Una inversión de temperatura o una ilusión óptica en el horizonte, deja las islas, acantilados, barcos y témpanos, transformados en elevados y alargados castillos de las costas meridionales. En estrechos poco conocidos, o valles de alta montaña, en calma, se separan del aire caliente y del denso frío, se invierten en la superficie, y flotan en asombro las imágenes. El techo se borra, y las piedras oscuras son piso de escombros. Una experiencia importante, con materiales casi indiferentes, puede ser una realidad que parece un fracaso de la imaginación.
Las máquinas de supervivencia, como los helechos, en su complicada simpleza, mueven las piezas, émbolos y cadenas en pos de los elementos para transformar las energías. Aún así, es necesario tocar y escuchar para reconocer en las vibraciones el sonido y las músicas de los objetos en su densidad, en sus elementos periódicos, en la luz dorada del sodio.
Las formas del diálogo en que se narra, hacen de las imágenes sonidos de sonidos, palabras de palabras, cosas de cosas que no están sino en el gesto, formas intermedias que podrían referir algo de sus propias vibraciones. Sólo el uno y el otro están ahí, y en las cosas de la realidad.
No quiere ir a esas aguas, habla de ellas, de las pequeñas modificaciones por presión de las telas que, al plegarse sobre, causan la excitación mecánica del nervio óptico y del oído. Formas movedizas en los contornos de los objetos y de las personas que pueblan de voces y visiones, entre la vigilia y el sueño. Un polvo visual de sensaciones claras, en las cuales, sin embargo, nada se ha visto. Nos adentramos en retiro, con confusas percepciones del tacto, un recuerdo desprovisto de material sonoro.
En un mapa adosado a la pared en movimiento, aparecen nuevos ríos. Lo orgánico, en polvo y húmedo, impregna la arquitectura. En lugares alterados, horizontes e intermedios de la ciudad, se ejecutan andaduras exuberantes en su sutileza, gramáticas visuales de la fragilidad, permanencias inconclusas, afónicas en la bruma.
Bañarse en la piscina es un acto privado de supervivencia. Caminar al fin hasta tocar los hombros, mojar la cara con ambas manos, luego sumergirse, y emerger, cara al aire, los ojos abiertos. Regresar al fondo, la vista cegada y en bruma distinguir, tratar de coger y atrapar una hoja que revolotea lenta hasta dejarla en el borde, en silencio. Otra hoja, desprendida y casi transparente con los bordes pespunteados. Regresar a la superficie, el pasto es agua.
Los pensamientos hacen ruido en los códigos maestros, entrelazados con cosas nimias que en su huida se han despistado en una fragancia no perceptible. Es habitual que ocurra en el cerebro y en sus extensiones del cuerpo. Olores secretos con destellos luminosos donde los tonos se expanden distintos, basura ciega adherida en función de la naturaleza de la gravedad.