El Guernica reinterpretado en clave chilena, con el incendio en las estaciones del Metro de Santiago, profusión de gas lacrimógeno y los ojos heridos, en referencia a las personas mutiladas por la violencia policial. Gabriela Mistral con el pañuelo verde feminista, enarbolando con su mano izquierda la bandera chilena negra, símbolo de la actual resistencia al gobierno de Sebastián Piñera y vistiendo jeans y una polera con la frase “No somos rockers sudamerican”. Un Cristo con sus brazos levantados y la sentencia “No los perdones, saben perfecto lo que hacen”. La alusión a Carabineros, la policía chilena, es directa. Y las cifras de la violencia ejercida contra civiles, contundente e indesmentible: según el reporte de la Unidad Especializada en Derechos Humanos de la Fiscalía Nacional, que coincide con la visita de la CIDH al país, desde el 18 de octubre, fecha de inicio del llamado estallido social, hasta el 31 de enero, Chile sumó 31 muertes (a la fecha 32: Cristián Valdebenito murió el 7 de marzo por impacto de bomba lacrimógena); 4.158 denuncias por el delito de apremios ilegítimos; 134 casos de torturas; 67 de violación o abuso sexual contra mujeres, hombres y menores de edad; 15 amenazas de cometer delitos sexuales en su contra; y 285 denuncias por lesiones oculares por perdigones o impacto de bombas lacrimógenas, dos de ellos con resultado de ceguera total de las víctimas, las que han aumentado exponencialmente hasta alcanzar a 448 denuncias al 7 de marzo.
Tres imágenes callejeras contundentes, impresas en paredes de barrios que antes conformaban el circuito turístico bohemio de la capital chilena, su más interesante polo gastronómico y cultural. El viernes 18 de octubre de 2019 marcó un punto de inflexión en la historia reciente del país. Las protestas surgidas días antes por el aumento de treinta pesos en el precio del pasaje del tren subterráneo se intensificaron y esa tarde cientos de miles de personas salieron a las calles a exigir poner fin a los abusos, del mercado y del gobierno. “No son treinta pesos, son treinta años” y “Chile despertó” se han repetido desde ese día como consignas y cantos masivos, en protestas diarias, el primer mes, y semanales cada viernes, hasta hoy, con demandas precisas que apuntan a la implementación de medidas que permitan revertir la desigualdad económica entre clases, una de las más altas del mundo, cuyo epicentro ha sido la Plaza Italia, hoy rebautizada como Plaza de la Dignidad. “La ciudad ha despertado de su letargo. Barricadas encendidas en cada esquina y donde todo sirve, árboles, sillas, rejas, carteles, la ciudad comienza a ser despojada de sus capas, de sus pieles lustrosas y fluorescentes. Sus calles se llenan de escombros, sus esculturas se fisuran, se cubren de lienzos y graffitis y polvo, mucho polvo que cubre la ciudad de edificios espejados”, describe Francisca Márquez, antropóloga y doctora en Sociología, en su ensayo “Los escombros de la ciudad neoliberal”.
Para Márquez, se ha resquebrajado “la ciudad del sueño higienista, del sueño neoliberal, para remitirnos a un lenguaje del material siempre en proceso de formación, latencia y aparente agonía”, para dar paso a “la transgresión de la regla que asigna a cada cosa un uso apropiado”. A partir del 18 de octubre, Santiago y muchas otras ciudades a lo largo del país se “exhiben en obra”, desafiando cualquier intento de orden urbano. La ciudad de la revuelta es, ahora, obligatoriamente caminable, y en ella transitan “miradas cómplices y cansadas que descubren esa ciudad pizarrón que invita a ser leída”.
Y en esa ciudad pizarrón, las tres imágenes antes descritas resaltaron -hasta el 19 de febrero- gracias a sus marcos dorados.
Un espacio de reflexión
“La idea de enmarcarlos surgió semanas posteriores al 18 de octubre. La calle se empezó a llenar de obras que usaban como concepto la dignidad. Nos pareció que a pesar de lo efímero del arte callejero debíamos buscar una forma de preservar este mensaje, como hacer un museo y se nos ocurrió llamarlo Museo de la Dignidad”, señala Felipe Abufhele, director creativo del colectivo de siete integrantes que le dio origen. Consideran su gesto solo un punto de partida para que las y los ciudadanos sientan las obras como algo propio, en un país donde el arte es habitualmente elitista. El marco dorado opera para crear un aura especial y constituye al objeto como un espacio de reflexión.
El Museo de la Dignidad recoge y se hermana con la tradición muralista de colectivos chilenos como la Brigada Chacón o la Brigada Ramona Parra, pero, al contrario de estas, no responde a una estructura partidista. Hay intervenciones de Caiozzama (autor del Cristo), Miguel Ángel Kastro (Guernica), Serigrafía Instantánea, Fab Ciraolo (Gabriela Mistral feminista), Álvaro Arteaga y Paloma Rodríguez, entre otros artistas. Ilustración, fotografía, caligrafía, serigrafía y collages, bajo el requisito curatorial de aludir al concepto de dignidad y a la no violencia.
Inspirados en galerías al aire libre como la East Side Gallery en el Muro de Berlín o las calles de la ciudad de Valparaíso, a 93 kilómetros de Santiago, el colectivo incorporó piezas en cuya selección participó la ciudadanía. “Creamos un filtro de instagram para que pueda colaborar en las decisiones cualquier persona. La idea es que se extienda a regiones y siga creciendo hasta donde pueda crecer”, acota Sebastián Ulloa, integrante del colectivo.
Los quiltros, el daño
Es tal vez, el ícono más reconocible –y más querido- de la revuelta. Matapacos fue un perro callejero, un quiltro, que acompañó a los estudiantes en las protestas por la educación gratuita de 2011, en el primer gobierno de Sebastián Piñera. En 2009, la estudiante María Campos lo invitó a vivir en su casa. Pero, aunque dormía ahí, Matapacos se movía libremente por la ciudad durante todo el día hasta su muerte, por causas naturales, en 2017. Una ilustración de Tomás Saavedra lo representa con una ferocidad inusitada, con su característico pañuelo rojo. La fama del quiltro ha trascendido fronteras, y su imagen apareció en las protestas ciudadanas de noviembre pasado en Nueva York. “Las protestas actuales por la justicia social y la reforma socioeconómica en Chile tienen mucho en común con las de 2011. Tiene sentido que Negro Matapacos siga siendo un símbolo poderoso”, sostiene Alexandra Isfahani-Hammond, profesora asociada de Literatura Comparada de la Universidad de California en San Diego. Coincide en Chile el sociólogo Jaime Rodríguez: “Estas imágenes remotas de Negro Matapacos reflejan la universalidad de su mensaje de justicia social”. En un documental sobre el perro, Rodríguez precisa que las manifestaciones chilenas a partir de 2011 respondieron a la ausencia de una red de seguridad social. Los perros de libre circulación de Chile, los quiltros, personifican esa exposición al daño. “No hay nada más precario que un perro en la calle’, afirma Rodríguez.
O que un dibujo callejero. El miércoles 19 de febrero las paredes del Centro Cultural Gabriela Mistral y del Centro Arte Alameda, que albergaban a parte importante de estas obras, amanecieron pintadas. Durante la madrugada, desconocidos borraron, sin autorización, cientos de collages, dibujos e ilustraciones. Pocos minutos después de viralizarse la noticia, decenas de personas se apostaron en la Alameda, reapropiándose del espacio e interviniéndolo con nuevas gráficas y consignas. “La historia no se borra”, “Mientras más borren, más pintaremos”, “No hay pintura que borre la injusticia”. A ciudadanos anónimos, se sumaron artistas reconocidos. Nano Stern, cantautor chileno, quien compuso una canción en homenaje a Gustavo Gatica, estudiante que quedó ciego tras recibir disparos en sus ojos, plasmó una décima: “Podrán pintar las murallas, con el gris de su indecencia, pero el pueblo en resistencia, resistirá en sus batallas”. Diversas manos configuraban un enorme palimpsesto.
La figura de Matapacos resistió, al igual que el Guernica. Gabriela Mistral fue borrada, pero un trabajo de restauración realizado por el Centro GAM permitió recuperarla. El Cristo de Caiozamma no corrió la misma suerte. Ubicado en el edificio de la Telefónica, desapareció con diferencia de pocas horas. “Resistió los cuatro meses, hasta que llegó una productora publicitando su concierto y lo borró. Lamentablemente, porque si me borran con algo, otra obra acerca de lo que está pasando, está bien. Pero porque pegan publicidad, en verdad eso me dolió”, comenta su autor.
Marzo
Para Ramón Griffero, dramaturgo, director teatral y Premio Nacional de las Artes de la Representación 2019, asistimos a una subversión de la creación social, que “se enfrenta a una ficción que va perdiendo las verdades que la sustentaban”. En el libro colectivo “Los futuros imaginados” (descargable gratis aquí) plantea que la conciencia de clase, motor de la revolución del proletariado fue reemplazada por la conciencia de la vida y las demandas de un buen vivir no solo para nosotros “los humanos”, sino también para un planeta y todos los seres que lo habitan. El espacio público se ha convertido, entonces, en el espacio de la representación comunitaria, antes reservado a las salas de teatro y las galerías de arte. “Ya no hay un escenario al cual concurrir y aplaudir a los actores políticos protagónicos. Hoy estamos todos y todas sobre el escenario”, apunta.
Al reafirmarse la existencia de un inconsciente colectivo, de una memoria intrínseca, que no pudo ser borrada, “resurgen colores, sonidos e imágenes de las rebeldías del ayer, hoy reelaboradas, que nos dan la muestra palpable de pertenecer a una tribu con sus tótems y ritos para todos reconocibles”.
Es marzo. El 26 de abril se celebrará el plebiscito de entrada para decidir si se aprueba o rechaza reemplazar la Constitución impuesta en dictadura, para escribir un nuevo texto, por primera vez, colectivamente. El Museo de la Dignidad comienza a rearticularse. Los estudiantes volvieron a clases y a las calles. Más de un millón de mujeres marcharon por la Alameda en la más multitudinaria conmemoración del Día Internacional de la Mujer que se haya registrado en Chile. La violencia policial no se detiene. Los artistas y los ciudadanos tampoco; siguen escribiendo, dibujando, convocando, denunciando sobre las paredes de la otrora ciudad higienista. Dicen que es un estallido, un despertar de alguna pesadilla que ya no era contenible.