I.
Al principio titubeo, no sé qué recuerdo contarle, y entonces me viene a la cabeza lo del bambi.
Cuando éramos pequeños mi padre solía llevarnos de expedición los sábados a un bosque que hay cerca de mi casa, pero es un bosque privado con vigilancia porque pertenece a la Familia Real y ocupa muchísimas yardas, se llama El Pardo. Total que a papá le gustaba ir allí con Hansel y conmigo los sábados porque queda al lado de casa, sobretodo con Hansel porque se cansaba menos que yo, y a mí me daba miedo que nos pillasen los guardias reales, que iban armados, creo. Aquel día no fui, no sé qué estaba haciendo pero fueron ellos, creo que yo tenía clase de tenis, pero bueno, imagino que saltaron la verja de pinchos de El Pardo, y allí andaban, merodeando entre las encinas, sigilosos, cuando de pronto vieron –todo esto me lo contaron más tarde- a una cierva pariendo, nada menos, y se acercaron con mucho cuidado, para no asustarla, pero la cierva les oyó y salió corriendo, ante lo cual se encontraron con un cervatillo, un auténtico bambi recién parido, que había sido abandonado por su madre -por culpa de mi padre y de Hansel-. Esperaron un rato a ver si volvía la madre pero nada, y empezó a llover y la madre no volvía, así que decidieron rescatar al bambi por temor a que quedase allí solo, abandonado tras una encina, y acabase muriendo. Cuando llegaron a casa lo cargaban en brazos, mi padre quiero decir, lo cargaba, era un bambi precioso, pequeñísimo, un bambi recién parido con manchitas blancas en el lomo y unos ojos enormes y unas pestañas larguísimas, igual que el de la película. Lo apoyaron en el suelo y al principio no sabía sostenerse en pie ni caminar. Decidimos adoptarlo. Construímos un pequeño recinto en el jardín de casa, con alambre, y compramos un biberón para darle leche, y el bambi, que se llamaba Tico (como el ratón amigo de Willy Fog, de La Vuelta al Mundo en Ochenta Días) empezó a crecer y a ponerse fuerte, y un día aprendió a sostenerse sobre las cuatro patas. Era increíble darle el biberón, lo sorbía con muchísima fuerza. Lo que pasa es que echaba de menos a su madre, se le notaba, algo le pasaba porque no dejaba de rasparse la cabeza contra el alambre; parece que quería salir a buscar a su madre y hasta se hizo una herida, una pequeña calvita entre los ojos, o entre las cejas, un pelado donde al final ya no salía pelo y Tico venga a rasparse contra el alambre, y tenía la mirada triste, a pesar de que empezó a andar y todo, y seguía chupando del biberón y crecía y se ponía fuerte pero tenía la mirada triste y aquella calva. Un día cuando volvimos del colegio, de repente Tico ya no estaba. ¿Dónde, dónde está Tico? Mamá nos explicó que los guardias de la urbanización habían venido a llevárselo, resulta que la cierva andaba asomada a la verja de El Pardo todo el día, buscando a Tico, preguntándose dónde estará mi hijo, angustiada, y los guardias, sabiendo que vivía en mi casa, pues habían venido a buscarlo, para devolverlo a su madre, nos contó mamá. Así que Tico ahora estaba contento y su madre también: por fin volvían a estar juntos.
La Ferrandis asiente con la cabeza –aha, aha – y toma notas.
II.
La clásica bruja-madrastra.
No viene sola. Trae consigo a un mayordomo, un hombre calvo con diploma Cordon Blue. Lleva guantes blancos y se llama Alister. Parece que le han metido un palo por el culo (eso lo dice Viola). Espiamos desde la ventana de la cocina, agazapados.
-Niños, venid a saludar…
Lo del diploma Cordon Blue nos lo explica papá, la noche previa, cuando anuncia que quiere presentarnos a una amiga. Hansel juega en la computadora y yo hago los deberes (composición narrativa).
-¿Interrumpo?
Hansel se pasa el día enganchado al Dungeons and Dragons. Si soy tan mala es porque no me dejas jugar. Te jodes. No es justo, el ordenador es de los dos. Te jodes y bailas. Ha suspendido cuatro pero papá no lo sabe porque imitó su firma con la pluma Parker. Lo planeamos juntos, le acompañé a cogerla. Nos colamos en su cuarto por la noche, mientras dormía, con una linterna. Después la devolvimos a la chaqueta, que es donde la lleva siempre, en el bolsillo delantero.
-Me gustaría presentaros a una amiga –se sienta en el sofá destartalado, lleno de marcas de rotulador y remiendos, el sofá de toda la vida.
Hacemos los deberes en el estudio, desde siempre; cuando éramos pequeños nos encerraban aquí a jugar las tardes en que hacía mucho frío para salir al parque o a montar en bici. El sofá se ha roto en el borde del apoyabrazos pero ya nadie lo arregla. Se lo he dicho a Viola pero creo que se ha olvidado, y el agujero se está haciendo enorme.
Lleva una copa en la mano, de las que prepara cada noche cuando vuelve de trabajar, con una rodaja de limón. Un gin & tonic, lo llama (con acento inglés hortera porque vivió en Londres cuando era joven). El gin & tonic es un invento de cuando los ingleses vivían en África y sirve para ahuyentar a los mosquitos; contiene una sustancia llamada quinina. Quinina.
Apoya el maletín en el suelo y bebe un trago. Alister será el encargado de preparar la cena, mañana, en nuestra cocina.
-¿Y Viola?
-Que haga de pinche…
-¿Pinche?
-Ayudante de cocina.
-No veo por qué no puede cocinar Viola.
-Porque Alister es Cordon Blue –pronunciado a la francesa.
–Cordon Blue –practico.
-¡Joder, mierda, coño!
Acaban de matar a Hansel (en la partida).
Es curioso, imagino a Alister calvo desde el primer momento.
Le imagino como a uno de esos tíos que se empeñan en disimular la calvorota con cuatro pelos mal puestos, llenos de gomina, esparcidos de un lado a otro de la cabeza. O reconcentrados en la frente (otra variante, no sé cuál es peor). Siempre acaba disparándose algún pelo, tieso y hacia arriba, lo que les hace parecer idiotas. Pero estos calvos no se dan cuenta.
Por ejemplo, le pasaba a nuestro profe de religión, Juan Planella, quien llegó a decir en clase que era mejor tocarse entre amigos del mismo sexo que uno mismo (ahí abajo). No lo dijo exactamente así, claro, porque teníamos nueve años. Le despidieron. El Planella planeaba algo sucio, se le notaba. Se parecía a Gargamel (el malo de Los Pitufos) en lo oscuro de la mirada y en la nariz ganchuda. Pero en realidad, ahora que lo pienso, se parecía más a Edgar (el malo de Los Aristogatos).
Una carroza todo trapo, un pedazo de Jaguar azul, sube por la rampa del jardín. Alister conduce y la bruja va sentada en el asiento trasero. Alister apaga el motor, los faros, sale y rodea el vehículo para abrirle la puerta. Dos caniches de pelo rizado, de raza Bichon Frise (esto lo aprendo más tarde, durante la cena, que no todos los caniches son iguales, resulta que hay razas con más pedigrí), decía, que dos caniches preceden a la bruja, quien desciende tras su propia mano alargada –enjoyada con un pedrusco-. Sostiene una correa acabada en dos puntas, como una lengua de serpiente. Una sola correa y dos perros, que se enroscan entre las piernas de papá. Ha cambiado la Parker por un pañuelo de seda.
-¡Niños! Venid a saludar… -besa la mano de la bruja.
Alister es igualito que Edgar.
III.
Jesusito de mi vida, tú eres niño como yo, por eso te quiero tanto que te doy mi corazón. Tómalo tuyo es y mío no.
Rezo de rodillas a los pies de la cama, con las manos entrelazadas. Después un padre nuestro. Después cuatro esquinitas tiene mi cama dos a los pies y dos a la delantera la virgen te dice duerme descansa no tengas miedo de ninguna cosa. A ver, no soy idiota, sé perfectamente que esta manera de rezar es infantil, que sólo la usan los niños pequeños y los tontos, esas personas que no entienden que Dios prefiere que hablemos con palabras sentidas, no memorizadas. Palabras de verdad. Así que le hablo en estilo directo también, después de concluir las oraciones (me toma más de quince minutos el rito completo; cuando acabo me duelen las rodillas, y eso que mi cuarto tiene moqueta).
Querido dios, por favor, por favor, por favor, por favor, por favor, que no nos separen, que no nos separen, por favor, por favor (aprieto los ojos porque eso me ayuda a concentrarme: veo luces que se mueven detrás de los párpados -esferas blancas-).
Me meto en la cama, en el centro (apenas quepo). A la derecha el búho Búho y el cerdo Albertazo. A la izquierda, la oveja Achuchable que mamá me regaló -me encantan las ovejas y una vez casi me regala una de verdad pero al final no se atrevió, dijo que iba a ser un engorro y además me acordé de lo del bambi así que le dije que sí, que tenía razón en lo del engorro-. Por último, Gizmo (el bueno de Los Gremlims).
¡Gizmo ha perdido una mano (era de plástico, de las que les ponen a algunos peluches, parecen prótesis y además siempre se acaban zafando, y uno pasa semanas, meses, venga a encajar la mano desprendida, que vuelve a caerse al poco rato, hasta que un buen día uno se da por vencido y al fin guarda la mano en un cajón, debajo de las camisetas para no verla).
Lo tengo desde hace años, a Gizmo, me da pena tirarlo, despreciarle así, sólo porque ha quedado amputado. No me parece razón suficiente, la verdad. Duermen conmigo desde hace años, se nota porque están bastante sucios: a Búho le falta un ojo y Albertazo tiene el cuello como un hilo, está a punto de romperse. Ya, ya sé que soy un poco mayor para dormir con peluches, Hansel se encarga de recordármelo a todas horas, que parezco gilipollas. Que a mi edad ya nadie duerme con peluches. Pero es que me da pena tirarlos.
A veces me pregunto, ¿dónde fueron a parar los otros?, ¿los que dormían conmigo antes de que llegasen éstos? Había una Abeja Maya. Había un león amarillo con cola de felpa. En algún lado tienen que estar, digo yo. Tal vez en alguna maleta, hacinados con el cuello doblado, pobres. Registré en el garaje pero no los encontré.
Aprieto los ojos en clase, también. Aprovecho cuando Iñaki hace una de sus típicas preguntas de retrasado mental y la Pulido se tira media hora explicando qué quiere decir una esdrújula; hace años que el subnormal de Iñaki lo tendría que haber entendido, pero nada, no hay manera. Aunque debo admitir que yo en clase de matemáticas pregunto sin parar, así que mejor me callo. En cualquier caso aprovecho las preguntas de Iñaki para rezar: por favor, por favor, por favor. Me siento en última fila –no por decisión propia, que conste, los que suspenden se sientan delante obligatoriamente- pero varías profesoras se han dado cuenta de que aprieto los ojos a veces, y eso que he tenido cuidado, sólo lo hacía cuando miraban a la pizarra, que no soy idiota.
La Ferrandis entra en clase y le dice a la Pulido que quiere hablar conmigo. Es la primera vez que me llama, quiero decir después de lo de mamá, a Hansel también le llamaron, venga a hacer tests con mariposas y dibujos de familias.
-¿Qué eres, psicóloga, psicoterapueta o psiquiatra? –pregunto, ya en su consulta. No veo ningún diploma que lo aclare y me pregunto qué tipo de cargo ostenta la Ferrandis, si es médico de verdad y puede recetar pastillas.
-¿Cómo dices, Gretel?