Ilustración: Katsiaryna Dubovik
Están a solo milímetros de distancia, las manos. O será más, pero las imaginás cercanas y calientes. Casi sentís el pulsar de sus venas, casi escuchás tu nombre en la respiración de él. Te acercás en la banca que comparten. Ahora sentís el roce de sus hombros discreto y sensual. Mirás al hombre de reojo. Te gustan su barba y sus gafas de lector. Creés oler su colonia potente. Te acercás ahora más, a la mierda con la discreción, es 23 de diciembre, hace un puto frío y todo se desborda, qué más da. “Hola”, le decís. “Hola”, dice él. Deja su periódico de lado. The Guardian, todo va bien. Te mira y te sonríe. Qué dentadura, qué labios húmedos, pensás mientras tu boca, ausente de preámbulos, le susurra ese nombre extranjero que sabés ya le ha provocado una erección. Más dura se le pone al tratar de pronunciar ese nombre con hache inicial, ese nombre que te ha hecho enseñar tu lengua sin habértelo propuesto. “La h en nuestra lengua es silente”, le decís con tus labios húmedos.
Contra la pared de su vestíbulo, allí te empieza a manosear. Que te manosee, que te meta todos los dedos de los que sea capaz. Qué más da, todo se va por el peñasco. Vos lo tocás, te humedecés cuando pronuncia tu nombre -lección de fonética relegada al olvido. Bajás su ziper, lo empujás ahora contra la pared, con la furia de la puta latina que está a punto de follar. Te agachás, como si lo hicieras cada día, como si no vivieras en un mundo de esterilidad sexual. Lo chupás, como los popis de tu infancia, como aprendiste a hacerlo con aquel noviecito quinceañero. Aquel del que te enamoraste y que un día vino a tu puerta y te dijo, “chao, me voy, beca en la Yunai”. Así se lo chupás, regalo de navidad adelantado, transatlantic delivery express.
Gime, gime, y vos, mojada, empapada, te reís. Yime, yime, diría él si tuviera que leer.
Ya en la cama, rodeada de libros, hacés el amor a lo francés. Con cigarrillos sería mejor, pero dejaste de fumar. Por qué no te casaste con uno de aquellos que fumaban y leían. Ah, fueron ellos quienes no se quisieron casar con vos. Le llevás las manos a tus tetas, que te manosee, que agarre, como si estuviera en la feria del agricultor, que se guinde, que no se suelte aunque venga un vendaval. Te sentás en su estómago. Firme, este debe tener unas pesas escondidas por ahí. Te restregás en su pecho. Se lo dejás empapado. El pinche inglés está bizco, y vos también, no te vas a engañar. Tu vagina se abre como una de esas flores de la O’Keefe que veías cuando llegaste a esta ciudad, cuando te interesaba el arte, la cultura y todo lo demás. Atrapás al miembro inglés. Le hacés el ternerito, así te decís en tu mente, ternerito, y te morís de la risa. Eso viene de tus tiempos de colegio, de aquellos mitos y charlas de chiquillas que estrenan su regla y hablan de técnicas que un día probarán. La succión del pene por los labios vaginales. Ternerito parece este inglés, con sus ojos bizcos y su lengua colgando. Apretás y apretás, y lo sentís venirse. “Sin condón”, le dijiste, porque todo se derrumba, y qué más da. “Gemí, gemí”, le decís en voz alta, mientras gemís por acompañar.
Mirás su mano fría, sosteniendo un periódico que no ha dejado de leer, ni el minuto en que te sentaste a su lado, ni el minuto en que te levantaste de la banca rumbo a la oficina de un abogado que te espera para firmar, para sellar un divorcio que ya no se puede postergar.
Sara Caba nació en San José, Costa Rica, hace algún tiempo. Aunque ese siempre será su hogar, ha vivido durante casi dos décadas en el extranjero. Se graduó de Psicología de la Universidad de Costa Rica, hizo una maestría en Sociedad y Tecnología en la Universidad de Roskilde de Dinamarca, estudios de postgrado en la Escuela Graduada de Educación de Harvard University, y actualmente cursa el MFA en Escritura Creativa en Español en New York University. Se ha dedicado a la docencia de español como lengua extranjera, ha publicado relatos cortos en inglés y español en varios medios, y en Londres fundó y dirigió durante una década el muy querido centro de lengua y cultura hispana Battersea Spanish. Vive en una casita bella en Brooklyn con sus dos gatos.