María Charneco
Foto por macroe
I
Te miro desde el sillón azul, contra el cielo azul, tumbado sobre la cama. Tienes los ojos cerrados, la boca abierta, las mejillas sin carne y me pregunto qué te hace aún agarrarte a la vida.
También mamá tardó mucho en marcharse. Con ella fui egoísta, llegué a decirle que, si comía, tal vez se recuperase. Solo se me ocurre que esperas a mi hermana Olga, a que te toque antes de irte, debes de guardarle el último suspiro. No dejas de contener el aire durante largos y largos segundos y después suspiras. Apnea llaman a esta fase.
Pego el oído a tu pecho, a tu muñeca, a tu sien, busco el latido que empuja tanto aire. Lates fuerte. Se me pasa por la cabeza que tus suspiros son pensamientos que ocultaste. Uno a uno los vas liberando. Es normal que tardes en morir entonces; siempre has preferido ahogarte a decir lo que te pasa. Veo dibujado en ti el mismo grito que pintó Münch y pienso: ese hombre no estaba loco, solo le faltaba cuerpo para guardar más secretos. Así estás tú, que ya no quedas.
II
Es de noche. Olga ha llegado. Ya te ha besado y dedicado palabras, caricias, llanto; como antes lo hicimos Luis, Beni, yo. Ya te ha rogado, como nosotros, que te vayas, que no te cubras más de este hálito de dolor. Me imagino incluso a tus hermanos, que no son de besar ni de decir «te quiero», haciendo lo mismo. Pero aquí sigues.
III
Hoy hace mucho calor. Tu respiración ya no es tan angustiosa y he dejado de apoyar la cabeza en la almohada para escuchar de cerca el aire de tus pulmones. Ya no alargas los silencios. Te debe de impresionar menos lo que va saliendo de ti. Ahora parece incluso que tienes prisa por echar lastre, tus bocanadas son más rápidas, pestañeas como si hicieses un giño a tu cuerpo y supieses que va teniendo menos que decir. Cuatro son los miligramos de sedantes que recorren, cada hora, ese cuerpo tuyo. Qué poco ha protestado con lo mucho que ha pasado por él.
IV
Después de que convulsionases, te han inyectado inductores del sueño y te has quedado más tranquilo. Tienes el pelo hacia delante y la sábana cruzada como un viejo emperador romano que saludase al cielo. Pareces decir: «Ave, el que va a morir te saluda». A lo mejor el cielo no te toma en serio porque has sido siempre un poco pagano. O por la manta roja de Grazalema que te envuelve, estoy por quitarla. Me acerco a besarte, a recorrer con el dedo índice esa nariz desconocida que ha dejado al descubierto la agonía: curvada, huesuda, con una hendidura mínima entre tus gigantescas fosas. Hueles a naranja verde y creo que te gustarías si te acercases a ti mismo por detrás de las orejas; te parecería verte bajo los naranjos de esa ciudad tuya y mía que siempre te ha gustado vivir por la mañana temprano.
V
Te escribo de nuevo desde el sillón azul, hoy sí soy capaz. He colocado el portátil sobre la pequeña mesa de chapa que encontré al llegar a la habitación. La que utiliza Luis para trabajar cuando viene a estar contigo por las mañanas. Se balancea. No me tomo el movimiento como una protesta, más bien como un gesto de ánimo. Siento el calor del sol en el hombro. Entra desde atrás, perfora la ventana colándose entre las cajas de Coloplast que Beni tuvo que traerte a todo correr, porque aquí no saben cuáles usas. He dejado una ranura abierta por donde el aire acondicionado, demasiado alto, se escapa. Tienes la cabeza levantada y, cuando te miro, parece que estoy mirando a la muerte desde abajo. Me pregunto desde dónde la miras tú. Si estás dentro de una mancha blanca, como dicen; si la miras desde la orilla arcillosa de un río serrano; desde un columpio de cuerdas atado a dos pinos; si estás al otro lado de una barra de azulejos brindando con ella, para que te reciba llena de gloria no bendecida.
VI
Ahora tu respiración es acuosa. Puede que también yo esté respirando distinto, siento una punzada en el omóplato izquierdo. Tanto ver cómo te cuesta a ti, tanto escuchar tus estertores… La enfermera dice que esos quejidos no te duelen, que simplemente intentas respirar, seguir en este mundo.
Una vez en mi vida fui consciente de cada bocanada de aire que respiraba; lo recuerdo con angustia, pero la enfermera insiste en que no sientes nada. ¿Es posible no sentir que la vida se va? Te he pedido al oído que te vayas estando conmigo. Creo, por lo que ha dicho Olga esta mañana, que ella no está preparada. Apresuro las letras del teclado sin dejar de mirarte.
VII
Has abierto los ojos y me he asustado mucho porque ya no te he visto, solo dos nubes blancas desorientadas, dos velas apagadas, ciegas de este mundo. El enfermero me responde por el interfono que viene corriendo. Antes de que llegue, salgo al pasillo a buscarle, pero no lo encuentro. En la habitación repito una y otra vez «Papá, qué pasa» y el enfermero me riñe al entrar, dice que hablándote te estoy sacando de donde estás, te estoy arrastrando a esta vida que no lo es para ti desde que te cortaron la fuerza y te consumiste en tu silla como las frutas escarchadas que engullías en Navidades. «Gracias» me decías una y otra vez en el jardín, por empujarte la silla. Te arropo con la manta roja para que no sientas frío, como tú lo hiciste conmigo de niña las noches en que no estabas de viaje. Solo quiero que estos días que no deseas, tu nombre encuentre calor.
Para no traerte de nuevo a la agonía, te llamo «papá» con un hilo de voz merina. No oigo tu respiración y me pego a ti. Tus labios encogidos no vibran, no sale aire de tu boca. Se ha ido a otro sitio, no sé a dónde, no sé si con mamá, después de todo. Te cierro los ojos. Ya sin verde donde mirarme.
María Charneco (Sevilla, España · 1970) es licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas por la Universidad Complutense de Madrid y, tras casi diecinueve años trabajando en multinacionales como redactora creativa, decide abordar la escritura desde dentro. En la Escuela de Escritores de Madrid estudia novela y cursa su Máster de Narrativa. Además, se especializa en Enseñanza de la Escritura Creativa. Ha publicado los relatos La urna y Ave del paraíso en las revistas literarias Cuentos para el Andén y La Gran Belleza; El lunar en la antología Un cielo propio de EdE. Actualmente escribe y trabaja como profesora de escritura creativa.