PRIMERA FINAL
Primer set
Cero – Uno
Apretó sus ojos con las manos y recordó el momento: pisó mal el escalón, trastabilló y fue a dar contra la puerta del apartamento de Esteban. Venía de jugar el partido de voleibol contra los enanos. Si no hubiera ido, jamás habría pisado mal el escalón, pensó. El dolor era intenso. Palpitaba en su tobillo. ¿Cómo era posible? Había jugado cientos de partidos, saltado y aterrizado miles de veces sin que se le doblara. ¿Qué sería de ella si no jugaba la final?
Uno – Uno
Me sentí presa de un sueño loco. Estaba en la cubierta de un barco que se balanceaba con las olas. La embarcación flotaba a la deriva. Qué lugar extraño. El frío se aferraba a mi cuerpo como un parásito maligno. Náuseas, dolor de cabeza. Junto a mí: Mario y Josefina —mi amiga roba-novios—. Esteban se reía con su aire sexy, presumido.
Tres – Cuatro
Correr, escapar de todo. El viento sobre la cara, las zancadas, el esfuerzo en las piernas, los pulmones pidiendo aire, oxígeno por las venas, saber que puedo lograrlo. «Eres una ganadora», solía decir papá. Una ganadora que se había dado un beso con su mejor amiga para complacer a su novio.
Cinco – Cinco
Besé sus pechos desnudos, lo hice con besos cortos. Su mirada de ojos profundos era más suave que la de un hombre. Llegué a su pubis y recostó la cabeza hacia atrás. Mis mejillas sobre sus pelos como espigas, la línea del bikini afeitada de forma perfecta. La punta de mi lengua en su clítoris carnudo. La deslicé para un lado y otro. Su sabor, tan diferente al de un hombre, me gustó. Temblé cuando ella lo hizo conmigo. Fue como lanzarse al vacío. Ese delicioso dejar que el cuerpo caiga, sin pensar en el golpe que te reventará las tripas.
Seis – Siete
La embarcación se movía de aquí para allá, de allá para acá, de aquí para allá.
De aquí para allá De allá para acá.
De aquí para allá De allá para acá.
De aquí para allá De allá para acá.
Nueve – Once
Las suplentes brincaron hacia la cancha para rodear a la Gallo, y María casi se cae de la banca. Los Tigres de la Malasia empezaron a gritar:
—¡Josefina! ¡Josefina! ¡Josefina!
Pronto, todo el público de Bogotá estaba vitoreando su nombre. La Gallo se abrazaba con sus compañeras, apretaba los puños y caminaba por el maderamen como si levitara.
—Lamento no haberte podido ver —le dijo el entrenador de Northwestern.
—Pero si tiene los videos de los otros partidos… —respondió María.
—Cuánto lo siento —añadió el hombre.
Segundo set
Doce – Diez
Nada volvió a ser igual. Guardaba el rencor en silencio. Esteban andaba queridísimo. La invitaba a comer a restaurantes elegantes, llegaba con regalos y la paseaba en el Mustang.
—¿Todavía me quieres? —le preguntó un domingo en cine.
—Obvio. ¿Por qué lo preguntas?
—Tú sabes —respondió Esteban—. Hace tiempos no tiramos.
Catorce – Diez
Me bajé del carro y entré al edificio. Me quedé un momento en el hall de entrada. Volví a salir. El Mustang se había ido. El Tucán sería para mí. Un escalofrío me sacudió. Era sólo cuestión de tiempo, como todo en la vida. Contigo la luna adquiere un brillo de luciérnaga, la noche se ilumina con labios rojos y los objetos recuperan su cuerpo. Saqué mi cuaderno y lo anoté.
Dieciséis – Doce
Gritar tu nombre. Tucán, Tucán, Tucanero. Tucán de la selva. Tucán del viento. Tucán de los ríos. Pertenecer a tu mundo. Entregarme a ti, Tucán. Mi celular empezó a timbrar sin descanso. Era Esteban.
—¿No va a contestar? —me preguntó la mujer de al lado.
—Me da mamera.
Diecisiete – Trece
Esteban la acompañó el día en que le quitaron el yeso. El doctor le indicó girar el tobillo. Sus movimientos fueron torpes. Aún le dolía y le costaba trabajo rotarlo.
—Nunca volverá a ser igual, aunque puede recuperar su funcionalidad si haces una buena fisioterapia.
«Puedes pegar algo que se rompe, pero jamás volverá a ser lo mismo», escribió.
Diecisiete – Catorce
—Todos estos ejercicios son para que el tobillo recupere la propiocepción, su capacidad de ubicarse de forma automática —le indicó la fisioterapeuta.
Le lanzó una bola medicinal que María atrapó guardando el equilibrio sobre un balancín.
—¿Cuándo podré volver a jugar voleibol?
—Cuando confíes de nuevo en tu tobillo.
Diecinueve – Dieciséis
A la mañana siguiente llegó al coliseo El Salitre. Josefina Gallo la miró con recelo.
—¿Qué hará la coja aquí? —le dijo a Laura Herrera.
María fingió no escuchar.
—Cámbiate y vienes—. Patty Orozco, la entrenadora, señaló los vestidores.
Se paró en la cancha con cierta extrañeza. Aquel lugar en el que solía sentirse victoriosa era un sitio hostil. No llegaba a las bolas que le ponían en la malla. Estaba fuera de forma, lucía lenta y saltaba con desconfianza. Ella misma se desconocía.
—Parece un camello —dijo Josefina entre risas.
La Gallo peloteó un par de veces contra el maderamen, lanzó la bola al aire, la impactó con fuerza y metió un servicio que entró sin que María pudiera responder.
«Comenzar de nuevo implica un esfuerzo triple. Por eso es que nunca hay que parar».
Veinticuatro – Veintiuno (Tercer Set Point – Bogotá)
—¿Vos sabés quién era la mujer de Lot? —le dijo el Tucán en otro entrenamiento.
—Obvio. Se convirtió en una estatua de sal. ¿Por qué?
—Vos te parecés a ella.
—¿Por qué me dices eso? —María lo miró con extrañeza—. Pensé que me ibas a decir algo bonito.
—Es para que abrás los ojos.
—¿Ando tan tiesa que parezco una estatua?
—No es eso. Es que siempre andás mirando el pasado. A ella la castigaron por eso. El pasado hay que dejarlo atrás.
«El cielo está lleno de estrellas que brillan, pero ya no existen».
Tercer set
Dos – Cinco
Un viernes coincidieron Esteban y Mario. Cada uno en el lado opuesto de la tribuna. Lina se la puso perfecta, un toque sutil con la punta de los dedos a un punto en que la defensa no llegaba. María saltó, sacó su brazo desde atrás, como una catapulta y le dio un golpe seco. La bola salió disparada hacia la cara de Josefina.
—¡Esta me la va a pagar! ¡Lesbiana de mierda! —le gritó con ojos llorosos.
—Usted es la que se muere por besar mujeres —respondió María.
Cuatro – Ocho
Llegaron al Gun club y subieron hasta un salón de paredes recubiertas con papeles de colgadura. Débiles destellos de luz atravesaban los caireles de las arañas de cristal. Caminaron sobre el tapete de hilo doble hasta llegar a una barra en la que un mesero de smoking les sirvió un par de whiskys.
—Estás muy sobradita —admitió Esteban—. Ten cuidado que el mundo da vueltas.
—¿Quién habla, la voz de la experiencia? Debiste haberlo pensado bien antes de apagarme el celular y perderte de mí, así como lo hacías.
—Ya te expliqué dónde estaba.
—¿Con tus amigos? Puedo ser joven pero no estúpida —dijo con odio—. No te pongas a jugar con candela porque terminas sin nada.
Veintidós – Quince
María es mi nombre. No construyo castillos en el aire. Te quiero así no te lo diga. ¿Cuánto tiempo he soñado con tu lengua negra?
Encontró mis pezones. Primero chupó uno, luego el otro. Los mordisqueó. Formó círculos con su lengua negra.
Lengua negra.
Negra lengua.
Lengua negra.
Negra lengua.
Lengua negra.
SEGUNDA FINAL
Cuarto set
Uno – Uno
—Debemos revalidar nuestro buen juego —dijo Patty—. Ya saben lo que me gusta: salir a matar; nada de «pasto».
El equipo del Meta empezó sirviendo. Andrea Tobar contuvo el saque, le pasó el balón a Laura. María estaba en perfecta posición.
Esperó el toque, pero Laura se la puso a Mónica, quien remató de forma incómoda. La bola se quedó en la malla.
—Me tenías perfecto —le reclamó María.
—No todas las bolas tienen que ser para ti.
Empezaron perdiendo 7×3 hasta que Patty se desesperó y cambió a Laura por Verónica Navas.
Cuatro – Cuatro
Ganaron el punto y le tocó servir a María. Rebotó la bola en el maderamen, la lanzó al aire, saltó y la impactó. Metió el servicio perfecto.
23×22.
Ganaron un nuevo punto y emparejaron el set. Rebotó la bola en el maderamen y sirvió un riflazo.
23×24.
Infló sus pulmones, levantó la cara y afiló la mirada para ver en dónde ponía la bola. La lanzó, arqueó la espalda y le dio un manotazo seco que venció al equipo del Meta.
—¡Esa mierda! —cerró los puños con la mirada de odio puesta en Laura.
El tercer set, también, lo ganaron sin ella.
Once – Siete
—Mucho mariquita —dijo el caleño—. Cuando era el momento de darse, salió corriendo.
—La vieja tiene razón —añadió otra estudiante—. La violencia trae violencia.
—Decile eso a la guerrilla.
—No, pero no puedes negar que Ricardo tiene su punto, en Colombia hay once millones de pobres y es verdad lo que él dice. A nadie le importa.
—¿Sabés qué le hizo la guerrilla a la novia de mi hermano? —el caleño respondió en su defensa—. Llamaron a boletear al papá porque tenía una microempresa de textiles. Supuestamente, le estaban aplicando la ley 002 de las FARC, por tener más de un millón de dólares, y como el viejo los mandó a la mierda, le dijeron que se despidiera de su hija. Con todo y que el papá le puso guardaespaldas, un día los pasó una camioneta, los cerró y le mandaron una ráfaga de ametralladora. El hermano alcanzó a reaccionar, la empujó hacia el piso del carro y la salvó.
—Bueno sí… ¿Y? ¿A quién le importan los pobres?
Doce – Diez
La voz de un militar rompió su pensamiento. Un soldado la miraba desde afuera. Era un hombre de mediana estatura. Su piel morena, contrastaba con sus ojos claros de pupilas grandes e iris amarillo, como los de un lince. El camuflado forraba sus piernas y pecho fuerte. María le quitó la mirada, guardó el cuaderno, se acomodó y cerró los ojos. El cansancio la fue adormeciendo hasta que escuchó de nuevo el estallido en El Nogal y eso la llevó a preguntarse en dónde podía estar el Tucán.
Quinto set
Uno – Cero
El noticiero decía que la Fiscalía tenía las primeras pruebas de que el secretariado de las FARC le había dado la orden directa a Óscar Montero, alias El Paisa, comandante de la columna móvil Teófilo Forero, para que ingresara los explosivos a El Nogal.
¿Quién le va a devolver los muertos a sus familiares?, pregunté en mi cuaderno.
Uno – Uno
El viernes siguiente, se enfrentaron a Norte de Santander. No era un equipo con mucha historia, pero el semestre pasado había llegado a semifinales.
Bogotá comenzó ganando el primer set 10×8. María y Laura hacían buenas jugadas, chocaban sus manos y parecían mirarse con una mejor actitud. El partido se emparejó en 20×20. Patty manoteaba desde la línea y hacía anotaciones. Los últimos puntos fueron peleados, aunque Bogotá se impuso por 25×23.
Trece – Quince
Al salir al maderamen hubo un abucheo general. Tele-Antioquia entrevistaba a algunas de las jugadoras del equipo adversario. Asistentes tiraban serpentinas dentro de la cancha como si fuera un partido de fútbol. Coreaban el cántico: «¡Veeeeerrrdddeeee! ¡Veeerrrdddeeee! ¡Veeerrrdddeeee!», igual que en la semifinal del año pasado.
El árbitro sopló su silbato y el equipo de Antioquia sirvió un riflazo. La bola golpeó el piso frente a Mónica.
Veintiuno – Veintiuno
Las gradas del coliseo lucían atestadas de espectadores que ondeaban sus banderas. Los gritos y cánticos de Bogotá chocaban contra los coros de los hinchas del equipo del Valle del Cauca.
Decenas de videocámaras y cámaras fotográficas resplandecían con sus flashes. El entrenador de Northwestern estaba junto a Santiago Restrepo. Levantó su sombrero tejano e inclinó la cabeza
en dirección a María. Josefina hablaba con Patty. ¿Qué hacía ahí? Le traería mala suerte.
Veintidós – Veintidós
Ensayaron el saque hasta que el primer árbitro las llamó y les indicó que se saludaran con Valle. María caminó junto a la malla. La Pantera le sostuvo la mirada. Había algo diferente en su postura. La habitaba un espíritu guerrero, un aura ancestral fortalecida por viejos espíritus africanos. Chocaron las palmas. Su mano era grande y pesada.
Veintiséis – Veinticinco (Decimo Match Point – Bogotá)
Tomé la bola, inflé mis pulmones y le pegué con fuerza. El servicio pasó la malla, dibujó una parábola y rebotó en el piso.
—¡Ma-rí-a! ¡Ma-rí-a! ¡Ma-rí-a! —coreó la tribuna.
Las cámaras me enfocaron y el público sopló sus cornetas.
Veintiséis – Veintiséis
Pantera respondió con una clavada para el 25×25.
Controlaron el servicio y Paula remató. A una defensora del Valle le flaquearon las muñecas y la bola se coló entre sus manos. Punto para Bogotá. 26×25. Otro match point.
Veintinueve – Treinta (Segundo Match Point – Valle)
La Pantera quedó frente a ella. Se respiraron encima. Valle sirvió. Lina controló el servicio. Laura le pasó la bola a María con los dedos. El bloqueo de la Pantera le cubrió el ángulo y María prefirió pasarla al fondo. Valle la clavó. Andrea la controló con dificultad. Bogotá la devolvió. La bola fue y volvió un par de veces hasta que Pantera se levantó. María saltó con sus ojos puestos en la bola. La Pantera le cambió el curso con los dedos y dejó a María descolocada. La bola inició su caída. María se lanzó en plancha detrás de ella, cayó sobre el codo y sintió un corrientazo. Match Point a favor de Valle.