Por Sara C.A. y Alexander Castillo Morales
Andrea Montejo es la fundadora de Indent Literary Agency. Su agencia fue establecida en 2007 en la ciudad de Nueva York con la intención de publicar autores en lengua española, inglesa y portuguesa. Indent hace referencia a ese espacio en blanco antes de que un texto comience a llenar el papel de palabras y, casi como si se tratara de una premonición, Andrea nos sumerge en un mundo donde verdaderamente encontramos un espacio hecho a la medida de su creadora.
¿Cómo surge la idea de crear la agencia?
Me toca arrancar por la historia personal. Soy colombiana, aunque viví entre Estados Unidos, Francia y Colombia. Estudié literatura en Francia con la idea de entrar al mundo editorial porque siempre quise trabajar en eso, pero allá era difícil porque no tenía visa. Entonces regresé a Nueva York un poco a la buena de Dios, a ver qué encontraba y me inscribí en un curso de Publishing que hacía Columbia.
Justo ese año – en 2001 – empezaban una división en Rayo que era para latinos, una cultura y dos idiomas. Mi jefe era mexicano americano, se comunicaba pero no hablaba bien español como para editar. Para mí, fue un privilegio empezar a editar libros y hacer todo porque no había nadie más en ese proceso de traducción. También fue interesante encontrarme en una posición en donde estábamos buscando publicar libros que las agencias literarias no nos podían traer porque en su mayoría estaban formadas de americanos old white men. Trabajé ahí seis años. Fue muy divertido y la división creció muy rápido. Luego, por razones personales me mudé a Boston y en ese año mi idea era ser freelance, trabajar yo misma y editar. Todavía seguía habiendo una demanda enorme para editar en español. Entonces varios de mis autores me preguntaron si les podía ayudar a negociar con las editoriales. Lo hice con dos o tres y pensé “Mira qué fácil es ser agente. Buenísimo, voy a hacer esto”. En 2007 volví a Nueva York y monté la agencia formalmente.
En un principio pensaba que yo iba a ser esa agencia que buscaba los proyectos que no me llegaban cuando yo era editora. Quería traer cosas latinas al mercado americano, tanto en inglés como en español, buscando ser esa parte del otro lado donde yo había estado. Entonces ocurrieron dos cosas: una es que me di cuenta de que yo me identificaba mucho más como latinoamericana que como latina. A pesar de que viví en este país todos los años que he vivido, a pesar de que crecí aquí, me siento colombiana. Entonces las voces que me interesan son esas por lo que fui cambiando poco a poco eso. Hice las paces conmigo misma cuando decidí apostar por las cosas que me gustaban.
Por otro lado, ese mismo año se celebraba la primera reunión de Bogotá 39. Me agarré un avión y fui a ver quiénes eran esos autores de los que tanto se hablaba y qué estaban haciendo. Cuando fui, la mayoría de ellos ya tenían agente, evidentemente. Pero una de las cosas que más me marcó en ese festival fue que todos los autores hablaban de sus libros, pero muy pocos se habían leído entre ellos. El problema era que el libro guatemalteco no llegaba a Chile, el libro argentino no llegaba a Colombia. En ese momento los e-Books todavía estaban en sus comienzos y había toda esta idea de que para que el libro se publicara en todo el territorio, tocaba pasar por España. Eso es algo que siempre me hizo ruido como latinoamericana, porque yo crecí leyendo las traducciones de Anagrama, en donde hablan de “ostia”, “vosotros” y “tío”. Veo mucho más una conexión Norte-Sur en Latinoamérica, que necesariamente con España. Y no me sonaba natural que un autor japonés hablara así. Entonces a través de esa frustración ya muy personal y de que toda la literatura latinoamericana tuviera que pasar por España, de esa idea etérea terminó volviéndose la agencia.
La comunidad hispanohablante en Estados Unidos es muy grande, sin embargo, la literatura en español todavía es minoritaria en las librerías. ¿Cómo crees que ha evolucionado a lo largo de los años?
Es una pregunta compleja porque si me hubieras preguntado eso cuando yo estaba en la editorial, evidentemente te hubiera dicho que su evolución ha sido difícil. En ese momento, las voces latinas representadas en el mainstream requerían de un agente dedicado a lo latino. Pero hoy no pienso eso. Porque hacer esa división termina haciendo un ghetto. A veces cuando teníamos presentaciones con el equipo de ventas de la editorial y llegábamos a la división latina, nosotros presentamos, por ejemplo, nuestro libro de Jorge Ramos, y automáticamente lo que yo siempre sentía era que los de ventas pensaban “bueno, pero es latino. Entonces vamos a hacer una cifra un poquito más pequeña”. Y eso, se transfería también a las librerías y luego a las cifras, que obviamente se volvían más pequeñas.
Nuestra idea era eliminar ese imaginario de que lo latino solo interesa a los latinos. Pataleamos para reivindicar que son historias universales que todo el mundo puede leer. Es cierto, que fue necesario en su momento y sigue siéndolo, sobre todo, desde la perspectiva de los editores. La barrera de entrada de los editores – que son los que compran los libros de voces latinas – son los editores porque en sus equipos no hay suficiente gente que pueda entender esas experiencias desde un lugar diferente.
Hay libros, sin embargo, que viajan entre culturas si bien esa utopía de que una historia de un latino va a ser lo suficientemente universal para que la pueda leer cualquier persona. Además, siento que la falta de saber cómo posicionar esos libros en el mercado es lo que más daño hace. Estoy hablando de hace veinte años, recuerdo ver portadas con la tipografía de chili pepper para lo latino. Esa caricaturización del libro cae dentro del estereotipo de lo que es latino y si los latinos o latinoamericanos no nos sentimos identificados con lo que está en las estanterías, tampoco nadie más lo hará. Si las editoriales latinizan el producto, por supuesto, que no llegará a todos lados.
Ahora en los últimos años es algo que se hace de una forma más sutil. Hasta pienso que, por ejemplo, ahorita leía una entrevista de escritora ecuatoriana, Carla Cornejo Villavicencio, que escribió un libro como indocumentada y creo que se está publicando de una manera diferente. La cuestión no es que no haya voces o historias suficientemente relevantes para publicar, sino que la barrera está mucho más del lado de la editorial.
¿Cuáles son las diferencias fundamentales entre lo americano, europeo y latinoamericano que ves en la labor como agente?
La diferencia primordial es el idioma. Si está escrito en inglés lo puedo ofrecer a 25 editores. Si es en español y no tengo la traducción completa del libro en inglés – que casi nunca es el caso – sino que tengo una muestra de capítulos, lo puedo mandar a diez. Es curioso porque cuando estoy vendiendo a los países europeos, ellos leen más idiomas, a parte del inglés. Tienen toda una red de lectores en los que confían y en base a eso toman sus decisiones, pero acá no hay esa costumbre.
Ahora bien, en su defensa también diré que es la mayor frustración de mi día a día. Si como editora me mandaran un libro polaco con un reporte que dice que es un libro increíble, de todas formas, es un estrés comprarlo, traducirlo y darse cuenta de que no es lo que esperabas. En ese caso también lo entiendo porque implica exigir un nivel más de confianza y complejidad a tus colaboradores. Mientras que eso no ocurre cuando estás comprando el idioma original, la obra es mucho más maleable y editable. Vender una traducción implica poder hacer pequeñas modificaciones, pero lo que es el contenido en sí mismo no se va a editar porque ya se publicó de esa forma en otro lugar. Son dos bestias diferentes: una se trata de meter voces minoritarias en un mainstream y otras, son las traducciones.
Un ejemplo curioso fue el de “La uruguaya” de Pedro Mairal. Un superventas gigante en Argentina y España. Lo vendimos a 20 territorios y el único que no caía era el inglés. Yo estaba en Nueva York jalándome del pelo preguntándome porque tenía todos los galardones y reconocimiento, pero no se vendía. Hace pocos meses, una editorial que lo había leído y no lo había podido comprar, pero se acordaba, me buscó. La barrera que había era que a Pedro ya lo había traducido hace años otra editorial y a ese libro no le había ido bien. Como las ventas habían sido malas, Pedro Mairal quedó matado para el mercado americano. Son factores externos donde la literatura no tiene mucho que ver y eso es algo que la agencia tiene que manejar con los autores.
Un autor latinoamericano si quiere irradiar su obra tiene que pasar por epicentros como España ¿Es posible romper esa lógica desde la labor del agente?
Pues primero lo que te diría es que definamos qué es irradiar la obra. Es una de las primeras preguntas que hago a los autores cuando estoy firmando con ellos. No es lo mismo querer vender millones de copias por todo el mundo, que dirigirse a un público más limitado, pero asegurarse que se llega de verdad o que se traduzca la obra al francés. Es importante saber qué es el éxito para cada autor. Para mí lo primero es que hay que cubrir su territorio, hay que hacer literatura en el campo propio que pueda crecer y de ahí después saltar a otras geografías.
Respecto a cómo el agente puede romper la relación, sí estamos haciendo algo de manera sistemática y es fragmentar los territorios. Las grandes casas editoriales normalmente tienen la regla de querer comprar los derechos mundiales. Entonces cuando vendemos un libro de un colombiano a su editorial colombiana incluimos una cláusula de que, si en un tiempo determinado no se han publicado en otros países, los derechos revierten de nuevo al autor. Eso nos permite buscarle casas independientes en otros lugares.
Por su lado, las grandes editoriales han empezado a hacer el mapa de las lenguas. Desde el punto de vista corporativo, se están obligando a sacar libros de más países.
¿Cómo es el proceso en la agencia desde que se recibe el manuscrito hasta que se publica?
Nos llegan muchísimas propuestas todos los días. Te diría que entre cinco y diez por día. Leemos todas las cartas y respondemos únicamente a las que nos interesan. También recibimos muchas recomendaciones de nuestros autores. Además, me paso el día leyendo reseñas de otros países. Ahora menos, porque somos más importantes, entonces nos buscan también, pero en un comienzo fue como se dice en Colombia “echando los perros a los autores”. De los manuscritos que me llegan a la web, no es donde más cosas encuentro. En un año quizás he firmado con uno o dos autores. Es muy importante también que venga acompañado de una carta de presentación bien escrita y detallada donde diga qué ha publicado o si no tiene nada todavía, por qué le interesa que seamos nosotros los que le representemos y que conozca nuestro catálogo.
El sector editorial es muy hermético. Más que una industria podría definirse como una red de confianza a la que se accede mediante conexiones ¿Por qué está configurado así? Y ¿Cómo lo veis vosotros desde dentro?
Creo totalmente en que es una red de confianza. Aquí nadie está porque se va a hacer millonario, sino que hay un amor por la literatura y los libros. Hay muchas personalidades afines de otros lugares, gente con la que compartimos lecturas y ellos conocen nuestros gustos. Es una industria que se rige mucho por la sensibilidad de cada uno. Cuando estaba en HarperCollins me recomendaron que no buscara libros que funcionaran a todo el mundo, sino los que le gustarían a las Andrea Montejo del mundo. Esa parte de confianza y amistad es algo muy importante en la toma de decisión sobre lo que finalmente se elige. Sobre el hermetismo, supongo que precisamente por las características de la industria, se demora más porque hay que establecer lazos fuertes con los colegas.
¿Cómo ves el papel de las escuelas de escritura creativa? ¿Tiene Indent lazos con ellas?
Las escuelas de escritura son un canal válido, pero la realidad es que no tenemos ningún nexo. Sí tenemos relación con autores que estuvieron ahí, pero no de una manera formal. Es algo que me gustaría explorar. Simplemente no lo hemos hecho.
En el mundo del inglés, las escuelas de escritura creativa son importantísimas. Es cierto que mucha de la escritura inglesa es precisamente muy de escuela de escritura. Es un tipo de libros y de escritura muy linda y bien construida, pero lo que me preocupa es que pueda ser algo más predecible. Eso no me interesa tanto. El tipo de literatura que busco es menos comercial.
¿Qué servicios ofrecen los agentes a los autores? y ¿Cómo es la dinámica de la agencia frente a la editorial?
La parte oficial de los servicios de la agencia son la negociación de contratos, tanto en la editorial principal en su idioma, como las traducciones y los derechos de cine y televisión. Es decir, vender la obra dentro de todos los formatos posibles de adaptación.
Luego, la menos oficial es el acompañamiento psicológico y emocional. Casi es una relación terapéutica. Ese valor creo que también lo aporta Indent a los autores. Escribir es un proceso muy solitario, de procesos duros y exigentes. Entonces a veces se convierte en esa mano que está al otro lado, es tener una conexión con el mundo de afuera. También, cada autor es distinto y tiene otras necesidades: los hay que quieren tener contacto con nosotros todo el tiempo y otros que se van a escribir y aparecen al año con su nueva novela. Con otros, trabajamos el texto conjuntamente. Es inevitable, no puedo sacudir mi pasado como editora. Es de las cosas que más disfruto. Evidentemente estoy en esto porque soy lectora y me gusta ver de cerca la evolución del proceso creativo.
La relación con la editorial suele ser de trabajar en proyectos conjuntos. Son relaciones buenas, pero también hay que saber decir que no. Aunque a veces es difícil porque, digamos, que cuando uno compra una casa puede negociar de una forma determinada porque es una transacción única, en cambio, a la editorial la vamos a volver a ver y tratar. Mi experiencia es que se trata de una relación muy clara y transparente.
¿Qué cualidades son esenciales para ser agente?
Hay dos cosas fundamentales y la primera es sostener una relación cercana con los autores. Para mí es muy importante que sean gente a la que quiero y admiro. Las veces que he firmado con autores donde hay una relación un poco más distante, siento que no funciona de la misma manera, pero este es mi estilo. Indent, al fin y al cabo, es un proyecto muy personal. Al principio me costaban mucho las negociaciones, dudaba mucho…hasta que un amigo me dijo que tenía que ser más dura. Fue una revelación descubrir que es un espacio en el cual puedo desatar un gran gusto por la pelea, no en el sentido de enfrentarme, sino de conseguir lo que es mejor para los autores. Entendí que, a la hora de defender los derechos de los otros, soy buena. No tener miedo a confrontar es una cosa que he descubierto y funciona.
La segunda es ser un buen lector. Obtener gusto por la literatura, conocer de libros más allá de lo que representamos y tener un contexto ayuda mucho a la hora de vender. Poder recomendar libros en las reuniones, estar al día de los autores, incluso cuando no los representas, pero sabes que, por ejemplo, los derechos de tal autor están libres en Uzbekistán y propones que lo publiquen porque es muy bueno. Ese poder ser transparente con la información, genera confianza.
¿Has sentido fricción por ser mujer?
Es una industria muy llevada por mujeres. Como pionera, tenemos el ejemplo de Carmen Balcells. En el mundo editorial español, la mayoría de las ventas son mujeres. Los que trabajan en editoriales son mujeres y los hombres que hay, la mitad son gay. No es un lugar en donde esa masculinidad tradicional y arcaica se manifieste. Eso se puede ver más en las casas editoriales latinoamericanas, pero pienso que eso tiene relación con un machismo cultural muy arraigado. Muchas veces siento que las decisiones editoriales las toman mujeres. Es cierto que, en las divisiones de finanzas, los jefes sí suelen ser hombres. Pero no he encontrado sexismo en ese sentido.
¿Necesitan agente todos los autores?
No soy muy partidaria de que vengan autores sin nada publicado. Sí me ha ocurrido leer un manuscrito, enamorarme y firmar, pero creo que tienen que llegar a mí cuando hay un punto de inflexión en su trayectoria. En ese momento cuando quiere crecer porque su obra ya cubrió un cierto territorio, entonces sí puedo aportar valor. Soy fiel creyente que un agente debe entrar cuando se le necesita, cuando se produce un quiebre en la carrera del autor.
Pensando en el manuscrito ideal ¿Qué es lo que realmente valora Indent y lo que menos?
Pues el hecho de no centrarse en el contenido, sino del formato. Es decir, prefiero recibir diez páginas y si me gusta, entonces pedir más. Me interesa la voz, la persona que hay detrás de ese manuscrito. Saber que después de ese, vendrán otros porque tiene identidad propia, tiene alma. En todo este proceso de decisión pesa muchísimo la intuición, ese poder ver un potencial en alguien. Y digo alguien, no algo, porque pienso en la persona, no en el manuscrito que será libro.
¿Qué se espera de los autores latinoamericanos?
Hay una imagen estereotipada, no sé si me explico. Cierta generación de lectores americanos creció con la imagen de Gabriel García Márquez o Isabel Allende y el realismo mágico. Entonces un editor norteamericano va a querer ver ese estereotipo que tiene en su cabeza.
¿Dónde fallan los autores? ¿Qué ejemplo deberían seguir de los agentes?
Sería valioso que los autores entendieran cuál es su labor. Hoy en día no se pueden sentar a escribir un libro y esperar a que llega a la gente y a la editorial. Nosotros trabajamos en vender ese libro, pero el autor también tiene que hacerlo. Hay que moverse, dar entrevistas, estar en redes. Nosotros no cobramos nada hasta que se vende el libro. Es importante, por ello, poder trabajar juntos. Verlo como alianza.
Con la presencia de internet y las redes, la presencia del autor se vuelve mucho más relevante ¿Cómo manejan la imagen pública de los autores?
Pienso que nuestra postura es estar ahí y asesorarlos de forma responsable y coherente. Hoy en día que un autor haga como Salinger, me parece romántico. Quizás si estuviera en sus zapatos, yo querría hacer lo mismo, pero como agente necesito que estén en el mundo. Hay autores que realmente les cuestan mucho las ferias y salir de su rutina de escritura. Ahora, con la pandemia, esos escritores están encantados en casa y con pantuflas. Pero en el momento actual que vivimos es casi imposible no estar. En sí, el acto de publicar implica un deseo de querer comunicarse con el mundo exterior, claro, que no de forma frontal. Nuestro trabajo, en ese caso, es balancear esa soledad y unirla a la comunidad que hay al otro lado.
Vuestros autores ¿colaborar como lectores en la agencia?
No los contratamos como lectores. Puede ocurrir que nos cuenten de una lectura y compartan con nosotros una reseña, pero ellos suelen conseguir traducciones por su cuenta. Pero si en algún momento necesitan trabajo, nosotros tratamos de ayudarles a moverse, escribir artículos en periódicos y revistas, pero no los tenemos en plantilla en la agencia.
¿Qué pensáis de la autopublicación?
Creo que hay que tratar de no autopublicar en la medida de lo posible porque si uno quiere sacar su libro al mundo, es mucho peso para el autor. No digo que no pueda hacerse, sino que es difícil conjugar las labores de marketing, prensa, diseño con las de escribir. El único caso donde sí lo recomiendo es en poesía. Me parece que es mucho más complejo encontrar editoriales para ello, a pesar de que es un arte que admiro y me encanta.
Entonces ¿Crees que hay jerarquía en los géneros?
Sí, es más fácil mover novela que cuento o poesía, por ejemplo. Los editores ponen los ojos en blanco cuando traigo una colección de cuentos y, a continuación, preguntan que si tengo novela. Sin embargo, últimamente ha resurgido el cuento. Hay algo más de capacidad para venderlos. No sabría decir por qué. Incluso en inglés. De todas formas, si un autor es cuentista, yo no voy a decirle nunca que lo siguiente que debería presentar es una novela. Tiene que seguir con el género al que haya decidido dedicarse, porque al final esa es su marca.
¿Qué podrías decirnos de la no-ficción?
Me encanta que saques el tema porque la crónica es algo a lo que he dedicado tiempo, sobre todo, por interés personal. Para mí, la crónica latinoamericana es extraordinaria. Me parece que están saliendo cosas muy buenas. Entonces, desarrollar una lista de autores de crónica y periodismo de investigación es algo que me interesa. Por ejemplo, Martín Caparrós o el libro “Guerras del interior” de Joseph Zárate. Es un libro precioso, escrito con gran sutileza y que ya hemos traducido a varios idiomas. Trata sobre cómo la explotación del oro, el petróleo y la madera afecta a las selvas amazónicas y las poblaciones indígenas.
¿Cómo ves la acogida del audiolibro?
Quizás en Estados Unidos está un poco más avanzado que en otros lugares, pero ahora con la pandemia hubo un boom. Viendo lo que pasa aquí – donde son una fuente muy grande de ingresos para las editoriales – me parece que les espera un buen futuro en el resto de los países. Es un nuevo formato que presenta otras perspectivas para los autores y lectores, eso me alegra. Sin embargo, me preocupa la calidad de las producciones. Uno de los temas que siempre batallamos en la agencia son las voces. No tiene sentido que un libro de un autor argentino sea narrado por una voz mexicana o en español neutro. En literatura, la voz de los personajes es muy importante y ahí todavía queda espacio para mejorar y ser más creativos.
¿Cómo vivís la pandemia desde la agencia?
Al comienzo fue aterrador porque no sabíamos qué iba a pasar. Pensábamos “se acabó la plata en el mundo. Nadie querrá leer nunca más”. Pero nuestros miedos como agencia están muy atados a los miedos de las editoriales. Del lado del mercado, las cosas poco a poco se van estabilizando. De hecho, en España se dispararon un cuarenta por ciento la venta online de libros físicos y además los costos de viajes y eventos bajaron. La realidad entonces no es tan tosca, de hecho, es bastante optimista. En Latinoamérica, en cambio, la situación es más difícil. México, Argentina, Colombia que son los mercados principales, han tenido que cerrar muchas bodegas, por lo que los libros no están saliendo. Se han pospuesto muchas presentaciones y las listas se han achicado. Algunas editoriales se han concentrado, sobre todo, en autores locales.
Del lado de los autores ha habido mucha ansiedad y angustia. Por eso, nuestro deseo de ayudarles a seguir promocionando y organizando ciclos de charlas, continuó. Al fin y al cabo, el producto más valioso que tenemos es ellos. Muchos son incluso amigos, a pesar de estar en distintos países, hay contacto asiduo. Por eso decidimos organizar charlas que no fueran solamente entrevistas sobres sus libros, sino que fueran algo parecido a las cervezas que nos tomamos con ellos al salir de las ferias. La experiencia fue terapéutica, necesitábamos vernos las caras, charlar de las mismas cosas que en persona. Terminó siendo una cosa chévere porque también lo usamos para promocionar. Fue humano y bonito, algo que deberíamos seguir manteniendo, aunque organizarlo sea agotador.
La pandemia, en términos de negocio, ha abierto otras posibilidades, como los derechos de cine y televisión que se dispararon. Mucha gente está pensando en los proyectos que van a hacer cuando se pueda rodar de nuevo.
¿Cómo protegéis a los autores de grandes nombres como Netflix?
No hay una solución directa con Netflix. Pues es una bestia, pero cuando quieren mucho un producto, van a estar dispuestos a ceder en algunos puntos. En otros, no, como es lógico. Es una discusión que hay que tener con el autor. Tomar la decisión de qué es lo positivo y balancearlo con lo negativo. Pero es puramente contractual, diría yo. Nuestro papel es defender al máximo los derechos de los autores.