Felipe Muñoz nació en Santiago. Era 1981. Es músico electro pop y performer y en su historial destaca el grupo de electroclash Pornogolossina y una serie de colaboraciones con la fallecida performer Hija de Perra. Desde hace algún tiempo Felipink trabaja en Mandolina Mía, un proyecto musical y audiovisual que –con un grupo de mandolinistas gays y ex evangélicos– busca resignificar el instrumento musical fuera del contexto eclesiástico y de marca de género. Entrevista en primera persona por Maria Luisa Furche.
Mi nombre es Felipe Muñoz y en las lides del arte me hago llamar Felipink. Cuando niño siempre fui histriónico, me gustaba mucho la oralidad. Recuerdo que, en los asados familiares, hacía discursos y cosas así. Todos me aplaudían en la casa, captaba mucha atención, y cuando llegué a un colegio católico –que además era solo de varones– no pasé piola. Siempre estaba cantando, bailando. Y eso, desde los seis, siete años, produjo que mis compañeros me hicieran mucho bullying. Además, mi histrionismo era muy femenino. De hecho, las tías del jardín infantil me mandaron al sicólogo por eso. Pero para mí no existía ni lo femenino, ni lo masculino. A los diez años comencé a tocar la mandolina en el coro de la iglesia porque mi familia profesaba la fe evangélica. Era un coro de 600 personas y como era disciplinado y me gustaba mucho la música, logré una aceptación y valoración que en el colegio no tenía.
Cuando entré a la universidad venía con todo este ímpetu musical, aunque dentro de un contexto de adoración cristiana con la que ya tenía reparos ideológicos a los quince, dieciséis años. Pero, como era un espacio de refugio para mí y era destacado entre los músicos, seguí yendo por un gusto por la música. Entonces, cuando entré a estudiar publicidad en la USACH, claro, me encontré con chicos que no tenían el problema de la represión de la religión, ni de los pares haciéndoles bullying. Vivían libremente.
En la universidad me metí a los talleres culturales donde había danza, teatro, pintura, escultura, y ahí habían muchos chicos gay, full fuera del closet, con unos looks increíbles, escuchando música súper moderna y yo quedé alucinado. Cuando empecé a compartir con ellos, encontré esta veta artística, pero en una creación libre, no determinada por la fe cristiana. En esa época, además, mis papás rompieron y se quebraron un poco las estructuras morales dentro de mi propio núcleo familiar. Empecé a salir con chicos y formé una banda electroclash que se llamaba Pornogolossina. El sonido era sencillo y las letras punzantes, desenfadadas. Y eso no existía en Chile. Con la banda llegamos a un ranking en Japón, nos tocaron en las discos de España, viajamos varias veces a Buenos Aires.
Después de Pornogolossina. comencé a colaborar con Hija de Perra. Estaba empezando toda esta onda del transformismo, no imitando a Thalía, sino que generando discursos performáticos y una estética bizarra. Así que me volví un colaborador de ella: hacía las pistas musicales en las presentaciones con un software de música. Las performances que realizábamos juntxs –sobre todo en el Clubizarre– eran de temáticas contra sexual y sobre lo abyecto. Fue ahí que empezó a aparecer el cuerpo como obra.
Desde niño he sido una persona muy sexual, siempre me ha llamado la atención la pornografía, y el cuerpo también está ahí. En esa época, 2000, 2003, era todavía más llamativo ver personas que abiertamente asumían su homosexualidad y que mostraban el cuerpo de forma homo-erótica en distintas piezas artísticas o a través de fotografías en las primeras redes sociales. En esa época no se hablaba de binario, no binario o teoría queer. No existía. Sino que lo vivíamos espontáneamente. Escuchábamos bandas que tenían esta estética andrógina, que hacían como un flash back a lo ochentero y nosotros los citábamos, pero naturalmente, porque admirábamos a estos artistas que hacían cosas fuera de la norma, del binomio hombre-mujer.
Creo que el cuerpo es el único espacio real de libertad. De la piel para adentro uno puede hacer lo que quiera: tatuarse, perforarse, tener sexo en masa, auto flagelarse, experimentar el sadomasoquismo. Y en la sociedad actual, en la que el sistema te atrapa por todos lados, salud, educación, vivienda, creo que el cuerpo es el único espacio de libertad. Por eso yo lo ocupo en mi obra. Poner la piel, usar vestuarios que la muestren, ocupar el cuerpo no solo en la ejecución de instrumentos, sino también desde la danza, la performance. Para mí esto es bien espontáneo. Creo que es por los referentes que sigo, las cosas que veo, mi gusto por el porno y cómo éste puede pasar de ser una entretención masturbatoria, a parte de un discurso y a cuestionar qué es lo que uno entiende como atractivo o sexual. Yo en mi adolescencia no pude tener pololito. Mi sexualidad fue reprimida, reprimida, reprimida. Y en mi adultez, cuando salí del closet, fue una explosión donde se me mezcló la expresión artística con mi gusto por los hombres, primeras salidas gay, experiencias sexuales sin culpa.
Cuando me invitaron a la premiación de los premios Todo Mejora –una organización internacional que lucha contra el suicidio adolescente por bullying–, fue de rebote, así como que un amigo estaba metido en la producción y me mandó una invitación por correo. Pensé: ¿qué puedo hacer? Para entonces, estaba muy en boga la ola de violencia que hay en Chile por la diversidad sexual, sobre todo con las personas que se ven más vulnerables: los chicos trans, los que tienen una apariencia más andrógina, los que están en transición, o los que parecen físicamente más débiles. Sentí que esa premiación –que tenía como drees code la extravaganza– era la oportunidad perfecta para decir algo. Así que recurrí a un artista de efectos especiales, un amigo mío que se llama Camilo Savedra, y con maquillaje reprodujimos exactamente las heridas y las esvásticas que le hicieron a Daniel Zumudio. Estuvimos tres horas construyendo capa por capa esas heridas, cicatrices y así fue como llegué al evento. Todos estaban vestidos súper elegantes, exageradamente producidos, pero de queer: hombres con faldones, las drag con sus pelos de tres metros y yo llegué semi desnudo y totalmente herido. Entré y todas la cámaras ta-ta-ta-ta-ta-ta. Flash, flash, flash, flash. Solo tuve que entrar, aparecer e irme.
Después de toda la ceremonia llegué a la casa de mi pareja, me senté en la cuneta y me dio un ataque de llanto de una hora y media. Pensé: “me lo hice con pinceles, pero hay personas a las que se lo han hecho con cuchillos en la carne”. ¿Cachai? Yo estaba citando algo muy, muy grave, una cuestión muy, muy violenta. En fondo si tu vas en la micro con zapatillas rosadas, te pueden volar la cabeza con un palo. Y eso ocurre en 2019, en Santiago de Chile.
Para mí son súper importante las letras de mis canciones, porque le dan sustento a esta pulsión que tengo por hacer arte en distintos ámbitos y que puede conectar con otras personas. También me pasa que no me gusta hablar de cosas que no me han pasado. Siento que me puedo apropiar del discurso en la medida que eso se relacione con mi experiencia de vida. He escrito letras de cuando me despidieron de un trabajo; de cuando me tuve que sacar una muela porque no me alcazaba la plata para hacerme el tratamiento; de mi propia historia con la religión y la represión sexual; de cuando estoy en la once con mi familia y sale algún comentario racista, ponte tú. En el fondo cosas que me pasan a mí, que me chocan o me llaman la atención. Además soy fanático de los video clips. Me sé de memoria los directores, los años de producción. Me encanta. Y siento que las canciones necesitan piezas audiovisuales que completen su significado o lo expandan. Por ejemplo, en el caso de Adentro, necesité acercarme a lo homo-erótico a través de un lenguaje artístico y saqué referencias de películas de Peter Greenaway, de productoras de pornografía y de videos clips que había visto, para generar ese contenido.
Mandolina Mía es el proyecto más ambicioso que he tenido. La idea surgió porque la mandolina sola suena de una forma, pero de a cinco, siete, diez, veinte mandolinas, agarra otro sonido. Y lo que hice fue reclutar a través de Facebook hombres que tocaran ese instrumento, porque existe una marca de género: ellos tocan guitarra y ellas las mandolinas; y de niño veía a otros hombres que la tocaban y también eran gay, pero nadie hablaba de eso. No existía un espacio para conversarlo, ni siquiera ahora. Así que sucedió que empezaron a aparecer de a uno los mandolinistas y llegamos a ser ocho. Ocho mandolinas. Los arreglos que creamos entre todos tenían contrapuntos, armonías, primera, segunda, tercera voz. Me volví loco.
También grabamos entrevistas con los testimonios de cada uno en torno a su sexualidad, infancia, relación con el instrumento, la espiritualidad, su idea de Dios. Cada uno era distinto. Y lo que nos unía era esa nostalgia por ese instrumento que nosotros escuchábamos en grupos grandes y que ahora ya no necesitaba de un contexto espiritual, devocional, cristiano para manifestarse. Sino que podíamos juntarnos entre gays, ex evangélicos, a tocar la mandolina y salir a bailar, fumar marihuana, echar la talla, loquear entre nosotras. El instrumento ya no dentro del contexto en que te tenías que portar bien y aparentar, sino solamente por el gusto de hacerlo, para una obra mayor que era contar nuestra historia y destapar todo esto que la iglesia evangélica –que tiene muchos reparos con la homosexualidad– ha invisibilizado, negado. Y nosotros, que tuvimos la conciencia de salirnos de todo eso, no íbamos a renunciar a nuestra capacidad de tocar el instrumento.
Con la convocatoria el pueblo evangélico reaccionó pésimo –una respuesta que en el fondo esperaba–, porque cuando el proyecto fue publicado en medios masivos, las repuestas de ellos fueron desde: maricones culiaos, muéranse, maténse; hasta: pobrecito los hermanos que desperdician su talento, el señor no se los va llevar al cielo o cuidado con este grupo satánico que pretende sacar a los hermanos de la iglesia para sus cochinadas. Textual te lo estoy citando. En un principio me chocó bastante, mi familia aún asiste a la iglesia, pero como yo sabía que este destape de olla iba a generar resquemor entre ellos, lo consideré parte del cuerpo de obra e incluso lo incluí en las visuales de los conciertos. Así que podemos estar hablando de diversidad sexual como política de gobierno hace años, pero todavía hay gente que piensa que yo elegí la homosexualidad porque soy cochino.
Creo que las niñas y niños que se encuentran en una minoría sexual deberían agruparse y cuidarse entre sí. Tener la autenticidad como norte, la auto realización. Porque uno no puede dar amor verdadero desde una careta o desde un rol. Hay que encontrarse desde la verdad, la transparencia y el amor requiere vincularse desnudo, como realmente se es. Todo fluye mejor así. Hay que despojarse de todas las opiniones que tienen los otros de uno, incluso de los seres queridos. Por suerte, el contexto sociocultural de hoy está mucho más avanzado. Estamos viviendo la transición de una visión de la sexualidad que de hombre-mujer pasó a una multiplicidad de casillas que incluso están quedando obsoletas, porque la sexualidad es libre y fuera de clasificaciones. El pensamiento disidente cada vez tiene más razón y las limitaciones perjudican a las personas en vez de darles herramientas para relacionarse.
También pienso que hay una burbuja progresista en la que a veces los artistas, intelectuales o las personas nos encerramos. Porque tu sales de la burbuja progre y vas a Pudahuel y todavía te pueden pegar con un bate. Hay que tener ojo. Ojo con las resistencias que aún existen, porque si bien el progresismo ha dado grandes pasos, el conservadurismo ha dado otros más importantes aún. Imagínate: ¿En Latinoamérica cuántos presidentes fascistas, homofóbicos tenemos? La teoría queer y toda este academicismo respecto a la sexualidad, claro, ha alcanzado lugares más aceptados, pero por otro lado los medios de comunicación, los medio de masas, también tienen una responsabilidad en el avanzar del conservadurismo. La gente que tiene un pensamiento más limitado, se siente hoy más apoyada, en contexto para manifestar su repudio. Y este proceso de transición está siendo muy violento en relación a los ataques que están sufriendo las personas en la calle, a los intercambios de opiniones en las redes sociales. Tanto como ha avanzado la diversidad, ha avanzado el conservadurismo. Estamos en la pelea y bueno, es responsabilidad de nosotros, los que vivimos nuestra sexualidad de forma libre, educar a las personas con amor y también dar la pelea y echar la bronca cuando sea necesaria.
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