Por: Sara C.A. y Alexander Castillo Morales
Javier Cercas sumerge al lector en un nuevo espacio y género con su última novela, Terra Alta. En un lugar del interior de Cataluña se produce – en extrañas circunstancias – un asesinato atroz que desestabiliza la quietud de la comarca. Melchor Marín, un joven policía con un pasado sombrío a cuestas y un apetito insaciable por la literatura, es el encargado de resolver el caso. Terra Alta ofrece al lector una narración trepidante además de la oportunidad de preguntarse, junto a los personajes, sobre el valor de la verdad, la venganza y la posibilidad de justicia.
En una entrevista anterior dices que has cambiado como persona y, por tanto, como escritor ¿Qué escisión motivó el germen de Terra Alta?
Cuando terminé mi última novela, El Monarca de las sombras, sentí que aquello era el fin de algo que había empezado en Soldados de Salamina. Si continuaba por el mismo camino, corría el riesgo de repetirme, de convertirme en lo peor en que se puede convertir un escritor a determinada altura de su trayectoria: un mero imitador de sí mismo. Estuve casi un año sin escribir, necesitaba cambiar.
Y la escisión tiene que ver con lo que ocurrió en Cataluña en el otoño de 2017. Josep Fontana, patriarca de los historiadores catalanes, filo-independentista en su madurez, habló de un clima prebélico en Cataluña y eso es lo que vivimos aquí. La expresión es dura, pero es así. Es algo que nunca había vivido y que determinó mi vida por completo. Para mí hay un antes y un después en mis relaciones personales, en mi visión del mundo y en todo. El problema o la ventaja es que lo malo para la vida, suele ser bueno para literatura. En un mundo feliz no habría literatura, por lo menos no habría novelas, estoy seguro; poesía tal vez, poca y muy mala; pero novelas no porque los novelistas nos alimentamos de lo malo, no de lo bueno. Para mí esa crisis personal fue decisiva para encontrar una nueva voz, una nueva manera de hacer. No es radicalmente distinta de la anterior, pero sí es una voz nueva y de esa novedad surge el libro.
¿Cómo llegaste al género policíaco? ¿Qué papel tiene la sociedad en Terra Alta?
No me propuse escribir una novela policíaca. En absoluto. No es que desprecie el género, todo lo contrario, no existen géneros mayores o menores. Existen formas mayores o menores de usar los géneros. Quien cree que la novela policíaca es un género menor, no sabe lo que es la literatura. Así de fácil. La comedia tiene a Shakespeare y a un montón de escritores insustanciales, lo mismo ocurre con el género policial o, cualquier otro. La novela era un género menor cuando Cervantes empezó a escribirlas en sentido moderno. Era un género indigno, innoble.
Simplemente en un momento determinado se me apareció alguien que se llamaba Melchor Marín, esa es la realidad. Yo quería saber quién era ese hombre y, muy avanzada la novela, quizá en el segunda versión, comprendí que sólo podía ser un policía porque ese libro trataba del valor de la ley, de la posibilidad de la justicia y de la legitimidad de la venganza. Todo ello se impuso como una necesidad.
En cuanto a si la sociedad es responsable o tiene la culpa de las acciones de los individuos, nunca me planteo problemas abstractos. Como escritor, mis problemas son siempre concretos. Lo primero que busco cuando escribo una novela es que todo lo que cuento suene a verdad. Eso es lo fundamental. No pretendo demostrar ni enseñar ni dar ningún mensaje. Lo que busco es crear un mundo lo más rico y complejo posible. Con la esperanza de que resulte apasionante. Y para que lo sea para los demás, primero tiene que serlo para mí. Ese es mi propósito. Después cualquier lector puede decir que el background social o familiar de Melchor es más o menos importante en su vida, y, su personalidad está más o menos determinada por eso. Mi problema es que él sea de verdad, darle carnadura a Melchor y a todo lo que le rodea. Que sea un mundo denso, complejo y también apasionante. Todo lo demás es secundario.
Melchor ¿es una persona real?
No lo es.
¿Qué disparó la creación del personaje?
Es una frase, la primera del segundo capítulo del libro. En realidad, fue la primera que se me ocurrió y fue en la calle. Cuando tuve esta frase supe que tenía algo distinto. Es muy importante lo que voy a decir: la primera frase de un libro es vital, debería contener en germen el libro entero y, además, dar el sonido y la música de lo que va a ser. Esta es la verdadera primera frase del libro: “Se llamaba Melchor porque la primera vez que su madre lo vio, recién salido de su vientre y chorreando sangre, exclamó entre sollozos de júbilo que parecía un rey mago. Su madre se llamaba Rosario y era puta.” Aquí hay dos cosas a resaltar: primero, como decía, en germen está todo el libro, está la violencia, la sangre, los sollozos, el dolor, la puta, el sexo, el júbilo, la alegría. Pero además está la música. Escuché una voz distinta. Mis libros anteriores, desde Soldados de Salamina hasta el Monarca de las sombras, estaban todos escritos en primera persona; más o menos visible y muy próxima a mí. A menudo el narrador se llamaba Javier Cercas. Bueno, aquí estamos frente a una tercera persona, totalmente distante, desapegada y flaubertiana. En cuanto escuché esto, dije aquí hay algo distinto y quise saber quién carajo era este Melchor Marín, cuya madre era puta y lloraba, y lo llamó Melchor porque parecía un rey mago cuando salió de su vientre. Esa es la chispa.
¿De dónde sale Melchor? Un tipo lleno de dolor, furia y sed justiciera. ¿De dónde va a salir? Pues de mí. Es una versión mía que desconocía. No hay otro personaje parecido a este. Así que como Flaubert dijo: Madame Bovary soy yo. Yo debería decir: Melchor Marín soy yo. Aunque su biografía y la mía, por fortuna para mí, no se parezcan en nada.
¿Cómo investigaste sobre el funcionamiento del cuerpo policial?
Yo no sabía nada de cómo funciona una investigación policial. Cuando decidí que el protagonista iba a ser policía y que habría una investigación, lo primero que hice fue ir a ver policías, porque para inventar una historia hay que conocer la realidad de la que partes. Vargas Llosa le llama “mentir con conocimiento de causa”.
Tienes que conocer todo para construir tu ficción, sino es inverosímil. Tuve que informarme muy bien, me ayudaron policías. Pedí una entrevista en la comisaría de Terra Alta, en el lugar donde trabajan los protagonistas de la novela; me acogieron maravillosamente y organizaron una reunión con todos los mandos. Luego, me hice amigo de algún policía. Esto es algo relativamente sencillo, divertido, pero es fundamental. Me acuerdo de un sargento que me habló de CSI y me dijo, de eso no me creo nada. Yo le contesté, esta sí te la vas a creer. Eso es la verdad literaria, si no la hay, si no hay verosimilitud, no sirve para nada, porque nadie se lo va a creer.
¿Se puede afirmar que hay un “lector vampiro”, como una proyección tuya, en la simbiosis de personalidades Valjean – Javert que conforman a Melchor, a partir del cual se genera su epifanía? ¿Esta podría ser como la de Tadeo Isidoro Cruz cuando se reconoce en Martín Fierro en el cuento de Borges?
La lectura de Los Miserables es decisiva para él; como novela también lo es para Terra Alta. De hecho, no era consciente de esto, pero es perfectamente legítimo ver a Melchor como una mezcla entre los dos protagonistas de Los Miserables. Es un ex presidiario como Jean Valjean y es un policía inflexible y justiciero como Javert. En todo caso, el momento en que él descubre la literatura en general y Los Miserables, en particular, es absolutamente decisivo. Determina por completo su vida. No sé si es como el momento en que Tadeo Isidoro Cruz se ve en Martín Fierro; pero es determinante, es una persona antes de Los Miserables y otra después.
En cierto modo, Melchor Marín es el lector ideal, el lector vampiro: aquel que lee para sobrevivir. Lee porque la literatura no sólo es un placer, sino una forma de conocimiento y autoconocimiento. Ese verso maravilloso de Horacio que dice, de te fabula narrato, “la historia habla de ti”, eso es lo que siente Melchor cuando lee Los Miserables, que ese libro está hablando de él. No solo le descubre su vocación de policía, sino que le devuelve su propia existencia. Es como si hubiese estado alienado, disperso y esa novela le muestra quién es. Le pone un espejo delante y le dice: este eres tú, ya sabes quién eres. Efectivamente, es una epifanía.
¿En el lector vampiro de Melchor hay una proyección de Cercas como admirador de la literatura del siglo XIX?
No sé si yo aparezco ahí. Me han preguntado por qué elegí Los Miserables y la respuesta es que yo no la elegí, sino que fue Melchor. Él nace en uno de los barrios más duros de Barcelona. Entonces inmediatamente supe que era Los Miserables. Pero para mí, no es ni remotamente tan importante como lo es para él. Considero que hay novelas contemporáneas muchísimo más importantes como, por ejemplo, Madame Bovary. Los Miserables no ha sido una novela vital, ni he proyectado mi pasión en Melchor. Mi opinión está mucho más cerca de la opinión de Olga, como cuando dice “es todo lo que no gusta de las novelas: sentimental, melodramática, enormemente larga, pero no he podido dejar de leerla.” Eso es lo que me pasó a mí de joven cuando la leí, me pareció una novela desbordante. Luego ha sido distinto. La he leído y la he memorizado para crear a Melchor Marín. No es un homenaje que rindo a Los Miserables. Es Melchor quien elige la novela.
La violencia atraviesa la novela y algunos espacios cobran nuevas funciones que intrigan al lector ¿Nos puedes contar más sobre la configuración de los escenarios?
No hay una estrategia consciente. Eso surge de nuevo de la voluntad de dar veracidad. La calidad de una novela se mide por la cantidad de verdad que hay en ella. Y eso está guiado únicamente por la intuición de que esa era la verdad. Los anglosajones dicen it rings true. Eso es lo que tiene que hacer una novela. Por ejemplo, la escena del parque vacío. Resulta que delante de la comisaría donde investigué, hay un parque así, de extrarradio y esa sensación de desolación me gustaba. Ese paisaje me importa porque suena a verdad. Hay que huir del cliché a matar. Martin Amis le llama “la guerra contra el cliché”. Aunque hay que saber que los clichés lo son por alguna razón. Es decir, se han vuelto clichés porque contienen una parte de verdad. Y eso es muy importante.
El concepto de ruido y silencio también cobra un nuevo significado para el personaje de Melchor ¿Qué es lo que buscabas plasmar con ello?
En realidad, el germen inicial ocurrió en la Terra Alta. Yo había ido por el último capítulo de El monarca de las sombras porque el protagonista muere en la batalla del Ebro que, justamente, tuvo lugar ahí. Y el protagonista de la anécdota fue un policía al que conocí, por casualidad, en ese momento. Él me dijo que venía de Barcelona y que al principio no podía dormir por el silencio de la Terra Alta. Ese dato se me quedó en la cabeza: un tipo tan urbanita que, al llegar al silencio del campo, no puede dormir. Para Melchor es un hecho decisivo, cómo el pasado perdura en el presente, cómo el pasado es una dimensión del presente, sin la cual el presente está mutilado. El pasado no ha pasado todavía. En este libro es algo que está muy oculto hasta que aflora.
El tema de la independencia de Cataluña aparece de forma muy sutil, es decir, no hay una verdadera fricción entre los personajes, ni se siente la brecha que ha dejado en la sociedad catalana ¿Te planteaste en algún momento tensarlo más? ¿Cómo tomaste la decisión de encararlo y por qué?
Es muy sencillo. Yo he comprendido, al acabar el libro, que el carburante era la situación que se vivió en Cataluña en el otoño de 2017. Una situación tremenda provocada porque el gobierno autonómico decidió imponer anti democráticamente a la mayoría de la población, algo que la mayor parte de los ciudadanos no querían. Es así de fácil. Entonces, eso fue lo que ocurrió y de ahí la enorme tensión que se generó. Yo no quería hablar de este asunto, solo supe que estaba debajo cuando acabé el libro. De hecho, mientras lo escribía pensé ¡qué maravilla, este libro no tiene nada que ver con el horror que estamos viviendo! Hay apenas un par de alusiones, muy leves que me parecieron necesarias. Hay un personaje que llama “españolazo” a Melchor, pero resulta que es su jefe y acaba siendo su mejor amigo. No es el tema del libro, pero sí el carburante. Este libro trata de la justicia, pero se podría leer como un libro relacionado con ese tema. Lo que pasa es que estaba demasiado presente en mí mismo. Eso es lo que lo alimentó y le dio tensión.
En alguna ocasión has dicho que cuando acabas un libro tratas de olvidarlo, pero este no puedes ¿Qué tiene Melchor Marín para que no puedas desprenderte de él? ¿Significa que lo volveremos a ver?
Lo que me ha pasado con este libro, no me había pasado antes. En cuanto terminé de escribir esta novela supe que era una novela independiente, pero también que formaba parte de un ciclo más amplio. Es decir, que había entrado en un territorio nuevo. En una especie de selva virgen que ahora necesito explorar y en eso estoy.
Terra Alta es la primera parte de una novela mucho más amplia que constará de cuatro o cinco libros. Terminé con la historia, pero ella no acabó conmigo. Ella quería continuar. Melchor no quería morirse, no quería que le dejase y la gente que estaba en torno a él, tampoco. Creo que un escritor tiene que ser fiel a sus obsesiones. Si algo te obsesiona, ve a por ello. El escritor tiene que tener una extraña mezcla de soberbia y humildad. Soberbia, porque habiendo tantos libros buenos y escritores como Cervantes, ¿verdad? Pero al mismo tiempo hay que ser extraordinariamente humilde. Pensar que estás al servicio del lenguaje y de los mundos que creas, no esos mundos a tu servicio. Tienes que ser lo más invisible posible. Cuando algo te lleva hacia algún sitio que te importa, ve a por ello. No intentes imponerte sino que el material se imponga a ti. La humildad es buena para todo, también para la literatura.