Furriel não é nome de pai por Catarina Gomes. Editorial Tinta da China, 2018. 224 páginas
En 2015, una periodista portuguesa viajó a Guinea Bissau con cuatro contactos. Los de supuestos hijos de soldados portugueses con mujeres locales. También viajó preguntándose si era en vano, si ellos de verdad querrían compartir su historia.
Esa reportera, Catarina Gomes -durante años una de las grandes firmas del diario Público- encontró a cientos de personas ansiosas por contarle los retazos de sus vidas. Que al escuchar a escondidas la plática de los mayores supieron que su padre era el enemigo. O que se enteraron al llegar a la escuela, cuando otros niños y sus padres los insultaban por el color de piel. Algunos llegaban a contarle la idealizada historia de amor entre su padre soldado portugués y su madre africana. Un puñado le mostró fotos desteñidas. Muchos no sabían el nombre del padre. Algunos conocían el apodo. Gomes tenía dos semanas para reportear, pero el rumor sobre una portuguesa que preguntaba por los “restos de tugas” la colocó frente a filas de espera de gente que quería hablar. Algunos veían en ella la oportunidad de encontrar al padre portugués. Escuchó, anotó y entrevistó hasta minutos antes de salir al aeropuerto.
Furriel não é nome de pai representa un proyecto de tres años, construido a partir de una serie que salió en Público y que llevó a Gomes de Guinea Bissau hasta los archivos militares en Lisboa, de Angola al interior de Portugal. Cada capítulo cuenta una historia. La del hijo que viajó hasta Portugal y encontró a un padre que no lo reconoce a pesar del resultado del examen de ADN y a una tía -la hermana de aquel hombre huraño- que lo recibió en su familia. La del padre que viajó hasta Angola para encontrar al hijo del que había perdido la pista al no poder regresar después del retiro de las tropas. La de la mitad de esta historia, que sigue buscando. La de la otra mitad, que está muriendo con el secreto. La de esos hombres y mujeres que buscan a un tal señor Furriel y que pronto descubren que furriel es un rango, que es un cabo, aquel que ya no es soldado raso pero aún no llega a sargento.
En Furriel não é nome de pai Gomes se pregunta la razón por la cual Portugal no conoce a los hijos que dejó la guerra colonial en Guinea Bissau, Angola, Mozambique… Francia había reconocido en los años cincuenta la paternidad de muchos hijos de sus oficiales en la ex colonia de Indochina. Cerca de 4500 de esos niños fueron llevado al país y reconocidos como franceses, aún cuando no se conociera el nombre de sus padres. Estados Unidos acuñó tras la Guerra de Corea el término amerasians para hablar de los hijos de sus soldados con mujeres asiáticas. En los años ochenta, escribe Gomes, la prensa estadounidense cubría las historias de los amerasians que nacieron durante la Guerra de Vietnam. La Guerra Colonial Portuguesa había terminado casi al mismo tiempo, en 1975, pero Portugal ignoraba el tema. La propia Catarina Gomes cuenta que hasta que empezó a reportear sobre los veteranos de la guerra colonial, no se le había ocurrido que esos combatientes dejaron hijos regados por África.
Lo que no se nombra no existe. Y, en apariencia, no había un nombre para ellos. ¿Eran los hijos de la guerra colonial? ¿Eran los hijos de las guerras de ultramar? Pero el nombre existía. Gomes lo encontró en internet, en un foro de antiguos combatientes. Ahí se enteró que los llamaban Hijos del viento. Los militares retirados, reunidos en una barraca virtual, intercambiaban fotos, preguntaban por sus compañeros de pelotón, compartían anécdotas de aquellos años. Alguna vez, uno de ellos abrió un hilo sobre el tema. Fue leyendo ese intercambio donde Gomes encontró el nombre. Y bromas. Y comentarios de quien le quitaba importancia al asunto. Varios contaban haber conocido un par de esos chiquillos de piel clara en los pueblos donde estaban destacados. Ninguno asumía que algún niño de aquellos era suyo.
Gomes nos lleva de la mano por los paisajes de Guinea Bissau, viajamos con ella por el interior de Angola, nos cuela en casas portuguesas, nos permite asomarnos a diálogos indiscretos y nos deja acompañarla cuando esos hombres a los que ella pregunta si estuvieron en el pueblo X y conocieron a la señorita Y, le cierran el teléfono sin respuesta. Gomes nos coloca frente a esos cuarentones que crecieron señalados por ser hijos del enemigo, que fueron maltratados en sus familias o enviados a otro país para no sufrir la marginación. A través de su relato sentimos su tristeza, la soledad, la angustia. A lo largo del libro Gomes va recogiendo pistas sobre esos padres localizables y nos entrega una pequeña parte de esos cientos de relatos que casi la atropellan cuando llegó a Guinea Bissau creyendo que nadie querría contarle nada.
Este libro perdurará tanto por la calidad narrativa como por su trabajo de investigación. En Portugal la sociedad parecía haberse convencido de que sus tropas practicaban la abstinencia. Que en la guerra no hay violaciones. No hay prostitución. Que no hay romances furtivos entre una local y algún soldado invasor. En su obra, Catarina Gomes da un martillazo sobre cuarenta años de silencio y obliga a mirar a esos hijos africanos del viento portugués.