Por Ximena Santaolalla y Sara C.A.
Nos encontramos, vía zoom, con la editora, escritora y coordinadora de programación de ferias y festivales, Paola Tinoco. Hablamos sobre cómo su intensa trayectoria profesional en la literatura está íntimamente ligada a su proyecto de vida y, con un fondo lleno de libros y una escalera que conduce a estantes repletos de ellos, nos cuenta los inicios en pandemia de su editorial ATTICA LIBROS.
Eres escritora y editora ¿en qué orden te defines?
Creo que se intercalan de lugar de acuerdo con la etapa de mi vida. Hasta el momento ha sido así. He pasado mucho tiempo siendo más escritora que editora, pero en este momento, estoy primero como editora porque acabo de montar mi propia editorial. Estoy disfrutando la edición de una manera distinta. Esto es mío y antes tenía que seguir las reglas y los gustos de otros editores. No es lo mismo ser editor que, editor de escritorio. Y claramente a mí me gusta más ser editora-lectora que ocupar el escritorio para corregir. Disfruto leer y hablar con los escritores para sugerir cambios o proponer desarrollo de los temas.
Te has declarado una bookaholic. ¿Qué significa ese término para ti?
Que de pronto me di cuenta que vivo, como y duermo con los libros. En algún momento, decidí que tenía que poner orden y sacar el librero de mi dormitorio, porque ese es un lugar para descansar del trabajo pero, en realidad, los libros son mucho más que trabajo para mí. Ya instalé un librero en mi cuarto otra vez. También puse una repisa de libros en el comedor para los libros de cocina mexicana y de otros países. Hace ya casi veinte años que vivo de ellos. Ahora incluso puse mi propia editorial con dos socios y amigos, donde además de editar, estoy involucrada en el diseño, cosa que no hacía antes. Me gusta que los libros se vuelvan un objeto apreciado por dentro y por fuera. Además de mis actividades librescas, soy promotora literaria. Lo hago desde las ferias, pero también desde los medios de comunicación, en donde tengo diversos espacios para hablar de literatura. Ahora estoy en una radio universitaria en México, Ibero 90.9 FM. Todos los miércoles hablo en una sección que inventé y que se llama “Biblioterapia” donde proporciono remedios literarios, sugiriendo lecturas anti aburrimiento, anti depresión, e incluso anti crudas. Empezó como algo divertido que funcionó y ya me quedé ahí. También lo he hecho en televisión en canales culturales (Canal 22) y en Televisa, que es de contenidos varios pero la más grande empresa de comunicación de Latinoamérica. Estoy cada semana en AMX Noticias y en fin, donde me dejan hablar de mi tema, voy.
¿A partir de qué momento la literatura tomó un papel importante en tu vida?
Cuando era niña, la gente del edificio donde vivía se asustaba porque empecé a hablar con claridad cuando tenía un año. Pensaban que estaba embrujada y no dejaban que sus hijos jugaran conmigo. Entonces, para entretenerme, agarraba lo que encontraba en casa: cuentos, revistas y hasta instructivos. Cuando pude empezar a armar palabras se volvió una atracción total. Pero, en el terremoto del 85 se hizo aún más serio. Por seguridad, salí de casa con mi familia, días después, y cuando regresamos, el ambiente era muy triste en toda la ciudad. La recuerdo de un gris total y eso que, en esa época, no había tanta contaminación como ahora. Era mucha la tristeza que teníamos todos. Mi papá nos agarró de la mano a mi hermano y a mí y nos llevó a comprar libros. “Algo hay que hacer con ellos” decía porque hablar ya no funcionaba. Estábamos pasmados con lo que veíamos alrededor (nuestra primaria con paredes derrumbadas, por ejemplo). Y cuando me enfrasqué en la lectura, el color de la ciudad regresó a tonos menos terribles porque estaba inmersa en historias que no eran las de alrededor. No formalmente pero además de leer, empecé a escribir cuentos.
Como escritora de cuentos ¿Qué temas te importan abordar?
Eso es muy difícil porque todo el tiempo estamos rodeados de historias buenas. En este momento me atrae mucho el tema de las mujeres que permanecimos tantos años en silencio y teníamos cosas para contar, pero las guardábamos celosa y tristemente. Tengo muchas ganas de hacer una antología de mujeres que cuenten lo que no podían contar, si se animan. Sé que puede ser doloroso, incluso para algunas, puede que desate emociones adversas pero lo pienso más como literatura y catarsis. También despegar de la palabra “abuso” lo “sexual”. No todo pasa por ese tipo de abuso. De hecho, hace poquito leí algo que todavía me parece difícil de creer, pero hay que escucharlo y leerlo completo. Y es la historia de la escritora Galia Oz, la hija de Amos Oz. Ella habla del abuso emocional que sufrió por parte de su padre y que sin ser sexual, resulta muy doloroso. Galia nunca habló de esto y ahora que él murió, ha decidido escribir un libro donde cuenta lo que experimentó desde la infancia. Quizás fue eso lo que despertó mi interés por hacer una antología donde hablemos de lo que dolió callar por mucho tiempo.
¿Cómo es tu proceso de escritura?
Si bien el tema señala una ruta, la curiosidad es lo primero. La investigación empieza con la curiosidad y luego aparece un hilo que vas siguiendo. Hay que buscar con qué vestir toda la historia y, a medida que investigas, te encuentras con una cantidad de detalles que no esperabas y te llevan a seguir buscando, ese proceso me divierte muchísimo. También disfruto cuando la gente me regala una historia de vida. Me cuentan lo que les pasa o permiten que me acerque a observar. Es de una riqueza impresionante estar delante de gente como si fueras un fantasma que no ven, observas una situación y te apropias de ella, la transformas. Después, escribes.
Has hablado en otras entrevistas de la importancia del contenedor: el libro. ¿A qué te refieres con eso. Cuéntanos sobre la estética, el trabajo que implica, el papel versus la pantalla?
El contenedor, como le digo cariñosamente, es un espacio más del libro. El que permite el diálogo con otra disciplina, las artes plásticas, por ejemplo. Y esa sinergia hace que te quedes con el libro o salga de tu librero para siempre. Siendo sinceros, todos somos proclives a lo visual. Pienso mucho en la imagen del libro porque creo que fue el énfasis en el diseño lo que ayudó a rescatar al libro de papel. Todo el mundo pensó que cuando surgiera el eBook se iba a acabar aquel formato, pero en cuanto los editores buscaron estrategias para seguir imprimiendo en papel, decidieron publicar ediciones especiales, nuevas portadas para títulos viejos, una vestidura nueva que les diera una segunda oportunidad ante nuevas generaciones de lectores. Esa estrategia la hizo Radiohead con un par de discos, OK Computer y Kid A, obsequiaban las canciones en línea y vendían ediciones especiales de los CD’s.
Las ediciones artesanales o limitadas con diseño, están convirtiendo al libro en un objeto de culto y yo soy una enamorada de esa belleza. Empecé a hacerlo con el libro “Relamparia” que incluye poemas, microficciones y cuentos de un músico mexicano talentosísimo, Alonso Arreola, además, nieto de quien fuera un referente de las letras en este país: Juan José Arreola. Mi primera colección se llama “Letra y Música”, y trataré de captar los mejores textos de músicos con talento para las letras y escritores con alto sentido de la musicalidad. Serán 300 ejemplares en cartoné forrado con tela roja. Me encantó pensar que llevaría un vestido. En la página final tiene un sello de edición especial, va numerado y firmado por el autor. Este tipo de objetos son más que un libro, son piezas de arte. Tendré también 700 ejemplares en edición rústica, con un precio más asequible que el artesanal.
Has trabajado muchos años con Anagrama ¿Nos podrías decir cómo fueron tus inicios como editora?
Empecé como jefa de prensa y después era su todóloga. Anagrama no tenía una representación en México. Tenía una distribuidora que era Colofón y manejaba una veintena de editoriales extranjeras. Me contrataron para llevar la comunicación de todas ellas. Antes de entrar ahí, fui a Barcelona para acompañar a un amigo muy querido que iba a presentar su primer libro con Anagrama, “Huesos en el desierto” y él, Sergio González Rodríguez. El encuentro con Jorge Herralde fue muy gracioso (incluía cantidades industriales de vino tinto del bueno) y nunca imaginé que después de ese viaje trabajaría tantos años con la leyenda del mundo editorial en español. También hubo ahí un duendecillo, de casi dos metros de alto, que ayudó a que terminara de involucrarme hasta la médula con ese sello. Juan Villoro le dijo a Herralde que necesitaba en México alguien que conociera bien su fondo editorial. Y habían notado que antes de mí, trataban los libros como un producto y, sí son productos, pero no zapatos, necesitan un trato diferente para promoverse. Ahí comencé más con Anagrama y menos con las otras editoriales de la distribuidora, lo cual fue un conflicto tremendo con algunos editores. Pasé catorce años con Jorge Herralde y la que entonces era su editorial. Y no había lugar para la realeza, en México se mandaron al carajo los títulos nobiliarios en 1826, hasta donde sé.
Yo coordinaba con el dueño de la distribuidora pedidos de libros a Barcelona para las librerías mexicanas y, para eso, había que saber qué querían los lectores y conocer el mapa de la ciudad. Por ejemplo, en la ciudad de México, las zonas norte y sur no leen lo mismo. En el norte leen más poesía y en el sur, muchísima novela y ensayo. La crónica se vendía especialmente en la zona centro. Suena extraño y me parece curioso que todavía lo diga de memoria, pero es que recorría todas las librerías, escuchaba a los libreros, a la gente para saber qué compraban, qué les gustaba y por qué lo compraban. Así fue cómo empecé. Aprendí mucho, sobre todo de Ramón Cifuentes de Colofón y Jorge Herralde, a quién hacer estas cosas – se refiere a los libros objeto – le parecería una mariconería. A él le importa el contenido y eso lo hizo muy bien. Generación tras generación hemos leído todo lo que él escogió. La peste amarilla, como le llamaban los otros editores a la presencia de Anagrama en librerías. En México, no sabríamos quién carambas es Bukowski o Paul Auster si no fuera por él. Y estoy diciendo solo dos, de los que más se venden acá, pero están todos los Bufalinos, Eugénides, McEwan, que mucha gente no compraba antes, pero gracias a él muchos los leímos y nos volvimos locos, ¿no? En fin, mi trabajo de edición llegó cuando empezó a publicar más escritores mexicanos, aunque los libros llegaban a México bastante limpios, siempre quedaban cosas por revisar o por comentar con los autores, el primero con quien trabajé esos temas fue Juan Villoro, luego Guadalupe Nettel, Antonio Ortuño, Daniel Sada.
¿Cómo fue la experiencia con Sergio González Rodríguez?
Su libro, Huesos en el desierto, fue muy importante para mí. Para todo México, porque se trata de las mujeres asesinadas en Juárez. Pero gracias a ese libro me acerqué a Colofón y Anagrama, mis universidades paralelas. Y a partir de ahí surgió una amistad fuerte y de muchos años. Ahora me duele ese cariño porque está por cumplir tres años de muerto, lo extraño. Anagrama dedica un premio de crónica en su nombre.
Trabajaste en la antología de cuentos “Tríos” ¿Cómo fue el trabajo de edición?
Pues fue muy divertido porque el doble sentido con la palabra “trío” lo pensaba muy mexicano, pero descubrí que era internacional. Lo comenté con Alberto Barrera Tyszka, de Venezuela, y de inmediato vi la miradita brillante y la risita traviesa. Me pasó también con Andrés Barba, de Madrid. Creo que solamente una mujer, Marta Sanz, preguntó “¿un trío de qué? ¿de música?”. Todos los demás pensaron en un trío sexual, cuando en realidad, hay tríos de todo. En mi caso, tengo muchos lunares y como soy muy ociosa, me di cuenta de que están en forma de triángulos, entonces dije “los tríos tienen algo que ver en mi vida”. Es una tontería, pero lo divertido fue la aceptación que tuvo con autores de otros países. Y fue muy disfrutable leer y comentar con ellos sus historias.
Has creado tu propia editorial, ATTICA LIBROS ¿Nos podrías contar más sobre este nuevo proyecto y cómo ha influido tu experiencia en otras editoriales?
Claro, bueno, hay dos pilares muy claros para mí que son, Anagrama y Acantilado, con las que trabajé muy de cerca. Me dejaron clara la responsabilidad de los contenidos que elegimos publicar. El cuidado de los textos, sin duda, y en el caso de Acantilado, revisar la geografía literaria más allá de los países de autores que siempre leemos. Elegir lo que vas a publicar no es algo que se pueda tomar a la ligera, no es un club de amigos.
De Anagrama, sin duda alguna, heredé la atención en el contenido y también la frialdad para negociar. Es decir, hay mucha pasión volcada en la literatura, pero hay que ser un témpano al tomar decisiones. Jorge Herralde tiene muchos amigos publicados en su editorial, pero no los publicaba por ser sus amigos. Es más, diría que fue al revés, los elegía porque los leía y le gustaban. Es el caso, por ejemplo, de Roberto Bolaño. Ellos ni remotamente eran amigos cuando compró su primer libro, pero después, conforme iban trabajando, surgió la amistad. Pero tengo que decir, y sé que eso va a hacer que volteen a verme con ojos serios en México, hay un amiguismo innegable y, de pronto, ves editoriales que parecen un club y los libros no son tan buenos. Yo tengo muchos amigos que adoro pero que no publicaría. Y eso, por ejemplo, sería mi lado, Herralde.
Mi lado Vallcorba –de Acantilado– es el de cuidar a fondo la edición. Recuerdo cuando publicó Memorias de ultratumba de François-René de Chateaubriand hace como veinte años. Era una caja preciosa que tenía dos libros enormes en papel cebolla. Algo delicadísimo. Y hubo una canija errata ¿Y sabes qué hizo él? Puso a toda la gente de la oficina a recortar la letra en la que se habían equivocado y a pegarla manualmente. Digamos que con eso explico un poco lo que quiero, no dejar pasar los detalles, pero vamos a ver qué tal va. En esta editorial somos tres personas: Zaira Eliette Espinosa, Gil Gallardo y yo, estamos en distintas ciudades así que, si ocurre algo así, tendré que pegarlos yo.
También coordinas programación para ferias de libros ¿Cómo ha impactado la pandemia en el sector? ¿Crees que está cambiando?
En este momento se han planeado como eventos híbridos. Tenemos que trabajar en participaciones presenciales y en zoom todo el tiempo y creo que eso es bueno, va a ayudar a que todos los festivales y ferias del mundo, no solo de México, se enriquezcan. Tuve una maravillosa oportunidad de confirmarlo en el coloquio que coordino para la Feria Internacional del Libro Guadalajara, “De muro a muro”. Si hubiéramos intentado traer al Premio Nobel, Mohamed Elbaradei, no habría podido participar y antes de pandemia, la FIL no contemplaba ni por error una videoconferencia, pero ahora ha tenido que flexibilizar sus reglas y ganamos en contenido. No sólo el Dr. Elbaradei no podía viajar por agenda, muchos otros escritores no iban a participar si tenían qué volar acá porque las fronteras estaban cerradas. En cuanto a contenido, se ha ganado muchísimo. Solo necesitamos encontrar el balance económico, pero va a suceder. Por ejemplo, en los periódicos, ya se tiene que pagar por ver los contenidos en internet y me parece justo. Hay que investigar, hay que trabajar, hay que pagarles a esas personas. Con los festivales culturales pasa lo mismo. El Hay Festival siempre ha cobrado y no ha decaído el entusiasmo por asistir a él.
Las ferias son una plataforma para que los autores conozcan otras obras y también mostrar la suya ¿Cómo funciona esa interacción?
Las ferias son un centro de negocios estupendo. Los escritores negocian con los editores para publicar, proponer ideas. Negocian con sus lectores desde talleres hasta temas que podrían servir para nuevos libros. Puede ser que en una feria cambien de planes editoriales. A veces, ocurre que un escritor quiere publicar en Anagrama y acaba publicando en Sexto Piso, porque en la feria se dio cuenta de que el perfil de su libro no era para la primera sino para la segunda. También hay escritores que no negocian y dejan todo en manos de sus agentes que, ellos sí, deben ir a las ferias de libros a negociar.
¿Crees que va a cambiar o está cambiando la forma de leer?
Más bien se diversifica. Una herencia que nos deja la pandemia es el aumento en los índices de lectura y no sólo tiene que ver con el tiempo libre sino con los formatos. Conozco gente que no leía ebooks porque le desagradaba leer en dispositivos electrónicos y dado que no podían conseguir ejemplares en papel fácilmente al principio, terminaron por caer en la tinta digital. Otro caso es el de un taxista que me ayuda con la mensajería aquí en la Ciudad de México, y que leía ocasionalmente porque el papel no le favorecía en el coche. La pandemia dio fuerza a otros formatos, como el audiolibro, y ahora el taxista lee hasta 60 títulos a la semana, porque imagínate cuántos audios puede escuchar mientras recorre de punta a punta la ciudad.
La distribución de libros a nivel internacional fue lo primero en afectarse con la pandemia, pero nuevamente, los formatos ebook y audiolibro entraron al rescate de, por ejemplo, libros tan buscados como el de Irene Vallejo, El infinito en un junco: la invención de los libros en el mundo antiguo. Es un “boom”, y había pedidos grandes que no podían surtirse, pero gracias al ebook y audio, se pudo distribuir. Ahora ya se van normalizando los envíos físicos. La Ciudad de México no tiene ni siquiera 200 librerías en total, y hay ciudades como Guadalajara que en este momento no llegan a 100. Pero de alguna manera, gracias a la pandemia y a que la gente recibe las cosas en sus casas, los libros se desplazan y cumplen su ciclo. Había quien veía al audiolibro como para personas incultas o para quiénes solo escuchaban la Biblia, pero ahora se ve distinto y creo que este formato llegó para quedarse.
Yo era de las personas que rechazaba los audiolibros, ahora los produzco y los voy a incorporar en mi editorial porque me parece importante que convivan los tres formatos. Ahora las editoriales podremos acercar los libros a todo lector en el mundo.
Pensando en la figura del agente literario ¿Para qué escritores crees que pueda funcionar y cómo es la relación entre el agente, escritor y editor?
A la mayoría de los editores que conozco les gusta poquísimo trabajar con agentes. Diría que el 99% de los editores y escritores lo ven como algo necesario sin más. De hecho, cuando un escritor anuncia al editor “te va a buscar mi agente”, se arriesga a que le respondan “no, gracias”. Pero hay gran cantidad de autores que deciden no negociar personalmente, ellos escriben y eso está bien. La figura del agente literario sirve mucho, sobre todo, para el ámbito internacional. En México aún no ha funcionado. Aquí se acostumbra a trabajar directamente con el autor, sepa o no de asuntos de dinero, se arreglan con ella o él. Los escritores que, definitivamente no quieren verse con las facturas y asuntos administrativos, eligen a un representante y hacen bien. Ellos escriben otras historias, no las de los números.
Con grandes plataformas audiovisuales como Netflix, es importante conocer las deficiencias y los “puntos ciegos” cuando los autores consideran transferir sus obras a esa vía ¿Cuáles serían tus recomendaciones al respecto?
Es una fuente de ingresos para el escritor que antes no existía. Los escritores pueden ganar más dinero vendiendo los derechos de sus libros a Netflix que a Planeta, por ejemplo. Y para eso sí que necesitan un agente porque los contratos y porcentajes para la explotación audiovisual son más complicados. Antes, los contratos no incluían más formatos sino el de papel y acaso el ebook, no importaban los otros porque no eran dinero. Ahora muchos de ellos incorporan absolutamente todas las explotaciones: ebook, audiolibro, papel, cine y serie de TV, pero de un agente depende que el autor no se quede con poco de todo ese pastel. Algunas editoriales se han convertido en agentes de sus autores, ante la posibilidad de serie o película. En general, recomiendo muchísimo la labor de un buen agente.
Qué estás leyendo actualmente ¿Cuáles son tus recomendaciones?
He leído recientemente a una jovencita, Andrea Chapela, que publicó “Ansibles, perdiladores y otras máquinas de ingenio” en Almadía. Escribe ciencia ficción, cosa que me encanta porque la mayoría de las chicas de su edad están escribiendo sobre feminismo, y eso es bueno, pero hay más temas de qué hablar en la literatura. La ciencia ficción da para hablar del futuro, de los cambios en la sociedad, cómo nos relacionamos y elegimos a las parejas, cómo se usan filtros para que el sistema te arroje a la persona que no fuma, que no tiene el pelo como te gusta, etc. Y esas formas de relacionarnos están presentes en lo que escribe Andrea. Tiene veintipocos y su prosa es maravillosa, la recomiendo mucho. Fernanda Trías es otro gran hallazgo del encierro para mí. Su novela, “La azotea” es desgarradora, sorprendente y adictiva, la publica en México Dharma Books.