Cuando Ana López Montaner y Cristóbal Pizarro me preguntaron sobre los ejes de la intervención de esta tarde, yo todavía no conocía esta hermosa ciudad, Santiago, ni este país. Pero me habían comenzado a seducir las palabras de Ignacio Sanz, el autor de Una vaca, dos niños y trescientos ruiseñores: “Hay locuras que salvan al mundo de la vulgaridad y la rutina”.
Sanz, que ha escrito una obra que hoy se lee, se cuenta y se disfruta en muchos hogares y colegios españoles, dedica sus palabras al viaje de Vicente Huidobro a Europa, acompañado de su compañera Manuela, sus dos hijos, Nela y Vicentito, sus cuidadores, sus colecciones de sombreros y la vaca Jacinta, vaca de andares armoniosos y leche dulce, alimentada con frutas y azúcar, que se enrola en un buque hacia Francia para pesar del Capitán Guajardo. Todos ellos emprendieron un viaje en barco, desde Valparaíso, muy singular. Lo que no podía imaginar Guajardo es que, de regreso, el poeta, enamorado del trino de los pájaros, decidiera enrolar 300 ruiseñores en el buque, con la expectativa de traer a América el más bello canto…
Encuentro en esta obra imágenes que, creo, van a permitirme la exposición de esta tarde, dedicada a la dramaturgia para edades tempranas, concebida como práctica dramatúrgica y escénica, es decir, como práctica a demanda de las compañías que cuentan conmigo en sus espectáculos, y como escritura dramática original.
Dice Ignacio Sanz que “Al poeta chileno Vicente Huidobro su país se le hacía muy largo y demasiado estrecho”. Y así creo yo que es el teatro cuando renuncia a públicos de edades tempranas… Porque, lamentablemente, y durante mucho tiempo, una extraña y descomunal falla sísmica separó la literatura dramática de adultos y la dirigida a niñas y niños. Como si una y otra no pertenecieran a la misma materia creativa…
Hoy creo que estamos intentado atenuar esa falla. Porque la aventura de escribir para este público es un enorme desafío, una experiencia metamórfica, que cambia la escritura, que engrandece y amplía los horizontes. En cierto modo, es como ese viaje a través del mundo que te cambia, y que transforma tu lenguaje, porque modifica tu perspectiva y amplia tu mirada… Un viaje en el que el mar, cito de nuevo a Ignacio Sanz, es “un árbol frondoso lleno de pájaros”.
Para escribir teatro para la infancia, animo a hacerlo con la sinceridad de quien tiene preguntas y desea compartirlas; con la responsabilidad de que las preguntas sean las mejores. Y para hablaros de preguntas quiero presentaros a Maider.
Maider, la protagonista de mi primera novela breve para niños, Los cromos de Maider, es una niña de diez años, que vive en una gran ciudad, con sus padres y su hermana. Hace un álbum de cromos con los recuerdos de su vida, con lo que sabe y con lo que no sabe del mundo, con los recuerdos y con las preguntas que no puede contestar.
Maider se enfrenta con coraje a dudar, interrogarse y descubrir el mundo. Porque el mundo está hecho de preguntas de difícil respuesta. Maider se pregunta: ¿Quién soy yo? ¿Qué hago aquí? ¿Por qué tengo esta familia? ¿Qué quedará cuando yo no esté? ¿Hay algo o alguien cuando se apagan todas las luces?
Pienso que un buen artista debería parecerse a Maider; debería tener menos certezas que curiosidades; yo le propondría que investigara, antes que nada en la propia noción de infancia que dispone, y que su sociedad le ofrece. Y que trabaje con pasión, rigor e intensidad en el camino de las preguntas. Porque como dice Ignacio Sanz, “las estrellas son de quien las trabaja”.
Y es que infancia es uno de los términos más polisémicos y poliédricos que conozco. Es un término reciente históricamente, una noción inestable, que no se comprende de igual modo en distintas sociedades, culturas, épocas y creencias… Porque no hay una sola infancia, única, hegemónica y universal. Sí, por supuesto, unos Derechos Universales de los Niños, que deberían ser de obligado cumplimiento en todos los lugares de la Tierra. Pero infancia, como periodo, como experiencia, como contexto… Hay muchas…
De modo que empecemos con algunas preguntas: ¿Hay niños en tu entorno? ¿Muchos? ¿Pocos? ¿Trabajas con niñas y niños? ¿Qué sabes de sus vidas? ¿Qué les gusta? ¿Qué aborrecen? ¿Qué les inquieta o les convoca? ¿Tienen problemas? ¿Cuáles? ¿Qué se callan? ¿Qué no te dicen?
Sí, he dicho aborrecer, inquietar, convocar, problematizar, callar… Creo que es importante–yo al menos, animo a ello–a no idealizar la infancia como un territorio idílico, como un paraíso perdido. Recomiendo para ello, leer a dos poetas españolas de la generación de los cincuenta, Paca Aguirre y Gloria Fuertes, que refieren y dan testimonio de una infancia de grisura y grietas… En mi estancia santiaguina he tenido la enorme fortuna de conocer el Museo de la Memoria de Santiago. Contemplar los dibujos y cartas infantiles expuestos en dicho museo, apreciar la potencia de las imágenes, de las preguntas sin respuesta del arte de los niños, es un regalo que me llevo de Chile.
Alguien podría pensar que las circunstancias en las que esos dibujos y cartas fueron realizados son excepcionales y que la vida de muchos de nuestros niños y niñas, afortunadamente, está lejos de ese espanto. Pero… Incluso los niños de entornos seguros, confortables, con una vivienda y una alimentación garantizadas, incluso esos niños que van al colegio porque acceden a la educación como algo normalizado–y no lo olvidemos, no son todos: os invito a ver el documental Camino a la escuela, de Pascal Plisson, o La espalda del mundo, de Javier Corcuera, trabajos en los que la infancia está bien presente– incluso esos niños y niñas que han accedido a unas condiciones aceptables de vida, aborrecen, temen, se inquietan, callan…
Animo a acercaros a la escena para la infancia alejando de vuestra creación todos los victimismos, todos los prejuicios, todos los caramelos envenenados de paternalismo, condescendencia y conformismo que os sean posibles. Mejor todos, pero esto, lo sé por experiencia, es un desafío.
Necesitamos el mejor teatro para niños y jóvenes. El más audaz, poético, político, rico y sutil que seamos capaces. El que más esté a la altura de las necesidades y preguntas de unos niños y de un mundo que viven tiempos difíciles.
Me gusta mucho una afirmación que Julia Varley, la gran actriz y fundadora del Odin Teatret, lanza en relación al teatro de mujeres, y que me parece de profunda aplicación en el teatro para edades tempranas. “Vindico la solidaridad del rigor”. O lo que es lo mismo: el respeto y el apoyo mutuo en la autoexigencia de hacer el mejor teatro. Y en este caso, el mejor teatro para la infancia. En palabras de la especialista argentina Ruth Mehl: “Hace falta oficio, trabajo, sensibilidad, equilibrio y mucha objetividad”.
Los cromos de Maider obtuvo en 2016 el Premio de Narrativa Ciudad de Ibi. Ibi es una maravillosa población alicantina, en la Comunidad Valenciana, de la que proceden la mayor parte de los juguetes con los que jugué de niña. Allí, en Ibi, cuentan con un Museo del Juguete, que recuerda la importancia del sector juguetero en toda la comarca–a pocos kilómetros está Onil, donde se explica la historia de las muñecas de las últimas cuatro o cinco generaciones de niñas y niños españoles–. Y allí descubrí la emoción de que un centenar de niñas y niños te esperen en una biblioteca para compartir una historia, un libro dedicado y algunas preguntas. Joan Manuel Serrat dice que la felicidad consiste en encontrar una buena orquesta e irte de gira con ella. Mi idea de la felicidad se parece a Ibi, y a encontrarme con una ilustradora como la artista mexicana Estelí Meza.
Os preguntaréis por qué refiero una novela corta en una reflexión sobre dramaturgia contemporánea. Pues porque creo que la habitación de las preguntas de Maider es el corazón de mi posición ante la dramaturgia para edades tempranas.
También creo que con algunas nociones lo primero que debemos hacer es desenmascararlas de los supuestos atribuidos. La teórica mexicana García Santamaría, autora del imprescindible Perspectivas de la dramaturgia para niños en México, lo explica de forma luminosa. Hay un teatro para niños, dice ella, enfocado en la perspectiva comercial, donde la escena es un medio para ganar dinero. Este teatro con frecuencia está ligado a la dramatización de series televisivas dirigidas a públicos infantiles y juveniles, a la creación de productos de “marca”. Y hay un teatro para niños enfocado en la didáctica, en que la escena sea un medio para enseñar. Enseñar urbanidad, educación vial, dieta mediterránea, salud bucodental… Pero, fuera de estos territorios, hay otro teatro. Un teatro en el que el teatro no es un medio, es un fin en sí mismo, como expresión poética y política de experiencia. Un teatro que no es solo canal, sino horizonte y un acto expresivo y comunicativo validado por sí mismo.
Por supuesto que existe un teatro en el que los niños son los creadores y receptores de su creación. Y esa dramatización infantil está llena de interés y de valor y ha sido estudiada de forma amplia. Tenemos, por ejemplo, los excelentes trabajos de Isabel Tejerina sobre estas formas expresivas… Pero no es el espacio en el que desarrollo esta reflexión. En la dicotomía habitual entre teatro mediático y teatro didáctico, apuesto por un teatro artístico, es decir una creación elaborada por personas adultas y dirigidas al público infantil y familiar.
Cuando digo teatro para niños excluyo de este espacio un teatro menor, infantilizado, simple o, digámoslo coloquialmente, tontorrón. Todas esas atribuciones son eso, atribuciones, no la naturaleza misma del teatro para niños.
Apuesto por el teatro como bien en sí mismo y como práctica profesional: ese es el ámbito que me interesa, que no está lejos de la gran literatura para niños, intencional o no, puesto que los niños se apropian de aquello que les mueve, sea concebido expresamente para ellos o no. Esta es la tarea: recordar que los espectadores de edades tempranas son nuestros espectadores presentes (y no futuros, como a veces se sostiene: hay quien defiende la calidad del teatro para la infancia y la juventud con la expectativa de propiciar espectadores adultos, lo que vuelve a ser una visión instrumental de este teatro); defender y sostener una escena para ellos con interés, calidad y rigor.
No creo en la dramaturgia sin imaginario, reflexión y lectura. Necesito conocer el mundo al que me dirijo, leer a mis contemporáneos, ver todo el teatro para niños que puedo, aprender desde la butaca y desde la mesilla. Esto es algo que recomiendo a quien quiera escribir teatro para niños: conocer la escena de la literatura infantil y juvenil, y aprender y descubrir todos los desafíos activos que conlleva crecer.
En la propuesta escénica de Princesas olvidadas o desconocidas, inspirada en el homónimo álbum ilustrado de Rebecca Dautremer, proponíamos que no se es princesa por linaje, sino por coraje. Y en Wangari. La niña árbol, inspirada en la biografía de la Premio Nobel de la Paz, la keniana Wangari Maathai, tomamos la fábula del colibrí, tan estimada por la propia Maathai, que nos recuerda que todas y todos tenemos desafíos que enfrentar cuando el miedo nos paraliza.
Estas creaciones, Princesas… y Wangari, son propuestas de danza teatro de una compañía que cumple ahora 25 años de trayectoria escénica, la compañía extremeña Karlik Danza Teatro. Karlik, dirigida por Cristina Silveira, lleva un camino muy rico, con una gran apertura temática. Wangari nació en un tiempo en el que el arte, el teatro y los bosques estaban siendo arrasados. Y seguimos el camino de esta mujer, fundadora del Cinturón Verde, en Kenia, que ha auspiciado la plantación de setenta millones de árboles en África y en todo el mundo…
Hacer lo que uno puede hacer, como nos enseña el colibrí, es una respuesta al mundo incierto, inseguro, impredecible y contradictorio que habitamos. ¿Podemos hacer algo? ¿Es posible la acción? Podemos recordar cuales son los hilos de la vida, los hilos que nos vinculan con los afectos, la memoria, la tierra…
Creo profundamente en la acción, en la escena y en la vida, aunque esta sea modesta, humilde. Por eso creo en los conflictos que los personajes sostienen, entre sí y con el mundo. Es el caso de Hilos, el espectáculo de la compañía La Rous, en el que colaboré en la dramaturgia. La actriz y directora, Rosa Díaz, quiso contar en este espectáculo la vida y la historia de su madre, una mujer a la que los médicos advirtieron que nunca, nunca, podría tener hijos. Y tuvo dieciocho. La obra, que está llena de humor, enfrenta cuestiones como la guerra, la estrechez económica en una familia tan grande, el amor a la música y el cine, el paso del tiempo, y la aceptación de ese momento en el que los hilos se cortan…
Sí. Me interesa una escena para niños en la que el dolor, la pérdida, la enfermedad, la ausencia, no sean tabúes, porque no hay crecimiento sin dolor. De todos estos saberes he aprendido disfrutando de la creación de Suzanne Lebeau.
Suzanne Lebeau es dramaturga y tal vez una de las creadoras más influyentes en el teatro para niños. Creo que soy la autora que soy por haber visto representadas obras como El ruido de los huesos que crujen, o por haber leído Trois petites soeurs, que ASSITEJ España acaba de publicar en castellano, con el título de Las tres hermanitas. Su dramaturgia es arriesgada, valiente, poética, rica en experiencia emotiva. El ruido de los huesos que crujen ha sido publicada por la revista Primer Acto. Es una obra que recomiendo vivamente a quien desee escribir para niños y que nos presenta la historia de Elikia, una niña soldado.
¿Una niña soldado? ¿Has dicho una niña soldado? Sí. He dicho niña y he dicho soldado. He dicho y digo una niña privada de su infancia, de su familia, de su hogar, convertida en rehén por el miedo y por las drogas, transformada en una máquina de matar. Convertida, por el miedo y por las drogas, en esclava sexual del resto de la tropa. Y que se escapa del campamento en el que está retenida para salvar a Josef, un niño más pequeño que ella.
Suzanne escribió esta obra tras años de documentación, viajes, lecturas, entrevistas, encuentros con los niños de los colegios de Montreal, la ciudad en la que vive, preguntándoles si tenía derecho a contarles una historia tan dura, tan difícil. Los niños le dijeron que no tenía ese derecho; tenía ese deber.
La pregunta de Suzanne me parece clave. Porque, ¿cuántas trampas hay en la escritura para la infancia? ¿Cuántas censuras? ¿Cuántas autocensuras? ¿Hay temas vedados, temas inadecuados? ¿Tenemos el derecho a decirles a los niños que el mundo que vivimos es cruel, tierno, contradictorio, complejo? ¿Tenemos el derecho a perturbar a los niños con una dramaturgia abierta, sin soluciones evidentes? ¿Podremos escribir sin tabúes, sin renglones, con la mayor apertura temática y poética? ¿Es posible una dramaturgia rica, poliédrica, sin finales de cartón?
Escribir es recorrer un camino de preguntas. ¿Significa esto que todo autor para edades tempranas puede abordar todos los temas, todas las cuestiones? Rotundamente, no. No creo en el dramaturgo demiurgo. Acepto la incapacidad y la impotencia como estado creador. Pero en esa incapacidad, ¿cómo enfrentar temas tan difíciles? Mi camino–y es el único que puedo recomendar–es el de la empatía.
No me sirven los temas como categorías absolutas, si no hallo un enfoque alternativo y una posición empática. Empatizar, siempre: con el débil, con el que está solo o perdido. Esa fue la clave que modificó la épica de la dramaturgia, La Odisea de Las troyanas. Creo que comprender al otro es tarea esencial del teatro y herramienta social y política.
Rescato unas palabras del artista chileno Roberto Matta: “(…) Para el artista esto es fundamental. No serviría para él sentirse libre, estar libre, si sabe que su libertad está en una esfera bajo la cual hay limitaciones para la multitud. La esclavitud de los demás también nos hace esclavos a nosotros”.
La vida de los salmones nació de entender la vida como el viaje que los salmones hacen por el agua; a veces subiendo contracorriente; a veces nadando en el mar. Y de explorar mis propios límites y mis miedos, a través de Aura y Adrienne, una mujer y una niña, que se reúnen cada noche para compartir cuentos, nanas y relatos. En ese instante del día en el que el sol se agota y comienzan la noche y el imaginario. Con el deseo de que ambas sean cada noche un poco más libres…
Juego, experiencia, lenguaje, aventura, pasión, pregunta, son palabras a las que no quiero renunciar en mi camino teatral y que os animo a compartir. Ahora mismo voy a publicar una obra para adolescentes, La niña y la ballena (Neska eta balea), mi última escritura escénica para edades tempranas. Es una obra que alude a Itxaso, una chica que se enfrenta a un mundo lleno de ruido, y ante el enigma de un océano también lleno de ruido. Un océano en el que, a la vez, una ballena y su rémora regresan a un puerto vasco, en Getaria, de donde salieron no pocas expediciones que dieron muerte a miles de ballenas. Y como no podía ser de otro modo, recién llegada a Santiago, me encontré con la hermosa exposición del Centro Cultural Palacio de la Moneda, dedicado a las voces de las ballenas en Chile.
Espero seguir encontrándome con preguntas y enigmas para seguir escribiendo teatro. Espero seguir creyendo en el mar como árbol frondoso de trescientos ruiseñores. Y teniendo el enorme placer de poder compartirlo.