Mientras daba pasos torpes, los ojos se le fueron apagando, pero el sonido se abrió frente a él como un paisaje. Mientras avanzaba nunca despegó su mano de la pared, porque una vez oyó que ésa era la única forma de salir de un laberinto. Pero él no quería salir, quería entrar. Entonces fue esa misma pared la que lo llevó hasta el fondo del pasillo.
Olía a baño. Sonrió por lo obvio. Pero también olía a pies y a culos y al agua cuando no puede salir de donde está. Olía al hálito que deja un gemido en el aire encerrado. Olía a saliva, a lengua y a la piel que se lastima luego de frotarla por mucho tiempo.
Cuando sintió que estaba lo suficientemente cerca, se quedó quieto y se puso a esperar lo que tarda una persona en darse cuenta que no tiene idea qué hacer, excepto ser valiente. Temió por que el resto oyera su cuerpo temblar porque en una oscuridad tan profunda como esa uno podía oír hasta los pelos pararse. Recordó que existen esas parejas de sadomasoquistas que tienen una palabra clave para detenerse cada vez que el dolor era demasiado, pero él aún no inventaba esa palabra. Su mente estaba igual de pasmada que él y ninguna voz, en ninguna parte, lo ayudaba a distinguir si ahí había que hacer algo o dejarse hacer.
Sostuvo su cuerpo en la misma pared que lo había llevado al darkroom. Y entonces, aunque no lo viera, le golpeó la certeza de que a su lado, de pie e inmóvil como él, había algo.
***
Era mejor dejarse hacer. Pensó. No sirvo para ser valiente.
Algo le separó las comisuras y la misma lengua se aseguró de mezclarlo con otra saliva. Le pareció dulce y espesa. Más que la suya. Y ese pedazo de carne, aunque era más delgado, se sintió más áspero como gastado por la erosión de la edad. Quizás todos se sienten la lengua más suave, pensó. Quizás todos se sienten la saliva más líquida.
De la oscuridad salió una mano que encontró la suya. Entonces la llevó por un camino que difícilmente habría encontrado por sí solo y que terminaba en un miembro largo y levemente curvado hacia arriba. Aún con los ojos cerrados, pudo notar perfectamente los relieves: venas, curvas, la textura de los vellos, bordes suaves y resbalosos. El pene parecía un cilindro tallado, un bajorelieve protuberante.
Otra mano lo rodeó por la espalda y lo acercó a un pedazo de cuerpo que se le materializó de repente. Era delgado y de su mismo tamaño. No tenía ningún vello. Entonces la mano aterrizó en sus muslos como una araña y subió hasta su culo que siempre le pareció demasiado pequeño. Se lo estrujaron con fuerza, sin ninguna advertencia, como si su cuerpo fuera de una arcilla húmeda y maleable que se curva con la fuerza. Alguien juntaba sus nalgas y luego las separaba.
Escuchó a alguien gemir un poco más fuerte, con voz grave y rasposa como quien bebe un whiskey. Alguien estaba jugando a resistir, a ver hasta dónde podía llegar sin lanzar un grito. También logró escuchar el sonido de la saliva y algo que se despega y algo que se sumerge en una superficie mojada. También escuchó pequeños golpes y una nalgada y un zumbido humano que lo juntaba todo.
Creyó ver algo de piel al frente, pero quizás eran los colores que se ven en los párpados luego de apretar los ojos. Las manos abrieron sus nalgas de nuevo pero esta vez se lanzaron a buscar el punto central e intentaron metérsele ahí dentro. No lo lograron. Él apretó su cuerpo cuando notó que uno de los dedos se había vuelto más arrojado e irrespetuoso y él se volvió impermeable como cuando un asmático se queda sin oxígeno.
Le recorrió el volumen del abdomen para hacerse una idea de cómo se veía su compañero. (¿Eran compañeros?). Sus tetillas eran tan pequeñas como dos lunares y su cintura parecía aplastada en los bordes. Su piel era suave, con gotitas de algo líquido que se le iban esparciendo a medida que lo tocaba. No notó ningún grano y se sintió más tranquilo porque se dio cuenta que el olor de ese cuerpo era más agradable.
Su espalda, tan sólo un segundo antes de que ocurriera, le anunció que alguien se aproximaba. Otro cuerpo apareció por detrás y de pronto se imaginó que eran como dos líneas paralelas que se juntaban. Entonces se percató que ese otro hombre era más grueso más gordo y más húmedo y sintió un pene o un dedo muy grueso que se le clavaba en la parte baja de la espalda. Un bigote o una ceja acarició su oreja derecha y luego una respiración y después un gemido que lo hizo sentir como la víctima de algo.
El otro chico no hizo nada y él intentó tranquilizarse. La boca le empezó a besar la nunca. Nunca había tenido a dos personas lamiéndole el cuerpo al mismo tiempo y creyó que podía lograrlo porque que era algo nuevo e incluso un poco gracioso esto de estar al medio. Que la atención era agradable y que sólo tenía que hacer que su corazón latiera más lento. Vamos bien vamos bien.
Pero el cuerpo aún le temblaba.
Sintió que esa lengua iba más rápido y que se le metía demasiado adentro y que las manos que lo tenían eran muy grandes y un poco bruscas y buscó la palabra para detenerse pero no, no tan adentro, no, no tan así se decía en el cuarto de su cabeza y la palabra se le perdió. Sintió que lo aspiraban y que el oxígeno dentro de su boca se le acababa y que después una serpiente se le asomaba hasta el fondo. La lengua lo soltó y al fin le volvió el aire. Sintió la boca inundada. El pene que sostenía estaba más húmedo y pegajoso y su propia mano comenzó frotarlo de arriba a abajo sin pedirle permiso y él se extrañó de sí mismo.
La oscuridad se le hizo menos negra y le pareció que tomaba tonos más rojizos. Y de la humedad que flotaba en los rincones salieron cuerpos amontonados torcidos unos sobre otros enrollados y después metidos en los espacios que iban abriendo por fracciones de segundos antes de volver a juntarse como si de pronto las personas fueran placas tectónicas en medio de un temblor. Y su sentido de la orientación cambió brutalmente. Todo el cuarto oscuro le dio vueltas como arrastrado por una ola del mar. No estaban solos, estaban todos juntos como la espuma en la orilla.
Tuvo la impresión de que fue el hombre de atrás quien agarró su entrepierna con una mano que parecía hinchada y resbalosa ocupando toda la palma para masturbarlo y no sólo los dedos, cubriéndolo completo y luego frotándolo por partes como si estuviera furioso al igual que la lengua-boca que se le metía de nuevo pero que ahora empezaba a moverse en círculos e intentar alcanzarle la tráquea-estómago y lamerle la garganta al mismo tiempo que de algún lugar sacaba un montón de saliva que fue depositando en su boca-culo y que él apenas pudo tragar así que empezó a chorrearle.
Quería parar. Quería poner zurcos que lo alejaran del resto. No quería ser tan cercano y tan accesible pero la respiración en su oído y otra mano.
Sintió la culpa. Y entonces algo peor: el calor.
Una bola se le empezó a formar en el estómago, como una chispa que nunca se enciende pero que es capaz de calentar la sangre que se va acumulando en las esquinas. Era algo: una sombra, una luz, no estaba seguro. Pero esa bola se le fue a la garganta y luego a la lengua-espalda y de pronto su boca estaba abierta de par en par y su erección penetró el aire chorreando algo que no podía identificar. Se volvió más permeable y los dedos-lengua que hace un rato estaban buscando el agujero en su culo lograron abrirse paso entre el sudor que estaba seguro le corría desde la frente hasta la punta de sus pies y que hacía que todo su cuerpo fuera tan resbaloso y agradable como una piscina tibia.
Estaba abierto.
Bajó. Y el pene no se le metió en la boca sino que él mismo se le arrojó como un anillo. Ahora él se le metió con su propia saliva y lo abrazó con la lengua pero no porque le quisiera generar placer sino porque le quería robar algo y sólo podía hacerlo así de rodillas. El otro se acercó y entonces tuvo dos penes rozándoles las mejillas y la bola que tenía en su abdomen comenzó a quemarle y la oscuridad le pareció más transparente mientras probaba que tan grande era la “A” que podía dibujar con los labios.
Intentó recordar la palabra para detenerse pero la perdió de vista y se metió uno a la boca y luego el otro y el uno y el otro y de repente los dos y el segundo que era el de la izquierda era su favorito porque era el más grueso y con menos vello y eso era como una invitación. Como si estar ahí de pie fuera una invitación. Y cada vez que le tocaba el de la izquierda él intentaba llegar hasta el fondo como si quisiera que ese pene musculoso le derribara una pared dentro de su boca y se preguntó por qué siempre los más feos tienen un pene tan bueno. No pienses en la cara no pienses en la cara sólo piensa en que eres el centro pero aun así sintió la culpa y su pene se le hinchó de culpa y estuvo a punto de correrse.
***