Una emotiva reunión de trabajo en Ginebra, y la posterior presentación de la talentosa “Orquesta Joven del Ecuador” en el Palacio de las Naciones Unidas dieron lugar a una entrevista a su director, Diego Carneiro, quien ha dedicado los últimos años de su vida a crear un mensaje viviente de la migración, como sinónimo de armonía entre culturas y países. El Maestro Carneiro, quien ha tocado en escenarios como el Royal Albert Hall de Londres, y ha creado proyectos musicales como “AmaZonArt”, diseñado inicialmente para su país natal Brasil, ha emprendido recientemente la creación de una orquesta de niños y jóvenes en Ecuador, merecedora de diversos premios y distinciones alrededor del mundo, como el Primer Premio del 67 Festival Europeo de las Juventudes de Neerpelt, Bélgica 2019. La Orquesta Joven del Ecuador está conformada por 47 niños, niñas y jóvenes músicos migrantes y refugiados de escasos recursos económicos y precaria situación, principalmente de Colombia y Venezuela, así como por niños y jóvenes ecuatorianos cuyas condiciones socioeconómicas tampoco les habrían permitido desarrollar su talento. La Orquesta Joven del Ecuador del Maestro Carneiro es en sí uno de los mensajes más positivos existentes en la actualidad de América Latina frente a la migración, precisamente en los peores momentos de la crisis migratoria venezolana, que
ha superado en números a la migración siria.
¿Cuáles son los orígenes de Diego Carneiro como músico y director?
Nací en el Amazonas, en la región de Pará, de padres humildes, pero muy ricos en amor. Fue mi madre quien tuvo la sensibilidad e intuición de ofrecerme su apoyo para que incursionara en la música, algo muy difícil en esos parajes. Sin embargo, el reconocido compositor brasileño Carlos Gómez había fundado en Belém do Pará un conservatorio, creando con ello oportunidades para niños como yo. Carlos Gómez no era originario de la región, pero falleció allí y el conservatorio llevaba su nombre. Luego, se lo reconstruyó en los años 80, llamándolo Teatro de la Paz. Pienso que ese nombre fue algo que también me motivó a aceptar el llamado y sacrificio de mi madre.
Empecé a tocar a los 11 años, primero piano y luego chelo. Desde muy pequeño recuerdo los bazares que organizaba mi familia para ayudar a otras familias a reunir comida. Fueron mis primeras presentaciones públicas. Esa labor solidaria de mis padres influenció en mi vida para aprender a combinar el arte con la labor humanitaria.
Cuando mi madre me llevó al conservatorio para la primera prueba, consideraron haber descubierto un niño prodigio. En tres meses estaba tocando conciertos. Mi primer concierto
oficial fue precisamente en el Teatro de la Paz, a los 12 años. A los 15 fui becado a Estados Unidos, luego estudié en Suiza, Inglaterra y Alemania, en donde recuerdo que mi maestro me dijo: “No te puedo enseñar más. Todo lo que sé ya lo sabes”, y me pidió ayudarle a enseñar a otros. Me volví autodidacta, investigaba mucho y mi pasión era llevar todo ese conocimiento a las aulas. Con aquel maestro volví al Brasil, lo recorrimos llevando música y conocimientos por todos los rincones del país. Tenía ya la vocación de la enseñanza, pero sobre todo la ilusión de retribuir de alguna manera lo que había recibido. Involucramos comunidades indígenas, niños con discapacidades. Fue una experiencia indescriptible y lo mismo se ha repetido ahora en la Orquesta Joven del Ecuador.
A los 18 años volví a mi Amazonía, a Belém do Pará, en donde pude crear, y lo digo con mucho orgullo, la Fundación AmaZonArt para el fomento de la música a través del intercambio de artistas. Este proyecto marcó mi vida y creo que también la de muchas otras personas. Ahora funciona desde Ecuador.
¿Cómo se define usted musicalmente?
Creo que hay tres maneras de definir a una persona que hace música: Un instrumentista, experto en uno o más instrumentos como el chelo, que toca y busca ser un
prodigio en lo que hace; un músico, que además de tocar música, la entiende, la explica y la enseña como maestro; y un artista, que va aun más allá, se enfoca en la cultura, en el arte, en las personas y el medio que le inspiran a hacer música, como los niños y jóvenes migrantes de la Orquesta Joven del Ecuador. No busca lucro; de hecho, como sucede en mi caso, el artista pone mucho de sí mismo para levantar sus proyectos artísticos. Creo que luego de hacer esas diferenciaciones, me identificaría más con la tercera definición.
¿Alguna anécdota especial o experiencia musical personal que recuerde, ocurrida antes de dedicarse a trabajar con la música migrante, de llevarla de un lugar a otro, de enseñarla y de tocarla con quienes van de un lugar a otro?
Quizá el haber participado en el London Promenade Concert, uno de los festivales más importantes de música clásica en el mundo. Tocar en el Royal Albert Hall a los 22 años de edad no sólo me llenó de satisfacción, sino que, al escuchar música con influencia de diferentes culturas, me enriquecí artísticamente. Sin embargo, no creo que esa experiencia se diferencie en realidad de lo que llamamos música migrante. Allí difundí música latina y cultura latina, al tiempo que descubrí fusiones y variedades musicales que al volver al Brasil me permitieron reconocer en la música local influencias de rituales provenientes de las Islas
Azores, de las Canarias y mucho otros lugares; es decir, descubrir que la música también migraba, que los migrantes portugueses o españoles que pasaban o venían de aquellos lugares, traían consigo a América esa influencia, y con ella su cultura, sus vivencias, sus historias. Descubrí que la música migraba inclusive de una región a otra del propio Brasil. La música que escuchaba mi padre en la Amazonía tenía influencia del norte de Argentina, porque pasó su niñez en una región del Brasil contigua a ese país. En el mismo Ecuador pude ver que las danzas que acompañan a la marimba de Esmeraldas eran similares a las que se realizan en otros lugares del mundo, con otros instrumentos. Viajar cruzando la Amazonía y por continentes como el África, o tocar en la frontera entre Guatemala y México han sido también experiencias que fortalecieron en mí esa percepción que marca ahora la música que hacemos en la Orquesta Joven del Ecuador, de que la música es migrante.
Hablemos entonces ahora de la música migrante, de la Orquesta Joven del Ecuador ¿Por qué una orquesta de niños y jóvenes migrantes y refugiados? ¿Cómo comenzó? ¿Con quién?
Desde el año 2016, con niños, niñas y jóvenes que van de 6 a 28 años dimos forma en el Ecuador a un proyecto que, por su naturaleza y mensaje, ha llegado a muchas personas en muchos lugares del
mundo. Comenzó con un recorrido que hice por Ecuador desde Quito a Loja. Vine por unos días y me quedé cuatro meses dando clases en la Universidad UESS, en donde, por supuesto, formé mi primera orquesta en el Ecuador. Las vivencias personales y profesionales me permitieron poco a poco hacer de este hermoso país mi hogar. El Ecuador es un país inclusivo, con leyes y prácticas humanitarias frente al extranjero migrante o refugiado que no existen en ningún otro lugar que yo conozca. Ese mensaje debía ser expuesto de manera clara, y nada mejor que el arte y particularmente la música para exaltar la belleza y potencial de la diversidad, la importancia y valor de la inclusión. Poco a poco niños y jóvenes talentosos, o que querían formarse en la música, pese a ser en muchos casos extranjeros viviendo en condiciones complejas, fueron conformando un grupo extraordinario. Colombianos, venezolanos, cubanos, tocando juntos con ecuatorianos, en su mayoría de escasos recursos que, en otras circunstancias, no hubieran podido ingresar al mundo de la música y desarrollar su talento, aceptaron la dirección de este brasileño para hacer realidad sus sueños. Niños, niñas y jóvenes de tan diverso origen dando juntos un mensaje de inclusión, de unidad, de paz. Fue especialmente motivador el escucharlos en la frontera entre Ecuador y Colombia, durante los momentos más críticos de la situación venezolana; es
decir, mientras cientos y miles de venezolanos llegaban al Ecuador desde Colombia, muchas veces tras días o semanas de caminar por la selva, con sus niños y casi sin pertenencias. Hemos llevado ese mensaje a muchos lugares del mundo, incluido, gracias a usted, entonces Embajador Adjunto del Ecuador, al Palacio de las Naciones Unidas, en donde ciudadanos y diplomáticos de literalmente todo el planeta escucharon un emocionante programa lleno de arte y de cultura latinoamericana, pero también de fe en la humanidad, en la solidaridad. Fue un mensaje de armonía en la diversidad y frente a la adversidad. Un mensaje de inclusión, frente a un mundo cada vez más dividido. Los niños, niñas y jóvenes de países de origen, destino y tránsito dieron una lección de paz, mientras en los salones contiguos del Palacio se negociaban los Pactos Mundiales sobre Migración y sobre Refugiados. Espero que al menos un par de negociadores hayan sido influenciados positivamente por este evento. Sé que usted sí lo fue.
Tiene seguramente muchas historias que contar sobre los niños o jóvenes que conforman la Orquesta.
Todos tienen una historia y necesitaríamos una entrevista con cada uno de ellos para poder conocer la riqueza del grupo y las anécdotas que hay detrás de sus miembros. Quizá puedo mencionar al primer violín de la Orquesta, una muchacha extraordinaria que
llegó al Ecuador casi sin esperanza, luego de haber dirigido a la edad de 17 años en su Venezuela natal a una talentosa orquesta de 60 músicos. Tenemos casos de niños y jóvenes que, de lavarparabrisas en los semáforos de las calles de Quito y otras ciudades del Ecuador, o de tocar en buses, han pasado a ser verdaderos artistas con un potencial y un futuro prometedor. Esto es sostenible gracias a las becas que el proyecto ha logrado conseguir y continúa buscando a través de nuestra Fundación* que, a propósito, siempre requiere de nuevos patrocinios para poder sobrevivir. Sin las becas, muchos de ellos no podrían llegar a la capital a practicar los días y a las horas que se requiere. Sin un apoyo permanente, muchos tendrían que volver a trabajar y dejar su educación para ayudar a sus padres. Espero que esta entrevista sea también un llamado a nuevos apoyos y auspicios, que cada vez son más necesarios. La orquesta ha crecido mucho y ahora junto a ella han nacido nuevos proyectos, como un coro de 160 niños procedentes del llamado “Centro del Muchacho Trabajador”, una obra creada por los Jesuitas, que hacen una gran labor social con ellos, pero no cuentan con recursos adicionales para financiar sus actividades musicales.
Cuando conocí a la Orquesta Joven del Ecuador vino a mi mente la Orquesta creada por Daniel Barenboim, conformada por jóvenes músicos palestinos y judíos, junto a otros jóvenes de
países del Medio Oriente y Europa, llamada “West-Eastern Divan”, en honor a una colección de poemas sobre el acercamiento del Islam con Europa. Veo paralelos con la Orquesta Joven del Ecuador, al hacer de la música un instrumento de convivencia en armonía, un mensaje de humanidad frente a críticas situaciones humanitarias. Cuando estuvieron en Quito se destacó que Barenboim, un talentoso músico multipremiado, deje de lado una carrera personal brillante y se dedique a su proyecto. También encuentro paralelos en esta afirmación. ¿Qué comentario tiene sobre los espacios comunes de esa música de paz y reconciliación y esta música migrante de inclusión?
Sus palabras son amables al compararnos con la obra de Barenboim. No voy a hablar de mí mismo, pero sí de los niños, niñas y jóvenes que en uno y otro caso han creado con su arte y sensibilidad un mensaje de convivencia armoniosa entre seres humanos. Es paradójico, pero a la vez hermoso, que sean los niños quienes nos den lecciones de vida a los adultos, a los gobiernos, a las naciones. Es lamentable que no todos comprendan o escuchen la fuerza de su mensaje. Al igual que la Orquesta West-Eastern Divan, que tiene también una Fundación “Barenboim-Said”, creada por su director junto al filósofo palestino Edward Said en Andalucía, España, buscamos sentar raíces para que nuestro trabajo y mensaje permanezca en
el tiempo, más allá de nosotros. Esperamos que el creciente público que sigue a la Orquesta Joven del Ecuador y quienes la vayan conociendo, se acerquen a nuestra Fundación de diversas maneras y sean parte de este proyecto. Que en donde se encuentren la busquen por internet, interactúen con nosotros y sientan que apoyando este esfuerzo artístico, este mensaje viviente, apoyan a la solidaridad, a la inclusión y a la vida. Apoyan a la música migrante.
*Fundación para el Desarrollo Musical AmaZonArt.