Una objeción
Objetos como estos potes, lociones de afeitar
correctamente etiquetadas y expresadas, colonias,
no son paradigmáticas, no sirven como recursos o ilustración
de lo que nos sucede
constantemente. No consiguen tampoco
crear un guión de nuestras actitudes: nos ponemos loción
y salimos; en el ascensor ya somos una incógnita
nueva, manchados por las dudas, o la desconfianza
ante un perro cuya mirada no puede comprenderse. Una mancha
de aceite, en la calle y un frasco de aceite, más tarde,
en el supermercado
establecen una relación necesaria; mentalmente
podemos regresar sobre esos datos: para imitarnos,
eliminamos las magnitudes despreciables; nos perfumamos
con actos improvisados, implorando
que ningún Jack Russell intente frotarse en nuestra pierna
mientras bajamos desde el 5to piso – y llamamos a esto
decisión: al parecer, compramos ese ticket
como quien adquiere una cadena infinita de consecuencias. Pero
no: en el reverso, la frase se nos escapa y otra vez
reencarnamos en nuestro propio tránsito, aunque
éste no exista. La página que escribo ya dejó de existir, o bien
tenemos problemas con el navegador, interrumpidos
siempre por el ruido que hacemos al quitarnos las manchas, intentando
recuperar alguna apariencia tras hacer el amor
con un perro, o quedarnos callados, fumando, con los dientes
perfectos, cuando llega un mensaje
y transforma por un momento algo importante
en algo irrelevante, y no lo percibimos.
Kit de extinción
De a poco van llegando los menús del nuevo vecindario: al principio
te parecen incomprensibles, en otros documentos
hablás de “reiterada barbarie insular”.
Escribís eso en tus redes sociales, con una foto del petróleo vertido, y a la basura
que se condensa en la superficie (hace 17 minutos) ¿la comparás
con los comentarios que se van agregando a una tragedia? Nada
que produzca imágenes puede ser tu enemigo, dirá tu sucesor
más tarde. Esa frase le hará ganar millones; dará origen
a una revolución en el concepto de entretenimiento que se agotará
antes de que puedas impresionarme con la anécdota. No debería
distraerme, y sí
ejecutar nuestros retratos, escondidos y temblorosos
detrás de los bambús y las ojivas nucleares, cubiertos por el
barro. De a poco
vamos dispersándonos después de la manifestación, tosiendo,
les legamos a otros el trabajo de limpiar las consignas.
Me gustaría que lo intentes de nuevo, con lo que te haya
sobrado: la pata
que una vez le arrancaste a un tejón, tu denuncia
del robo de un teléfono móvil, la nube de radioactividad que también
busca algo. Me gustaría
que lo consideres abierto, sin habilidad.-
Mi vida como bacteria
Cuando empecé a escasear, la orden
fue que actuara con naturalidad, que partiera
de escenarios mutuamente excluyentes–
que marcase algún cero absoluto, por
teléfono
-o que me desprendiera de todo lo anterior, y me quemase
una vez leído: me vino a la memoria el chiste
de la conversación entre dos asesinos
que fingen reconstruir el acento, los hábitos lingüísticos
de la víctima
usando las propiedades de sus gritos, pero cada vez
una pausa en la programación los distrae, haciendo que la broma
nunca acabe, y la risa
se sume al resto de tareas pendientes. Ahora se abrirán los turnos
de debate al respecto, y si con eso
se pudiera restablecer el flujo, se sabría
que hemos sido disueltos por opiniones públicas,
por la corrosión –como una muestra de laboratorio.-