Fragmentos de II. Concha de sol
Concentrada miel
ajena
en el canto
que sobrecoge
una concha de cuerpo
como arroz
mojado:
al amanecer— se oyen caer
los mangos.
Su piel era constante, conforme a los tiempos del hogar y la ciudad unísona: es entera como una pared blanca: mas una cáscara de banano amarilla, como la piel bajo un mal sol, a mala hora—
se levanta tras el ruido,
de la ancha rama, muerta:
escama
de generaciones—
más extrañas
que descontinuas
al llanto vasto de la
primera hondura,
en la piel seca;
gotera
desde el suelo
al techo de café.
Heredada y asida
en las tiendas manchadas
por el recuerdo
de un arma, y el llanto
de su madre,
“arriba” va
con los ojos cerrados:
no hay nadie
que tome su mano
que lave sus manos,
su pelo
que aclare su rostro
que la llame “amor”
después
de que empieza
a caer
el agua.
Niña y muchacha
se endurecen
con el sol
que las cubre, las va
abriendo
enteras
con el vidrio,
tras persianas
de bambú
en la cocina.
Se interrumpe
la curva del viento;
arropa la casa
se pela el mango
al noticiero,
la losa y el sueño.
La bomba oscura
traspasa rejas,
puntos de seguridad,
cuerpos blindados:
solas sudan
abriendo la concha
del sol.
Su rigidez las defiende:
el cambio es solamente luz
y el día termina.
Se sigue imprimiendo
la misma espesura
de vida, una vez
domesticada
la afinidad,
y la distancia
entre ellas,
una inflamada
capital.
Tegucigalpa es sol,
es carreteras
enterradas en jardines
privados,
es agua en brazos,
como canastas:
Un sudor—
las imprime:
Dos pedazos de papel
una casa
de papel
un mar
de papel—
orgullosa
acoge
el cuerpo en dos
partes, dentro
de un tesoro
con dos costas
vestidas de azul.
Se pinta, la
pinta más reciente
de portar Galeano
pistola y un insulto
donde el cuerpo
marca
con culpa
un patrón general:
al cabo de un mismo
amor descontinuo
de generaciones
imaginarias—
en el balcón
que mece ondas:
radios, telenovelas,
un toque
de queda,
y la cafetera
exfolia
la sequía tropical:
dentro
de capas urbanas,
se pinta
con orgullo
la continuidad—
los brazos son
honduras
quebrando
la línea
que estira
sus extremos
con voz
infinita.
La vajilla de la casa
se acumula.
La señora
está dispersa: en vitrinas,
la alacena,
la bodega,
los estantes
la cocina,
adornos:
en cuartos,
salas,
e inclusive
en vestidos.
Se inunda ella
con los ojos
de mamá,
una pendiente—
el material, un istmo
entre cielos
dentro de una casa
con cosas, adentro
de cosas
le pesa, su mamá
en el pelo
de hace diez
años, le pesa
el cuarto,
sus juguetes
como adornos
minúsculos
de cerámica,
una boda,
y su pereza
el sol circunda las reliquias caseras.