El programa de escritura creativa en español de NYU puede y merece definirse como un experimento extraordinario y singular. Creado con el rigor y ambición de un programa equivalente en España, Colombia, Argentina, México o Chile, su existencia no deja de ser particularmente sugerente por el hecho de estar en Estados Unidos y sobre todo por estar en la ciudad de Nueva York.
Nadie discutiría la conveniencia de hacer aquí un programa similar, no en inglés ni en español, sino bilingüe, como de hecho, se hizo, antes que el nuestro, en El Paso, Texas. La idea del bilingüismo forma ya parte esencial de la autoimagen de las comunidades y las culturas latinas a lo largo de Estados Unidos. El bilingüismo como instrumento para la escritura creativa es un asunto de justicia social, además de ser un proyecto de gran generosidad cultural. Pero el nuestro es un programa de otra índole. La idea de hacer la primera maestría en escritura creativa monolingüe de una lengua que no sea el inglés, y hacerlo en Estados Unidos, específicamente en Nueva York —que tiene dos legendarias maestrías de escritura creativa en inglés— ya propone otras coordenadas y otros modos de entender la configuración actual de las naciones en el mundo global, así como el devenir de las lenguas en el interior de las nuevas territorialidades socio-políticas del mundo actual.
Lo cierto es que hoy día más gente habla español como primera lengua en Estados Unidos que en España: 41 millones, de acuerdo al último censo, siendo el segundo país con más hispanohablantes después de México. En la ciudad de Nueva York, un dieciocho por-ciento de la población habla español. Se calcula que para el 2050 Estados Unidos será el país con más hispanohablantes en el mundo. Este programa, entonces, ha sido el primero en asumir a Estados Unidos como una presencia global del español, como un extraño y prometedor país en español. Es en este sentido que se trata de un experimento pionero y ambicioso.
Al salir de sus respectivos países de origen para llegar aquí, la mayoría de nuestros estudiantes se dan permiso para desvincularse de la comodidad nacional que identifica la lengua y sus usos con toda una mitología de los orígenes, los deberes y las razones de los que hablan una lengua común en un mismo país. Es como si el español se convirtiese de pronto en una suerte de aljamiado, una lengua al mismo tiempo íntima y ajena, natural y extranjera, cotidiana y secreta.
De cierto modo, nuestros estudiantes llegan para formar parte (algunos regresan a sus países de origen, otros se quedan) de esa mayoría circundante de hispanohablantes en un país y en una ciudad donde su lengua no es la lengua nacional. Hay una singularidad particular que le corresponde al que se expresa en su lengua lejos de su patria. De cierto modo, nuestros estudiantes llegan acá para encontrarse con las muchas lenguas del español. Llegan acá para descubrir que nadie habla, realmente, español, como un sistema universal, homogéneo, cosmopolita e igualmente accesible, sino que cada cual habla (y sobre todo escribe) su lengua del español, un dialecto, atravesado por las diferencias respectivas del territorio, la clase, la raza, el género, el deseo, la geografía, el clima o el paisaje.
Este sigue siendo un programa monolingüe del español, pero de un español desterritorializado, tensado por la convivencia cotidiana con las otredades de una misma lengua. Ese encuentro con la muchedumbre de la lengua, representada aquí desde todos los rincones de América y de España, es probablemente único y convierte este MFA en un lugar inusitado, en un espacio para el descubrimiento de modos distintos de la expresión creativa de una lengua deslocalizada. No se me ocurre una razón más apremiante y a la vez excitante para justificar la razón de ser de nuestro MFA, que ya, a sus 10 años de vida, ha producido una generación de jóvenes escritores reconocida con premios importantes, con plazas de empleo en otros programas de escritura creativa, con una presencia cabal en diversas editoriales, revistas y proyectos artísticos en tantas partes del mundo.
Extiendo, a nombre de todos, una felicitación a Sylvia Molloy, Lila Zemborain y Mariela Dreyfus por haberse inventado, hace ya diez años, este estupendo engendro; A Diamela Eltit por haberse unido al proyecto desde el comienzo, y a Antonio Muñoz Molina, Sergio Chejfec, Lina Meruane, y a todos los que, año tras año, vienen a formar parte de nuestros eventos y talleres, enriqueciendo de tantas maneras la experiencia formativa de nuestros estudiantes.
Imagen: Juan José Richards