por María Daniela Granja Núñez
Entre mi casa y la escuela está el bosque, y lo debo cruzar cada mañana para llegar a clases. Antes de cumplir 12 mi mamá me acompañaba. Pero ahora ya estoy grande para ir sola. Lo prefiero así, mi mamá siempre encontraba alguna excusa para gritarme.
A veces salgo a tiempo y camino tranquila, escuchando los ruidos del bosque, mirando dónde piso, respirando hondo cada vez que las ramas se mueven. Otras veces no salgo a tiempo. Camino rápido, casi corro. No escucho nada. No veo ni cuido mis pasos. Respiro hondo. Muchas veces y muy hondo.
Esta mañana salí tarde porque el carro se dañó y mi hermano y yo tuvimos que empujarlo para que prendiera y mi papá pudiera llevar a mi hermano y luego ir a la oficina. Llovía y yo con mi paraguas y mi abrigo y mi mochila y mi lonchera caminaba dando pasos largos dejando que mis botas se hundan en los charcos aunque a mi mamá no le gustaba porque dice que se llenan de lodo. Entonces, en un charco, la pisé. A una ranita y la destripé pero estaba tan apurada que no hice nada más que seguir caminando y metiendo mi bota en los charcos más charcos para lavar cualquier residuo de ranita. Llegué a tiempo al colegio, pensando un poco en la ranita, en que nunca había pisado una y que ahora ya lo había hecho y qué pena pues, ya nada, solo era una ranita. Entré a la clase y ahí estaba la ranita, de pie, parada en sus ancas y tan alta como solo una ranita puede ser, destripada, sangrando. Me saludó. Me senté, ya había algunos compañeros, todos viendo a la ranita como cada mañana ven a la profesora de matemáticas. La ranita dio clases esa mañana, nos dio tarea, nos habló de raíces cuadradas o algo así, se despidió dejando el aula con un poco de sangre y apenas salió, cerca de la puerta, se desplomó y murió y los estudiantes saliendo de sus clases la pisaron con sus botas una y otra vez.
Yo regresé a la casa pensando en la ranita y las raíces cuadradas, pensando que tal vez una ranita vive en el lodo debajo de una raíz cuadrada. Le quise contar a mi mamá lo de la ranita pero cuando llegué ella ya estaba gritando, que nadie ayuda en la casa, que solo ella limpia y cocina y lava, que todos somos unos desconsiderados.
Así son las noches en mi casa, siempre iguales. Mi mamá grita, mi papá ve tele, mi hermano molesta, me molesta, molesta a mi papá, le grita a mi mamá. Luego comemos todos juntos y después mi mamá grita un poco más y mi papá vuelve a ver tele y yo lavo los platos. Mi hermano no lava los platos. Mi papá tampoco. A veces, con los platos secándose, yo veo tele con mi papá. A veces mi hermano ve tele con nosotros. Mi mamá cree que mi hermano y yo ya hemos hecho nuestras tareas para esa hora. Ella no sabe nada.
Mi hermano es menor que yo, casi dos años menor. No es mucho, yo sé, pero sí se siente bastante, sobre todo cuando mi mamá espera que yo le cuide, como si fuera mucho más pequeño y como si alguna vez me hiciera caso, o hiciera caso a alguien. Él va a otra escuela porque le expulsaron de la mía. Hace un año le mordió a un compañero suyo tan duro que le sacó un pedazo y luego los otros niños le dijeron que era caníbal y luego él se enfureció tanto que casi le muerde a la directora de la escuela. Cuando se supo todo en la casa, mi mamá le gritó. Mi papá no dijo mucho, creo que no dijo nada. No sé si estaba orgulloso de él o qué. Si yo me porto mal en la escuela o tengo muy malas notas me castigan. Él se sale con la suya. Siempre. A veces siento que lo odio.
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Hoy salí a tiempo a la escuela, no quiero repetir lo de ayer de la ranita. Caminé tranquila y lentamente llevando mi paraguas y mirando al piso para evitar pisar charcos. Luego caminé por la calle que atraviesa una parte del bosque, casi no hay carros por ahí. Caminé con la mirada clavada en el piso hasta que vi al conejito aplastado por una rueda, una llanta, una llanta gorda. Levanté la mirada y seguí caminando, sin mirar al piso.
Esa clase de matemáticas la dio la profesora de matemáticas, no la ranita, y la tarea la revisó la profesora porque fue ella quien la asignó ayer, no la ranita, y mis compañeros y yo atendimos a la profesora, no a la ranita. La ranita tiene que estar en mi cabeza, solo en mi cabeza, todo está en mi cabeza.
Al final de la clase la profesora se despidió y salió y, cerca de la puerta, la profesora se desplomó, tal cual lo hizo la ranita ayer. En el camino de regreso a mi casa tuve que meter mis botas en los charcos más charcos para lavar cualquier residuo de profesora. Mi mamá se va a enojar conmigo por llegar con las botas sucias, dice que ella las tiene que limpiar bien porque yo no sé hacerlo. Pero creo que es preferible que las botas estén con lodo a que estén con profesora.
Por algún tipo de milagro mi mamá le dijo a mi hermano que lave los platos. Y por algún otro tipo de milagro, mi hermano no chistó y los lavó. Vi que una cucaracha se escondía debajo de un pie de mi hermano, me fijé en las medias de mi hermano, son peludas y están sucias y un poco mojadas. No había visto esas medias antes, parecen un peluche. Cuando mi hermano terminó de lavar me preguntó si quería atrapar luciérnagas afuera. Sí quería pero le dije que no. Mientras veía tele con mi papá, mi hermano corría y saltaba en el patio, atrapando luciérnagas en un frasco de vidrio. No me había fijado en que mi hermano era muy ágil saltando.
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Mi mamá entró a mi cuarto para despertarme, entró gritando porque mis botas siguen sucias de lodo y de sangre. Eso dijo: lodo y sangre. Sabía que era sangre, la sangre de la profesora, no sé cómo. Le dije que ya las iba a limpiar y vi a mi hermano saliendo de su cuarto. Sé que era mi hermano pero era un conejo, peludo como un conejo vistiendo la ropa que usa mi hermano, su camiseta de Pókemon y sus bóxers. Salió poniéndose un hoodie y quejándose de los gritos de mi mamá. Ella lo vio, no se sorprendió, solo le dijo que él también tiene que limpiar sus botas.
Mi papá preparó el desayuno, los sábados él prepara el desayuno y ensucia cualquier cantidad de trastes. Hace huevos revueltos con queso y comemos pan fresco con mermelada. Mi hermano tuvo que sentarse en la mesa para poder comer porque desde la silla no alcanzaba a coger los cubiertos. Luego trató de cogerlos pero se le resbalaban. Mi mamá le gritó, no sé si todas las mamás gritan tanto como la mía, le gritó que mejor comiera directamente del plato y se dejara de botar el tenedor. Mi hermano no estaba botando el tenedor, se le caía, y es que cómo va a poder sostenerlo si no tiene un pulgar prensil, y mamá toda enojada porque le fastidia el ruido que hace el metal del tenedor al golpear la mesa.
Limpié mis botas y las de mi hermano y me encerré en mi cuarto con el pretexto de terminar mis tareas. No me gusta que tengamos tanta tarea los fines de semana, sobre todo de historia y matemáticas. No me gusta pasarme el día entero enterrada en libros y cuadernos. Me puse a oír música y a esperar que el día se acabara hasta que vi por la ventana que mi papá cortaba la cabeza de un conejo y luego le quitaba la piel. A veces mi papá se va de cacería, hemos comido conejo antes, lo he visto haciendo eso antes. Pero esta vez fue diferente, no sé por qué.
Mi mamá me llamó a la cena. Era arroz con lentejas, mi mamá pone salchicha en las lentejas. Me encantan las lentejas, a mi hermano también. Pero mi hermano no bajó a comer, no sé si estaba en su cuarto, no pregunté.
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Para hacer estofado de conejo primero se fríen las presas, pasadas por harina, en aceite de oliva. La sartén que usa mi mamá no es muy grande entonces solo puede freír dos o tres presas cada vez. No usa los órganos, solo el hígado, que también lo fríe rebozado en harina. Al mismo tiempo deja en una olla grande, a fuego lento, cebolla y ajo en mantequilla. No sé si huele más la cebolla o el conejo, pero toda la casa huele a estofado, hasta mi cuarto, aunque la puerta esté cerrada. Cuando la cebolla está suave y transparente se añaden rodajas de zanahoria, un poco de tomate sin piel y las presas de conejo. Mi mamá pone cerveza oscura, a veces usa vino, pero prefiere usar cerveza. Apenas hierve aumenta caldo, usa caldo de hueso de res, mi mamá usa caldo de hueso de res para todas sus recetas entonces todo lo que comemos tiene, al final, el mismo sabor. Mientras todo eso hierve, se licua el hígado del conejo con un poco de crema de leche y se aumenta eso en el estofado. No tarda más de 40 minutos y está listo.
Yo no quise almorzar estofado de conejo, solo comí papas, mi papá se relamió, dijo que era el mejor estofado de conejo que había comido. Mi hermano no bajó a comer. Le pregunté a mi mamá sobre mi hermano pero no me respondió, como si no me hubiera escuchado. Mi papá solo me miró mientras se sacaba con las uñas un pedacito de conejo de entre los dientes.
Recogí los platos para lavarlos. Guardé el resto de estofado de conejo en la refri, cuando sobra comida en el almuerzo eso es lo que se cena. En la noche tampoco lo voy a comer. Mientras lavaba vi una cucaracha, una grande, saliendo de detrás del basurero. Estaba con las manos mojadas y llenas de jabón, le grité a mi mamá que había una cucaracha, ella entró a la cocina corriendo con su chancleta en la mano y gritándome que dejara de gritar. Apunté hacia el basurero, solo con la vista, mi mamá entendió muy bien. Le cayó a chancletazos a la cucaracha hasta dejarla aplastada, destripada, haciéndose una con el piso de la cocina.
Cuando terminé de lavar los platos me senté con mi papá a ver tele. En el asiento, al lado mío y elevado por un par de cojines, había un plato de estofado humeante. Lo cogí para llevarlo a la cocina pero mi papá me dijo que lo dejara ahí, que estaba viendo la tele. Después se rio. El estofado de conejo se rio y mi papá metió su dedo en el plato y sacó un pedazo y se lo comió y el estofado de conejo gritó, mi hermano gritó. Yo me levanté y subí y entré al cuarto de mi hermano y en la cama habían pedazos de hermano, músculos, órganos, huesos, sangre.
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Los días entre semana desayuno sola, tomo un poco de leche fría y una tostada con mantequilla. Mis papás están ocupados, mi papá se ducha o se hace la barba. Mi mamá ya ha comenzado a arreglar la casa. Mi hermano no desayuna, él desayuna en su escuela.
Cuando acabé de desayunar, mi mamá me pidió que le dijera a mi hermano que se duchara y bajara. Cuando entré a su cuarto no había nada, no estaban los pedazos de mi hermano, solo quedaba la ropa diminuta que usó el conejo, la ropa de mi hermano que usó el conejo que después mi papá mató y mi mamá cocinó. Cogí mi paraguas y me fui y dejé a mi mamá gritando a mi hermano que bajara, gritando en vano. Pensaba en mi hermano mientras caminaba por el bosque. También pensaba en mi mamá.
Tuve clases de matemáticas con un nuevo profesor, es muy bajito y rechoncho, parece un cerdito. No me gustaban las clases de matemáticas de la otra profesora, creo que tampoco me van a gustar las clases de este profesor. Me gustan las clases de ciencias naturales, los de cuarto año me dijeron que diseccionaron una ranita y que cuando la cortaron vieron cómo le latía el corazón.
El profesor comenzó a hablar de raíces cuadradas, o algo así. Enseguida me dejé distraer por una polilla que estaba pegada a la ventana. Pensaba en si estaba viva o muerta, las polillas adultas viven máximo un mes, las hembras viven menos, un par de semanas a lo mucho. Ésta no se movía, no sé si es hembra o macho, me gusta pensar que es hembra y que puso huevos. Ésta no se movía para nada hasta que la toqué con el dedo y solo se cayó quedando patas arriba en mi pupitre. Moví a la polilla hasta una esquina y saqué un libro de la mochila, todavía pensando en bichos y animales. El día pasa más rápido cuando estoy distraída y eso me gusta.
Regresé a la casa y como todos los lunes mi papá ya estaba ahí, sentado en su sillón, viendo tele. Mi papá que ahora era una cucaracha, una grande, y ocupaba apenas un pequeño espacio de su sillón y tenía a su lado el control remoto de la tele y se reía, se reía del programa del que siempre se ríe que no es nada cómico. Le saludé y me senté en el asiento de al lado. Los de cuarto año me dijeron que leyeron un libro acerca de un tipo que se convierte en cucaracha, creo que ese tipo de libros sí me gustarían, no los que nos mandan a leer a nosotros en primero.
La cucaracha se reía cada vez más alto. Luego me vio y se rascó la barba. Me dijo que se la va a dejar más larga y me preguntó si creo que le quedaría bien. Le dije que sí justo cuando mi mamá entró con su chancleta y le cayó a chancletazos a la cucaracha. Uno de los golpes dio directo en el control remoto y la tele se apagó.
Subí pronto a mi cuarto. Poco después vi por la ventana a mi mamá sacando una bolsa de basura, pensé que quizás ahí adentro estaba mi papá ya sin esperanzas de tener una barba larga. Mi mamá arrastraba la bolsa de basura pesada, lloraba, volvió la mirada hasta mi ventana y siguió con su tarea. La bolsa se rasgó y se desparramó toda la basura que eran manos y pies y patas y cucarachas, apachurrados todos. Mi mamá me llamó a gritos y bajé corriendo y le ayudé a poner la basura en otras bolsas que apilamos en el basurero grande de afuera. Esa noche nadie cocinó y nadie comió. Yo me acosté a dormir temprano. Mañana tengo clase de ciencias naturales temprano.
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Los gritos me despertaron. Sentí sus alas en mi cara y en mi cabeza. Prendí mi lámpara. Mi cuarto está lleno de polillas, lleno. Todas gritan, tal como grita mi mamá. No sé si todas las mamás gritan tanto como la mía, como estas polillas.