Quería escribir una novela posapocalíptica sobre una mujer enfrentada a la crisis de los 30 como ciudadana de un mundo en el que los estados-nación habían desaparecido y su espacio había sido ocupado por mega corporaciones. A Gabriela Cabezón Cámara (Buenos Aires, 1968) se le ocurrían ideas así, más cercanas a la ciencia ficción, todo el tiempo, pero nunca las llevó a cabo. Terminó, en cambio, escribiendo La virgen cabeza (Eterna Cadencia, 2009), un texto sobre el romance de una periodista policial y un travesti villero que habla con Dios. Su prosa abundante de frases largas y recurrentes subordinadas fue descrita como una “opera cumbia”, una voz tan barroca como arrabalera, que fue ganando fuerza con Beya (Eterna Cadencia, 2013), Romance de la Negra Rubia (Eterna Cadencia, 2014) y, finalmente, con Las aventuras de la China Iron (Penguin Random House, 2017).
Luego de una charla con estudiantes del MFA de Escritura Creativa de NYU, la autora conversó con Revista Temporales acerca de su transición tardía hacia la literatura y la carrera que ha logrado construir en la última década.
¿Cómo lograste saltar exitosamente del periodismo a la literatura?
Antes de La virgen cabeza lo que yo hacía en Clarín era diseño, montar las páginas. Después cambié de trabajo y me puse a escribir, sin saber mucho cómo se escribía en el diario. Fue más o menos paralela la escritura de la novela con mi breve vida de periodista. Habrá durado unos seis años. Para mí, había una tensión entre las dos cosas. La escritura periodística es una cosa muy reglada, muy formateada, tiene una visión del lector muy clara, a diferencia de la literatura. Hasta la extensión de las oraciones está normada. La Virgen Cabeza es muchas cosas, pero entre otras es una resistencia al periodismo. Por eso están las oraciones larguísimas con sus subordinadas, la mezcla de registros, con algo de ironía, con esto de poder recurrir a todos los recursos, poner a una voz extraída de una villa y algo del romancero español, así todo mezclado. Esa era la intención.
¿Qué tan bien conocías el mundo villero que se retrata en La virgen cabeza?
La villa es muy mundo que conozco lateralmente, como cualquier porteño. El momento en que escribí esa novela, la villa estaba dejando de ser lo peor que te podía pasar en la vida. Ahora lo peor es vivir en la calle, en invierno, con lluvias de tres semanas, con nenitos. Hace poco, a la vuelta de mi casa había una familia instalada en unos nylon y unos pallets. No había nada para esos chicos en el mundo. No sé qué vida les espera. La villa dejó de ser lo más precario. Ahora en Buenos Aires hay unos camioncitos de la ciudad que reparten frazadas miserables de noche. Muchos se tiran en cualquier parte, al medio de la vereda, se tiran en las frazadas y son como unas orugas. Es un nuevo tipo urbano: sabes que son personas, pero han perdido su figura humana. Los tienes que rodear o saltar. Siempre conocés gente que vive allí. Si no eres muy autista, o si no elegís con mucho ahínco vincularte solo con gente de tu clase, te los encuentras. Todo esto lo empecé a ver desde 1995. Después volvió al final del gobierno de Cristina (Fernández) y ahora explotó con el nuevo gobierno, que no es muy empático con los débiles. Es un grupo de niños ricos que apuestan por una meritocracia ridícula, porque ellos no saben lo que es el mérito. Todos nacen con un hándicap impresionante.
Todo esto ocurrió durante tus años formativos como escritora. ¿Qué tanto marcó tu trabajo literario?
Supongo que está muy metida esa idea de la crisis mayúscula. Aunque lo marginal lo veo muy claro en La virgen cabeza, pero no tanto en los otros.
Tu último trabajo, Las aventuras de la China Iron, es una subversión del poema de Martín Fierro, que aborda el mismo imaginario desde un punto de vista femenino. ¿Es difícil hacer algo original o revolucionario en literatura?
No lo sé. Es una pregunta difícil. No se me ocurre. ¿Qué podría ser revolucionario?
Más que con los temas, quizás tendría que ver con el lenguaje y con el estilo.
Es lo que intento hacer. Ese es nuestro trabajo fuerte: romper con lo cristalizado, lo ya muy muerto, muy tomado por el sentido común; tratar de devolverle al lenguaje la fuerza que tiene, que todo el tiempo tratan de quitársela. Es una ambición buenísima, en el sentido de que te motiva a llegar lo más lejos que puedas llegar. “Si ya llegué hasta acá, ¿qué voy a hacer después? ¿Otra novela que se parezca?”. Tienes que ir contra vos mismo. Para un escritor de mediana edad, lo original pasa a ser no copiarte a vos mismo. Yo sentí que era un gesto ambicioso tomar Martín Fierro, hacerlo desde el punto de vista femenino, hacer un canto de amor al imperio al principio, leer Europa desde los elementos de la pampa. Me di cuenta de que era ambicioso, un juego con la tradición literaria argentina, desde (Juan José) Saer hasta el Martín Fierro. (En el género gauchesco) Son todos varones, no sé por qué. Tal vez pensé que me estaba metiendo en un territorio que no se nos estaba habilitado mucho a las mujeres, o no nos habíamos sentido habilitadas. Viste que cuando estás escribiendo no puedes pensar en todas esas cosas. No podés sostener el aliento largo de una novela pensando en los demás, en lo que van a pensar, sino no podría escribir nada. Me parece súper paralizante.
Es interesante lo que dijiste acerca de los escritores de mediana edad, que ya tienen cierto recorrido, como tú, que ya tienes varias novelas. ¿Cómo te ves a ti misma ahora, en comparación con la narradora que eras cuando publicaste La virgen cabeza?
Bueno, cuando publiqué estaba muy contenta, súper excitada. Estuve borracha dos años para festejar (ríe).
¿Pero cómo se redefine una escritora después de todo ese trabajo?
Lo más importante y lo más difícil es pensar “¿ahora qué?”, “¿qué escribo?”, “¿a qué apunto desde lo formal?”. A lo que yo apuntaba desde lo formal, creo que ya lo realicé, que cuando me siento a escribir hay una música que me sale. Ahora tengo que trabajar contra esa facilidad e inventar otra cosa. Es re difícil.
Se supone que uno de los grandes desafíos de un narrador es encontrar su voz y desarrollarla, pero tú la quieres cambiar.
Bueno, si no es eso, entonces la tengo que llevar 10 veces más lejos. Hacerla sonar en otra música, con otras reverberaciones, con otra paleta. Lo que te sale fácil me parece que hay que evitarlo. No nos dedicamos a esto para repetirnos, para volver burocrática la escritura. Ganamos muy poco dinero, entonces debe ser algo que te mantenga vibrando, que te mantenga vivo. Si te sale fácil, hay que correrlo o profundizarlo. De otra manera es como ver los libros de los escritores viejos exitosos, esos que se dejan llevar más por la fórmula, que son gente ocupada, con eventos y tienen menos tiempo para dedicarse a escribir, curiosamente. En general hacen copias de sí mismos. Yo no quisiera ser una de esas viejas, pero sí me gustaría ganar el dinero que ganan ellos (ríe).
Hubo una especie de cambio de tono en la última novela. Es más “luminosa”, has dicho.
Traté de cambiar eso y de escribir una novela totalmente pictórica, que está hablando de la luz, de las texturas, colores, que fuera muy visual. Traté de que la prosa fuera más pausada, menos rabiosa. No sé si me salió, pero es lo que intenté. En ese sentido de lo que estamos hablando, venir haciendo alguna torsión a ver para dónde sale.
¿Cómo definirías tu prosa o tu estilo?
Me cuesta mucho eso.
De La virgen cabeza decían que era una “opera-cumbia”.
Sí, era un poco un chiste. Se promete en toda la novela, pero está medio escamoteado, son unas estrofitas. No sé. Trato de que haya muchos registros coexistiendo fluidamente, digamos. Trato que el sonido de la lengua esté muy subrayado, escribo palabra a palabra y luego por lo que cada palabra va generando respecto de las otras. Supongo que tendería más a lo barroco, pero no a la manera de Junot Díaz o Rita Indiana, es otro barroco. Pero para eso está toda esa gente que hace doctorados y postdoctorados. Mejor díganme ustedes, chicos.
Ese tiende a encapsular a los escritores dentro de ciertos grupos. ¿Con qué autores contemporáneos te identificas?
No lo sé, yo tengo amigos y te podría decir quiénes son. No sé si eso define algo más que la amistad, un horizonte ético o algún elemento simbólico que ordenamos de manera semejante. Yo la quiero mucho a Selva Almada, Julián López y Leonardo Oyola. Hay gente más joven, inédita todavía, que me gusta mucho. Un alumno mío es un capo, muchos otros son impresionantes. Creo que mi contacto más intenso con textos en este momento es el que tengo como profesora con mis alumnos. Por razones obvias. Es cierto que soy yo quien ve sus textos, pero no deja de ser un diálogo. Veo cierto aliento de rebelión, tanto en lo formal como en lo temático y me encanta.
¿Entonces crees en los programas de escritura creativa?
Está bueno estudiar una maestría o carrera de escritura creativa. Hay una cosa como que busca centralizar la escritura con eso de que “a escribir no se puede enseñar”. Dicen que se puede enseñar a actuar, a bailar, a pintar cuadros, fabricar puentes, hacer aviones, pero no a escribir, porque es algo que baja Dios, te tira un rayo y te ponés a escribir. Y no, la verdad es que sí se puede enseñar. De hecho, se aprende en carreras, maestrías, talleres, como cualquier otra disciplina. No todos van a ser genios que van a renovar las letras, pero ¿y qué? Hay una sacralización de la idea de escribir, de la figura del escritor. Todo se puede enseñar. Si con eso vas a hacer algo más, está en vos, como en cualquier otra cosa.
¿Estás trabajando en algún proyecto nuevo?
Me gustaría estar trabajando ya, pero me estoy tomando mi tiempo. No llevo muy bien todo lo de exposición, que fue bastante intensa con la salida de la China. Así que ahora camino, tomo aire, me doy un espacio para ver qué pasa. Tengo un par de ideas, pero qué es una idea en literatura. Nada. Hasta que no te sentás, no existe.
Pero entiendo que las ideas de La virgen cabeza y Romance de la Negra Rubia las tenías mucho tiempo antes de sentarte a escribirlas.
Sí, pero si te hubiera dicho que tengo una idea de un desalojo, en el que una mujer se prende fuego y termina siendo pieza central en la Bienal de Venecia, sometida a un trasplante de cara y siendo una negra rubia, todo ese delirio, bueno, hay mucho entre medio, ¿no? La idea primaria no era casi nada. Apenas una intuición de lo que se podía irradiar algo. Ahora quiero escribir poemas. Tengo unos guardados, muy referidos a la naturaleza, animales. Mi prosa ya es bien lírica, probablemente acá sería un poco más seca. Es lo que me ha aparecido hasta ahora.
Imagen: Xavier Martin.