar la organización ya habían perpetrado el secuestro de un avión donde viajaban los hijos del ex gobernador de Nuevo León, Luis M. Farías.
“El Guaymas”, que para entonces vivía en Guadalajara, pasó de cantar canciones y repartir propaganda comunista a colaborar en las estrategias que la Liga tenía para obtener dinero. Por presuntamente participar en el secuestro del cónsul de Gran Bretaña, Anthony Duncan Williams, y el empresario Fernando Aranguren, fue encarcelado en la famosa prisión de Oblatos, junto con Antonio Orozco, Enrique Pérez, “el Tenebras”, entre otros. Ahí, me contó “el Guaymas”, formaron un grupo de música que se llamó Los Madera. Tienen un disco con más de diez canciones. Aquí un ejemplo donde él canta: (https://www.youtube.com/watch?v=uQ9CnVono7U)
Por supuesto, no tenían ganas de quedarse. El 22 de enero de 1976, los seis integrantes de la Liga ejecutaron el plan de fuga con éxito. Desde afuera, otros “compas” ayudaron. De acuerdo con el periódico “El Informador” asesinaron a tres policías preventivos. “El Guaymas” me contó la historia sin mucha especificidad, nada más agregó que también desde afuera, una pareja, amigos suyos, se manoseó frente a los guardias para distraerlos. Yo lo tomé como otra de sus bromas.
Ante todo, al “Guaymas” le interesa hablar sobre el presente, pero la lista de los desaparecidos en México parece un sino que nunca se volverá pasado. Eso lo pensaba él. Y eso que para esos años ni siquiera habían desaparecido los 43 normalistas de Ayotzinapa.
Después de varias reuniones, aunque siempre traía conmigo la grabadora, nunca la encendí. Aquellas conversaciones preferí conservarlas en mi memoria. Por alguna razón, quizá por invitación suya, fui a comer a su casa, la cual, naturalmente, está decorada con cuadros del “Che” Guevara y las fotografías de sus compañeros de la Liga. También tiene libros de Marx y Lenin.
—Pero nosotros no éramos de que leyéramos y de que hacernos los intelectuales. Nosotros poníamos en práctica la cosa.
Comimos chilaquiles con frijoles junto con su esposa, a quien conoció durante la clandestinidad a la que se confirió en la Ciudad de México luego de fugarse. Si no recuerdo mal, vivía en la misma vecindad o departamento en el que se escondía.
A mí del Guaymas no me sedujo tanto su físico. Me sedujo por sus ideas y su lucha. Al principio te asustas, pero después cómo habla, lo que dice, lo que piensa, sí te convence.
Esos años de vivir escondido fueron las más difíciles para Álvaro Cartagena. El gobierno de Luis Echeverría ya había tomado la postura de prácticamente desaparecer a todos los líderes de la Liga. En vez de propiciar un debido proceso por sus crímenes, el Estado decidió torturarlos, exterminarlos, tirarlos al mar, al mismo tiempo que recibía refugiados de las dictaduras latinoamericanas.
Un ejemplo de semejante cacería ocurrió un jueves primero de septiembre de 1977 en las inmediaciones del mercado Benito Juárez en la Delegación Azcapotzalco. La DFS anticipó la cita de miembros de la Liga en este sitio. Los policías rodearon el inmueble, incluso subieron al techo del mercado. Ahí atacaron a “el Bolchevique”, a Elena Montoya y a la entonces novia de “el Guaymas”, Alma Celia Martínez. El ataque fue de tal magnitud que 39 años después los vecinos y locatarios del mercado todavía recuerdan la balacera.
Lo sé porque después de encontrar en un periódico la ubicación exacta, acudí a preguntar a quienes vivían alrededor si de casualidad se acordaban. Para mi sorpresa, como algunos tenían 15 años, pudieron relatarme los estruendos que terminaron en el rumor de tres cuerpos abatidos sobre el asfalto. Sin embargo, ignoraban, como quizá también lo desconocían los elementos de la DFS, que la novia del “Guaymas” estaba embarazada del que hubiera sido su primer hijo.
—Es el momento más duro de mi vida, ni la tortura, ni esto que me pasó, se puede comprar con el dolor que sentí ahí. Cuando supe de su muerte yo estando solo en la cama, duré como un mes (diciendo) “Lorena, ¿ahí estás mi amor?”. Y no contestaba, yo me hacía la ilusión —dijo en una entrevista para el documental “Vivos los llevaron, vivos los queremos”.
Nunca quise tocar ese tema. Pero un día, en el restaurante, alcanzó a ver de mi morral, donde yo guardaba todas las impresiones que hacía de la Hemeroteca Nacional, una primera plana de un periódico que sacó la noticia al día siguiente de la masacre.
—A ver, déjame ver eso que traes.
—No, es que esa imagen está medio fuerte.
Me quitó la impresión de las manos, se quedó unos segundos mirándola y la señaló.
—Era ella.
Un año después lo aprehendieron en la colonia Narvarte, donde le propinaron los balazos que los militares aliviaron con una amputación.
“El Guaymas” es una especie de rockstar de la disidencia, una presencia continua en distintas marchas. Si alguien lo busca es fácil encontrarlo en la anual del 2 de octubre o la del 10 de junio conocida como “El Halconazo”. Todos aprovechan para tomarse fotos con él. Las suben a Facebook, lo etiquetan y él no tiene reparo. A fin de cuentas, Álvaro Cartagena también tiene un perfil y lo usa con frecuencia; le gusta sobre todo presumir las fotografías de sus hijos que viven en Cuba, a quienes pudo enviar a estudiar por contactos con grupos comunistas. Hasta donde sé, uno de ellos ya es médico.
Hace aproximadamente dos años que no hemos hablado. Pero sé que la próxima vez que lo busque, estará de buen humor, bromeando, dispuesto a platicar de cualquier etapa de su vida, pero sobre todo del presente, donde si bien ya no hay tantas organizaciones guerrilleras como en los años setenta, el Estado mexicano continúa desapareciendo personas con el mismo dolo.