Ni supe cuando llegó a vivir al lado.
Es domingo y me levanto para ir al baño. La puerta está laqueada. Se escucha que alguien está tomando una ducha. Espero no más de tres minutos y, cuando estoy ready para devolverme, se abre la puerta. Frente a mí, un muchacho dominicano joven, grande, guapo y con cara de chico malo. Le evito la mirada y le digo Excuse me, mientras entro a darme una ducha. Lo hago y vuelvo a mi cuarto.
Anoche estuvo buena la barra. Me hice mis chavos. Llamo al Malecón para pedir un delivery de carne asada con moro negro, flan y una materva con mucho hielo. Es domingo y aún no quiero salir a la calle. Maybe later. Mientras esperaba por la comida, sentí cómo el recién llegado salía de su cuarto, ponía llave y pasaba cerca del mío con paso fuerte. Un chico seguro. Llega la comida. Me la como. Más bien me la trago. No puedo echarme en la cama, que si no me da una hinchazón de aquéllas.
Salgo a la calle a tomarme un café. Bajando las escaleras del segundo piso me cruzo con el nuevo vecino. Viene subiendo. Se me pone al frente y me dice:
–Oye, quiero hablar contigo.
–Voy de salida. Cuando vuelva. –le respondo.
Me voy caminando a la bakery que queda más cerca. Este barrio está lleno de bakeries. Voy pensando en qué onda, qué querrá hablar conmigo. Aunque no me pareció agresivo, me pongo nervioso. Mientras camino pienso en lo atractivo que está. Me tomo un café negro acompañado de un pastel de coco piña. Todo por dos dólares. Sólo aquí en Washington Heights se pueden encontrar cosas baratas. Yo diría que éste es el único lugar de Manhattan en el que los que no tenemos mucho dinero, todavía podemos vivir. Camino por ahí. Window shopping. Siempre hago window shopping los domingos. Vuelvo a mi cuarto. Antes voy al baño y cuando salgo me cruzo con el chico de al lado.
Respiro profundo y le pregunto qué es lo que tiene que hablar conmigo y me dice:
–Oye, no me tengas miedo. Yo trabajo aquí a la vuelta, en el punto de cocaine.
–Todo cool. No problem. Hablamos.
Y me meto a mi cuarto. Me echo en la cama, y pienso en lo buena onda que es mi vecino, y en lo bueno que está. Cuerpazo. Masculine. Ojos como achinados, pero grandes y castaños. Labios gruesos, diría frutosos. Y me entretengo pensando en cómo tendrá la verga. Me quedo dormido. Los domingos no salgo a trabajar. Duermo hasta el otro día. Me despierto a la mañana, para variar con hambre. Ya no me queda tanto dinero, así que no estoy para pedir delivery. Voy a un restaurant chino. Chicken in garlic sauce plus the soda, por sólo cinco dólares. Antes de volver a mi cuarto paso a comprar algunas frutas, mi infaltable aguacate y dos heros de pan integral. Me echo en la cama a ver televisión. Siento cómo el chico de al lado sale de su cuarto y se va a la calle. Vuelve rápido. Seguro que también fue a comprar comida. Ésta noche tengo que salir a la barra. Me tomo una siesta y despierto como a las seis. Me voy a la cocina a moler el aguacate para comérmelo con el pan integral, acompañado de una taza de té. Vuelvo a mi cuarto y me lo devoro. Voy a la cocina a lavar el plato con restos de aguacate. De vuelta por el pasillo siento un ¡ps, ps! bien despacio. Y veo que la puerta del cuarto del chico de al lado está entreabierta. Asoma su cabeza y me hace gestos para que vaya. Abro la puerta, veo que está completamente desnudo. Me quedo asombrado. Sin pensarlo le pregunto si quiere que le mame la verga. Él me dice que sí. Yo, en la onda de más sabe el diablo por viejo que por diablo, le dejo claro que no le voy a dar nada, que no tengo dinero. Él me dice que no con la cabeza. Me pongo de rodillas. Dejo los platos en el suelo, que hacen ruido desde hace rato por el nerviosismo que tengo. Él acerca su miembro a mi boca. Yo la abro y comienzo a mamar con la mayor inspiración y concentración que puedo. Siento cómo él hace gemidos de puro placer. Le digo que se tienda en la cama y sigo mamando hasta que explota en mi boca. Boto el semen en el plato que antes tenía aguacate. Sin decir nada salgo de su cuarto. Con cuidado. No me vaya a ver la dueña del departamento. Me siento en mi cama, aún incrédulo de lo que ha pasado. No me cabe en la cabeza que un muchacho que podría ser mi hijo me haya dejado mamarlo sin pedirme nada a cambio. Veo el semen en el plato. Es blanco y espeso. Pienso que así debe ser el semen de los caballos. Me echo hacia atrás. Me masturbo, y me vengo como hace mucho tiempo no me venía. Esa noche me voy a la barra y vuelvo como siempre, algo después de las cuatro de la madrugada. Había sido una noche regular. Me había hecho como unos ochenta dólares. Todo en propinas. No estaba tan mal para ser un día lunes. Ya me había sacado todo el maquillaje y, cuando estaba listo para acostarme, siento que alguien abre la puerta del departamento. Sé que es el chico de al lado. Me acuesto y a los minutos siento golpecitos en la pared que separa nuestros cuartos. Me levanto y voy donde él. La puerta está medio abierta. Entro, él está echado en la cama con las piernas abiertas y el miembro erecto. Sin decir palabras subo a la cama, comienzo a mamar. Explota dentro y, con la boca llena, me regreso a mi cuarto. Sentado en la cama abro la boca, dejo caer el semen en mis manos y me doy un facial.
Y así fueron casi todos los días. Ya sabía que su turno en el punto de coca terminaba a las cinco de la madrugada. Lo sentía llegar y no esperaba ni cinco minutos para sentir los golpecitos en la pared. Automáticamente me iba a su cuarto a mamarle la verga. Una de esas tantas veces cuando estábamos en su cama, me dio por cambiar de posición, poniendo mis pies hacia su cabeza. De pronto siento cómo él me toca la verga y. sin darme cuenta, la tengo dentro de su boca. Así fue de ahí en adelante. Hacíamos sesentinueve. Cada día a las cinco de la madrugada estaba a su espera. Estaba absolutamente enchulado. Y así pasaron los días, aunque debiera decir las noches. A veces era yo quien tocaba la pared. No hablábamos absolutamente nada. Los dos nos veníamos juntos.
Creo que ya había llegado el otoño. Despierto temprano. Alguien mete mucho ruido en el cuarto de al lado. Me levanto y voy al baño, más en la onda de averiguar lo que estaba pasando. Un tipo que nunca había visto estaba vaciando el cuarto del chico de al lado. Él no estaba. Le pregunto a la señora qué es lo que estaba pasando. Ella me cuenta que a mi vecino se lo habían llevado preso. Seguro que lo agarraron en el punto, me digo para mis adentros. Vuelvo a mi cuarto y me echo en la cama para seguir durmiendo. Pensaba en cómo iba a extrañar esos sesentinueve y esa verga que era como una fruta dentro de mi boca.
Ni me acuerdo quién llegó a rentar el cuarto. Quizás habría pasado un año. Entre otoño e invierno, día de semana. Había vuelto de la barra como siempre algo después de las cuatro. Estoy ya en la cama cuando siento suaves golpes en la pared de mi cuarto, que da al pasillo del segundo piso. La puerta de mi cuarto está casi pegada a la puerta del departamento. En vez de no hacer caso a la insistencia de los golpes en la pared y tratar de dormir, me da por levantarme y abrir la puerta. Era él. Me sonríe. Le sonrío. Lo meto a mi cuarto. Nos besamos. Antes nunca nos habíamos besado. Nos desnudamos. Me voy directo a su verga. Él me acaricia la calva. Hacemos el sesenta y nueve. Nos venimos juntos. Nos relajamos. Le pregunto por qué lo habían agarrado. Me contó que había incumplido su parole. Me contó que era la tercera vez que caía preso. Se viste y se va. Me dormí con una sonrisa en los labios.
Pasó casi un mes sin que lo viera, hasta que una noche como de costumbre llegó a tocarme la pared. De un salto me levanto de la cama. Le abro y de un agarrón lo meto dentro de mi cuarto. Nos besamos. Y no sé cómo pasó: antes de irme directo a su verga, me dio por besarle el cuello y de ahí su espalda. Terminé penetrándolo. Nos vinimos como siempre con el sesentinueve. Se viste y se va sin decir palabra. Como siempre. Me siento como en una especie de limbo. La sensación de haber penetrado a ese hermoso caballo me había dejado sin aliento. Antes de dormirme me acordé de algo que había visto en él. Algo que me incomodaba. Se veía algo demacrado y parece que había perdido bastante peso. Me dormí. Esa noche me había hecho buen dinero, así que decidí no salir ese día. Me daría un break en medio de la semana. Cool. Sabía que esa noche no podría dormir. Como a eso de las diez de la noche me fui al punto a comprar un veinte de coca. Llego, y el que abre la puerta del building donde se vende el material es el chico de al lado. Se puso muy nervioso. Yo diría que se sonrojó. Ya en mi cuarto, después de dos jales, me dió por pensar que en realidad se veía demacrado y que sí había perdido bastante peso.
Es ya de madrugada y me voy a comprar dos cigarros sueltos al grocery. El cigarro me ayuda a bajar la nota. Caminando bien abrigado, pues ya hacía mucho frío, veo que él está en una esquina cantando a todo pulmón. Tiene los audífonos puestos. Quizás por eso no escucha lo fuerte que está cantando. Había algo extraño en su comportamiento. Cuando volví de comprar los looses ya no estaba. Fumando me puse a pensar que si venía esta noche o cualquier otra lo iba a regañar. Que se le notaba que estaba haciendo alguna droga. Que me tenía que escuchar. Que yo era mayor que él. Pero volvió a desaparecer. Quizás se lo habían llevado nuevamente preso. Por lo menos se va a desintoxicar, pensé. Un día en la cocina, como siempre moliendo aguacate, la dueña de casa me comenta que hace semanas que no había visto al chico que vivía antes al lado de mi cuarto. Yo, como haciéndome el tonto, le pregunto de quién, de entre toda la gente que ella ha rentado ese cuarto, me está hablando. Ella se ríe como diciéndome no te hagas. Yo la dejo hablar.
–Lo veía casi todos los días cuando iba a comprar algo a la tienda. Pero hace un tiempo que no aparece. Seguro que se lo llevaron preso de nuevo. Pobre muchacho. Yo lo conozco desde que era un chamaquito.
Yo la miro asombrado.
–Creía que usted lo había conocido cuando había venido a vivir acá.
–No, para nada. Él vivía en el building de acá a la vuelta con su abuela. Su mamá desapareció. Nunca más se supo de ella. Tampoco tiene papá. La abuela se enfermó y se la llevaron a un home. Así que él se quedó solo. Siempre renta un cuarto aquí en el barrio. Siempre vuelve para acá después que sale de la cárcel, el pobre.
Volví a mi cuarto. Por primera vez el aguacate no me supo a nada. Me tomé el té y me eché en la cama. Pensaba en el chico de al lado. En las ganas de tenerlo al lado mío. En por qué no le había dado mi número telefónico. Le hubiera dicho que se lo memorizara. Así me habría podido llamar de la cárcel o del detox. Le habría podido mandar aunque fueran unos veinte dólares. Me dormí excitado y algo cansado. Me dormí pensando en él.
Pasó el invierno y volvió rápido, como siempre en Nueva York. Ya hace casi un año que no iba a las barras. Me había puesto en la onda cibernética. Ponía avisos en la internet. Como mi cuarto quedaba al lado de la puerta del departamento, podía meter clientes sin que nadie se diera cuenta. En especial de noche, cuando todos dormían. Igual la señora después de un tiempo se dio cuenta. Y buena onda, pues me dijo:
–Mientras tú me pagues el cuarto a mí no me importa.
Así que siempre le estoy dando algunos chelitos para que se compre sus cigarros sueltos. Era un sábado, algo después de la medianoche. Era principio de invierno. Salgo a comprarme una bolsa de coca. Abro la puerta y me lo encuentro a él. A punto de tocar mi pared. Inmediatamente le digo que vuelva más tarde. Que aún la señora no se dormía. Nos damos una sonrisa cómplice. Estaba realmente guapo. Se veía más hombre. Yo también creo que me veía mejor. Había bajado de peso, pues ya no iba a las barras, así que ya no tomaba alcohol ni cuando me echaba coca, como esa noche. Pura agua. Me pongo a contestar el teléfono. Me hago un cliente. No me vengo. Quiero guardarme para el chico de al lado.
Él llegó como siempre después de las cuatro. Sentí los golpecitos en la pared. Abrí la puerta y apenas estuvo en mi cuarto nos devoramos a besos. Hicimos el sesentinueve y lo penetré. Antes de que se fuera le pregunté si quería mi número telefónico. Lo marcó en su celular. Como siempre se fue sin decir palabra.
Ese invierno parecía que venía a quedarse por un buen tiempo. Y así fue. Llegó la navidad y, por suerte, yo con algo de dinero. No hay nada peor que una navidad sin dinero. Cuando compraba coca ya no iba al punto de la vuelta. Había encontrado que en la otra esquina la vendían más barata. Así que rara vez veía al chico de al lado. Algunas veces sólo a lo lejos. Y tampoco había aparecido a tocarme la pared. Era noche de año nuevo y yo venía llegando de donde Diana, una amiga hondureña con la que nos habíamos tomado una botella entera de Bacardí. Por supuesto, con Coca Cola.
No estaba borracho, pues había consumido cocaine. Estaba tendido en la cama cuando suena mi celular. Lo contesto de inmediato, pensando que puede ser algún cliente.
Genial, pensé. Borrachitos, de seguro. Y así es más fácil que suelten la billetera. Pero no. Al momento que contesto alguien me dice que quiere pasar la noche conmigo. Pregunto quién es. Me responde que el que antes vivía al lado. Que yo le había dado mi número telefónico. Sonrío y le digo que claro. Me cuenta que se va a demorar algo en llegar. Que está esperando a un amigo que le va a dar yerba. Me levanto y empiezo a arreglar la cama. Sé que vamos a estar más tiempo juntos. Más que las otras veces. Pasa menos de una hora. Sin llamarme, vuelve a tocarme la pared. Le abro y, sin decirnos feliz año nuevo, deposita en el suelo un six pack de cervezas. Saca una para él y otra para mí. Las destapa con los dientes. Toma un sorbo y comienza a enrolar un blont. Lo prende y comenzamos a fumar. Mientras se desnuda saca de uno de los bolsillos del pantalón una bolsa de coca. La deja sobre la cama y, mientras sigue bebiendo su cerveza, me mira sonriendo. Sabe que estoy feliz con el regalo. La muelo y me doy una raya. Le ofrezco. Él no acepta. Entiendo que debe estar en parole y que de seguro le hacen exámenes de orina. Bebo de mi cerveza mientras él se echa de espaldas en mi cama con el miembro bien parado. Yo, que con la coca y la yerba me vuelvo bien kinky, le pongo coca en la cabeza del pene. Comienzo a mamar mientras él se queja de placer. Tomo cerveza, que aún está fría y sigo mamando, provocándole más placer a causa del cambio de temperatura que tengo en la boca. De pronto se levanta y se pone al borde de la cama, dándome a entender que me ponga en cuatro. Que me va a penetrar. Excitado y pensando en lo grande que tiene la verga, me doy otro pase. Me pongo en posición y comienza a darme. Al principio suave y después cada vez más fuerte. Siento cómo se viene dentro de mí. Sus gemidos hacen que también me venga. Nos desplomamos. Uno al lado del otro. Después de unos minutos él comienza a fumar de nuevo, mientras yo me doy el pase de cocaine que queda. Bebemos las dos últimas cervezas. Me dice que se tiene que ir. Le pregunto dónde está viviendo. Él contesta everywhere. Se va. Me quedo en una especie de limbo. A pesar de la yerba, la coca y las cervezas, sé que la sensación de high que tengo es por la penetrada que me han dado. Una especie de placer y dolor. Me duermo. Despierto con frío. El cuarto no tiene calefacción y, como yo vengo de clima frío, no me importa. Pero ese invierno estaba fuerte. Pienso en que tengo que comprar un calefactor. Ahorrando un par de días lo consigo. Aun me siento adolorido en la parte de atrás. Me ducho con agua bien caliente. Me doy masajes en el ano. Parece que lo tengo irritado. Pienso en el placer que me dio ser penetrado por esa verga que había mamado tantas veces.
Días después tocan a la puerta de mi cuarto. Era la señora para comentarme lo molesta que estaba, pues el señor que ahora vivía en el cuarto de al lado se había ido por la noche, debiéndole dos semanas de renta. Le comento que ese tipo nunca me había dado confianza. Me dice que va a llamar a la agencia para ponerlo de nuevo en renta. Se va. Me acuerdo del chico de al lado. Le contaría que el cuarto se había desocupado. Que de seguro la señora se lo rentaba. Que lo conocía desde niño y que no le importaba que pasara preso. Su hijo, de hecho, también estaba preso. Mientras buscaba su número pensaba en lo bueno que sería tenerlo nuevamente de vecino. Que nos podríamos conocer más. Que no conocía ni su nombre. Que seguiríamos siendo amigos con beneficios. Encuentro su número. Lo marco. Aparece una grabación diciendo que ese número está fuera de servicio. Marco de nuevo. Quizás marqué mal algún dígito. Otra vez sale la grabadora. Me echo en la cama. Seguro que cayó preso de nuevo.
Han pasado varios meses. Ya viene el verano. Se nota que va a ser bien húmedo. Me digo que, la vez que vuelva a ver, lo voy a obligar a aprenderse de memoria mi número telefónico. Que cuando lo agarren otra vez me puede llamar y yo le podría mandar aunque sea veinte dólares.