No recuerdo cuándo conocí a Benoît Santini, profesor e investigador en la Université du Littoral Côte d’Opale, de Francia. Quizás haya sido en un bar, en una lectura, en un cotidiano Santiago de Chile bebiendo vino y hablando de poesía. Sabía, sí, que era un gran estudioso de la obra de Raúl Zurita, que de vez en cuando iba a Chile y que su tranquilidad al hablar me producía un efecto de paz extraño en un contexto de bar, vino y poesía, donde la pasión por la letra produce más de algún sobresalto. Interesada tanto en la obra del poeta como en su reciente publicación Raúl Zurita. Obra poética (1979-1994), edición crítica y genética sobre su obra, conversamos sobre este último trabajo.
Hace muchos años que estudias la obra de Raúl Zurita, siendo este libro “genético” una suerte de resultado de todo tu trabajo. Estoy pensando en “gen” como parir o dar a luz, entonces me pregunto de qué manera ambas genéticas–la tuya académica y la poética de Zurita–se encuentran.
Yo diría que esta edición genética-crítica, publicada en la prestigiosa colección Archivos, sería más bien la culminación de mis trabajos sobre la obra de Raúl Zurita. Efectivamente, empecé a estudiar al gran poeta en mis años de maestría, en la Universidad Aix-Marseille, cuando mi profesora chilena, Adriana Castillo de Berchenko, me propuso trabajar sobre Anteparaíso. Fue en el año 1995. Desde entonces, la poesía de Raúl siempre me acompañó. Mis trabajos consistieron en estudiar tanto el lenguaje y sus especificidades como el vínculo entre texto y contexto en su obra poética, sin reducir esta a una reproducción mimética de lo real. Lo que siempre me pareció súper importante es el análisis del texto, rico, profundo, polisémico, análisis que numerosos estudios críticos, a mi juicio, a menudo olvidan, escondiéndolo detrás de acercamientos teóricos. Para volver a este libro genético, diré que el trabajo que emprendí en 2011 es distinto al que yo había realizado hasta ese entonces: aquí, iba a tratarse de analizar el proceso de escritura zuritiana a través de los tachados, los remordimientos, y a partir de la clasificación del antetexto, o sea los manuscritos, dactiloscritos, la correspondencia, los croquis del poeta. La familia Cruz, propietaria de abundantes archivos (de Purgatorio, Anteparaíso, El Paraíso está vacío, Canto a su amor desaparecido, La Vida Nueva, Nueva-Nueva) cedidos por Raúl Zurita a comienzos de los años 90, fue muy generosa al abrirme las puertas de su casa y de su oficina, permitiéndome fotografiar los miles de manuscritos que poseen. Fue un trabajo muy conmovedor y denso; en pocos días tuve que tomar más de 4000 fotos. Había que ser eficaz. Luego, el trabajo de clasificación a partir de los archivos digitalizados podía comenzar. Y fue muy complejo, dadas las numerosas versiones de un mismo poema, como los de la serie “La vida nueva” del libro epónimo, en la que el Yo poético da la palabra a personas de barrios marginales que describen sus sueños.
¿Cuál crees que es el aporte a la lectura y al estudio de Zurita de esta perspectiva genética de su obra?
Espero que, mediante este libro, se abran nuevas perspectivas de estudio de la obra de Zurita. Con la posibilidad de consultar en el sitio de internet de Archivos los manuscritos que fotografié se puede ver cómo el poeta retoca constantemente sus poemas, da muestra de una gran minucia en su trabajo, buscando la palabra justa y teniendo en cuenta la apariencia del texto en el espacio de la página. Se sigue el camino emprendido por Raúl a lo largo de la elaboración de su obra, desde los apuntes que toma en un cementerio de Temuco, los mapas de ríos que va elaborando con tinta azul pasando por los croquis previos del proyecto de escritura en tres desiertos (Atacama, Sonora, Arizona) y llegando al libro La Vida Nueva. Se percibe muy bien el lazo entre la experiencia individual, colectiva y escritural cuando se observan las metamorfosis del texto: Zurita, en algún manuscrito de La Vida Nueva, tacha el nombre de su antigua esposa reemplazándolo por el de su nueva compañera de la época o no duda en denunciar en algún manuscrito de Canto a su amor desaparecido al “Maldito Fasc.”o al “Maldito Naz.”, alusiones que luego desaparecen del texto impreso.
Se habla de Zurita como un poeta internacional, pero en términos “genéticos” es un poeta que también bebe de tradiciones escritas y orales que escapan espacio temporalmente del concepto estado-nación. ¿Cómo se manifiestan las culturas prehispánicas en la poética de Zurita ?
En Anteparaíso, el poema “Las playas de Chile VII” hace pensar, en sus descripciones, en la voz de un cronista del siglo XVI que se encuentra con una comunidad indígena: evoca a poblaciones que viven a orillas del mar, que “se relacionan con sus ánimas y santos” y viven de la pesca y del trueque. Zurita se nutre asimismo de citas de textos sagrados como el Popol Vuh. Le interesa al poeta lo folclórico, con la presencia de citas de canciones del mundo andino en sus textos poéticos, de versos sacados de una canción aymara o de versos de un texto quiché en Anteparaíso–aunque, no lo olvidemos, la mayoría de las citas son invenciones del poeta que así despista a su lector–y el mundo mapuche en “La vida nueva”, en que Julia Millacura describe sus sueños, evocando por ejemplo las trutrukas. Pero yo diría que el canto zuritiano va más allá de lo prehispánico. Tengo la impresión de que lo que le interesa a Zurita es establecer un lazo con lo sagrado, volver a un origen, realizando un entrecruzamiento de tradiciones, de textos de diversas épocas y continentes (India, Europa, América Latina). Por ejemplo, en Nueva Nueva, se canta la creación mítica de ese lugar, Nueva Nueva.
Blanco, en un texto preliminar al libro, señala que “Zurita concibe su obra como una práctica catalizadora que comienza en el propio cuerpo y se extiende en círculos concéntricos al prójimo, a la naturaleza”. El movimiento de ese Yo hacia el/lo otro también queda expresado cuando Zurita señala que tocar el fondo de uno mismo es tocar la humanidad entera, pero, ¿qué pasa entonces cuando se señala que, más que hablar de Dios, Zurita señala el vacío de Dios?
El texto zuritiano está constituido por un movimiento constante: del Yo al nosotros, de lo íntimo a lo colectivo, siendo el amor el elemento que lo une todo. Cuando el poeta se quema la mejilla o se echa amoníaco a los ojos, el gesto cobra un valor mucho más universal de lo que parece. Sus intervenciones en la naturaleza (escritura en el cielo de Nueva York en 1982 o en el desierto de Atacama en 1993) son mensajes destinados a la colectividad: los hispanos de Estados Unidos, los que sufren, cualquier ser humano. Cuando expone en Kochi, India, en diciembre de 2016, el poema Sea of pain con paneles gigantes, obligando al espectador a caminar por un almacén lleno de agua, quiere que compartamos el dolor de los refugiados que cruzan el mar en busca de una tierra de acogida, travesía peligrosa en la cual mueren adultos y niños. Me hablas del “vacío de Dios” en la obra de Zurita y es cierto: según el poeta, Dios está ausente, ha abandonado al ser humano y eso explica porqué Zurita colma el cielo de Nueva York con el poema anafórico “La vida nueva”, cuyos versos empiezan todos por “Mi Dios es…”. La ausencia es central en la poesía zuritiana: ausencia de Dios, ausencia del padre, ausencia gráfica con abundantes blancos textuales. Al lector le toca a su vez llenar los vacíos del texto, lo no dicho, los silencios.
En otro texto preliminar al libro, Hernández sitúa la obra de Zurita dentro de la obra de arte, lo que rebasa el límite de lo estrictamente literario. De otro lado, en este libro podemos encontrar sus textos, sus entrevistas, la crítica a su obra, etc. ¿Cómo dialogan ambas ideas: el trabajo de Zurita como obra de arte y este libro genético?
Ante todo, Zurita muy a menudo ha dicho en entrevistas que su objetivo consiste en hacer de la vida una obra de arte. Eso explica el fuerte vínculo entre su experiencia vivencial y sus creaciones, así como la escritura en soportes como el cielo, el desierto o en los acantilados con luces (este último proyecto queda por realizar). Su poesía supera los límites de este género literario, y se vuelve híbrida al compaginar música, texto e imagen. Las alusiones a canciones folclóricas o composiciones de Beethoven o Mozart, e incluso los poemas para el cineasta japonés Akira Kurosawa, son una hermosa muestra de todo ello. En una entrevista, el poeta me confesó que Canto a su amor desaparecido era como una ópera rock, lo que explica, en los manuscritos, los subtítulos dados a ciertas partes del libro, como “Los prisioneros”, en referencia a la banda de rock. En cuanto al diálogo que evocas entre obra de arte y el libro genético que coordino, creo que, por una parte, el libro enseña, en especial a partir del sitio de internet que lo acompaña, la importancia del aspecto visual de los poemas zuritianos, dado que cada manuscrito se presenta como obra de arte en sí a través del esmero que pone el poeta en organizar el espacio de la página y la voluntad de elaborar el texto perfecto a partir de los tachados y reescrituras. Así mismo, los croquis preparatorios de la escritura en el desierto, confirman la importancia del trabajo visual que va más allá de lo meramente poético. Los textos críticos (inéditos o ya publicados), incluidos en la edición genética y que analizan la obra de Zurita, se centran con frecuencia en esa mezcla entre lo visual y lo escrito, y analizan el texto escrito en la página y fuera de ella. La dimensión visual, la mezcla de artes en la obra de Zurita es entonces central en numerosos estudios críticos.
Pensando en el universo poético chileno, en continuidades y rupturas, en qué heredamos de otros y qué les heredamos a otros, ¿cuál es la ruptura de Zurita en la tradición poética chilena y qué heredaremos de su obra?
Es una pregunta compleja que necesitaría un amplio desarrollo. Zurita se sitúa, a mi juicio, en la prolongación de la antipoesía parriana y La nueva novela de Martínez, pero, al mismo tiempo, las supera con creces. Se nutre también, del folclor latinoamericano, de la música rock y folk. Y recibe influencias múltiples, que van de la poesía de Dante Alighieri a los relatos de Rulfo, de los poetas franceses como Robert Desnos a la novela irlandesa con James Joyce. Yo creo que sería quizá más pertinente hablar de las filiaciones que se tejen a partir de la poesía de Zurita. Creo encontrar ecos de su poesía en autores como Felipe Ruiz, Víctor Munita Fritis, Roberto Ibáñez Ricóuz (en especial, en micropoemas de éste que me hacen pensar en poemas de Purgatorio) y en textos de un poeta emergente, Juan Pablo Ibarra, quien reescribe, de cierta manera, poemas zuritianos. Es fundamental la obra rica y densa de Zurita, tanto sus libros de poesía como su relato autobiográfico El día más blanco, sus increíbles ensayos e incluso las entrevistas que concede a la prensa o a investigadores y que Héctor Hernández tuvo la gran idea de reunir como si se tratara de un gran soliloquio en su libro Un mar de piedras. Zurita es un poeta que atraviesa momentos claves tanto de la historia de Chile como de la historia universal y los dramas del mundo no lo dejan indiferente. Es un poeta muy singular, genial y humilde, apasionado y apasionante, y en mi opinión, sólo estamos en los inicios del descubrimiento de su obra. Por mi parte, dado mi vínculo afectivo-poético con él, mi fascinación por su producción artística, y mi voluntad de que se conozca mejor su obra mayor, seguiré esforzándome por difundirla en Francia. Antes de finales de 2018, saldrá en la editorial francesa Classiques Garnier la traducción al francés de Anteparaíso, Antéparadis, que realicé con mi amiga y cotraductora Laëtitia Boussard. Si puedo permitir un mayor acceso a su obra en los países francófonos, me dará una gran alegría.