Siempre quise inventar una palabra. Algo que pudiese ser funcional y no un síntoma prematuro de esquizofrenia, temor de la psicóloga a mis escasos siete años; no tan preciso para ser considerado como “delirio”, pero lo suficiente como para valorarse como “pensamiento desorganizado”. Un deseo infantil que derivó en toda una variedad de manías, como inventar abecedarios secretos, la acumulación desordenada de libros y, bastantes años después, en este texto.
Bastó un tecladazo durante la frustración matutina y tiempo muerto en el trabajo, para que un Enter me llevara a una búsqueda a la que bajo ninguna otra circunstancia habría podido llegar. Conjuntar vocales y consonantes: tecla arriba, tecla a los lados indistintamente y volver a cruzar por el mismo rumbo; fue mi lógica de lengua materna quien trazó el camino. Así me encontré con derede, una palabra que arrojó tres resultados completamente distintos y sin relación visible entre sí. De un modo perverso, el algoritmo de Google es lo más cercano que tenemos al sino medieval, al oráculo griego, destino o azar, todo en uno y en la palma de la mano; pareciera que sin importar el siglo es necesario que algo incomprensible rija todo desde un sitio lejano.
Derede
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- s. n. amb. Con apariencia inofensiva o que esconde su intención
Su amigo terminó por ser un derede
El primer derede es Derede Associates. Traducida con gran precisión al español, es la página de una empresa contable localizada en East Yorkshire que no ha actualizado en poco más de cinco años. “El trabajo duro supera al talento, cuando el talento no trabaja duro”, es posible leer en una típica imagen de superación personal con una serie de veleros en altamar. Se vuelve difícil seguir una lectura con tantos términos especializados: Making Tax, Digital Tax, GDPR, RGPD, HMRC, y demás siglas que habrían ahuyentado a cualquier persona que no buscaba este servicio; tiempo después entendí que tenían un propósito bastante claro.
Quien sea que haya hecho este trabajo fue guiado por una sola premisa: “las empresas son como los deportistas”; todas las imágenes mostradas son de algún deporte olímpico o competición en la que uno gana y todos los demás pierden. Pero fue hasta que me topé con un pequeño apartado que les daba toda la libertad para hacer uso de mis datos personales, cuando recordé uno de los casos más relevantes donde la contabilidad fue el único rastro que quedó.
Un viejo conocido de las teorías de conspiración, el proyecto MK Ultra, vio la luz en diciembre de 1976 en las páginas del New York Times gracias a los minuciosos reportes contables de la CIA. Tras haber sido quemados todos los archivos de un abanico de experimentos que en varias ocasiones rebasaban lo inhumano, lo único que quedó fueron toneladas de papel archivado, resultado de la meticulosa contabilidad que decenas de burócratas llevaron por años. ¿Habrá sido un oficinista con aires de traición quien dio seguimiento a las diversas misiones que se llevaron a cabo por años, consciente de la impiedad científica a la que puede llegar un gobierno y de lo cual sólo pudo dejar títulos y cantidades como indicios y rastros para que en el futuro un ojo agudo pudiese deshilvanar todo? O todo lo contrario: Quizá fueron años de trabajo ciego y mecánico, donde lo único que importaba era un encuadre contable que resultara en cero; lo más cercano al fin último de la existencia para alguien que mide su vida en cheques para pagar las cuentas. De cualquier forma, era previsible que un periodista frunciera el ceño ante un archivo llamado “Drogas paralizantes y terapia electroconvulsiva en sujetos de entre 20 y 40 años de edad”. Es gracias a la profunda obsesión por los títulos largos y escrupulosos de aquel equipo contable que a la fecha podemos sustentar nuestro temor a los hombres que visten traje de forma casi religiosa; no es fortuito que mafiosos y agentes vistan igual, o al menos eso nos hacen pensar los estereotipos del imaginario hollywoodense.
Al momento de ser publicado este texto, Derede Associates ya no existe. De uno u otro modo, su nombre apareció en una lista de investigación fiscal y fue relacionada con un escándalo de disposiciones legales abusivas, contabilidad engañosa y ejercicio ilícito de información privada en Europa. En otras palabras: vender datos confidenciales de sus clientes. Ahora en su sitio web sólo se puede leer un mensaje de acceso denegado. Quizá dentro de poco surgirá otra empresa, con el mismo personal y una dirección distinta. Redere, Deredde, Redde o un nombre completamente diferente. Así es como funcionan las cosas en un mundo de números.
Derede
2. Que nunca llega a donde pretende o a donde se propone
su trayecto fue un derede y nada más
El segundo derede es Derede Williams, una cantante británica de soul, reggae y R&B de los años 80. Con éxitos como Why not tonight y Cry to me, su música se puede definir como el sonido de fondo para una película de bajo presupuesto, destinada exclusivamente para la TV abierta, y cuya participación se limita a acompañar un paneo de cámara izquierda-derecha dentro de un bar, en la que el protagonista entra y se arrastra hasta la barra en busca de una cerveza. A la distancia se puede distinguir a un tecladista que acompaña a Derede Williams, con acercamientos de cámara a sus labios durante el coro, You know you want me… So why not tonight?, para finalizar y ser aplaudidos tibiamente por algunos extras que seguramente fueron pagados con un trago. Todo lo anterior, pese a no haber sido filmado nunca, suena a un cliché en sí mismo: la magia de los lugares comunes en la imaginación.
La reputación de lo aleatorio que puede llegar a ser el internet es algo que trascenderá generaciones, hasta que se perfeccione y pueda predecir pensamientos con milésimas de segundos de anticipación, algo que puede suceder mañana o dentro de 10 años. Al hacer una búsqueda, una inteligencia artificial detona sus capacidades para filtrar entre millones de resultados. ¿Realmente somos conscientes de lo que esperamos encontrar o simplemente nos resignamos a seguir el camino que un algoritmo trazó para nosotros? Es el falso sentimiento de control lo que nos deja vivir en paz.
La carrera de Derede Williams llegó a un inesperado resurgimiento durante 2006 y 2007 gracias a usuarios especializados en recopilar canciones con ambigüedad de derechos para poder cobrar algunos dólares de las ganancias de publicidad y a sus incógnitos fans que eternizaron un par de canciones en YouTube, porque lo que entra en la red jamás habrá de abandonarla, por los siglos de los siglos. Podríamos decir que nuestros perfiles virtuales de hoy, serán nuestras lápidas en el futuro. Los LP de Derede están allí: tres álbumes y dos singles. Vendidos por tiendas locales en 3€, aún en el inventario desde hace más de 30 años, pero con una advertencia de que pueden estar dañados por la humedad. Con títulos como “At last”, “Stop the wedding” o “Teasing you”, su repertorio no ha perdido ni ganado gracia alguna.
Por un ligero momento, pensé que quizá este texto podría ser el único que alguien le habría dedicado a aquella cantante que trajo a mí el azar, pero la sorpresa fue que un autor, A. L. Dawn French, ya había escrito un libro de 16 páginas que puede ser encontrado en Amazon-Kindle por menos de 1€.
Every national hero, whether still alive or deceased, has had a unique and fascinating story to tell. Human and societal culture is made richer by the contributions of their heroes both in deed and through a written recollection of challenges, ambitions and tribulations (…) Tales of political redemption, cultural nostalgia and daunting adversity can serve our society a useful contemplative purpose. A written, systematic account of a luminary´s personal and professional life has the inspirational gravitas to contribute to making our people somewhat more conscientious and imaginative, and finding solutions to personal and community problems.
Este fragmento de The story of Derede Williams me hizo tomar una pausa y dudar de todo lo que había escrito de ella hasta ese momento. ¿Habría alguien más con el mismo nombre? Una heroína incógnita de alguna guerra que nunca llegó a la historia, un símbolo local que formó parte de una revolución intelectual o un ícono de la comunidad que representaba lo mejor de sus valores. En este mundo, ganarse el papel de mártir es cada vez más difícil. Pensé que todo esto sería un error. Quizás existía otro derede. Pero no. Por extraño que parezca, debajo del título es posible leer: The life and times of Saint Lucian singer Derede Williams. Y tras desembolsar .99 centavos de euro para resolver el misterio en sus 16 páginas, resultó ser una copia íntegra de la introducción de Profile on Saint Lucians Vol.27, un libro recopilatorio con perfiles de personalidades locales, con una última acotación en la que se habla con frivolidad de los LP y Singles de la cantante inglesa, así como de su audición a The King Lion, su participación en bandas de R&B locales, su apodo “The Diva” y las ocasiones que cantó para Donald Trump, Bill Gates y el Príncipe de Arabia Saudita, no al mismo tiempo, por supuesto; aunque toda esta información no es verificable.
Tras 25 años de trayectoria, Derede Williams sigue activa, al menos hasta 2016, última actualización sobre su actividad artística. Es posible verla actuar y revivir sus mejores momentos en un lugar llamado Tapas on the bay, un restaurante de la localidad de Rodney Bay en Santa Lucía. Quizás así es como se debería cerrar una vida: en un lugar desconocido, siendo evocado como una anécdota involuntaria, recordando éxitos que tal vez nunca se consiguieron y aguardando que algo completamente ajeno a uno llegue para darnos un lugar aleatorio en el mundo.
Derede
Tb. Dered´z
3. Fácil de explotar
qué derede se ha vuelto la pobreza
El tercer y último derede es Donas Dered´z, un local de confitería por el día que funge como garage familiar por las noches. Su poco privilegiada ubicación lo sitúa cerca de uno de los espacios más marginados del Estado de México y ejemplo de que un vertedero de basura se puede convertir en ciudad: el Bordo de Xochiaca. Un espacio donde diez o doce toneladas de basura son cercadas por el incesante fragor de bulldozers y al que cientos de individuos incógnitos trepan entre sus grietas para recolectar kilos y kilos de material que cambiarán por unas monedas para sobrevivir un día más. Sin importar el desecho que recojan, habrá sido tirado por alguien con mejores condiciones y perspectivas de vida.
No es sorpresa que sectas protocristianas, fundamentalistas o apocalípticas tengan gran auge en estas zonas segregadas de la ciudad y que entre sus filas de seguidores se encuentren algunas de las personas más pobres del país; siempre será más creíble que los últimos días están cerca cuando lo único que se conoce son los desechos de una humanidad distante y errante. Es quizá por esto, y por lo ridículamente económico, que algunos de los territorios más violentos y marginados de la zona conurbada se encuentran en auge para las filmaciones de cintas de ciencia ficción: Elysium, Gemini Man o Total Recall, por mencionar algunas. La pobreza ya está allí, sólo hace falta explotarla para generar un producto que recaude decenas de millones de dólares a nivel mundial.
Las grandes catástrofes siempre están a la vuelta de la esquina. A unos cuantos kilómetros de esta ciudad-limbo, se encuentra un sitio igualmente salido de un extremo humano jamás imaginado por Asimov, K. Dick o Bradbury: el Tianguis del Salado. Espacio aún más cercano a Donas Dered´z, donde el azar se encarna entre carpas de baratijas y cualquier cosa puede ser encontrada preguntando a la persona adecuada, sitio en el que años atrás fue hallado a la venta un contenedor con iridio-192, material altamente radioactivo que había sido sustraído semanas antes. Este isopo nuclear se encontraba en una camioneta que fue robada gracias a un “negligente traslado y omisión total de medidas de seguridad”, en palabras del representante de Tecnología No Destructiva, empresa responsable del traslado.
La historia oficial se pierde y sólo se alude al desvalijamiento de una camioneta para ser vendida en piezas. Por otro lado, en la historia no oficial, las teorías de conspiración hacen sueños con una red de robo y trasiego ilegal de elementos radioactivos con destino a países subyugados o en abierto conflicto civil. Con los medios sólo hablando de su peligrosidad superflua como elemento radioactivo y olvidando su capacidad para ser empleada en una “bomba sucia”, pieza destructiva de fisión de bajo rendimiento, que suele ser utilizada por grupos radicales domésticos con nociones básicas de física nuclear.
La amenaza de estos artefactos va mucho más allá de escombros o explosiones, tienen la capacidad de diseminar partículas radiactivas a la atmósfera con la amplitud para contaminar el ambiente y seguir provocando cáncer hasta por 75 años si no se descontamina adecuadamente; lo suficiente para iniciar un microapocalipsis tropical.
Si algo nos han enseñado las películas distópicas provenientes de las últimas dos décadas del siglo XX, es que el futuro y triunfo de la desigualdad del primer mundo es la realidad actual de sitios excluidos del tercer mundo; si alguna de esas predicciones se hicieran realidad, por primera vez en la historia estaríamos adelantados a algo y seríamos una tendencia irremediable a seguir. Qué desgracia para el status quo sería que las grandes capitales del mundo sucumbieran ante la pobreza generalizada, escasez de servicios de salud básicos o nula garantía de seguridad por parte de los cuerpos policiacos, ¿no? En otras palabras, que París se volviera Chimalhuacán, Tokio en Ecatepec y New York en Nezahualcóyotl.
La ficción nos hace pensar en epidemias zombis, inviernos nucleares, ataques con armas biológicas, extraños virus de laboratorio que rebasan todos los protocolos imaginables, o menos probable aún, regímenes neo-imperialistas que hacen sucumbir continentes y fracasan en África o Siberia. La realidad es más aburrida, pero no por ello menos trágica. Bastaría con mencionar las irreparables consecuencias del cambio climático a nivel mundial. Donde año con año cada vez más personas habrán de morir de inanición y la única explicación de fondo se torna en apelar al aumento gradual de la temperatura. Los espectadores ya habrían salido de la sala con un giro tan aburrido como ese. Sin embargo, una verdadera hecatombe iniciaría con la caída inesperada de los índices de las bolsas de valores más importantes del mundo, incluidos los NYSE, NASDAQ y AMEX al mismo tiempo, el colapso del internet y las telecomunicaciones a nivel continental, una sesión de emergencia a puerta cerrada en las oficinas de la ONU o el aumento indiscriminado en tres o cinco grados de la temperatura mundial; todas posibilidades latentes y en “progresión”. Después de que todos estos sucesos acontezcan, sería mejor decirle “adiós” a los sueños de colonizar otros planetas y darle la bienvenida a una nueva era de las cavernas, pero con más decadencia y menor calidad cinematográfica.
Por fortuna para una lasciva estabilidad internacional, las grandes catástrofes sólo están destinadas para la ficción. A diferencia del imaginario colectivo con el que Hollywood se ha cansado y desgastado por afianzarnos, tal parece que el fin del mundo será un proceso largo, perverso y aterrador. En un principio casi imperceptible para la mayoría de la población, más cercano a la caída de los regímenes e imperios y lleno de pequeñas catástrofes singulares. Es así que por más muerte y designios fatales que podamos encontrar, la única certeza es que aún nos encontramos lejos del fin. Por más lejos que lleguemos a los límites más funestos, nunca se rebasará esa línea, jamás se oprimirá el botón, el tubo de ensayo no se romperá y el reloj nunca dará la medianoche.
¿Cuál es la conexión que guardan una extinta empresa contable de East Yorkshire, una intérprete de R&B que decidió culminar su carrera en el Caribe y una tienda de donas en la periferia de la Ciudad de México que con seguridad volvió a ser sólo un garaje? Este texto, una palabra y una decisión tomada entre 37.6 millones de resultados en 0.46 segundos. Muestra de lo fortuito que es el mundo y de una perpetua búsqueda de significado a través de lo aleatorio. Quizá sí, un síntoma de esquizofrenia prematura o un derede y nada más.