Por Jorge Vessel
Regina López Muñoz es una acróbata de la lengua. Nacida en Málaga, estudió Traducción e Interpretación en su ciudad natal, donde también cursó el Máster en Traducción para el Mundo Editorial en 2010. Cuenta con traducciones de libros maravillosos y muy diferentes entre sí, como El peatón de París, de Léon-Paul Fargue y El pequeño Vampir de Joann Sfar. Además, forma parte de un grupo selecto (Las Cuatro de Syldavia) que se encarga de la traducción de novelas gráficas. Conversamos con ella acerca del rol del traductor, de lo inútil que resulta intentar traducir a un español neutro y de su proceso para reescribir los libros que traduce.
Has traducido a voces muy importantes de la literatura, como Edna O’Brien, Jean Genet, Margaret Drabble y Mary Karr. ¿Cómo defines tu rol como traductora de estas obras? ¿Cuál sientes que es tu responsabilidad dentro de la creación literaria? ¿Hasta qué punto se puede considerar al traductor un “segundo escritor”?
Veo mi labor, por encima de todo, como un trabajo de transmisión. Y, para poder transmitir de la mejor manera posible una obra literaria, con todas sus particularidades, primero tengo que hacerla mía, comprenderla del todo, desbaratarla como si fuese un jersey para luego volver a tejerla con mis propias agujas. Ahí creo que reside mi mayor responsabilidad, en ser capaz de sondear todas las capas de las que se compone el texto, nunca pasar de puntillas por ninguna de ellas. Y, a partir de ahí, trasladarlo a mi lengua. Esa tarea de «reconstrucción» inevitablemente será creativa, por lo que, sí, no cabe duda de que el traductor es autor del libro que traduce.
¿Hasta qué punto sientes que la versión que haces de libros como “Las chicas de campo” o “El funambulista”, está influenciada por los tiempos que vivimos, en comparación al momento en que ciertas obras fueron concebidas? ¿Sientes que hay que adaptar las traducciones al tiempo actual para crear un vínculo a través del lenguaje entre la obra original y el público nuevo?
Me resulta muy difícil responder a esta pregunta, porque cada libro, cada encargo, tiene sus características, sus contextos de creación, difusión y recepción —el del original, el de su traducción—. Pero hay un hecho, y es que cada cierto tiempo hacemos traducciones nuevas (y lecturas nuevas) de ciertos libros; la literatura está viva y entra constantemente en diálogo con quien la lee, de ahí la importancia de «traerla» al momento presente, un fenómeno que me parece estrechamente relacionado con el de «rescatar» obras publicadas hace mucho tiempo y que, por diversos motivos, no fueron traducidas ni recibieron en su momento la atención debida.
Unas de las preguntas que rodea siempre la traducción es el lector y, en el caso del español, sabemos que hay muchos países donde los lectores hablan la lengua con diferencias que pueden resultar importantes a la hora de traducir un texto, en especial si toca recurrir a la voz hablado y coloquialismos. ¿Cómo escoges en qué “español” escribir, y qué tanto de ese proceso depende de ti o de la editorial?
Me encantaría estar en condiciones de «escoger» el español en el que escribo mis traducciones, porque eso denotaría un dominio envidiable de las variedades de nuestra lengua; pero mi español es el que es, español de España, con ciertos rasgos dialectales andaluces de los que yo a veces ni siquiera soy consciente, y que me señalan los propios correctores de los textos o lectores amigos que proceden de otras regiones españolas. Ese supuesto «español neutro» que algunos defienden me parece una invención estéril. No se puede «aplanar» una lengua, pervertirla y transformarla en una construcción artificial, porque ese Frankenstein no sería de todos, sino que no sería de nadie. Creo que lo que tenemos que hacer es celebrar la diversidad que nos ofrecen las variedades del español, y ensanchar horizontes.
Cuando traduces un libro de una realidad que te puede resultar bastante ajena, que imagino será con mucha frecuencia, ¿investigas acerca del autor, su realidad y el tema antes de iniciar el trabajo o dejas que la obra te vaya abriendo inquietudes que tú misma vas satisfaciendo a medida que avanzas en el trabajo?
Más bien lo segundo, muy a mi pesar, porque el tiempo apremia y no me puedo permitir dedicar una, o dos, o tres jornadas laborales a descubrir a cada nuevo autor, repasar su bibliografía y la de escritores afines, ver películas ambientadas en la época, etcétera. Todas estas cosas, naturalmente, las voy haciendo, pero en un proceso que va en paralelo al de la traducción de la obra, y del que por supuesto saco mucho provecho en las fases de relectura y revisión de la primera versión de mi traducción. En cualquier caso, cabe señalar que, por mi combinación de lenguas (italiano, inglés, francés, algo de portugués), no suelo enfrentarme a realidades y maneras de ver el mundo muy distintas de las de nuestra cultura, o por lo menos no me ha pasado hasta ahora. Pienso por ejemplo en el trabajo de traslación cultural que llevan a cabo traductores de lenguas y culturas que nos son muy ajenas, como el japonés o el islandés, e imagino que debe de ser titánico.
Te has encargado de la traducción de nóvelas gráficas, género novedoso que cada vez vemos más en el mercado en español. ¿Cuáles son las particularidades de este género en comparación con la novela tradicional o el cuento a la hora de traducirlo?
La particularidad más evidente, y que supone un reto a la hora de traducir, es el espacio. En el cómic tienes unas viñetas y unos bocadillos a los que debe ajustarse tu texto, por lo tanto, tu traducción va a estar condicionada por el número de caracteres del que dispongas, y eso limitará y dificultará tu labor, porque no puedes pasarte, pero tampoco quedarte corta (hay veces en que se impone meter una «morcilla» para que no quede demasiado espacio en blanco en el bocadillo o la cartela). Al mismo tiempo, ese elemento puede terminar siendo una ventaja, porque te va ayudando a desarrollar la capacidad de precisión, muy útil para cualquier tipo de textos. Los cómics suelen ser, además, obras que requieren mucha fluidez de lenguaje «hablado».
Otro aspecto insoslayable es la interacción entre texto e imágenes. Ciertas libertades que una puede llegar a tomarse al traducir una metáfora o un chiste en una novela pueden desaparecer ante la presencia de una imagen que vincule necesariamente ese chiste o esa metáfora a un elemento gráfico concreto. Pero, indudablemente, la presencia de la imagen ayuda muchísimo en situaciones en las que podría faltar contexto o no se entiende muy bien el sentido de una frase.
El último elemento que destacaría son las onomatopeyas. Hay que tener mucho control de la expresividad y la oralidad para traducir ciertas onomatopeyas, que a veces llegan a ser incluso muy gestuales, y no siempre te encuentras ante casos tan claros como adaptar el ladrido de un perro o el crujido de una madera. Subir una cremallera, frotarse los ojos, tirar de un pelo con una pinza de depilar… ¡Hay todo un mundo de ruidos a nuestro alrededor!
Dentro de los libros que has traducido, ¿hay alguno que guarde un lugar especial dentro de tu memoria porque de alguna manera te permitió crecer como traductora?
Todos los libros que traduzco me enseñan algo, pero hay algunos que inevitablemente son más especiales y recuerdo con cariño. En ese sentido, para Errata naturae (en coedición con Periférica), acabo de traducir un libro portentoso, de lo mejor que he leído en mi vida, el relato autobiográfico de juventud de Vera Brittain, una escritora británica que se enfrentó a todo y a todos para poder estudiar en la Universidad de Oxford, con tan mala suerte que justo cuando lo logró estalló la Primera Guerra Mundial. Es un libro muy extenso que aborda, además del conflicto bélico, para el que tuve que documentarme mucho, toda una serie de cuestiones sociales que están de plena actualidad un siglo más tarde, lo que en cierto modo puede resultar desalentador… Es una auténtica obra maestra, y me asombra y escandaliza que no se haya traducido hasta ahora, ochenta y cinco años después de su publicación.
Quisiera terminar pidiéndote que nos cuentes de dónde nace el proyecto de Las Cuatro de Syldavia y de qué manera se han dedicado a la nutrir a la comunidad de traductores cercana a ustedes. ¿Qué tan importante es para ti mantener esa comunidad?
Llevábamos tiempo planteándonos las ventajas de establecer oficialmente una «alianza», y la concretamos a principios del 2013, desde la perspectiva de cuatro profesionales más o menos instaladas en el mercado editorial con un interés y un objetivo común: el mundo de la novela gráfica, en el que ya habíamos hecho varias incursiones por separado. Se trataba también de dar visibilidad a un sector de la traducción editorial que pasaba casi por completo desapercibido, pese a disfrutar de un gran auge entre el público lector. En estos seis años creo que se ha avanzado mucho en ese sentido, y diría que las editoriales son ahora más conscientes de la necesidad de dejar las traducciones de cómics en manos de profesionales que conocen el medio y lo manejan. También hemos notado, y lo celebramos, un interés creciente por el sector, que lleva a que se le reserve un espacio en encuentros universitarios y profesionales sobre traducción en general, y cada vez aparecen más jornadas, coloquios y hasta cursos de especialización universitaria centrados específicamente en la traducción de cómic (como el de la Universidad de Málaga, que ha celebrado ya su tercera edición).