septi.cemia
patria rellena de aire pinchada pisada pateada tirada asaltada vaciada tomada
ocupada usurpada trancada rellena otra vez perseguida atrapada golpeada
violada quemada ignorada amoldada vendida amoblada alquilada baldía
espoleada explotada expoliada gaseada turqueada baleada capada asfixiada
electrocutada rendida dormida soñada pequeña chiquita minúscula otra cuál de
quién dónde qué
absurda
imaginada
irreal
patria seis letras y olvido
patria palabra grave palabra llana (en llamas y en llano cabalga)
patria jodida ¡buscá vida! dejá vivir
acabemos, amor, con el mundo
porque nada tienen que ver mis manos
con el gozo de tus formas y
unos ojos que, ansiosos, acaricien la redondez encarnada
nunca podrán descifrar el misterio allí contenido:
arquitectura de sangre, cúpulas, capilla donde
su geometría una divinidad ensaya; nunca
oiré otra vez tu misa de rodillas;
rezo que callará mi boca,
hostias que olvidará la lengua,
formas que soñarán las manos;
yo supe el aroma del insomnio por tu abrazo
—vainilla, sándalo, canela: incienso
siempre en rebeldía—
el arco de tus labios susurraba amaneceres
a mi sombra enmelcochada en tus cabellos;
el arco de tus labios me tensaba
como dardo hacia la noche;
y supe así del río que hemos sido:
recostado sobre el domo de tu vista,
inundado por el charco de tus gritos;
vislumbrando terminé nuestra siempre en fuga orilla
y saltamos diluidos a otros sueños,
juntos vos y yo, y cada quien en su corriente;
pero jamás algún verso
podrá encerrar lo que a vos
hay que decirte;
hago de tus abandonos
(de nuestros abandonos)
una bola de papel ardiente
que atrevida atraviesa el camino
de mi garganta tuya:
jamás un verso, amiga,
jamás mis manos,
jamás tus ojos,
jamás nosotros
Killer Instinct
esta llaga en mí solo se expande
chorcha, charco maloliente
alimentado de lluvia paralítica,
pendeja inercia en que me encuentro
al margen de tu picoteo de alacrán mamífero;
pasás,
pisás mi herida circular,
sacás tu cuerda —la misma del cadalso—
y calculás la relación de mi circunferencia
y la distancia vertical entre nosotros;
no somos viento, me decís,
no soy rivera para tu sedimento,
¡me importa un jocote tu ardor de oruga!
Verdades que se empozan bajo el agua
En una transparencia sin lenguaje,
donde el lenguaje mismo es más bien la trans-
parencia, algoritmo indiscernible
fluye como la sangre a un corazón
cuyo latir responde
al ritmo de expansión del Universo.
Podríamos pensar que en esa danza,
ejecutada no como espectáculo,
hay un mensaje oculto
que debe ser hallado
para reconciliarnos con el Todo.
Ausentes los contornos de los nombres,
a fosas abisales descendemos
buscando pues la propia imagen; vamos
cayendo ―pájaros en la pupila―
hacia una altura ―aleteo inaudible―
donde el nido de nuestro nido, imagen
recurrente de un sueño colectivo,
acuna nuestra ruina,
nuestro ataúd y nuestro entierro y nuestra
herida y el arma que la ocasiona
y la mano que la blande, su fuerza
y sus motivos. Una ceguera entonces
alerda nuestro vuelo
y apenas salpicados regresamos
a la falsa firmeza de la tierra.
Oímos en sordina,
mientras tanto, los gritos de la sed
y sus pisadas; oímos territorios
que rugen al llamarse unos a otros.
Oímos colisiones, minerales
bestias en duelo genesiacas: bordes
que, cérvidas cornadas, van y vuelven,
geodésico ritual,
sobre su propio alud mudando formas.
Mientras sus elementos se reordenan.
De un mecanismo abstracto los engranes,
cuando no somos más que una molécula
sumergida sin rumbo
y al azar enlazada,
giran indiferentes al trayecto
que describe su estela o a la sombra
imposible de sus mutuos mordiscos;
giran pues los engranes
y el eco de su música se instala,
espíritu común, número áureo
enfrentado a su inverso, en cada acorde,
nota, compás, silencio, disonancia.
Sabemos que el ascenso es hundimiento,
pero seguimos yéndonos sin pausa,
embebidos, al fin, unos en otros.