Por Miguel Zamorano
Después de Un accidente llamado familia (2007), Algo se nos ha escapado (2011) y la novela Nunca sabré lo que entiendo (2014), la escritora peruana Katya Adaui se preguntó: «¿Qué quiero?». La muerte de sus padres tuvo mucho que ver con esta decisión. Dejó su trabajo y su ciudad —Lima— para asistir durante dos años a una maestría de escritura creativa. «Quería hacer literatura, aprender». Aquí hay icebergs (2017) es —podríamos decir— la culminación de la autora hacia la escritura. La familia, la violencia y la memoria, temas que ya había explorado en sus anteriores trabajos, reaparecen en forma de historias y recuerdos fragmentados. El agua es el elemento que cohesiona estos doce relatos y que a veces en su forma sólida —el iceberg— se quiebra, dejando a los personajes, a su pasado, como suspendidos en el vacío.
Tus padres dijeron antes de morir que nunca consiguieron hacer lo que habían querido.
Los dos dijeron eso y casi muero yo. Los dos dijeron eso y me dolió la vida. ¿Qué quiero?, me pregunté. Y comencé a vivir con mayor honestidad mis deseos. Y uno de esos fue escribir. Darme una vida que me lo permitiera: tengo 6 trabajos, todos escribiendo. Soy dueña de mi tiempo, estoy agradecida con el regalo que me di, de cualquier forma me voy entrenando.
Dejaste todo para estudiar una maestría de escritura creativa, ¿cómo tomaste esa decisión y cómo acabó afectando o influenciando a tu escritura?
Fue una mudanza necesaria. Mi mamá acababa de morir, mi padre llevaba muerto tres años. Me dije: es ahora o nunca. Hay esta maestría en Buenos Aires que no existe en tu país, quieres hacer literatura y aprender. Yo quería estar aquí, entre estas mentes que piensan mejor, que se analizan, que miran hacia atrás para ir hacia adelante. Me concedí una vuelta a lo contemplativo, entre la creación y el duelo. Yo vengo del periodismo, no tuve esas lecturas estructuradas que te ayudan a armar un sistema. Me hizo mucho bien estar rodeada de escritores afines o no, de compañeros igual de hambrientos, de lecturas inesperadas.
Estructura y lenguaje son dos elementos que tienes muy en cuenta a la hora de escribir.
En Aquí hay icebergs cambió mi forma de escribir, porque cambió mi forma de pensar. Algo ocurrió. Me di cuenta de que tenía rabia. Hay muy poco tiempo. Lo que damos por seguro también se irá. Escribí desde esa urgencia. El lenguaje, el poder decir algo como se quiere, pide un tironeo, juego y afloje, una cosa de posesión, entrega y disfrute.
Uno de tus temas principales es la familia.
Me interesan las relaciones puestas al borde. Todo es malentendido. Aprovecho esa posibilidad de fracaso y ficciono a partir de eso. Nos movemos alrededor del núcleo familia, con sus ensayos y sus errores. ¿Cómo esa convivencia extrema puede funcionar o resistir? ¿Cuánto hay de coraje, amor, repeticiones, dejar pasar, rencores, secretos? ¿Y si alguien decide no perdonar o por fin abre la puerta y sale para no volver? Todo eso me lo cuestiono.
Muchos de los personajes que encotramos en tus relatos están atravesados por traumas, recuerdos que les marcan profundamente.
Pienso en la vida de ese personaje, cómo era y es desde que le ocurrió eso. Cómo convive con su herida singular, como cualquiera de nosotros. La mayoría no tiene nombre, ni características físicas, ni ropa; van con pocos adjetivos encima. Cada quien los puede imaginar como quiere. En cuanto a su personalidad, trato de que haya señas. Los pienso mucho, tienen que sentirse vivos: son narrados en presente, quieren un futuro, pero están llenos de pasado. Ese dolor único los hermana, los hace pares. Pienso: este hombre, esta mujer, este niño, esta anciana, es uno de los nuestros. Está igual de perdido.
También podemos observar un recurso habitual: el de la fragmentación. Sobre todo en la estructura y en el lenguaje.
Estamos hechos de fragmentos. Quiero decir, nos narramos en partes, no somos lineales. Cualquier construcción está hecha de fragmentos. Me parece natural.
Disfruto mucho del silencio en el lenguaje, lo no dicho, el esbozado. Intento explorar mi yo incompleto. Los recuerdos son muy mentirosos. Donde no hay completud del recuerdo, invento. Eso es delicioso, permitirte saltar entre mentiras. Hay un ritmo caprichoso en ese silencio. La memoria es caprichosa, también.
El agua es también un elemento muy presente que se contrapone al hielo.
El agua resignifica, adquiere tantas formas, formas nuevas. Adoro el agua. Veo un charco sucio y no me importa: hundo mi pie ahí. El mar me aterra, pero nado en aguas abiertas. Cuando era niña amaba las piscinas. Después te enteras de que nunca cambian el agua. Que está limpia por el cloro y el cloro no deja de ser veneno. Estos pensamientos se asocian y fluyen. Escribir es entrar a un estado de fluido. El inconsciente flota ahí. Y uno va y pesca lo que puede.
Ahora vives en Buenos Aires, ¿crees que todavía entre los países en los que hablamos y escribimos en español nos leemos pocos entre nosotros?
Es impresionante la calidad de lo que se escribe en la Argentina. No hay vida para tanto descubrimiento. Ahora vivo de nuevo en Buenos Aires.
El circuito del libro es un tema complejísimo. Que nos leamos es casi milagroso. Cuentagotas. Las editoriales independientes trabajan mucho por llevar los libros de un lado a otro, a veces las grandes también. Pero ni idea de cómo hacer para que viajen más y encuentren lectores nuevos. Presiento que es una decisión editorial pero también política. El ambiente de una maestría en escritura creativa propicia el encuentro de múltiples nacionalidades, pero no deja de ser un espacio acotado.
¿Cómo ves la escritura de mujeres en el Perú y, en general, en Latinoamérica? ¿Crees que está en un buen momento?
Tenemos autoras en el Perú muy potentes, en narrativa y poesía, creo que podríamos ser más: están Gabriela Wiener, Victoria Guerrero, Valeria Román, Irma del Águila, Karina Pacheco, María José Caro, tantas otras… Es el turno de nuevas voces. Y está sucediendo en Latinoamérica y en el mundo que dijimos: basta. Se acabó la condescendencia. Los tiempos han cambiado. Buscamos compartir el espacio, compartir la mesa, compartir pensamiento. Estoy leyendo a más autoras que nunca. Me parece que son ellas las que están escribiendo y haciendo la mejor literatura. Y de otro lado, la estadística lo demuestra: hay más lectoras que lectores. Y también hay un público vasto para el cuento, un género muy, muy vivo.