En Farmacotopía (Ed. Bonobos / UANL, 2014), del autor mexicano Óscar David López (Monterrey, 1982), el cuerpo es al menos tres: cuerpo poeta, cuerpo poema y cuerpo lenguaje. Las palabras con las que se construye ese cuerpo son auscultados órganos, y su creación es a la vez proceso (ej. digestión) y su producto (ej. excreción). Hay una quirurgia del verso, libre pero también en prosa des-amarrada en búsqueda, como el cuerpo del poeta, en un restringido territorio de libertad dentro del amplio vacío de los márgenes que la rodean. Márgenes que actúan acaso como paredes de la celda/habitación, que justifican y a la vez le exigen justificarse, que vigilan y que son el envase dentro del cual la prosa y el verso de Farmacotopía efervesce.
La voz poética se expresa desde una especie de desdoblamiento. Quien habla logra un estado dual, ser a la vez el cuerpo y quien le asedia/asiste desde afuera. El padeciente es a la vez el científico que ausculta, que analiza la carne como si no le perteneciera, como si pudiera fijarse en ella sin sentirla, pero se siente y duele. Así, los poemas parecen escritos con la urgente letra de un médico, desde el sentido sin sentimiento y también desde el sentimiento sin sentido. El médico paciente se expresa desde los intervalos del dolor y el delirio de la anestesia.
Los poemas de Farmacotopía son producto de un sistema, un sistema como el que comunica de la boca al ano, del ano a la boca y que también explora otros orificios por donde escupir o suturar o amputar el verso para que se cuele por distintas cavidades. De ese suturar y amputar, nacen palabras Frankenstein, vocablos ad-heridos, pero sobre todo heridos, suturaciones y saturaciones del lenguaje que nos suministra el autor en dosis de español queer.
Leer Farmacotopía y desde el título pensar. Pensar en Paul B. Preciado, su Manifiesto Contrasexual. Pensar en un discurso queer inyectándose en el cuerpo del poeta, en el cuerpo del lenguaje, en el cuerpo del poema, discurso queer sangrando desde esa misma trieja corporal que comparte la misma sangre, transmitiéndola a quien lee en versos y prosas trans-fundidas. Poeta, poema, lenguaje, son en Farmacotopía creaturas traídas a la vida o arrebatadas de la muerte en inhóspitos hospitales, en el inhóspito hospital de los Pinochos averiados que para dormir o por no poder dormir, cantan estos poemas con duelo y dolo y dolor crujiente, aséptico por lo menos, escéptico por lo demás.
La voz del poeta en este libro es una cucharada que se escupe o un gargajo que se bebe. El poeta es un catador de remedios y venenos, transcribiendo sus ambivalencias, logrando en cada texto testimonio ser cicatriz y estigma, concha y tatuaje; en suma, delirantes, razones de un cuerpo que se acomoda y se rebela ante la mínima exigida por las categorías de lo sano, y de un lenguaje que a su vez se acomoda y se rebela ante las categorías de lo correcto.
Farmacotopía es Foucault haciéndose la paja o impedido para ello, pero llenando de babitas la almohada, enamorado y asustado del discurso de Madonna, “Popper don´t preach”, mientras bebe un cock-tail servido en un vaso-dilatador.
Farmacotopía es el diario que escribe un condenado a amanecer a diario condenado a la letra chica del contrato social. Condenado, sí, pero no por ello despojado del goce, al menos no por completo. La letra chica decía: se compromete a existir y ser controlado, existir y ser agente del control, excitarse y controlarse, pensar straight, excitarse y controlar el deseo, la sexualidad, la menstruación, la erección, la disfunción y todas las etcéteras del cuerpo deseante y vigilado. El autor demuestra entonces que, como todo contrato, el social, además de letra chica, tiene vacíos por donde es posible, al menos, imaginar territorios exentos de su obligación.
Farmacotopía se escribe desde la madre lengua privada, besándola con la lengua madre del capitalismo sicoanalista siquiátrico occidental y los poemas se leen como consignados en la etiqueta de un medicamento, del farmacón, en palabras de Derrida, ese encantamiento simultáneamente benéfico y maléfico. Componentes, posología, modo de uso y contraindicaciones se mezclan en la misma letra, un remix desafiante de puntaciones y entre paréntesis, acomodado el carácter y los caracteres a la manera del intestino. En este poemario el lenguaje alardea de ser cuerpo y anticuerpo, materia de consignación en historia clínica, cíclica, cínica. El cuerpo, y ya se dijo, trieja poeta-poema-lenguaje, es, a la vez, solución e irresoluto, venerable y venéreo, cuerpo Sísifo conocido por su castigo, trabajo para librarse del exterminio u olvidar-ser territorio de un experimento y escapar de Mengele al estilo sálvese quien pueda. El cuerpo, ante la medicina, necesitado de ella, indefenso ante ella.
Cada poema o amanecer empieza con un asterisco, estrella o ano, sol que ilumina al cuerpo en objeto de investigación en busca de un lebesraum. Acaso una manera de introducir una pregunta más a la lista. (*) ¿De qué quejarse cuando el castigo es un pan que se reparte equitativo? (*) ¿Es el goce un regalo restringido repartido solo a los vencedores de un sorteo? (*) ¿De qué depende cuánto goce le corresponde a cada uno, a cada cuerpo? (*) ¿Qué significa una palabra cuando se le mutila como al cuerpo, o cuando se le considera un siamés emancipado y se manda a vivir su otra mitad a otro verso, a su propio verso? Palabras siamesas separadas al filo de la línea anterior y al inicio de la siguiente, ambas sangrando despegadas de la espalda compartida en una especie de ab-uso de la lengua escrita, graficada, garabatos de médico.
Entre los amplios márgenes de Farmacotopía, paredes que se juntan, que asfixian, yace una escritura marginal, con palabras que constituyen porciones de poder que incluso son capaces del más contraindicado de sus efectos, desdecirse, dejar que la palabra mute su lectura en el siguiente vocablo como un tarot que se vuelve tarado, o un tarado que se vuelve tarot, clarividente en estos poemas que multiplican estribillos hasta lograr un registro singular de lengua. Farmacotopía, de principio a fin, una ópera operada, cantada por un cuerpo que padece la carne y goza la imaginación, su último y quizá único resquicio de libertad.