Rodrigo Miranda y Iván Monalisa Ojeda
Inmigración, márgenes, spanglish, droga, resaca, sexo como transacción comercial. La Misma Nota, Forever, el primer libro de cuentos de Iván Monalisa Ojeda, escritor chileno transgénero radicado en Nueva York, despliega los rituales de sobrevivencia de los trabajadores sexuales callejeros en Manhattan, cuerpos, estéticas e identidades que ofrecen resistencia a las formas de dominación y exclusión social de la ciudad. Una ley de la calle donde subsiste un(a) transgénero que se convierte en amante y en figura paterna de su vecino, un dealer de drogas. Esa es la trama de El Chico de al Lado, cuento publicado por la revista Temporales y que forma parte de su primer libro de relatos La Misma Nota, Forever, editado en Nueva York durante 2014 por el sello Sangría. “He sido influenciado por la actitud de artistas fieles a su identidad y al lugar que pertenecen, como Las Yeguas del Apocalipsis y Pedro Lemebel, Carmen Berenguer, Escilda Greve, Bukowski, Genet y Copi”, cuenta Iván/Monalisa, con quien hablamos sobre la influencia del espacio público y la calle, el lugar que nutre su escritura, y de cómo en sus cuentos vibra el español mezclado con el inglés. “Los latinos vamos cambiando el inglés, enriqueciéndolo, influenciando con nuestras costumbres. Somos la verdadera invasión bárbara y eso me encanta”.
En el Chile la figura del travesti, del transgénero, es perseguida, estigmatizada, violentada ¿En qué momento surge tu identidad sexual liberada, emancipada, que reflejas en tu escritura y estética?
“Cuando llegué a Nueva York los transgéneros latinos, boricuas, cubanos, colombianos, me hicieron parte de su tribu urbana. Era como que hubiesen estado esperando por mí. La forma de vida que comencé a llevar era un poco de sobrevivencia y algo de party. Ahí surgió una identidad más libre de prejuicios. Nació Monalisa. Me bautizaron con ese nombre. Al principio me gustaba Anastasia por la zarina Romanov que nunca apareció (que Ingrid Bergman interpretó en el cine, aunque mejor le habría quedado a la Garbo). Me encantaba como sonaba en inglés la palabra Anastasia. Suena como a ANESTESIA. Igual sonaba más como nombre de drag queen y ese no era el look que estaba buscando. En esa indecisión estuve por una o dos semanas, hasta que un día me voy a hacer laundry y antes de salir a la calle, me dio por ponerme una especie de turbante (según yo). Así que cuando entré al lugar ready para hacer lo que tenía que hacer, María, una señora cubana que por ese entonces era la manager del laundry, me dice: “chilena..te pareces a la Gioconda”. El mito dice que la pintura es Leonardo travestido, lo que le daba aún más puntos al nombre. Y además que bastaba con sólo una vez que le dijera a alguien como me llamaba para que lo recordaran forever and ever. Lo registraban de inmediato. Monalisa era perfecto. Es perfecto. De hecho no conozco a nadie más, de mi grupo, que tenga ese nombre. También en Chile tenía una amiga, Carola Jerez, una de las dramaturgas y actrices más talentosas que he conocido. Ella escribió un texto teatral a fines de los 80 que se llama “La Monalisa ya no me mira”. Entonces podrás comprender que Monalisa es el nombre perfecto”.
¿Cuál es la relación entre tu escritura y la calle?
“La calle es mi rutina, mi espacio, donde me siento cómodo. Siempre ando con una libreta o un cuaderno. Escribo donde sea, en el subway, en un café, cuando me despierto a media noche. Soy un gitano que siempre anda con lápiz y papel. La calle es un espacio donde todos somos iguales, es una vía, un pasar, ese tic tac non stop. Si escribes tienes que saber como detenerte mientras esa calle sigue su ritmo. Detente y recolecta lo que puedas recoger mientras los otros siguen en movimiento. Detente, observa, agarra y ves todo como si lo estuvieras viendo en una pantalla de cinema como espectador. Cada espacio tiene su propia energía y, por ende, su propia literatura. Y como los míos son los espacios de la calle, pues mi escritura es callejera”.
Tus cuentos sorprenden al lector por salpicar el realismo sucio con algo de ternura y tristeza. Por ejemplo, en El Chico de al Lado nunca se sabe el nombre del “chico”.
“Mi proceso creativo es como la gota de agua que cae y cae sobre una misma superficie y, de tanto caer en el mismo lugar, deja un pequeño orificio. De tanta gente que uno conoce y ve y que está junto a ti, hay algunos que se nos van quedando en la retina y se materializan en una historia para que sean más que un recuerdo, como el chico de al lado del que nunca se sabe el nombre, de hecho nunca lo he sabido. Es más, el otro día anduve por Washington Heights, pregunté por él y, al parecer, volvió a caer preso”.
La Misma Nota, Forever es tu primer libro, ¿tienes otros proyectos?
“Estoy trabajando en el texto teatral Waiting for the Nigth. Son dos personajes HE/SHE and THE OTHER. Lo estoy escribiendo en inglés y obviamente hay una constante en cuanto a personajes y espacios con respecto a los cuentos de La Misma Nota, Forever, que también será publicada en inglés traducida por Marc Brudzinski. Ya tengo el tronco armado, ahora me falta ver qué tipo de hojas llenaran esas ramas. Ese es el trip, el high. Igual lo tengo que pasar bien cuando escribo. Si no, no escribiría. Tengo muchos otros textos que los he perdido de mudanza en mudanza”.
En tus casi veinte años en Nueva York, la ciudad ha cambiado y barrios completos se han aburguesado. Las autoridades los han “limpiado” y perseguido a los trabajadores sexuales callejeros.
“Cuando llegué en el 95 viví por un par de años en Times Square, en Hell’s Kitchen, donde my business is nobody’s business. En esos tiempos aún se podía trabajar en la calle, cuando existían peeps shows con cabinas abiertos 24/7. Bueno, eso ya no existe. Ahora la cosa es Disneyworld. Aun estoy esperando ver a Mickey Mouse en tacones, pero no. Qué decepción. El trabajo sexual callejero aun se podía ejercer a fines de los 90, en especial, en Times Square y el Meat Packing District. Pero hoy de día jamás. Aunque esto tiene que ver no sólo con el trabajo de ‘limpieza” que comenzó Giuliani, sino con el avance de la tecnología. Ahora, las trabajadoras sexuales optan por el cyberspace. Poner anuncios en internet es lo que se usa hoy. Incluso ya ni existen los pick up bars como lo eran Edelweiss o Sally’s en la 43st frente al antiguo building del New York Times. Era incredible, igual al Nueva York de la movie Midnight Cowboy. Eso son sólo recuerdos, una postal en movimiento que se quedó en la espiral de esta ciudad. Ahora es el turno del cyberspace. La mayor parte del tiempo he vivido en Uptown Manhattan, en Washington Heights, un barrio de emigrantes dominicanos. Me encanta el mangú y los hombres dominicanos que son super sexys y siempre te visitan con el blunt para relajar el ambiente. Lo digo en el cuento de El Chico de al Lado: “aquí en Washington Heights podemos vivir los que no tenemos mucho dinero”. Manhattan ya es sólo para gente con dinero. Incluso los proyects, que son buildings de departamentos que alojan a gente de escasos recursos, están siendo privatizados y convirtiéndose en condominios. Poco a poco, están moviendo a gente sin dinero fuera de Manhattan. Ahora vivo en East Harlem con mi amiga la Manuel, uno de los personajes del cuento del Club de Fans de la Tina Turner de mi libro La Misma Nota, Forever”.
Hoy la ciudad parece marcada por la tensión social, las protestas por la violencia racial de la policía y la ilegalidad de los inmigrantes latinos.
“Lo de la brutalidad policial siempre ha existido, pero afortunadamente hoy existe más acceso a la información y la gente es más valiente para defender sus derechos. Las marchas no pararán hasta que los policías que cometan abusos, que incluso han llegado a privar de vida a civiles, sean juzgados como cualquier persona que comete un crimen. Afortunadamente, nunca antes había existido un alcalde que se enfrentara al departamento de policía y se manifestara más del lado de la población civil. El está casado con una afroamericana, sus hijos son mixed. Anyway, ya era hora de que la gente se manifestara. Sobre la inmigración, hay que asumir que las cosas son diferentes desde la caída de las Torres Gemelas. Desde entonces hay desconfianza y los inmigrantes legales o ilegales pagan el pato”.