10.
[Ha anochecido. Lleva un vendaje en su mano. Dice haberse cortado al cocinar. Las cosas siguen en su mismo lugar. Una manta nueva, desarreglada. Los almohadones aplastados del sofá indican que más de una persona ha estado aquí hace poco. Me alcanza un café. No puedo dejar de notar que la sangre ha traspasado la tela.]
TOMÁS: ¿Qué fue lo que cambió? Ay de todo. Muchas cosas. Le doy un ejemplo. Enrique me invitó a que fuéramos a bailar, ¿no? Vino a casa así muy arreglado, con ropa nueva, con un perfume que se sentía de lejos, muy rico. Cuando llegamos al boliche me compró una cerveza y fue directo a la pista. Se movía bien. Las otras locas lo miraban, algunas haciéndose las distraídas, otras eran muy directas. A todo esto, un rubio se le acercó y se le puso a bailar al lado. Uno muy lindo, que yo ya había junado antes. … Ay sí, era medio putona el rubio, perdón la expresión, pero es cierto. Siempre lo veía ahí metiéndose con todos. … ¿Conmigo? No. No es que yo me haga la señora de su casa ni nada, pero no sé. Será que soy de otra generación, no sé. No soy de andar así tan entregada, ¿me entiende? … ¿Quiénes? … Ah sí. Bueno, habrán estado así unos quince minutos, Enrique y el rubio éste, hasta que el rubio no pudo más y le encajó un beso. Enrique ni siquiera había tomado la mitad de la cerveza y ya se había levantado un tipo. ¿Puede creer? Dura quedé [se ríe]. Ése no era Enrique. O sea, todo bien, me puso contento que tuviera tanto levante, pero, ay no, ése no era él. Me acuerdo que el tipo lo agarró de la mano y se lo llevó. Las otras envidiosas los siguieron con la mirada. Enrique se fue nomás, ni me saludó. … Era una cuestión de energía, a ver cómo le digo. Le había cambiado la onda por completo, como que irradiaba una vibra a la que uno no se podía resistir. Ojo. Ése fue el primero de muchos. Empezamos a salir más seguido. Yo me divertía, pero él se divertía más. Siempre se encontraba con alguien, se lo chamullaba y se terminaban yendo juntos. Y luego al otro día Enrique me llamaba para contarme cómo le había ido, lo que el otro tipo le había dicho y eso. Se había vuelto común que se le enamoraran, le digo. Hubo un par que le mandaban mensajitos todo el tiempo, que lo llamaban y él no contestaba. Se hacía desear el guacho. Incluso me contó que una noche en el boliche, uno se le acercó, uno con quien ya había estado, bajito y pelirrojo, carilindo. Que lo estaba buscando como loco, que no podía dejar de pensar en él y que quería invitarlo a salir. Así me decía. Pero Enrique no cedió. No le dio ni su número de teléfono ni su mail, nada. Le dijo lo mismo que le decía a todos: que no estaba buscando nada serio. Creo que este pelirrojo se le puso a llorar y todo, no me acuerdo bien. Varios le lloraron, pero no sé si éste lo hizo. … Fue toda una oleada. No paraba. Incluso se le olvidaban los nombres, ya ni les preguntaba. Todos pasaron a ser un “yiro”. Me decía cosas como “¡no sabés lo que hizo este yiro!” o me mandaba textos diciendo “estoy en lo del yiro, ya estoy por salir”. A mí me confundía. Al principio le pedía más indicaciones para poder ubicarme, hacerme una imagen. Pero pasaron tantos que le seguí la corriente nomás. Todos eran iguales, un “yiro” más. … Ay sí. Me acuerdo de unos mensajes que nos mandamos una noche. Tipo una de la mañana me manda: “No me la banco a la yira ésta. Está muy dicharachera”. Yo me estaba por ir a dormir. “¿Yira?”, le puse. Y me responde: “Una peluda que me levanté en el boliche. Es rendidora, pero no para. Me habla de política ahora”. Era la época de elecciones hace uno años, ¿se acuerda? Bueno, “pues andate”, le escribí. “Ahí la callé, la mantengo ocupada”, me respondió. No le volví a mandar ningún mensaje. Ay estaba desatado. … No me acuerdo, pero habrá estado así por un par de meses. No paraba. Era uno detrás de otro [sonríe]. Bueno, un día viene y me dice “me comí a uno de mi trabajo”. Estaba tentado. “¿En verdad?”, le pregunté. A mí me parecía una cosa seria. “Sí, ahí mismo en el laburo. No nos aguantamos”. Estaba emocionado, como si todo este asunto le hiciera sentir muy orgulloso. Venía con bolsas con comida y se puso a cocinar. Le pedí que me contara todo. Tardó unos minutos en concentrarse. No podía contener la risa.
[Es jueves. Él ha pasado un rato largo en el baño. Llegó tarde, tuve que esperarlo afuera. La calefacción está apagada. Puedo ver mi aliento en el aire. Al volver, se percibe que se ha puesto perfume. Lleva una chaqueta gruesa. Decido aceptar el café.]
RUBEN: Me pone incómodo su pregunta… [silencio largo] ¿Rosa le contó? [deja su café en la mesita] … Por favor no le diga nada. ¿Cómo se enteró entonces? … No pensaba ocultárselo, ¿ok? Iba a contar todo. Voy a contar todo. Pero no pensé que hablaría de esto hoy. … Déjeme pensar un poco. … Por cierto, perdón por la demora, me quedé un rato más en el trabajo. Yo sé que no estuve muy bien la otra vez que nos vimos, pero es que me puse muy nervioso. Rosa me había contado de usted y [lo interrumpo] ¿Cómo dice? ¿Lo tuteo? … Estuve pensando y voy a ayudarte, pero es que en serio necesito el dinero. Y no te preocupes que no voy a decir nada. … Está bien. No pienso callarme nada. Ya lo decidí. … Una tarde a Enrique le pidieron que se encargara de comprimir unas cajas de cartón y prepararlas para el camión de basura. A la tarde, en el trabajo, tenemos que usar una máquina que está en la parte de atrás. Vienen a recolectar en la mañana temprano, así que tiene que estar todo hecho antes de cerrar. Si uno no hace eso, no se llevan nada. Es un trabajo un poco cansador, porque hay que apretar con fuerza, atar y convertir una pila de cajas en un cubo. En general a nadie le gusta hacer ese trabajo. Pero ese día le tocó a él hacerlo. Había pocos clientes y faltaban como dos horas para cerrar [se detiene y se queda en silencio por un rato]. Bueno. A ver. Sí. Las jefas se habían ido. Era un día normal, tranquilo. Así que pensé que podría acompañarlo. Bah, no lo pensé mucho, en realidad, me salió así nomás. Porque. Bueno. Hacía días que no paraba de pensar en Enrique, ¿ok? No sé qué puedo decirte. Era así. Me pasaba, ¿ok? Buscaba pasar todo el tiempo que pudiera con él. Bueno, cuando fui para atrás primero no lo vi. Sólo se escuchaba el sonido de la máquina. Había cajas y cartones rotos por todos lados. Él estaba enterrado en el medio. Cuando me vio se sonrió. Estaba sudado, con la camisa del uniforme abierta hasta la mitad. Oye, perdón, pero esto no se lo vas a mostrar a nadie, ¿correcto? Así como dijiste. … Sólo para ti. … Te pregunto, sí, te pregunto porque esto no lo sabía nadie, nunca lo conté. Bueno, tampoco debería importarme, como me voy a ir de todos modos. … Ok. Ok. …. Bueno, pues, nos pusimos a hablar un poco mientras él seguía con los cartones. No me cuestionó para nada que estuviera yo allí [me mira a los ojos]. Yo no tenía que estar ahí, Joseph. No tenía que haberme ido atrás. Pero ahí estaba [toma café]. Me fui acercando a él. Olía bien, se veía muy bien. En un momento le pregunté algo sin importancia, si tenía planes para el fin de semana o qué iba a hacer esa noche, no me acuerdo. Él empezó a hablar mientras seguía metiendo los cartones dentro de la máquina [pausa]. No pude aguantarme y le di un beso [pausa]. Prácticamente me tiré encima de él [pausa larga]. Enrique me besó también. Seguimos así por un rato, ninguno de los dos dijo nada. Me tomó de la mano y me llevó hacia el depósito. Entramos y puso el seguro. Nos seguimos besando. … No puedo creer que esté contando esto [sonríe]. Fue. Muy bueno. No me manejo bien con las palabras [los ojos le brillan]. Fue. Bueno, una de las mejores experiencias que tuve. No sé cómo decirlo, ¿ok? Nos sacamos el uniforme bien rápido. Fue así, fue genial. Sentí que me volvía loco, como si estuviera drogado. No podía pensar, mi mente estaba como en blanco. Lo único que podía hacer era sentir. Sólo eso. Sentir. El frío, el plástico en mi espalda, su olor. No sé exactamente cuánto tiempo estuvimos ahí, no tengo idea. Cuando acabamos, Enrique se vistió rápido, me dio un beso en la boca y salió. Yo me quedé un rato largo allí. Me tomé mi tiempo y traté de acomodar un poco mis ideas. Estaba nervioso, estaba asustado porque de repente sentía mucha vergüenza. No sé. Fue una locura. Además. Ese beso. No podría decir que fue un beso afectuoso, no fue con cariño. No fue así. Cuando lo vi salir, noté que se le dibujó una sonrisa burlona en la cara. Me pareció muy raro. Sentí que de alguna manera, con ese beso Enrique me decía te gané.