Dania M. Vándalos
Ilustración por Azul de Metileno
Al son de ¿como qué andabas buscando, güerita?, me adentro al odorífero mundo de los inciensos llamaclientes, abrecaminos y arrasacontodo al servicio de usted, que saturan los pasillos del Mercado de Sonora, esquina Fray Servando y Circunvalación, a dos pasos del metro Merced. Venía pensando en lo que dice Marie, una amiga fuereña: “Es una joya, es más que gozoso, la representación perfecta de la fiesta, de todo lo que es un poco efímero, lo inesperado, lo poético…, lo mexicano”; pero con la agitación de tanto adjetivo en el ambiente, ahorita me cala más lo de con eso no se juega, según mis hermanas y su aversión evangélica; “es malvibroso, espeluznante y mefítico”, dicen.
En el changarro de Tonatiuh, los siux roban cámara, pero un “¡Pst, pst!” da la bienvenida, “¿Me conoce? Soy el buda de la abundancia, tome un arroz, sobe mi pancita y se llevará una grata sorpresa el día de hoy”. No es una voz angelical pero me seduce, y muy a pesar de mis prejuicios de formación y de mi reticencia maniática a tocar las superficies públicas, en aras de este registro me aventuro hasta la risueña barriga ya gastada por la fe.
Al avanzar, se acentúa la estrechez del pasillo, hasta el tope de Guadalupanas y Cristos emplayados, y de pronto me topo con Godzillas bicéfalos, patos de hule y bebés Vicky No Tóxicos en pose del dios de la felicidad. Desde preparados medicinales, compuestos de raíces y veladoras Págame Pronto, hasta acoplados por kilo para piñata. No faltan las oraciones del sapo, del puro, ajo macho y corderito manso para retiro de personas non gratas. En diamantino escaparate, asoman antifaces, boas de pluma chanderel y marabú. Penachos, alas de Campanita y coronas de rubíes para reinas de primavera. Tengo que escabullirme a la izquierda cuando la enana de ojos grises me considera un estorbo, sin intención de comprarle un manojo de ocote: “¿Me permite?”, dice con un leve bamboleo del torso.
Al final de la Fila 6, Local 1 Anexo, atiende Lukcero Aghakan Brujah; un extraterrestre rapero de cartón anuncia con foto al cuello a una tal Zulema de turbante y cejas sashezcas. En la cola que abarrota un localito dedicado también a la quiromancia, pero menos sensacional, el mero mero se llama Javier. Javier a secas. Me viene a la mente una científica avergonzada en su primera vez y última cita con cierta señora carente de sentido de la privacidad, cuyas artes exhibió ante la apretujada fila de espera. La lectura de manos y caracoles está entre 50 y 100 pesos.
Hasta aquí, todo es un vuelco, un modo kitsch, polícromo, no apto para epilepsias.
Entre las chucherías que antes requerían tiento de iniciados y que ahora se muestran tan exotéricas como si nada, la omnipresencia de la Santísima Muerte es de resina, alabastro o papel maché. La Niña Blanca está en boga desde hace unos años, según Rogelio.
—¿Y tú le rindes culto?
—No, casi no, pero como nos llevamos bien, platico con ella, le cuento mis cosas.
Por él me entero de que hay un gran retablo en la calle de Panaderos; los tepiteños se le encomiendan cada día. Un folleto de 8 pesos especifica la consagración del altar y ensalmos de poder. Vaya usted a saber qué actividades invisibles nos acompañan en este mundo.
Para Rogelio, hay mucha gente que no cree, pero a él todo esto le resulta natural.
—Yo soy de Tuxtepec, por eso no me da miedo.
—¿Oaxaca?
—Sí. Mi mamá me curaba el mal de ojo y cosas así. Allá todo el mundo sabe. ¿Has visto a las brujas bajar con luces?
—¿Como fuegos fatuos?
—No, brujas, tamaño normal. Bajan del cerro, como en bicis que sacan chispas; de noche pasean.
—Órale.
—De pronto se meten unas corrientes… que, bueno…, la cosa se pone high.
Me cae el veinte de que él llama aire a lo que yo le digo vibra, y se vuelve loca a veces.
Piensa que mi aire es tranquilo, aunque al principio era tenso, aclara. Total, me hace reír cuando suelta el escaneo:
—Es que aquí los marchantes son jetones, si ven que no sabes, les das flojera.
Es un vestigio de la tradición cerrada de los brujos; pero si bien hoy no convive con la cultura oficial, ya es más vendible que subterránea.
Por todos lados hay tónico Amarre Guajiro, es toloache en frasquito, que asegura el amor eterno y sin chistar. Pero se me hace que no les da por concentrar la Datura inoxia así como así, tan a la mano; de seguro es rebajada. Me da pena preguntar, pues me he vuelto la fuereña de acá, y opto por nombrarla yerba del diablo, que inspira más respeto y hasta funciona como clave de alerta.
Ando vuelta y vuelta porque todos se hacen mutis, les han cosido la boca, como las lagartijas mensajeras del don Juan de Castaneda. Alguien por fin me manda con el señor Miguel, más conocido como el Chino.
—¿Para qué la quiere? —me interpela, rasposo.
Y yo, ni modo que le diga que para probar:
—Pues, para nada en especial… Sólo quiero saber cómo es la hoja —como si no la hubieran visto nunca (les recrimino a mis adentros).
—[Silencio mortal…]
—Leí que es una planta alucinógena… —¡oh, diosas! Pareces niña de primaria tratando de arreglarle (me digo).
—¿Se la va a llevar? —repone con ojos torvos. Luego dice que sirve para la piel, golpes, artritis. Aclara (sin alterar el gesto) que nunca tomada, que sólo hervida, aplicada con lavados.
Un rato después, al pasar de nuevo por el puesto del Chino, una muchacha me recalca en voz baja:
—No se la vayas a dar a tu novio, eh, ¡porque lo matas! Por lo menos lo dejas tarulo.
Pienso en la vez que me espetaron un eres como las tarántulas, ¿que se meriendan a sus machos después del coito? Pero no, yo soy inofensiva, quiero la datura para mí. El inconveniente: es planta sagrada, no le vaya a caer yo gorda a su espíritu seductor y me malviaje. Sin embargo –dice la Santa Biblia–, todo con acción de gracias es bueno… (Haré repelar a mi madre con que, en vez de orégano, en un descuido le pongo al pozole mi recuerdito del Sonora.)
La Muerte se avienta un tiro con Merlín, conviven aliens y feromonas embotelladas, los billetes de mentis les discuten la añoranza a las ollitas de chamoy y sus ácidos viajes infantiles, y los artículos místicos tienen precios especiales para sindicatos y gobierno. En el mercado impera el urbanornato, los efluvios herbales se revuelven con tufaradas de cloaca. Un lugar disfrazado de lentejuela y pluma de guajolote, que igual oferta muñecos vudú con práctico instructivo, como trolls en pucheros del tesoro. Un alucine de fantasía, ahijado de Toloatzin.
Dania M. Vándalos (Ciudad de México) escribe textos literarios, de difusión y opinión en publicaciones periódicas, y se ha dedicado a editar, traducir, promover libros en un amplio rango de asuntos, géneros y formatos. Atesora las andanzas por cerros y calles, además de la posibilidad de guardar a veces un poco de silencio.