Huáscar Robles
Foto por Juan Cuock
Aquella madrugada, Kenneth se pegó en la Loto. Vomitaba entre sus piernas y el camino seco entre la tráquea y el estómago se incendiaba. No contaba con que su suerte estaba a segundos de transformarse. El claxon de las patrullas resonó en su tímpano izquierdo y la comparsa que le acompañó hasta las cuatro de la madrugada lo abandonó. Entonces a través de sus ojos vidriosos vio a un ángel.
No se percató del encuentro celestial hasta el día siguiente. Sacó el sueño de sus ojos, estiró las sábanas mustias y, entre las colillas de cigarrillo y las bolsas de cocaína, encontró un pequeño libro con fotografías de hombres en papel cuché. Una gaveta se abrió en su cerebro. La última escena de la noche anterior se fue dibujando. El ángel era de espalda ancha y de rizos en un rostro que rebosaba de bondad. Lo había protegido de las autoridades y se aseguró de que llegara entero a su casa, eso era obvio. Supuso que antes de despedirse le dejó aquel libro laminado.
Antes de escudriñar el regalo divino, debía enjuagarse el rostro, cepillarse la bilis de la lengua y alimentar a Tibs, el gato tan obeso y adicto a las toxinas como él. Abrió las ventanas polvorientas y colocó el libro en sus muslos carnosos. Hombres en cada página. Fotos de antes y después. La transformación radical de cuerpos amorfos a esculturas griegas que el libro documentaba incitó en él una atracción que desconocía. El libro aterrizó al otro lado de la sala. El morbo fue más poderoso, por supuesto, y Kenneth se arrodilló a leer el libro, esta vez con whiskey en la boca. El título se desplegaba en relieve en la portada:
VERSUS
Kenneth vio el antes y después de los cuerpos e imaginó el suyo transformándose y transmitiéndose en aquellas páginas. Saltó a la contraportada y vio a su ángel, sí, el semidiós que lo salvó de la prisión. Debía ser él. Reconocía el cabello alborotado y la nobleza de los ojos. Al borde del torso rígido y desnudo la frase en cursivo leía:
No vale la pena regresar al pasado; el pasado es otra persona.
Sin pensarlo escaneó el código que acompañaba la cita y el mundo Versus apareció en su pantalla. La comunidad de gladiadores que había logrado despojarse de su piel erizó sus nudillos. Volvió a sentir aquel deseo que vibraba en su hipocampo. Rasgó, rasgó y rasgó la pantalla del móvil. Los testimonios de hombres y hembras transformados en esculturas lo convenció. No eran solo las fotos de cuerpos tallados lo que lo motivó. Sí podía ver su rostro redondo en aquellas esculturas, pero fue el texto que acompañaba cada foto lo que lo conmovió. Podía escuchar al ángel mismo narrar el rejuvenecimiento de cada uno de sus trofeos.
La piel del pasado, el cuerpo de ayer, las moléculas nuevas y el torso de cielo.
Bíceps, tríceps, molleros y células santas.
El sistema entero.
Hígado, nervios, tuétano y pulmón.
¿Quién quiere acercarse al reino?
¿Quién merece un caparazón?
En el reino no hay antes solo después.
Un después continuo.
En Cristo,
En Cuerpo,
En Versus.
Algo lo impulsó del suelo. Hurgó en el website la dirección de Versus y caminó a la puerta. Podría llegar en 15 minutos. En auto, por supuesto. Valdría la pena la visita. El reloj le anunciaba que tenía suficiente tiempo para ir, agradecer al ángel y regresar a su trago de whiskey. La hora de la refracción se acercaba y los guardias patrullarían el municipio. No le importó las sudaderas con olor a piel o la camisilla que revelaba las estrías de sus brazos. Entró en el Honda que su padre abandonó al ser reclutado por el hotel y apretó el pedal de gasolina.
Tocó el timbre de la puerta azul de un edificio industrial. Entró. A su izquierda un grupo de jóvenes musculosos levantaban armarios en sus espaldas y al fondo, bajo luces halógenas, hombres de tercera edad brincaban sobre enormes cabezas humanas. Deben ser marionetas, pensó.
Un joven de rostro imberbe y sin cejas lo sorprendió:
–Ya llega la hora de la refracción. O se queda o se va –dijo el hombre y estiró sus hombros.
–Si llega la hora de la refracción y entro aquí, no salgo –respondió Kenneth, pero el hombre ni hablaba ni parpadeaba.
Decidió descubrir, dejarse ir. Cruzaron la puerta a un salón largo y rectangular. Su guía se despidió y desapareció. En aquel cuarto mustio conoció a quienes serían sus compañeros esa noche. El hombre de cabello gris lo miró e intentó calmarle.
–Amigo, respire que no pasa nada. No está en contra de su voluntad. Si usted quiere, se va. Bueno, ahora no, por la hora de la refracción, pero no se preocupe que Versus está de buenas con el municipio. Al que viene a Versus ni le dan infracciones ni le quitan los tickets de comida.
Kenneth suspiró un poco de calma. Un joven de cejas rubias lo escudriñaba y, en la esquina, una mujer de pelo corto y bermudas se entretenía con su móvil.
–Este es Amílcar, yo soy Brian y ella es Aida.
Kenneth había escuchado de estos lugares. Imaginaba que los negocios exentos de la ley de refracción eran solo para adoración o vigilancia. Pastores o policías. Entonces, entendió que se encontraba en un híbrido, en la franja entre Cristo y la Comandancia. Aida confesó que era guardia del municipio. Se coló un vídeo de ella y otra miembro de la uniformada en Tik Tok. Su castigo: transformación total en Versus. Amílcar, el trigueño, flaco y de cabello oxigenado, gastó los ahorros familiares en NFTs. Los padres no querían a un hijo que creyera más en crypto que en Cristo y, así, lo enviaron a Versus. Brian, fibroso, canoso y bien parecido, era el primo o yerno o el vecino de alguien que trabajaba allí. Eso decía.
Kenneth quería confesar, pero ¿qué iba a decir? ¿Qué fue detrás de un hombre, un ángel?
El brazo que Brian colocó en la espalda de Kenneth le transmitió una corriente ligera. Brian susurró para que el resto no fuera cómplice de sus palabras.
–Yo llegué porque ya estaba harto de la pobreza, de mendigar por tickets de comida, de quedarme en casa sin wifi. Un hermano, dos primos y como siete vecinos ya se fueron al Hotel Finisterre. Y yo aquí comiendo mierda y yo dije, mira no, pa’l carajo.
–Pa’l carajo –Kenneth repitió.
–Ese nene, bendito –dijo Brian al mirar a Amílcar. –Ese nene vino obligado. Como es menor de edad, los papás lo metieron. Algo de los cryptos, algo de dejar a los padres en bancarrota. Llegó hoy y mira, zip, nada, le comieron la lengua.
Un sonido en la puerta. La energía del hombre que los saludó los alteró. Camisilla sobre sus pectorales y cortos ceñidos a muslos potentes. Sonrisa que mostraba hasta los molares. El abultamiento entre las piernas casi arranca risas de los cuatro, pero nadie podía burlarse del mensajero de Dios. Aunque vistiera licra.
Erguido, el mensajero habló:
–Que no funcionas, no vales la pena, no tienes remedio o solución. Eso escuchaste. Te cogieron en pifia, te transmitieron en Internet, te dañaron tu huella digital y te estropearon tu futuro. Que si Insta, Tik Tok y la madre que los parió. Pues no, eso es mentira del diablo y hay que empezar a ver el futuro bien lejano al pasado. Aquí diseñamos cuerpos, almas y posibilidades. Tu viniste aquí a buscar lo que perdiste: tu camino. Crossfit por Cristo, Box Aleluya, Coaching, Auto Ayuda, llámanos lo que sea. Pero esto es una fábrica de transformación. Ayer versus hoy. Porque ayer eras otra persona.
Su nombre era Axl y, al recitar, caminó su cuerpo de avestruz entre los cuatro. Aida masticaba coraje y Amílcar masticaba una risa nerviosa. Los ojos de Kenneth intentaban entender dónde coño se había metido. Brian fruncía el ceño, como si fuera a la guerra. Axl explicó que las pruebas de esa noche no determinaban elegibilidad, solo eran un ejemplo de lo que venía por ahí.
Pasaron a otro salón angosto a su primer experimento. Quedaron boquiabiertos. Dos filas de maniquíes en batas médicas y enguantados se sacudían violentamente. Debían atravesar las filas de falsos científicos.
–Quieren cogerte, puyarte, sacarte la sangre o meterte medicina, pero este cuerpo es tuyo, este que cuerpo es Cristo –dijo Axl quien escogió a Brian como el primero.
Axl apretó el cronómetro y Brian corrió. Un manoplazo de maniquí rebotó en su ojo y en el piso contuvo el dolor mientras su rostro enrojecía. Kenneth cubrió su rostro con puños y se apuró entre los científicos. Evitó golpes, pero en segundos se desplomó. Solo había desayunado whiskey antes de llegar a Versus. Aida les arrancó la cabeza a dos maniquíes y rompió el brazo de otro. El cronometro chilló y cabizbaja se fue a una esquina. La estura y agilidad de Amílcar le permitió esquivar los golpes, pero en lugar de correr a la meta, le quitó los guantes a cada uno de los maniquíes.
–Si mal no recuerdo son los que tienen guantes los que tienen miedo. Les quité los guantes y los dejé sin condón. –dijo Amílcar y regresó a su silencio.
Axl hizo garabatos en su libreta antes de dirigirse a ellos.
–Hay que hacerle un update al cuerpo, un sistema operativo nuevo. Un tune up y un upgrade. Y a eso llegamos. Sin muslos ¿cómo vas a levantar al caído? Sin brazos, ¿cómo vas a desmembrar al enemigo? Recuerden que cuando llegó la Covid los de pulmones flaquitos se fueron a ajuste. Si se acaba el mundo, hay que saber ser ninja, un ninja divino.
El próximo reto. En otro salón oscuro y de luces halógenas, pollos crudos reposaban sobre una mesa. Pollos caros, de aquellos que costaban 300 créditos y alimentaban hasta tres familias.
–No van a comer, van a curar –dijo Axl quien cortó cada ave en dos con una navaja.
–Aguja e hijo. Empiecen.
Intentaron recomponer la estructura de las aves. Las vísceras escapaban y la sangre se adhería a los poros. Brian logró sellar la herida, pero cosió su dedo al ala derecha. Aida descuartizó lo que quedaba de su pájaro. Amílcar lloraba y Kenneth intentó consolarlo.
A los minutos el cronómetro gritó y Axl se dirigió a ellos.
–Ese pájaro es el brazo de tu hermano, o tu misma rodilla. Vienen con pico y palo, a quitar, robar y desmembrar, pero este pueblo es de Cristo, este cuerpo es de Versus. En la esquina hay Purell pa’ los dedos.
La próxima y última situación conllevaría más riesgo. Al ver el papel y los lápices, Kenneth recordó al terapeuta que le pidió que le escribiera al padre que lo abandonó hacía unos 15 años.
–Selfies, Tik Tok, Instagram; se retratan por dentro y por fuera en máquinas y aparatitos, pero ¿cuál es tu post? ¿El tuyo? ¿El que te vas a decir a ti mismo? ¿Por qué llegaste hasta aquí? ¿Cuál es tu intención? Antes de despedirte de ti, ¿qué quieres postear que solo tú puedas ver? –preguntó Axl y se despidió.
Mareado y cansado, Kenneth pidió agua antes de comenzar. En menos de una hora comenzaba a despedirse de sí mismo. Qué rápido. Muy apresurado. Como una oferta limitada: “Venta, solo por hoy, You snooze you lose, habla ahora o calle para siempre”.
Escribió. En palabras minúsculas que solo él podía entender comenzó el garabato de su corazón. Cada frase le quitaba un poco de humo a los pulmones. El punto al final de las oraciones le recordaba que sí, que ya era de Versus, que ya dejaba algo atrás, no sabía qué, quizás a él, al padre que lo abandonó, o a los dos.
Kenneth condujo a casa. Acarició a Tibs mientras tragaba whiskey e hirvió dos huevos en la estufa. Había entrado en aquel lugar vil y ahora no podía olvidarlo. Pero ¿cómo pagarlo? El total de créditos brilló en la pantalla. Risible. Jamás entraría. Masticó los huevos y eructó humo. El televisor rodaba un filme asiático sobre el coronavirus. Cambió al segundo canal. Una traducción del Live Aid 2020, el concierto de unificación racial que culminó en llamas. Fue quedándose dormido, arropado en los pedos que producía. Tibs saltó y escondió su cara en la alfombra. Un leve dolor en el pecho le recordaba que aún no había conocido a su salvador. El ángel de Versus.
***
Antes de retirarse a discutir el asunto de su membresía, Axl le explicó que dado a su estado económico, le sería difícil participar en Versus. Igual a un vendedor de autos, regresó diez minutos más tarde con otro timbre de voz y anunció que se había pegado en la lotería.
El templo A.T.LA.S. financiaba membresías con la condición de reportarse al Hotel Finisterre al culminar el entrenamiento. No podía revelar el odio a su padre que lo dejó por aquel edificio frente al mar. ¿Para qué dejar el ayer si el futuro lo llevaría directamente a su padre? Entonces, recordó que no sería él quien llegaría a su padre, sería otro, ese yo que desconocía y que vería transfigurarse al culminar su entrenamiento en Versus.
–¿Dónde firmo?
Fue una semana dura. Tiraba su bata de carnicero. Salía del supermercado y en Versus entrenaba con olor a sangre y vísceras que nadie soportaba. Clases de resistencia, potencia, flexibilidad, primeros auxilios, combate, arco y flecha y, luego, una retahíla de meditaciones y repeticiones que le entorpecían la memoria. “Versus mi cuerpo, Versus mi alma, Versus mi yo”, repetía, repetía y repetía. Amílcar, Brian y Aida lo acompañaban junto a otros cinco que nunca llegó a conocer. En la noche, se medía la barriga frente al espejo y notaba su cuerpo cambiar o eso quería creer.
Kenneth no era idiota. ¿Torpe, gordo? Tal vez. ¿Bruto? Jamás. Sabía que con cada mantra y meditación su mandíbula masticaba algo que le transformaba. No sabía en qué y no le importaba. Temía más a quién era que a quién podía ser.
***
En el Honda, Brian y Kenneth no abrían los labios. Asustados y sorprendidos por aquella extraña invitación miraban a las moscas muertas del parabrisas. Así recordaba los viajes con el padre, en auto, sin conectar los ojos y en un mar de silencio. Kenneth iba a estallar.
–Ok. ¿Qué coño? No llevamos ni dos meses y ahora vamos a una iniciación. ¿Iniciación de qué, para qué?
–Ken, suave, papito. Primero, enjuágate la boca. Esas palabrotas no caben en Versus. Tú lo sabes y, pues, ¿qué importa? ¿cuál es el miedo? Mira, tú estás más flaco y yo estoy más bueno. Estamos ready.
–Entonces, ¿nos llegó esa invitación virtual porque tú estás bien bueno? –Kenneth dijo y explotó en risas.
–Pues claro, dos meses metiendo mano. We are the champions, my friend –Brian dijo y chilló con la voz de Freddy Mercury. Kenneth volvió a reír.
El patio de Versus estaba fuera del alcance de los participantes, salvo en noches como aquella. No sabían a qué o quién iniciaban, pero las iniciaciones son un borrón y cuenta nueva. Eso los alentaba. Los árboles vibraban con luces navideñas y, al dorso, la tarima blanca auguraba algo hermoso y macabro. Un ave nocturna pausó en el alero, vio aquel mar de torsos y brazos y echó vuelo.
Kenneth y Brian reconocieron algunos rostros entre los cuarenta y tantos hombres. Todos calmaban el calor caribeño con bebidas marca “Versus” que obtenían de neveras esparcidas por el patio. Kenneth llevó una a su boca.
–Cerveza no es –dijo.
–Cógela, que es gratis –ripostó Brian.
Axl apareció a la media hora y pidió a los participantes que se acercaran al escenario. Kenneth mantenía la ilusión de conocer al ángel que lo llevó a Versus, pero no. Allí estaba Axl en licra y camisilla pavoneando molleros, venas y axilas. Kenneth titubeó, pero se despojó de su camisa, como el resto.
Axl les dijo:
–We’re here. We made it. Sufrimos. Sudamos. Nos fajamos y pagamos el impuesto a la carne. Si te hubiesen dicho que en un par de días te ibas a Finisterre no lo hubieses creído, pero estás aquí. Porque Cristo te llamó. Porque Versus te adiestró y ahora el Hotel te empleó. Un win win para ti y para tu país. Ahora sientan el amor del Padre, sientan su compasión. Ya sufrieron, entrenaron y dejaron la piel. Hoy es party, party celestial.
Los elegidos caminaron intuitivamente al altar. Nervios, náuseas y temblequeo, pero todos marcharon. Brian apretó el hombro de Kenneth, quien sostuvo su mano, aunque sentían el sudor filtrarse por sus poros. Desde la fila vieron el ritual del altar. Cada descamisado se mecía en la falda de Axl quien les susurraba algo al oído. Las frases transformaban el rostro de los elegidos. O eso parecía. Cubrían sus rostros compungidos y regresaban a la grama a consumir aquel líquido enlatado. Llegó el turno de Kenneth. Se dejó postrar en los muslos húmedos y calientes de su entrenador. Su oído descansó en la piel de Axl y escuchó el latir de sus músculos y huesos. Kenneth apretó sus pestañas y Axl susurró frases húmedas. Que si poder, que si sanar, que si caer, fallar y adelgazar. La incoherencia del discurso que vertía en el oído derecho adormeció a Kenneth. No sentía a Dios o al Padre o al Espíritu Santo. No sentía transformación alguna como a los elegidos que se postraron en aquellos muslos antes de él. Entonces, se percató de que no debería salir del regazo de su amo sin mostrar penitencia o arrepentimiento. Ajustó su rostro y al levantarse llevaba una máscara de contrición.
Kenneth y Brian se unieron a la comparsa y tragaron el brebaje con la liviandad de quien no tiene cuerpo o espíritu. La música de las bocinas se aceleró y la percusión empujó las extremidades de los descamisados hasta que los cuarenta y tantos hicieron un círculo que rodaba y rodaba. El sudor de uno pintaba el pecho del otro. En el frenesí, el círculo de piel se cerró hasta que fue solo eso: carne. La desnudez los liberó y aquello que Kenneth sentía en las venas, que era mejor que la coca y el whiskey, que no reconocía, que tal vez era Dios o tal vez era Versus, lo desencadenó. Se dejó llevar y su cuerpo se hizo en el cuerpo de sus hermanos.
Un joven imberbe bailaba nauseabundo entre los hombres. Kenneth pudo ver la figura delgada de Amílcar tiritar entre los cuerpos. Lloraba, reía y temblaba al ritmo que las bocinas regalaban. Gozaba en su piel aunque los ojos rojos pedían auxilio. Ken quiso acercarse a Amílcar, sacarlo y salvarlo de aquel torbellino de torsos pero el joven se perdió entre ellos. Desnudo, Amílcar parecía ser devorado por la noche.
***
Debían llegar a las 7:30 de la mañana a la Comarca, el área del gimnasio reservada para los elegidos. Alta y de dos niveles, el salón estaba atestado de sillas plegables. Un enorme monitor colgaba del andén que servía de plataforma para los líderes dirigirse a los súbditos. Luces halógenas alumbraban hasta el más oscuro de sus pensamientos.
Aún adoloridos por la noche anterior, Kenneth y Brian se acomodaron en la segunda fila. En segundos, los elegidos plagaron las sillas y el monitor comenzó a parpadear. Las letras cursivas sobre la imagen idílica de un resort leían:
El Hotel Finisterre: Tax Free Hunting and Surviving
La cámara abruptamente enfocó a un hombre y dos hijos. Finlandeses, eso leía el cintillo al borde la imagen. La boca del padre gesticulaba, pero las frases traducidas al español apenas tenían sentido:
–Es un perro come perro vida. Supervivencia. Ese es el goal. Qué mejor lugar que la jungla para matar. Qué mejor lugar que un hotel para descansar. Hotel Finesterre me enseñó que tengo dos hijos: uno para caza y otro para comida.
Próxima imagen. La rubia de brazos fibrosos que entró en pantalla recitó las siguientes palabras mientras el video cortaba a imágenes aéreas del resort, playas, campos de golf, restaurantes, karaoke y cuerpos masajeados en un spa:
–Por el día es el infierno, pero por la noche es el cielo. Solo en Hotel Finisterre puedes ganarte la salvación cada día. ¡Y con una piña colada!
Acto seguido, la lista de actividades de Finisterre se desplazó por la pantalla. De playa a apocalipsis y de primeros auxilios a cacería regional, el hotel era una extensión de Versus. Kenneth quiso preguntar si todo aquello – cuartos de hoteles, spa, restaurantes y piscinas – estarían a su alcance y, si realmente serían los entrenadores de aquellos extranjeros, cómo se iban a comunicar con ellos, porque en aquella isla nadie dominaba el inglés o el español, mucho menos otro idioma.
Última escena. Un hombre, cuerpo de atleta, ojuelos en el rostro, luz en los ojos:
–Cuando era niño, leía Robinson Crusoe: los caníbales, los huracanes, los escombros. Era el hombre en contra de los elementos. El trópico es el mejor lugar para exfoliarse del pasado, olvidar el ayer porque ayer era otra persona. Ahora hay una isla, una montaña y una vorágine para que podamos pasar de hombres a sobrevivientes: El Hotel Finisterre.
Caza, mata, sobrevive… libre de impuestos.
Al acabar el video promocional los participantes mascullaban sus dudas. ¿Cuál sería su labor? ¿Qué tareas se les asignaría? ¿Serían entrenadores, árbitros, maestros? ¿Qué? Los murmullos se transformaron en asombro y el salón se llenó de suspiros. Sobre el monitor y al borde del andén ser perfilaba la figura atlética del ángel de Kenneth. No lo podía creer.
Al apagarse los aplausos y silbidos, el hombre detrás del Crossfit x Cristo, como le decían en la calle, tomó el micrófono. Comenzó un discurso en palabras esdrújulas, en un español extraño, tal vez porque no era isleño o porque las palabras sobran cuando el cuerpo lo dice todo.
Que si comienzo. Final. Alfa y Omega. Hotel. Borrón. Cuenta nueva. Seguridad. Empleo. Servir. Respetar. Para eso estaban allí, pero por más que izara el puño y que sus palabras entumecieran a los elegidos, el Pastor Efrén, el hombre de aquel reino, el ángel que salvó a Ken del pecado, no soltó detalles de qué pasaría el día que los depositaran en el Hotel Finisterre. ¿Cómo preguntar si nadie se atrevía a increpar a aquel adonis? Excepto uno. La voz llegó de otro lugar, no de la Comarca, pero al abrirse la puerta, lo voz se hizo fuerza y cuerpo. Un cuerpo enjuto con voz perversa. El cuerpo de Amílcar:
–¡Yo estaba a punto de escaparme, a na’ de montarme en avión y largarme de aquí! Sí, con NFTs, cryptomoneda, lo que fuera. Aunque tuviese que robar. Y sí, les robé a mis padres porque, o me mataba la Isla o me mataban mis padres. Yo sé, Pastor, que usted quería un ejército calladito, que le llore al municipio, que guíen Ubers y le rueguen a los turistas. Pastor, usted me dice que deje el ayer porque ayer era otra persona. Pues mire, mire lo que me pasó ayer… ¡aquí mismo!–. Al decir estas palabras bajó sus pantalones. Mostraba mordiscos en la piel. Sangre escurría en sus muslos y pantorrillas.
Amílcar tenía la voz cortada de quien ha gritado toda la noche. Sucio y ensangrentado, intentó acercarse, pero fue arrojado al suelo por dos elegidos y Axl mató su voz al colocar la rodilla en su cuello. Balbuceaba, murmuraba, pero la voz se adormecía. Escuché solo un susurro. Pero no era “Cristo” era “crypto”, repetía “crypto, crypto, crypto, todo lo puedo en crypto que me fortalece”.
Sacaron el cuerpo de allí y fue la última vez que lo vieron. El pastor Efrén desapareció del andén y Axl los envío a sus hogares.
Calabaza, calabaza. Cada quien a su casa.
***
No estaba listo para el flash, la cámara, los aplausos, los silbidos, pero allí estaba frente a la pared de ladrillo. El trasfondo industrial resaltaba las fibras musculares de su nuevo cuerpo, pensó. Luego posó como los fisiculturistas de antaño, bueno de YouTube. El fotógrafo apretó el gatillo y Kenneth quedó redimido. Su yo digital ahora se trasmitiría en el Internet en aquel merecido antes y después. Esa pose y esa foto versus los posts del pasado, las fotos embriagado, con macoña, con coca. Pronto estaría en el libro de Versus. ¿En portada? Jamás, pero en una de sus páginas laminadas. Versus. Su Versus. Suyo.
***
Llegó el día. Colocó a Tibs en la jaula portátil, le pasó cloro al terrazo y arrancó en el Honda. Brian lo acompañaba en silencio porque hablar del hotel sería maldecir su suerte. Un jinx.
La noche anterior habían evangelizado por la Plaza de Maunabo y el malecón. Dejaron la huella, aquel libro de papel cuché en las manos de la próxima generación de atletas. El alcalde los había congraciado, la policía homenajeado y aquel poema de Axl aún vibraba en los oídos de Kenneth. No volvió a ver al Pastor Efrén, el ángel de muslos y risos radiantes. Tenía un poco de rencor en la boca, pero él era de Versus, ¿no? De Cristo y de Versus. No le pertenecía a los hombres. Además, llegaría al palacio de marfil acompañado de Brian. Con suerte, dormirían cerca en cuartos separados, claro, pero cerca.
–Oye Ken, ¿tú no te has preguntado qué hace tanta gente entrando al hotel? ¿Tu papá, la mitad de la iglesia? Reclutan y reclutan, pero ¿qué hacen con la gente?
–No quiero pensar en eso. Axl dice que el real estate es barato, que el hotel crece y crece y que los gringos llueven, especialmente en la época de huracanes. Trabajo seguro.
–La isla se encoje y el hotel crece. Vamos a ser un hotel isla –Brian dijo y rio.
–Brian, lo que pasa es que no recuerdo qué éramos antes de ser hotel.
Subieron la cuesta empinada y vieron el portón automático desplazarse. Entraron a un plano baldío donde serían procurados por algún coordinador. El helicóptero que descendió a buscarlos alborotó a Tibs dentro de su jaula.
Es más fácil dejar el pasado cuando se vuela al futuro, pensó Kenneth. Era militar aquel aparato. Verde, robusto, con capacidad para muchos tripulantes. Recordó aquella serie que su padre veía en YouTube. La del avión que aterrizaba en una isla y era bienvenido por un enano que al verlo gritaba: ¡The plane, the plane!
Huáscar Robles (Santiago de Compostela, España · 1975) es escritor, fotógrafo y periodista puertorriqueño. Es autor de la novela Demonios (Secta de los Perros, 2022) y Puertos príncipes: temblemos todos (La Cifra, 2016) sobre Haití después del terremoto. Como periodista ha publicado con The New York Times, Chicago Tribune y el Centro de Periodismo Investigativo. Sus fotos han sido exhibidas en Columbia Universtiy, AS220 y en galerías en EEUU y Puerto Rico. En el presente escribe su primer libro de cuentos Los penúltimos días, un universo neoliberal donde El Caribe enfrenta el calentamiento global al ritmo de reggaetón.