Fragmentos de un libro difícil de enmarcar dentro de un género específico. El hambre es protagonista en una atmósfera lúgubre, post apocalíptica; un escenario que se configura alrededor del suspenso, la pregunta por “¿cuándo empezaremos a comernos entre nosotros?”
Desnudo a un hombre muerto
para limpiarlo a cambio de comida
—Señor, limpie a mi padre, me dice la hija
—Si me da comida, le contesto
La pequeña niña me alcanza una toalla también pequeña
arrastra por la mesa su plato hacia mí
—Primero limpie a mi padre, por favor
El muerto está cubierto de barro todavía húmedo
como una figura de alfarería a medio hacer
Lo limpio con esmero
Me imagino que soy yo acostado
cubierto de barro
que mis tripas son esas silenciosas
y no estas que gruñen
ni esta mi boca
llena de saliva
Este muerto al igual que yo
no puede saber cómo huele el plato de la hija
ni cómo es el sabor del barro que tiene encima
Es un cuerpo en el mundo
pero ajeno al mundo
(…)
Clavo la pala en la tierra
Podría encontrar una tumba vieja
tropezar con los huesos de un extraño
¿Cómo un mundo tan pequeño
que contiene todos los muertos
puede tener espacio para uno más?
—¿Tiene hambre?, me pregunta la hija
—Vivo con hambre
—¿Y por qué no quiso mi comida?
Tiro paladas de tierra a mi derecha
A mi derecha la tierra se va acumulando
Una colina
Un día probé la tierra
buscando un recuerdo de infancia
Tengo la imagen de mi mano con tierra
mi boca con tierra a los siete años
La imagen
No el recuerdo
(…)
Dicen que en la semilla de un árbol se cifra el árbol
ramas raíces hojas ya están en ella
Lo recuerdo al ver a la hija comer
¿Estará el padre muerto cifrado en ella?
¿Que empuñe el tenedor
que se escarbe los dientes con la lengua
serán los vestigios
raíces
las huellas del padre?
—¿De qué murió?, le pregunto
—Lo mataron
—¿Quién?
¿El silencio la mirada oblicua serán rastros del padre?
El plato queda vacío
el lugar parece vacío
el mundo se siente vacío
Un muerto una niña un hombre con hambre
de nuevo con hambre
no alcanzan a llenarlo
—¿Quedó bien?, le pregunto
—¿Qué?
—Usted, ¿se le pasó el hambre?
—No tenía hambre
(…)
El niño intenta liberarse de la mano,
y la imagen de las manos de su abuelo,
cortas y gruesas que de día leñan árboles
y en la noche prenden fuego,
irrumpe inoportuna.
Si el abuelo estuviera aquí no importaría
que el cuerpo levante la cara,
abra los ojos,
deje de ser un cuerpo para volverse hombre que mira.
Pero no está
y el miedo en los ojos del niño
se aviva frente a la vida del hombre
—No estoy muerto
La barbilla del niño tiembla,
el hombre se pasa la lengua por los labios
—Agua
La mancha de sangre que le queda en la boca
hace pensar en la quietud de la salamandra
cuando sale de la grieta
—Quiero agua
—Suélteme
La voz débil y la mano fuerte
parecen los atributos de dos hombres distintos