Francisco Siredey Escobar | Juan de Dios Sánchez Jurado
Alan Pauls sabía cómo leer antes de entender los signos delante de los ojos. Se ve a sí mismo con tres o cuatro años, sentado en el cordón de la cuneta, los pies en la calzada, el tronco erguido y un libro a la altura de la cara. Entiende que debe mantener una pose reflexiva. De un momento a otro aparece su abuela y le da vuelta el libro. “Reflexiono sobre esa imagen y digo que parece inventada, demasiado artificiosa, pero yo la considero muy propia, de precocidad. Ni siquiera sé qué mierda es leer, pero sé que se lee de una cierta manera, que hay una postura física, un aire de concentración que tenés que poner. Soy como un impostor perfecto”, comenta el escritor argentino en su última visita a Nueva York, hace algunos meses.
Esta escena fue recuperada por Pauls para la escritura de Trance (Ampersand, 2018), su último libro, que funciona como una suerte de autobiografía como lector. A través de palabras clave -en orden alfabético, como un glosario-, el Premio Herralde 2003 escribe pequeños ensayos que develan su trayectoria como lector, sus operaciones mentales ante la página, sus mañas y neurosis. “Es un poco un ensayo sobre la experiencia de leer como una droga; es como mis Confesiones de un opiómano inglés, porque lo que me interesa es lo que la lectura hace con nosotros. Es más sobre lo que los libros hacen con nosotros que acerca de lo que nosotros hacemos con los libros”, dice el autor de El Pasado.
Este formato estilo glosario o de diccionario enciclopédico, ¿fue algo que se te ocurrió a ti? ¿Lo habías utilizado anteriormente?
Se me ocurrió a mí y no lo había hecho. Me interesaba mucho escribir algo que fuera fragmentario, siempre pensé que el libro iba a ser como un mosaico. Todas las ideas que tenía para escribirlo eran como entradas de un diario o un diccionario. Me parecía que el orden alfabético estaba bien, era apropiado, siempre tiene esa mezcla de arbitrariedad y necesidad. Finalmente, el libro tiene un cierto recorrido; aun cuando está regido por ese orden, hay un relato. Son entradas muy caprichosas. Tienen que ver con núcleos de la experiencia de la lectura, como la “A” de abuso, que es un pequeño texto sobre en qué momento una lectura se te va al carajo. Ese momento en que una lectura es demasiado. ¿Cuál es el límite de una lectura? ¿Cuándo se le reprocha ser antojadiza, delirante? Hay otra entrada sobre la precocidad, que habla de leer libros que no son para tu edad. Propongo una pedagogía basada en hacerle leer a los chicos libros que no son de su edad. Un ejemplo personal: yo hablo de películas y libros de forma indistinta, me parece que no hay grandes diferencias entre ambos objetos. Es la misma actividad de leer la que está en juego.
Es la misma droga…
Sí, claro. Cuando hablo de 2001, por ejemplo, la película que tomo de ejemplo, y que se estrenó en 1970, cuando yo tenía 12 años, yo no entendía absolutamente nada. Eso hizo que fuera una de las películas que más me marcó. Ese no entender nada significaba que se estaba construyendo en mí una especie de reserva de dudas, perplejidades, incertidumbres, que fueron las que me alimentaron durante años y que reaparecían cada vez que veía 2001. Para mí es muy importante ese factor de peligro en la lectura, leer algo que no es para tu edad. Es ponerse en peligro. Lo que hago es reivindicar de alguna manera el mal timing de las lecturas y las películas. Pensar un poco en lo que pasa, qué daño se le hace a un niño. Y me parece que, si hay daño, ese daño solo puede arrojar buenos resultados, en el sentido de ese trabajo como de inseminación que se produce.
La lectura, en principio, es una actividad de goce, pero en algún momento también adquiere cierta incomodidad. ¿Se debe retener esa sensación incómoda como lector?
Sí, no me parece mal sentirse incómodo. Es una sensación artística. No veo porqué habría que desterrarla. Lo que la lectura no debe ser es satisfactoria. En esas lecturas siempre algo se obtura, se bloquea. Si hay incomodidad, creo que hay algo que persiste. A mí me gusta mucho sentirme incómodo cuando leo, y en general, con lo que veo. Es una experiencia que preservaría, como la de no entender. Leer no es sinónimo de entender. Entender todo cuando lees es como sinónimo de satisfacción. Cuando entiendes algunas cosas sí y otras no, hay una X, una incógnita que es fundamental. La lectura precoz tiene algo de eso. Hay un malentendido ahí, la gente cree que hay que darles libros a los chicos, cuando ellos leen cualquier cosa. Leer es una función humana y eso es lo que hay que fomentar. Leer es descifrar, observar, recortar, cosas que se pueden hacer en la calle, en el metro, en el restorán, en el jardín de infantes, en la cena familiar. El libro habla mucho de ese sentido de leer, no solo libros. Yo también leo películas, las gente lee caras de las personas para tratar de entender quiénes son, lee las manos, la borra de café. Trabajo mucho con esa idea. Cualquier cosa es una experiencia legible y tal vez tu hijo finalmente caiga en un libro y diga “ah, acá realmente uno lee”.
A pesar del glosario y de la cualidad más ensayística de los textos supongo que también vemos una trayectoria como lector. ¿Cuál es el relato detrás de Trance?
Me tomé en serio la consigna de que fuera una autobiografía de lector. Leyendo el libro hay un recorrido que se intuye, no es explícito, tampoco mucha precisión cronológica, pero está la idea de un recorrido. El relato se refiere a un sentido más propio, cierto enigma, cosas que me gusta usar cuando escribo ensayos, que se lea narrativamente, que los conceptos que se movilizan en un ensayo funcionen como personajes. Todos los libros de ensayo tienen eso. Me preocupo mucho de eso, de que el ejercicio de lectura fuera armar un pequeño plot, con giros, peripecias.
¿Con eso se relaciona que esté en tercera persona? En tu charla más reciente, alguien comentó que lo hubiera sentido más cercano en primera.
Puede ser, puede ser. A mí, la idea de la cercanía no es algo que me atraiga. No escribo para acercarme ni al lector ni a una experiencia sobre la cual estoy escribiendo. Quiero dialectizar siempre la cercanía con el lector. Eso quiere decir que esa experiencia esté cortada por una cierta distancia, mediada por otras cosas. No soy un escritor confesional, no soy un escritor que crea en eso. No me gusta la literatura confesional. Me gusta mucho el género del diario íntimo de escritor, pero no es lo que busco. No me interesa que en los diarios de Cheever se revele que era gay, me tiene sin cuidado eso. Me gusta mucho otra cosa, el experimentar con falsas personalidades, lo contrario al lugar donde el escritor abre su corazón o se pone al desnudo. Prefiero que toda la emoción esté teñida de cierta reflexión. No hay emoción sin ideas, ni ideas sin emoción. No creo en esa separación.
Lo que pretendes como escritor, ¿es lo mismo que buscabas como lector?
Como lector me permitía una falsa ingenuidad y dejarme arrebatar por un libro. Pero no puedo evitar ser un lector entrenado, me resulta difícil leer sin ser consciente de que lo que estoy leyendo es literatura. Eso no me aparta de lo que leo ni me quita placer, porque yo subrayo mucho los libros que leo. Hablo mucho de eso. El arte del subrayado es para mí algo totalmente indisociable de la lectura. No puedo leer sin un lápiz en la mano. Aunque no anote nada, necesito el lápiz. Mucha gente me dice que es como si fuera un cirujano plástico que primero dibuja dónde va el corte. No me quita ningún placer; es parte del placer. No distingo entre ser raptado por un libro… Cuando soy raptado, es por lo que el libro cuenta y también por el punto de vista, por el estilo y por la arquitectura del relato. Soy consciente de eso, pero eso no impide que me hechicen o que me seduzcan.
Hay gente ve el libro como un objeto casi sagrado, que jamás lo rayaría ni le doblaría las hojas para marcar la página. ¿Por qué lo haces?
Nunca me gustó doblar las hojas para marcar página. Justamente para eso usaba el lápiz. El mecánico fue una revolución en mi vida. Llegaron en los ’80 a Argentina, esos de punta 0.5 mm, con goma de borrar y eso, para mí, te diría que fue más radical que la computadora. Ahí yo tenía todo: el lápiz, la goma y el clip para abrochar el lápiz a la página donde había dejado el libro. El lápiz y el libro funcionaban perfectos. Era la economía perfecta. Siempre subrayé, desde la escuela. Creo que hay un profesor del que hablo mucho en el libro, que me enseñó a leer, el primer ‘corruptor’. En un momento logré, no sé cómo, que me prestara un libro y que me dejara llevármelo a casa. En esa época, no era una cosa muy común. Los profesores no les prestaban libros a los alumnos. Este estaba subrayado. El tipo me enseñó a subrayar. Me di cuenta de que lo que el tipo hacía al subrayar era leer. No solo eso, sino que -para mí, que era un lector bastante voraz- lo que leía era el libro y la relación que él tenía con el libro. Era como ver una escena muy privada entre el libro y mi profesor, al que yo admiraba mucho. Fue como un momento increíble en mi historia lectora; ver lo que el tipo hacía con el mismo texto que yo estaba leyendo.
¿Eres de dejar libros inconclusos?
No tengo ningún problema en soltarlos. Por ahí me pasó con alguno de esos libros que tenés que leer. Por ejemplo, Berlin Alexanderplatz, el libro de Döblin -el colega de Joyce y qué se yo-, que siempre quise leer, nunca pude terminarlo, aunque me gustó. Lo dejo y digo “siempre habrá un momento para leerlo”. No tengo problemas.
¿Hay alguna de esas lecturas esenciales que te falte?
Miles. Tengo algunos agujeros imperdonables. Nunca leí La Divina Comedia ni clásicos rusos como La Guerra y la Paz o Anna Karenina. Hay muchos.
¿Tocas ese tema en el libro?
No, no me siento culpable. Nunca tuve realmente una relación acomplejada con leer y con los libros. Siempre me parecía que leía lo que quería y que eso estaba bien. Por supuesto, tengo una formación universitaria y leí mil cosas que no hubiera leído. Eso me entrenó para recibir con más hospitalidad cosas que a un lector común le daría mucha pereza leer. En general, siempre me pareció que leer es útil, incluso cuando se lee mierda o cosas que no te interesan a priori. Todo merece la pena ser leído, todo lo que está escrito: desde un prospecto de remedios hasta la sección de chistes del diario. Soy un fetichista de lo escrito. Así como leo cualquier cosa, no tengo culpa por no leer lo que tendría que haber leído. Ya lo leeré.
Siendo que tu proceso de lectura incluye el subrayado, ¿cómo has pasado a los aparatos digitales?
Tengo un Kindle que uso cada vez más, porque es muy bueno para los viajes. Antes yo viajaba con cinco o seis libros siempre, más los que traía y en un momento se me volvió muy complicado. Me acostumbré rápido, pero a la hora de subrayar es muy rudimentario. La verdad, supongo que debe haber Kindles que permitan subrayar con un falso lápiz, pero esto me recuerda mucho a los que subrayaban con resaltador, con flúor, que me parecían lo peor. Tiene que ser con lápiz o bolígrafo, dejar una marca. Cuando subrayo con el Kindle, me siento retrocediendo en mi vida.
¿No se romantiza demasiado el libro de papel?
El papel, una de las cosas más importantes que tiene es la posibilidad de intervenir. Algo muy lindo para mí es volver a leer un libro que leí hace 10 años y encontrar al lector que yo era hace 10 años, comparar lo que subrayo ahora con lo de entonces. Me gusta mucho, porque queda como con los anillos del tronco de un árbol: podés reconstruir la genealogía del árbol a partir de sus anillos. Con el libro me pasa eso. Entro a un libro que tengo hace 30 años y puedo ver todas mis fases de lector. Acá era ingenuo, acá no. Me parece muy confiable, mucho más que mis recuerdos. Podría hacer mi autobiografía de lector solo mirando los libros más antiguos de mi biblioteca y viendo cómo anotaba lo que leía.
¿Y lees escritores jóvenes?
Trato de postergar el momento de llegar a ser un viejo choto que solamente relee. Me gusta mucho leer cosas nuevas, pero se publica tanto y es tan importante la diferencia cuantitativa con mi juventud, que es imposible tener una idea completa de lo que está pasando.
“Confundir la lucha de las mujeres con represión es un error”
En enero de este año, la actriz Rita Pauls (25), hija de Alan Pauls, denunció haber sido acosada por el actor Tristán Díaz (80) durante el rodaje de una película. Desde entonces, el escritor ha manifestado activamente su apoyo al movimiento feminista empujado desde Hollywood tras el escándalo de Harvey Weinstein. Sin embargo, también ha observado conductas que considera peligrosas.
La intervención del feminismo en la escritura y en la corrección del lenguaje, ¿es algo que has pensado?
Es la parte deprimente de un movimiento que apoyo. Me deprime saber que están pidiendo descolgar telas de Balthus porque son incitaciones a la pedofilia. Me parece como el punto exacto en el que una causa política genial, emancipatoria, progresiva, se puede convertir en lo peor, como en nuevas instancias de censura y represión; sobretodo me parece un retroceso total en la forma como se concibe la práctica artística, ¿no? Empezar a juzgar obras de arte por sus temas. Creo que es un error político garrafal. Lo de Weinstein no tiene nada que ver con que en una novela un hombre le pegue a una mujer y haya una manifestación frente a la editorial, o que quieran censurar Lolita de Nabokov o quieran encarcelar a Houellebecq porque habla mal de las mujeres. Confundir esas dos cosas, un impulso totalmente emancipatorio como el de la lucha política con un impulso totalmente represivo, es un error tremendo.
¿Es distinto censurar temas a censurar a artistas de mal comportamiento en su vida privada?
Me parece bien que una mujer abusada, maltratada o acosada mande a un hombre a la justicia. Es obvio, pero estamos hablando de una persona jurídica, biológica, que hace algo contra otra persona contra su voluntad; otra cosa es un libro, un cuadro, una novela, una película. El caso de Woody Allen es para mí particularmente sensible. Está todo mal pensado desde su affair con Sun Yi. Siempre me apreció que se hablaba del caso como si Allen fuera una especie de fauno lúbrico-pedófilo y en realidad a lo que asistimos con ese escándalo fue al nacimiento de una historia de amor tipo tragedia griega y la prueba de esto es que siguen juntos. A veces el amor es demencial. Entonces, cuando se dice “esa bestia, ese monstruo” se le extirpa esa monstruosidad a lo humano cuando es medio que la quintaesencia de lo humano (…) Tengo miedo de que los varones se comporten bien solo porque tienen miedo de que lo manden al tribunal. Que no haya verdaderamente un cambio cultural o político, sino que se instaure un régimen medio policial donde los hombres están siempre aterrorizado de hacer un eye contact superior a la norma. Pero es un momento muy fuerte, en Argentina es increíble lo que pasó. En cinco años, las mujeres pasaron al centro del escenario político.
¿Existen cuentas pendientes en el área de la literatura?
La literatura sigue siendo un lugar de menos poder, aunque tampoco me vanagloriaría de que mi gremio es mejor que los otros. Quizás es menos vertical, la estructura es menos jerárquica. En la literatura hay estructuras de poder, pero me parece que es todo un poco más horizontal. No sé si a los escritores hombres les pagan más que a las mujeres, no sé. En Argentina no me da esa impresión. No sé si la industria está atravesada por un vector sexista.