Por: Sara C.A. y Alexander Castillo Morales
Desde hace diecisiete años, la editorial Candaya publica autores latinoamericanos, españoles y japoneses. Ubicada en Barcelona, su catálogo abarca cuatro colecciones: narrativa, poesía, ensayo y abierta. Temporales charló con sus fundadores: Olga Martínez y Paco Robles sobre el presente de la editorial, sobre lo que buscan en la literatura y en los autores. También se abordaron los retos a los que se enfrenta la industria en tiempos de pandemia.
¿Cómo surge la idea de Candaya?
Cuando éramos todavía muy jóvenes compramos una vieja casa de pescadores, que en realidad era una ruina. Estaba en Canet de Mar, un pueblo de la costa de Barcelona y tenía que ser la casa de nuestros sueños, pero nunca alcanzamos a juntar el dinero necesario para reconstruirla. En los años de la burbuja inmobiliaria nos llegó, sin buscarla, una oferta de venta. No era muy elevada, pero nos permitió pagar la hipoteca del piso en el que vivíamos. Con lo poco que sobró, creamos la editorial. Hay un verso de la poeta venezolana, María Auxiliadora Álvarez, que dice “El derrumbe nos ha dado una nueva montaña”. A nosotros, nos dio Candaya.
¿Qué sueño quisisteis cumplir con la editorial?
Candaya nace de nuestro amor a América, de muchos años de lecturas y viajes fascinantes y casi iniciáticos. En el año 2000 fuimos a Asunción y tuvimos la suerte de coincidir con Elvio Romero, el más importante poeta paraguayo del siglo XX. En el 2001 fuimos a Venezuela donde conocimos a Ednodio Quintero que, según Enrique Vila-Matas, es el mejor narrador venezolano vivo. Nos sorprendió que, a pesar de que éramos lectores ávidos de literatura latinoamericana, no conociéramos la extraordinaria obra de ninguno de los dos. Nos dimos cuenta de que había una carencia, un hueco editorial que los grandes sellos no estaban cubriendo. Cuando descubrimos que en 500 años de relación no se había publicado nunca a un poeta paraguayo en nuestro país, pensamos que debíamos intentarlo. Contra la vida quieta de Elvio Romero y Mariana y los comanches de Ednodio Quintero fueron nuestros primeros libros y luego vinieron ciento siete más.
Además de un proyecto literario, Candaya es una apuesta de vida, y nosotros nos consideramos americanistas, así que nuestra idea inicial era publicar solo autores latinoamericanos. Sin embargo, enseguida nos dimos cuenta de las muchísimas dificultades para publicar que también tenían los escritores de nuestro propio país, especialmente sus primeros libros. Así que Candaya se convirtió pronto en un espacio de encuentro de voces muy poderosas de las dos orillas del atlántico. Fue nuestra modesta manera de contribuir al trazado de un tejido cultural: el de la literatura en español.
¿Nos podéis hablar de la línea japonesa? ¿Qué acogida tiene la literatura nipona en territorios hispanohablantes?
Fundamentalmente somos una editorial que publica literatura en español, pero la literatura japonesa nos gusta mucho. Sabemos que es una excepcionalidad en nuestro catálogo, pero queremos permitirnos ese capricho delicado y exquisito. La edición de literatura japonesa es muy compleja, en cada libro ha habido un proceso de corrección muy minucioso, muy línea a línea. La cultura japonesa refleja una forma distinta de relacionarse con el mundo y eso se nota en el lenguaje, en la escritura. Pero luego, el proceso de comercialización es mucho más sencillo: nuestros libros japoneses casi se venden solos. La literatura japonesa tiene un público muy fiel tanto en España como en América Latina. De hecho, son las exportaciones que más nos piden, aunque también es verdad que los que hemos publicado hasta ahora son tres autores excepcionales: Akutagawa, Abe y Dazai. Akutagawa, por ejemplo, fue el creador del cuento moderno japonés y tiene la relevancia de Chejov. El mago. Trece cuentos japoneses es una joya.
¿En qué se diferencia Candaya del resto de editoriales?
Sólo queremos publicar libros que nos enamoren, por eso no hacemos mucho caso a las tendencias o exigencias del mercado.
Nos dicen que tenemos buen ojo para captar nuevos autores, para saber ver el valor de escritores emergentes. Agustín Fernández Mallo, por ejemplo, era un autor desconocido cuando publicamos su primera novela, Nocilla Dream. Llegamos a hacer siete ediciones ¡treinta y cinco mil ejemplares vendidos! y se empezó a hablar de la Generación Nocilla. También nos sentimos muy orgullosos de ser los editores de escritores ya incuestionables de la literatura latinoamericana actual como Mónica Ojeda, Eduardo Ruiz Sosa o Gustavo Faverón.
Nos atraen los escritores que exploran nuevos caminos, que arriesgan en la forma, que buscan otras maneras de decir. Y a veces, contra lo que se pudiera esperar, esas novelas raras, distintas (como 8.38 de Luis Rodríguez o Caballo sea la noche de Alejandro Morellón) calan de una forma muy especial en los lectores. Nos gustan los libros que nos conmueven y despiertan algo hondo en nosotros: miedos, sueños, inquietudes, ideas… Experiencias que estaban sepultadas y que el libro saca a la luz. Nos interesan los libros que no esquematizan y que ofrecen herramientas para entender el mundo complejo y convulso en el que vivimos. Aunque nuestro catálogo es plural, la literatura que reúne todo eso, dicen, tiene el sello Candaya.
Nos cuesta decidirnos, pero cuando apostamos por un libro vamos a por todas. Intentamos que tenga recorrido crítico, que lo descubran las librerías, que llegue a los lectores. Eso supone, a veces, hacer miles de kilómetros con el escritor en nuestro Hiunday, alojándonos en casas de amigos o en hotelitos modestos. Eso es también ADN Candaya.
Además de la calidad en los contenidos, las portadas de Candaya tienen una estética muy delicada ¿Qué relevancia tienen para vosotros?
Desde el principio hemos tenido la fortuna de tener un diseñador magnífico: Francesc Fernández, con el que compartimos gustos y estética. Etimológicamente la palabra “editar” significa dar a luz, y solemos decir que el libro que nace tiene el interior del escritor, pero el rostro de Francesc. Actualmente vive en Buenos Aires y trabajamos a distancia, pero no entenderíamos Candaya sin Pakitu.
Carátulas del catálogo de Candaya
Qué componentes os gusta encontrar en los textos de los autores que empiezan?
Lo primero es percibir que esa persona ha intentado escribir la novela o la colección de relatos que necesitaba escribir, que su libro responde a una emoción profunda, un recuerdo punzante, una obsesión, una imagen insistente… En definitiva, que haya verdad literaria en la escritura.
En segundo lugar, creemos que no se puede ser escritor, si no se es lector primero. Para que tenga sentido, la literatura debe partir de una necesidad, pero es imposible concretarla estéticamente sin ir asimilando técnicas, vampirizando formas de escribir de otros y haciéndolas suyas, hasta que el escritor emergente encuentre su propia voz. Ser un lector voraz y volcarse en esas lecturas que van a iluminar la escritura de uno, nos parece fundamental.
Lo tercero sería el compromiso con el lenguaje y la forma: pelear duramente con las palabras, las estructuras, los ritmos, hasta acercarse por la escritura a eso tan poliédrico y cambiante, pero a la vez tan reconocible, que llamamos belleza.
Cuando hay localismos ¿Cómo creéis que el lector recibe las variantes del lenguaje?
Creo que ese es un debate casi superado. La riqueza de nuestra lengua está en la variedad, justamente, y esa pluralidad, que podamos decir algunas cosas de manera tan distinta y seguir entendiéndonos, es un enriquecimiento para todos. El escritor se tiene que expresar en la variedad de lengua que le es propia, con sus referencias, localismos y giros. Respetar eso es una decisión política, además de estética. No le podemos pedir a un escritor argentino que use una expresión de México. Y ya casi no se necesitan notas aclaratorias al pie de página, para eso está Google. Otra cosa son las traducciones, ahí sí que procuramos que se elija un lenguaje lo más estándar posible.
¿Qué acogida tiene el audiolibro? ¿Cómo ha evolucionado su uso a lo largo de los años, teniendo en cuenta también a sectores minoritarios como personas ciegas?
En España hemos ido un poco más despacio que en Estados Unidos con los audiolibros, pero ahora justamente es el momento de su irrupción aquí. Ya hay cuatro libros de Candaya en formato audiolibro y está en marcha un proyecto de grabación de treinta más. Nos parece otra forma de acercarse a la literatura, igualmente válida.
El audiolibro explora el mundo de la oralidad en la literatura, que para nosotros siempre ha sido muy importante: el tono, el ritmo, la musicalidad cambian la recepción de un texto. La lectura en voz alta es la prueba de fuego de esa pulsión poética que buscamos siempre en los libros. Por eso, hasta que entraron en desuso, nuestros libros de poesía incluían un CD con la voz del autor leyendo sus propios poemas. A uno de los encuentros que organizamos en el espacio Candaya de Barcelona acudieron un grupo de ciegos de la ONCE y estaban fascinados con esos libros de poesía con audio. Fue muy emocionante.
Con el e-book se rompe la cadena tradicional del libro ¿Cómo lo veis vosotros y qué ventajas ofrece respecto al libro tradicional?
Nosotros disfrutamos mucho más con el libro objeto, que leyendo en pantalla. Pero pensamos que hay necesidades y gustos diferentes, y que hay que aprovechar todos los resquicios que nos da la tecnología para llegar al máximo de lectores posibles. Por eso estamos apostando fuerte también por los e-books, que a veces te permiten llegar donde el libro tradicional tiene muchas dificultades para implantarse. En unos días haremos el lanzamiento oficial de cincuenta e-books. Lo de menos, creemos, es el formato.
Normalmente se dice que el e-book es más viable económicamente que el libro porque elimina la distribución y las librerías, y los únicos actores son el escritor y el editor. Eso es engañoso, en primer lugar, porque también las plataformas digitales se encargan de la distribución, y por ello se quedan buenos pellizcos del precio de venta al público, entre un treinta y un cincuenta por ciento. Por tanto, sí hay gastos de distribución. Según nuestras cuentas lo que al final acaba quedándose el autor o el editor es casi idéntico.
En ese esquema, además, desaparecerían las librerías, y un mundo sin librerías nos parecería muy triste. Las librerías son centros culturales muy activos y su labor es fundamental en el entramado cultural de un barrio, de un pueblo: organizan presentaciones de libros, encuentros con escritores, clubs de lectura, talleres de escritura… Sin olvidar la valiosa función prescriptora de los libreros: conocen los gustos de sus clientes, hacen sugerencias y les descubren nuevos escritores.
¿Y sobre la autoedición?
El editor también es un actor fundamental para acercar un libro a los lectores. En primer lugar, porque es un filtro, pensamos, muy necesario. A nosotros nos llegan aproximadamente dos originales cada día. Eso quiere decir más de 700 al año. De todos esos libros publicamos, como mucho, una docena. Un libro por mes ya nos parece mucho, porque el trabajo para que sea descubierto por los libreros, la crítica y los lectores es ingente: el 70% de nuestros esfuerzos van dirigidos a eso. También es muy importante el papel del editor en el proceso de corrección de un libro y no sólo en los aspectos ortotipográficos. Uno de los problemas que, por ejemplo, tienen las primeras novelas es sucumbir a la tentación de volcarlo todo en ellas, una vida entera de obsesiones y experiencias… Trabajar la contención con el escritor es muy conveniente.
Hay mucho humo en torno a la autoedición. Ahora encuentras plataformas que te dan herramientas para autoeditarte fácilmente, pero ¿de verdad que eso va a hacer que ese libro llegue a todos los lugares del mundo, a todos los lectores que podrían estar interesados? Dicen: «Si publicas con nosotros, tu libro va a estar en la Casa del libro, en el Corte inglés, en Fnac, en …» Dicen «Vamos a hacer una web del libro, tú podrás vender directamente». ¡Ja!… No vas a vender directamente a menos que ocurra algo muy raro. Nadie va a ir buscando a quién se ha autoeditado para comprarle un libro. Pero así lo venden…
También es verdad que hay proyectos de autoedición valiosos. Nosotros lo estamos intentando con un segundo sello, que se llama Bòbila, con la idea de publicar algunos libros que por diferentes razones no tienen cabida en Candaya. En todo el proceso de edición hemos tratado a los libros de Bòbila con el mismo interés, cuidado y cariño que al resto de nuestros títulos. Eso sí, saltándonos la parte de promoción. Y la verdad es que algunas experiencias han dado buen resultado: El desván de villa serena, una magnífica novela juvenil de M.C. Hito va ya por la tercera edición.
Los libros autoeditados provocan de entrada un cierto rechazo, pues cuando nos los proponen sabemos que ya se han perdido muchos de sus primeros lectores potenciales: ese mundo de afectos que tan importante es en el arranque de un libro, sobre todo en los primeros pasos de un escritor. Pero en literatura no hay leyes universales y no podemos obviar que un escritor debe enfrentarse a contextos culturales muy distintos. En mayo publicaremos por primera vez una novela autoeditada previamente: La muerte feliz de William Carlos Williams, de Marta Aponte, que fue todo un fenómeno editorial en Puerto Rico, un país en el que la industria de edición es muy frágil. Para nosotros fue una maravilla descubrir esta joya en una librería de San Juan de Puerto Rico y estamos muy ilusionados con compartir con los lectores españoles y latinoamericanos la historia de Raquel, la madre portorriqueña del gran poeta de Nueva Jersey.
En tiempos de pandemia ¿qué temáticas surgen y qué están recibiendo?
Realmente se ha escrito mucho durante los encierros de estos meses. Nos han llegado varios diarios de confinamiento y algunas novelas distópicas. Sin embargo, siempre hemos pensado que los fenómenos sociales —y humanos también— hay que dejarlos madurar para que puedan reconvertirse en buena literatura. Se necesita tiempo y distancia entre lo que se vive y lo que se escribe. Pero claro que la pandemia acabará por dejar su influjo en los libros: ¿cómo olvidar la experiencia de vivir en una ciudad de calles vacías, de mujeres y hombres silenciosos, sin sonrisa y ocultos tras las máscaras? Sin olvidar las heridas interiores que el aislamiento y la soledad, y el enfrentarse cada día a la propia fragilidad, están dejando en muchísima gente.
Curiosamente, nos ha pasado algo extraño. Este año hemos publicado algunas novelas que han resultado proféticas, que de alguna manera adivinaban lo que iba a pasar. En Nación Vacuna de la escritora argentina Fernanda García Lao aparecen una epidemia, el miedo al contagio y a los cuerpos, vacunas, la manipulación mediática del poder… Eco, del escritor sevillano Carlos Frontera, es la radiografía de una crisis personal, la historia de un personaje que se recluye totalmente en sí mismo y en una habitación. Ahí está la experiencia del encierro, del vivir sin ningún contacto con el mundo exterior, pero también del deseo de sobrevivir al derrumbe, de salir del pozo. La literatura se cumple.
¿Cómo están afrontando la pandemia?
Ha sido un aprendizaje obligado y rápido de tímidas estrategias para sobrevivir en lo que se llama “nueva realidad”. De repente, ya no eran posibles las Rutas Candaya y se suspendieron las Ferias del Libro (por lo menos, en su formato presencial), lo que hacía muy difícil viajar, seguir en contacto y ampliando nuestras comunidades lectoras en diferentes ciudades del país o, siempre que se podía, en América Latina.
Aunque con mucha nostalgia de la piel, de las voces, de las cervezas y de las conversaciones largas y peregrinas que siguen a los encuentros en torno a un libro, descubres que hay otro mundo por explorar y que vivías bastante de espalda a él. Formas de relacionarnos, por lo menos, digitalmente, que te dan otras satisfacciones. Iniciamos una campaña para potenciar nuestro canal de Youtube, como otro espacio de encuentro y también de memoria de Candaya, y ya estamos muy cerca de los 1000 suscriptores que nos habíamos propuesto. Hemos potenciado varios clubs de lectura en la red con muy buena respuesta y organizamos un ciclo de presentaciones virtuales de cinco libros que nos parecían especialmente golpeados por la pandemia y llegamos a reunir 155 personas de muchos países del mundo. Fue tan gratificante que esperamos incorporarlo a nuestro ADN y, aunque volvamos a las librerías, hemos decidido hacer una presentación digital de todos los nuevos libros que publiquemos, y así mantener vivo el contacto de los autores Candaya con los lectores del otro lado del atlántico.
Son tiempos difíciles, pero estamos intentando mantener nuestra programación y seguir publicando al ritmo en el que lo veníamos haciendo antes, un libro al mes. Son también tiempos de resistencia.