La disidencia es la mejor arma de Mónica Ríos. La obra de esta escritora, ensayista, guionista y editora chilena, radicada en Nueva York desde 2010, se aleja de los consensos literarios. Subversiva y desmembradora de los mecanismos del poder, su escritura cumple la labor desestabilizadora que la literatura debe realizar para rebelarse ante los modelos que nos rigen. Revista Temporales publica ahora La noche valpúrgica, un extracto de sus novelas dobles Alias el Rocío (Lanzallamas, 2014) y Alias el Rucio (Sangría, 2015). Como en un vigoroso juego de espejos cinematográfico, son novelas casi gemelas, siamesas, donde la transparencia de las palabras reflejadas rebota, se deforma y se descompone entre fuegos fatuos, ritos, pactos y artilugios faústicos.
La noche valpúrgica, extracto de las novelas dobles Alias el Rocío/Alias el Rucio, cita una celebración de brujas y diablos recuperada en el Fausto, de Goethe. Los mitos originales, ancestrales o fundacionales son patrones que se repiten en todas las culturas, como el viaje del héroe, de Quetzalcoatl a Ulises ¿Por qué citaste en el título del capítulo ese mito germánico?
La referencia al Fausto es parte de una búsqueda literaria sobre la fascinación con el cine. Desde la primera vez que leí este libro de Goethe, hace ya como veinte años, siempre me impresionó que se le diera voz a los fuegos fatuos, que no son una sustancia, sino una luz que sale desde los cuerpos en descomposición. En el Fausto hay una pregunta sobre el conocimiento como iluminación -la metáfora es bien consabida-; el personaje con la ayuda de Mefistófeles quiere buscar otros tipos de conocimiento que tienen que ver con la oscuridad. Y bien sabemos que la oscuridad no es oscura sin la presencia de la luz. Así como el cine tampoco es posible sin la luz y la oscuridad. En los inicios del cine, cuando estaba de moda que la gente se juntara a hacer espiritismo, esta técnica se utilizó para dar cuerpo a los espectros; la foto también, incluso se utilizó para fotografiar a los muertos como parte de ritos funerarios. Me interesa ese pacto que establece Fausto con Mefistófeles, y cómo este último siempre sigue al otro, como un camarógrafo con su cámara. Pero también convoco, especialmente en la “Primera respuesta a los productores” varias otras referencias a pactos similares y de la literatura chilena, también de algunas películas. Nunca olvido, eso sí, que hay otro mito fáustico en Las mil y una noches, donde un demonio le da el don de la música y el poder de narrar a una mujer con el que controla a los hombres poderosos que están a punto de ejecutarla.
Por otra parte, cuando estaba escribiendo la novela, estaba buscando referencias a Valpurgis para otro texto que escribí, tal vez para una nota de lectura, y encontré en internet una referencia que decía que esa palabra había sido utilizada por César Vallejo en uno de sus artículos para referirse a las luchas que quieren revertir el orden de la sociedad. Recuerda que sí, ese es la noche de brujas, pero también el momento cuando se levanta la tela entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos, donde los seres del inframundo se toman el mundo cotidiano de los vivos. En ese entonces me acuerdo haber buscado en todos los libros de Vallejo la referencia, y creo que no existe, que es una invención de este comentador. Incluso ahora que lo busco tampoco lo puedo encontrar. Así que este título se suma a una cadena de versiones apócrifas, lo que le da otra cara valpúrgica al extracto, donde estos seres que una mujer ha estado cosiendo finalmente se levantan y bajan “ya cansados de andar como perros” desde los cerros hacia el valle donde está Santiago de Chile.
¿Por qué cambiaste el título Alias el Rocío a Alias el Rucio en la edición chilena de tu novela?
Primero que nada, porque el contenido de la novela no es el mismo. Es casi el mismo, pero tiene algo diferente. Es un libro que muta, pero en cuyo cambio también pone énfasis en distintas cosas. Se llama Alias el Rucio solo en Chile. Es un juego de palabras, pero también rucio y rocío son dos palabras para llamar a lo mismo, a aquellas palabras cuyos sentidos se disuelven cuando les pones otra luz. En Chile, me parece importante poner énfasis en la coloración, en una crítica que cruza la sociedad en muchos niveles, y que nos afecta a todos en forma diferente. He escuchado a gente muy brillante habitar lugares comunes sobre los colores de la piel, he escuchado a gente estúpida decirme cosas idiotas a mí o a mi pareja, por ejemplo, sobre nuestros colores. Creo que eso está cambiando, no lo espero, lo veo, por eso “La noche valpúrgica” es el clímax de los dos Alias. Está cambiando con mi generación que se pone vieja, pero también con una sociedad que pronto tendrá que ponerle varios nombres a la intolerancia genérica, de proveniencia, nacional, profesional y de formas corporales. Falta mucho para ese cambio y como sabemos los cambios no son lineales; son esfuerzos constantes para combatir el conservadurismo de todos los tintes políticos. Hablo entonces sobre la esencialización en tantos sentidos y creo que el perro rucio habla de esa múltiple adscripción de los cuerpos a distintos modos de violencia: la racial, la corporativa, la de género, la de clase, la económica, la del sentido común.
¿Cuál es tu relación con la palabra? ¿Te interesa contaminar el lenguaje, no uniformizarlo?
Me gustan esas preguntas que ya contienen la respuesta. Podría responder con un monosílabo: sí, no. Entonces, mejor tal vez o depende. Te contesto con dos desviaciones: la primera es que mi tesis de licenciatura la hice sobre Severo Sarduy, hace ya más de una década. La otra es que la palabra nunca es una sola y que a uno le queda claro con la traducción o esta vivencia que tenemos tú y yo y tantos otros que nos despegamos de la lengua materna, del inglés al español, pero también del quiché al español, o del farsi al francés y al inglés, por ejemplo. Siempre me han impresionado mucho los traductores, creo que poseen algún secreto, me parece que traducir es una actividad difícil. Cuando yo tengo que traducir, sufro, pues veo miles de posibilidades y no puedo optar por ninguna de ellas. Es como cuando ves a un contorsionista: son cosas que te preguntas cómo. Un traductor plasma uno de los sentidos posibles y lo sella en un nombre. Mi novela no utiliza nombres. Mi escritura, creo, transparenta la opacidad, viste de géneros anónimos aquello que parece hombre a primera vista, de mentira lo que parece cierto. La intención es revertir la univocidad de todo sentido totalitario (la voz del realismo, sí, pero también la realidad delgada de cierto periodismo coludido con dueños o de algunos críticos en medios oligárquicos atrapados en sus privilegios). La palabra es un campo de batalla. Basta ver cómo los medios en este país deforman y reforman y enceguecen la política de las nuevas izquierdas en Latinoamérica. Me interesa conservar la densidad de cada palabra, me interesa la intensidad de cada palabra, y la posibilidad de ejercer la densidad como una experiencia alternativa más allá de la literatura.
¿Hay en Alias el Rocío/Alias el Rucio una lectura política no explícita, no literal?
A estas alturas a mí todo en esta novela me parece literal. Por eso uno espera las lecturas, para que te descentren y te descoloquen. Mis respuestas anteriores creo que revelan algunas posibles respuestas. La disidencia, creo, es una de las banderas de lucha de mi escritura. Y no es solo la posibilidad de oponerse -porque depende contra qué uno se posicione-, sino contra el consenso. Del país de donde vengo yo, desconfío del consenso porque se vincula con la violencia neoliberal, una violencia que cocina lento y con una aparente desideologización. La disidencia permite la crítica y la apertura a otras posibilidades de existencia, permite visibilizar, ver, mostrar. Para mí la literatura es el lugar de la disidencia, y por eso conserva su relación con una política revolucionaria, anticonservadora y antiliberal. Así como mi literatura busca desvincular los sentidos naturales de la palabra, mi trabajo académico y de edición busca dar luces, como una cámara que encuentra un detalle en un plano general y sigue ese detalle hasta el cansancio, sobre cosas que por lo general pasaríamos de largo porque es parte de nuestro sentido común. Creo que lo común es tan necesario como peligroso; esos significantes vacíos pueden tanto permitir los cambios -como en movimientos sociales- como ser utilizados para privilegios individuales y por los movimientos conservadores (el discurso de los derechos humanos es un ejemplo: ha servido para buscar justicia, pero también para hacer guerras lucrativas). Y sin embargo, todo lo que hago disiente de los escritores que se construyen como opinantes contundentes a través de un lenguaje que adelgaza.
En tu escritura despliegas una estética refinada y de múltiples lecturas ¿es una forma de rechazo al modelo de literatura comercial que el mercado editorial impone hoy en día y al modelo social y económico que toma a la literatura como un nicho más de la industria de la entretención?
Quiero contarte que disfruto de productos de la llamada industria de la entretención; además, respeto mucho el trabajo de otros, por eso lo disfruto y escribo mucho sobre cosas que leo y he visto. Creo que mi rechazo es a la autonomía de la literatura. No creo que un escritor pueda ser solo escritor y pasársela de gira diciendo cosas importantes y luego haciendo una fundación para hablar sobre una democracia mientras vive de los privilegios que destruyen a otros. Disfruto mucho las series que hablan de problemas contingentes, por ejemplo, que piensan cómo se van a relacionar con la sociedad y las personas detrás de las pantallas como algo más que ganar dinero. Tampoco creo que haya una forma artística mejor que otra, aunque sí me molestan las modas literarias, desconfío de las “tendencias”, concepto marquetero que se ha colado en nuestra habla cotidiana. Todo esto se puede ejemplificar con esas series de policías que buscan indicios y resuelven un melodrama o esas novelas de hombres o mujeres que caminan por la ciudad padeciendo la política mientras descubren el amor.
Por mi parte, me interesa más pensar por qué hay ciertas voces que reifican ideas sobre la literatura y el mercado; por qué ciertas voces reifican la idea de que hay escrituras imperfectas que generalmente, en nuestros campos literarios, coincide con la literatura de mujeres y otras minorías. Podría decirse que admiro el oficio, esa escritura que se las bate con una materia para sonar perfecta en su imperfección. Una de las cosas que me ha impresionado mucho es la forma en que los escritores hoy se exponen o venden su imagen en fotos, en circulaciones, y una ansiedad de que te lean a toda costa, para que te pongan likes en el cuerpo, o en la piel, te vistan de imágenes de otros. Entiendo la pulsión que asesina al yo, pero eso también es fácilmente acaparado por el mercado si no lo ejercemos críticamente. Creo que mis lecturas son atentas, y mi escritura distraída. Para escribir tengo que distraerme de esa ansiedad y llegar a experimentar esas otras realidades vocales. Como escritora, editora y académica busco cosas de las que poca gente habla, como un gesto de descentralizar, destotalizar. No sé si lo logro, pero es lo que busco. Me gusta editar libros que sean inusitados, raros, y que circulen de manera errática. Detesto vender libros, pero soy muy buena para hablar por qué son buenos, para darle urgencia a lo que dicen las escritoras, porque me parece urgente, porque ese es el vínculo que la literatura debe conservar con lo que está fuera de esa disciplina. No necesariamente vender. Me gusta leer libros lentamente, que se me impregnen e impregnar, cuando escribo sobre ellos, mi palabra con cómo siempre la literatura desajusta formas anquilosadas y lucrativas.
En Alias el Rocío/Alias el Rucio, aparece la presencia de una cámara de cine ¿La novela se relaciona con tu investigación doctoral sobre películas fundacionales, precisamente dirigidas por una mujer pionera del cine chileno, borroneadas de la historiografía oficial?
Visto desde ahora, claro que tiene relación, aunque para mí no fue ostensible hasta que la novela estaba muy avanzada. Empecé a escribir la novela antes de llegar a Estados Unidos, cuando la investigación doctoral que ahora llevo a cabo todavía no tenía forma. En ese entonces, ya había escrito guiones, había dado clases de guión en una universidad y había escrito sobre cine. Si tuviera que encontrar un nódulo común para ambas escrituras -la novela de 2014-15 y la académica que ahora hago-, podría ser ese: entre 2008 y 2010 publiqué en coautoría un libro sobre cine de mujeres chilenas durante la postdictadura, que ahora veo con mucho recelo, y escribí sobre varios guiones de Manuel Puig y uno de Ricardo Piglia para mi tesis de maestría. En ese entonces, esto de estudiar guiones en una escuela de literatura era algo bien escurridizo, sin forma, por lo menos en Chile. Esas adaptaciones que hicieron estos escritores argentinos, me sirvió para canalizar una pulsión sobre el vínculo que tiene la literatura con el cine. Lo que veo son formas narrativas muy específicas, que tienen sus propios límites y maneras de deformar los registros. Por eso la cámara y las distintas técnicas de edición son uno de los personajes de esta novela.
Pero, como bien sabes, en Alias la película es un documental y no ficción, y busco el límite entre los dos, especialmente cuando el documental en Chile y en el sur ha sido tan importante para pensar los vínculos que el arte tiene con la política. Los documentos del pasado, y de esto también hablo en mi tesis doctoral, han sido usados para muchas cosas, para crear, por ejemplo, una historia que borre ciertos pasados inconvenientes, documentos destruidos con el objetivo de que no se incorporen a nuestra construcción identitaria. El problema para mí sigue siendo esa voz que despolitiza y naturaliza una manera de narrar, que la vuelve realismo, que la vuelve real, borrando. Mi interés en el proceso de edición del cine habla sobre esa construcción y cómo la narración nos predispone a llenar los espacios entre cada “escena”, entre cada elipsis, con cierta naturalidad. Hablo entonces de las miradas parciales, las miradas mutiladas acaso a las que nos predispone cierto realismo.
Por otro lado, el filósofo costarricense Pablo Hernández hizo una lectura de mi novela bien lúcida sobre el vínculo entre los cuerpos, el corpus, el archivo y la investigación. Es un punto de vista con el que concuerdo absolutamente y disiento absolutamente, con mucha admiración.