Por Carlos Egaña y Alexander Castillo Morales
Conversamos con el poeta venezolano Yosmel Araujo sobre las motivaciones y experiencias que gestaron Sinrumbo, su plaquette de poesía, publicada por la Editorial Palíndromus (2020). En ella, atrapa las ansiedades de una generación, de sentirse minoría, de la búsqueda por una identidad, todo de la mano del placer y el deseo.
¿Cómo juntaste los poemas en esta plaquette? ¿Desde un principio tuviste la idea de un conjunto?
Todos los escritos del poemario se gestaron en 2017. Los escribí en el transcurso de dos o tres viajes al estado de Carabobo, aquí en Venezuela. Fue en ese ir y venir que se desarrollaron y formaron estos poemas. Entonces, en ellos hay bastante del estímulo del viaje. También, como referencia, está mi desligue de la universidad, institución que nutrió y me vio forjar un interés por la poesía, la cual se volvió acto demostrativo de mi existencia.
¿Se pueden considerar como fragmentos emocionales de viaje?
Sí. Muy importante la idea de fragmento. Incluso, mi forma de ver el mundo siempre ha sido una dinámica muy breve, de corto alcance, como muy efímera, sin intenciones (pero con todo el impulso) de sublimizar; entonces, eso se extrapola a cómo veo la escritura. No hay algo corrido, no hay algo que me demande a escribir de largo. Es una sentencia corta y si esta sentencia corta se alarga a algo más es porque quiere tener otra sentencia corta. Yo no veo un conjunto uniforme, no es algo que necesariamente deba tener una unidad. Por ejemplo, el primer poema de Sinrumbo es un conjunto de fragmentos. Me voy de una casa y estoy invadido de fragmentos, y son abstractos, una imagen que sucede y ya.
Tu poemario va dedicado a Arca, la artista venezolana de música electrónica que se ha vuelto, de cierto modo, un ícono trans. ¿Cuál es la influencia de sus temas, de su vida sobre Sinrumbo? ¿Cómo ocurre este diálogo?
Arca es una reina veneca, de verdad que es una reina. Recuerdo que ese fue el año en que escuché el álbum, también de nombre Arca. Muy hermoso. Lo que me traspasó fue lo visceral de sus letras. Yo sentí algo de abandono cuando regresaba a la capital de nuevo y ese abandono se acoplaba bastante a lo que cantaba Arca. La categoría -sinrumbo- aparece dos años después. Ese poemario no lo tenía pensado como Sinrumbo, sino como El resquicio del pure, algo bastante jocoso sobre el año 2017, porque este año me dignificó una serie de rupturas con muchas instituciones; entonces, lo que veía en contraposición con lo que estaba viviendo era algo tipo el -resquicio del Boomer-. El resquicio del que impone y está ahí siempre y debemos obedecer porque es el jefe de algo de lo que nosotros somos parte. Haberle dado una vuelta a esta idea primaria del poemario, trasladarla a esta figura, que me signó por los años siguientes, me parece una maravilla. El álbum Arca es el amante aniquilado que desea y necesita exteriorizar. Así le acoplé a mi poética, hasta el punto de entronizar una de sus canciones como el título de mi primer poemario publicado.
¿Así como Arca influyó en tu libro, crees que la música en general, en buena medida, influye en la mejor literatura?
Sí, por supuesto. Uno de los temas que me gusta más de Cioran es que entiende la música como algo sublime, algo que está muy arriba y es intocable. Lo que puedo leer en eso es la pasión y lo motor que puede llegar a ser la música en quien escribe. Y yo veo una relación muy importante entre la música y la escritura por lo estimulado que uno se puede llegar a sentir por esta. Yo quisiera escribir sobre música también, me gustan bastante los mundos que se puede crear en esta relación.
Incluso, hay un pana, Andrés Vielma, a él le gusta bastante la música de Nicolas Jaar e hizo una especie de crónica–cuento con base en su álbum Cenizas. Y por ahí me gusta lo interdisciplinario que puede llegar a ser la combinación entre la música y la escritura.
En Sinrumbo presentas un recorrido por diferentes formas poéticas: va de prosa a poemas más visuales; va de unos más extensos a otros más contenidos; también oscila entre lo más y lo menos fragmentado, ¿cómo conectas esas experimentación formal con la desazón y angustia existencial que anima tus poemas?
¡Oooh! Creo que lo primordial es que la angustia solamente cambia de forma. La mayoría de los escritos que están en el poemario son escritos de calle, escritos en papeles que tenía en un bolso, en tiquetes de metro, en papel factura y en papel de cajetilla de cigarro. La forma se terminó dando porque al momento de transcribirlos, la forma en el material en que los escribí pasó al formato Word. Muchos de ellos parten de ahí, sobre todo los de la última parte. También hay algo de capricho en esa forma, de ponerlos así.
¿Podríamos ver en tu libro un ejercicio formal de lo queer? ¿Cómo se relacionan la identidad y la literatura en tu producción?
Me viene la idea de algo que continúa, de algo que se está formando, que se sigue formando y no está en un lugar fijo. Lo asimilo por el hecho de que no tiene lugar todavía y porque no tenga lugar, no significa que no quiera situarse o no deba situarse o no pueda situarse. Es como un estado saltarín de tratar de situarse, en eso veo parte de lo queer en mi poemario.
¿Dirías que, considerando la crisis nacional que ha arrastrado Venezuela estas últimas dos décadas, tus poemas tienen motivaciones políticas? ¿O piensas que se han sobrevalorado los vínculos de la política y el arte en tu país, al punto de ser considerados clichés?
Sí, a cualquier tema que pueda parecer propagandista se le da un tinte de farso o que da muchísima risa, siempre en una onda de burla. Lo más cercano en mi poemario a la crisis es que en ese año hubo muchas protestas y se produjo mi ruptura con la institución. Luego sucedieron mis viajes y durante uno de estos se hizo el plebiscito y había que votar si se estaba de acuerdo con unas decisiones de la asamblea, fue bastante show, bastante para ver. El que esto haya pasado le dio una carga a la primera parte del poemario, en “EL ÁRBOL ARAGUANEY” lo asimilo con la miel, y la miel la relaciono con ese néctar imperecedero, que incluso Arca lo menciona como el néctar del des-amor. Yo lo sentí, por mi pasó, de alguna manera lo pude transmitir en la primera parte del poemario; pero eso es algo mío, no sé si es tan explícito. Capaz hay temas sobre la ciudadanía que pasan por este personaje que está sufriendo mucho, que está super angustiado.
En una de las páginas de Sinrumbo, escribes a manera de grito “me tuerzo como valiente ciudadano.” Parecieras hacer referencia a Valiente ciudadano, poemario póstumo de Miyó Vestrini. ¿Cuáles otras referencias de la literatura venezolana consideras fundamentales en tu obra y para tu generación?
Creo que con todo el tema del destierro, y ciertos espacios que se puedan encontrar dentro del mismo destierro, Rafael Cadenas es primordial. Todavía se lee como figura clave. Recuerdo que ese año leí bastante a Rafael Cadenas, leí bastante a Milán Kundera y leí bastante a Alfredo Chacón. Tres figuras bastante claves: dos de ellas venezolanas, una claramente no. Creo que la poesía de Cadenas es precisa. De lo corto que puede ser un poema suyo, me lleva a divagar sobre los puntos detrás de lo que estoy leyendo. Y creo que lograr eso en la literatura es bien rico, porque veo el fragmento como algo que no necesariamente perece donde culmina el mismo, sino que deviene, tiene un trasfondo, es un pedazo del imaginario constante del autor.
Con Alfredo Chacón mi relación ha sido muy romántica. El epígrafe de mi libro es de él. Para mí, su obra es la entrega. Es la entrega total, el “me-estoy-desgarrando-porque-me-entregué-muchísimo.” Y me entregué muchísimo entonces, en todos los ámbitos: no solo viví la entrega al amor, sino me entregué a sitios en los que ya no me sitúo, en los que ya no me quiero situar. Estaba en un territorio en que me sentía bastante foráneo, creía que no me relacionaba con mi exterior hasta cierto punto. Y ese choque de ensimismación con nuestro Narciso es bastante interesante.
¿Cómo ves la situación de la poesía venezolana en las circunstancias tan difíciles de tu país?
Siento que acá, además de que la literatura está algo sectorizada, hay nichos. Y a esos nichos responden personas que conoces de ahí mismo, están cercanas y cercadas por un inquebrantable nicho, y advierto que es una cuestión de “tener-que-ir-a” y esperar un turno. A veces soy muy renuente a lo que veo que se publica, adentro y afuera: le falta alma. Ya casi no leo. Muchas veces siento que le falta alma. Hay una distribución/disposición de espacios dedicados a formas realistas, cuadros de costumbres del siglo XX, formas que no me furulan; teniendo en mente cómo quien escribe, o pudiese escribir, se ha trastornado por tanta maleza en este país. Prácticamente, no se escribe sobre lo que se escribe. Capaz es porque tengo la figura del poeta muy idealizada, como muy traspasada por Armando Rojas Guardia: esta vaina de escribir poesía es demasiado pasional para mí. Y pasional no tanto por el hecho de lo que digas, sino porque hay una intención de crear algo que hable de ti, pero que, al fin y al cabo, tenga palabras y formas que el otro puede ver foráneas, al ser estas solo tuyas. Creo que acá son muy ritualistas con las tradiciones. Honestamente, estoy algo picado por la falta de espacios, sobre todo por un tema de la distribución. Capaz estoy siendo un poco egoísta con mi juicio, cargo un montón de espectros inéditos en mi espalda. La era digital, de una u otra manera, ha ayudado a que la distribución de lo que escribes sea más fácil; pero esa facilidad no es algo que dignifique, no significa que la gente se mueva a leer, que exista ese interés. La intención de mostrar todavía existe, claro; las editoriales independientes que se han movilizado por la web, como Ediciones Palindromus, mantienen una narrativa de inclusión con antologías y convocatorias para venezolanxs en todo el mundo.
La innovación dentro de las redes sociales es un horizonte a pautar inmediatamente: pienso en el proyecto Lecturas de arraigo de Orianna Camejo y en Sangre Que Canta de María Alejandra Colmenares. También existen proyectos donde el autor se cura a sí mismo y presenta lo que desea, muchos de estos en plataformas como Instagram; por ejemplo, yo empecé la cuenta @perrovacio como una manera de depurar intervenciones de diferentes materiales (como los que pautaron y fueron de la mano en la construcción de Sinrumbo) para tratar mi propia escritura. También pienso en una cuenta maravillosa invocada como @cuerpo.propio, quien se ha volcado en diferentes estrategias pictóricas para expresar. Doy y seguiré dando bastante importancia a cómo te vas moldeando en redes: responde a las pretensiones que uno va hilando sobre una voz poética propia.