CUADRO I
La acción tiene lugar el 28 de diciembre del 2003 en alguna vereda rural de Colombia a la que llamaremos Monte Calvario. Es de madrugada, el sol todavía no empieza. Reina en el lugar una atmósfera de ensueño, un ensueño que surge de la realidad. Un chiflido estridente resuena; silencio suspendido. Le siguen otros silbidos más breves. Por fin, en lo alto del cielo estrellado, en medio de esa tensa calma que se percibe, estallan todos los pitidos al tiempo, pero en luces. Un traqueteo engendra otras luces diminutas que se cuelan sobre las ventanas de la casa en el escenario, tiñéndolo todo de verde y rojo y azul. Por la luz que entra puede verse cómo la casa de madera está notablemente afectada, casi arruinada: el cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, con un agujero de bala en donde iría el corazón, los platos y pocillos de la cocineta, que queda dentro del mismo dormitorio, están despicados o sin oreja, al igual que el perro de la casa, que también está picado y tampoco tiene oreja. Además de esos fragmentos, también hay mazorcas y legumbres regadas por ahí y ropa de mujer y de bebé abandonadas por el piso de tierra. La puerta de la izquierda está desvencijada. Por esa misma, entra JOSÉ (44), flaco de rostro pero con una barba espesa que lo rellena. Viene de la taberna, por lo que camina dando tumbos, intentando no hacer demasiado ruido para que no se despierten María o el niño. Se desviste. Se quita el pantalón y las medias pero conserva la ruana. Sigiloso, se mete en la cama que está con las cobijas revueltas, pero él lo ignora. Suena otra ronda de fuegos pirotécnicos. En calzoncillos, JOSÉ se levanta de un brinco y toma como arma la gubia con la que talla la madera. Se asoma por la ventana. Su cara está bañada por el sudor y la luz roja y verde de la pólvora. Emite un sonido, como un bramido de alivio.
JOSÉ (en sottovoce): Mija, yo creo que lo mejor es hacerle caso a su palpito, coger nuestros corotos e irnos lo más pronto de acá.
Vuelve a la cama, se tapa con cuidado, pero cuando se voltea para abrazarlos, por fin se da cuenta que no están ni su esposa ni su hijo. Silencio. Otro estallido seco. Un grito ininteligible. Otro traqueteo, pero ya sin luces de colores. Oscuridad. José se levanta, gatea, busca a tientas una luz. Le sigue otro traqueteo más de otros disparos. Al fondo, los gritos y estallidos se mezclan con un megáfono que emite música alegre decembrina, tal vez, Rodolfo Aicardi o La Sonora Dinamita. José corre por el dormitorio hacia la puerta desvencijada y se choca contra un SER ALADO de gran envergadura que, literalmente aparece en escena.
SER ALADO: No me mire así, José. Levántese, vaya y recoja a su esposa y su hijo. Vienen por él, esta noche vienen por todos los inocentes.
CUADRO II
Amanece. José entra a lo que antes era su taller de carpintería. El vidrio de la única ventana está roto. La cuna del bebé está partida en dos. Camina descalzo, con la ruana puesta, sin pantalones. Nada está en su sitio. Recoge un manto celeste del piso.
JOSÉ: María, mija, se le quedó su chal, ¿y ahora con qué se va a tapar del sereno?
Lo aferra. En la pared, a pesar de la oscuridad, puede leerse un grafiti de gran tamaño: “CON NOSOTROS O CONTRA NOSOTROS”. JOSÉ toma un costal donde guarda la herramienta, mete el manto adentro y sale por la entrada de la casa que ya no tiene puerta. Todavía hay un rumor de música bailable y algunos estallidos secos en el aire.
CUADRO III
Ahora la acción ocurre en un pequeño despacho estatal de Bogotá. Luz blanca de oficina, intermitente. Las paredes son verde pálido y se les ve la humedad. Afuera, un aguacero. SANDRA (33) de pelo lacio y largo está vestida con un conjunto formal que cubre su embarazo notablemente avanzado. Con sus dedos de uñas muy largas y pintadas, escribe afanosamente en un computador. Frente a ella, JOSÉ, cuyo rostro está más flaco y cuya espesa barba está mucho más espesa que en el CUADRO UNO. Los separa un escritorio que además de monitor tiene tres pilas de documentos y archivadores. El hombre sostiene una gubia en la mano, con la que talla un par de alas en un bloque de madera. Bucles de viruta saltan como chispas. A sus pies, descansa un costal. SANDRA ve con desegrado cómo se ensucia el tapete de su oficina. Ambos están en ritmos completamente opuestos.
JOSÉ: (con los ojos fijos en la madera y su actividad): “No me mire así, José. Levántese, recoja a su esposa y su hijo y váyase Vienen por él, esta noche vienen por todos los inocentes”. Así me dijo el ángel, con la voz más grave y dulce que mis orejas hayan escuchado.
SANDRA: ¿Ese era su alias? ¿Así lo conocían en la zona? ¿O era el apellido como tal?
JOSÉ: Ningún alias. Era un ángel puro y duro.
SANDRA: Como hay gente que se apellida así… creo que hasta hay un jugador de la Selección Colombia, que era todo simpático ¡Juan Pablo Ángel! es que se llama.
JOSÉ: Se lo juro, señorita. Y yo más que ningún otro jamás juraría en vano. Fue gracias a un ángel que yo me salvé.
SANDRA: Ya… ¿Un ángel como tal?
JOSÉ (viéndola a los ojos con el filo en la mano): Uhum…
SANDRA: ¿Con todo y alas? ¿En la vereda más pequeña de toda Colombia?
JOSÉ: Y no eran cualesquier alas, eran de plumas brillantes, como metalizadas. Con decirle que con todo y lo oscuro que estaba yo podía verles la luz. Como con las luciérnagas que tienen el culo todo repleto de luz, eso, tal cual, las luciérnagas. Mire, señorita, para que me entienda, el ángel era como una luciérnaga, como un pájaro, pero del tamaño de un muchacho fornido de diecinueve años.
SANDRA: Don José, ya le dije de todas las maneras posibles, que no puedo poner eso en el testimonio. Que, como tal, un animal no puede ser el único testigo de lo sucedido.
JOSÉ (para él mismo): No fue un animal…
SANDRA: ¿Perdón?
JOSÉ: Nada. Que usted está muy equivocada.
SANDRA: Ya. Entonces se refiere a que gracias a Dios un vecino se cruzó en su camino y le advirtió que se fuera ¿Me equivoco?
JOSÉ: Sí.
SANDRA: ¿Qué?
JOSÉ: Qué sí
SANDRA: ¿Sí fue así?
JOSÉ: Que sí se equivoca.
SANDRA: ¿Cómo fue entonces? Corríjame.
JOSÉ: Sí fue gracias a Dios, pero no fue un vecino. Fue un ángel, uno que nunca había visto en mi vida.
SANDRA: No volvamos a empezar. Francamente, yo creo que, como tal, sumercé lo remitieron al área equivocada, creo que debería ir al…
JOSÉ: Para estar embarazada.
SANDRA: ¿Qué pasa?
JOSÉ: Usted es muy
SANDRA: ¿Muy qué?
JOSÉ: Pero muy acelerada. Mi María no era así ni al primero ni al noveno mes. De por Dios, entienda que lo mío es urgente, estando así de panzona me debería entender más.
SANDRA: Pues usted para ser campesino es muy impaciente…
Pausa.
Yo soy nueva en esta área y con todo y eso estoy tratando de colaborarle, sumercé, pero es que pareciera que no me escuchara, que no habláramos el mismo español. A ver le explico, supongamos que, como tal, que de toda una vereda el señor, o mejor, su bebé recién nacido fue el único…
JOSÉ: ¡Que no fue el único!
SANDRA: ¡No me alce la voz que estamos cerquita!
JOSÉ: El hijo de Pastor también se salvó, ¿no ve que él disfrazó a su niño de señorita y se salvó? (con algo de risa) Eso, le colocaron la falda de la hermanita, le pusieron colorete y un gorrito en la cabeza y lo pusieron dizque a hacer oficio, creo que a lavar los tiestos.
SANDRA: A lavar los tiestos, vea pues…
JOSÉ: Cuando los señores estos entraron a la casa les pareció lo más de normal: no vieron otra cosa que una sardina lavando la loza y siguieron su camino loma abajo.
SANDRA (para sí): Dios mío. Qué día tan eterno…
JOSÉ: A él también lo visitaron, no sé si el mismo ángel, pero sé que le avisaron.
SANDRA (escribiendo en el computador a gran velocidad) Bien, eso ya está incluido en el reporte. Vea, así yo le creyera, el sistema no me deja incluir ni animales ni ángeles como testigos. Si quiere mire…venga, mire (le muestra) en la ésta, en, en, en la pestaña no sale esa opción y menos “pájaros” o…o… “bichos gigantes” o “Juan Pablo Ángel” ¿sí me hago entender?
JOSÉ: Si los dedos no le dan para poner la verdad en ese tiesto, allá la señorita, pero al menos colabóreme con dos cosas bien puntuales, si es tan amable.
SANDRA: No señor, no es que los dedos no me den… (Pausa) (Para ella) Eso de “si es tan amable” siempre me ha sonado como una amenaza, pues sí, sí soy tan amable, si no no estaría en este trabajo y en estas condiciones.
JOSÉ: Doctora, no le entiendo si habla entre las muelas.
SANDRA: Nada, don José, aquí echando globos, cuénteme entonces qué necesitan usted y su ángel de la guarda.
JOSÉ: Necesito que me ayuden a recuperar mi casita y que me den defensa. Abrigo aquí en Bogotá, no ve que esos señores me están buscando otra vez. Mejor dicho, yo no me voy, no salgo de esta oficina sin que me garanticen algo de eso. Seguro, póngale la firma que me están esperando allá afuera, en el poste o detrás de la puerta, Señorita…
SANDRA: Sandra.
JOSÉ: Señorita Sandra, mi familia peligra.
SANDRA: ¿Su familia?
JOSÉ: Sí, los míos, mi señora María del Carmen y mi muchacho, mi niño, Jesús David.
SANDRA: Permítame busco a su familia en el sistema.
JOSÉ: ¿Cómo así?
SANDRA: ¿Apellidos?
JOSÉ: ¿Apellidos?
SANDRA: Sí señor, ¿cuáles eran los apellidos de sus dos familiares?
JOSÉ: Pues, María del Carmen Aroca, y Jesús David Useche, que es el mismo mío.
Sandra busca en el computador. Se levanta afanada y se coge una cola de caballo.
Silencio.
SANDRA: Don José, aquí aparece que usted ya había venido. Usted ya debe estar enterado, me imagino. Aquí me aparece que tanto la señora María del Carmen Aroca como el niño, Jesús David Useche la noche del 28 de diciembre de 2003 fueron…
Suenan los mismos silbidos y estallidos de los fuegos pirotécnicos del CUADRO I. Sandra sigue hablando, pero no escuchamos lo que dice.
JOSÉ: ¿Sí escucha? Esa gente está cerquita, no importa si todavía falta un mes para diciembre, esos empiezan sus fiestas cuando se les da la gana…esos bailan su canción, no la que les toca. Mejor agáchese, señorita Sandra, no vaya y sea que la cojan contra usted y su panza.
Pausa.
Silencio.
Una gotera cae sobre el escritorio, Sandra, sin vacilar, toma una lata de galletas que sirve como portalápices, los bota y lo pone bajo la gota. El metal resuena.
JOSÉ: Yo no me puedo ir sin que me ayude.
SANDRA: Claro, eso es lo que…
JOSÉ: Como esa gente no siempre usa uniforme puede ser cualquiera, puede verse como el de los dulces, o el del banco, o, o, el del bus, o como usted, con todo y la barriga, ellos usan corbatas o bluyines, o faldas como cualquier humano. Están escondidos detrás de todas las personas, adentro de todas las personas, y están esperando el momento perfecto para hacerle a uno la peor maldad, a usted o a los suyos. Ellos están aquí también, no solo allá. Están en todas partes.
SANDRA: Y es que yo lo entiendo, pero me está poniendo más tareas de las que yo puedo cumplir. Le está pidiendo peras al, ¿si me hago entender? Yo solo puedo subir a su carpeta el testimonio que me dé. Mañana en la mañana acérquese a las siguientes direcciones. Es importante que lo haga en el horario que le indico.
Anota en un cuaderno, arranca la hoja y se la entrega.
JOSÉ: Yo no la he visto hacer ni lo uno ni lo otro. Al menos escuche lo que hablo, no sabe todo lo que tuve que pasar para llegar hasta…
SANDRA: Porque tiene implicaciones serias si yo llego a poner como testigo a un ángel guardián. Me echan y lo investigan a usted de paso.
José baja la mirada y vuelve a tallar en el bloque de madera que ya tiene más formas. Lo hace con mayor velocidad y ensimismado.
¿No será que don José se soñó esa cosa? Mire, yo que vez devolviéndome a la casa en el colectivo, me quedé noqueada, y en pleno trancón tuve una pesadilla que me despertó gritando y todo el mundo me miró con esa mirada de “vieja loca”.
JOSÉ: Las pesadillas no existen, son más bien recuerdos de algo que uno vivió o que va a vivir.
SANDRA: Don José, usted sí es, pero terco, vea no más cómo me volvió el piso…
JOSÉ: Es que todavía no acabo. Es que me están esperando, es que necesito que alguien me vigile, es que esos señores están por todas partes.
SANDRA: Me tiene nerviosa con ese cuchillo dele que dele.
JOSÉ: No es un cuchillo.
SANDRA: Volvamos a empezar, a ver si por fin cambia la versión y con eso cada quien se va tranquilo a su casa.
JOSÉ: No es un cuchillo.
SANDRA: Y mañana, es tan amable guarde el cuchillo, se dirige a esos otros dos lugares y, y, no sé,
JOSÉ: No es un cuchillo.
SANDRA: si es el caso yo le digo a Wilmer que le indique dónde está el paradero y le eche un ojito que nadie lo vaya a seguir.
JOSÉ: Es una gubia, señorita. Una gubia semi plana, apenitas para tallar con detalle cualquier cosita en un bloque. Y no, no hay ojo de Wilmer que pueda protegerme de los ojos de Herodes, que, aunque ya esté muerto él vive en todos los que lo siguen, yo necesito verdadera seguridad, no un vigilante con una tranca. Mi familia no va a estar a salvo porque un celador de oficina los esté vigilando, nosotros necesitamos seguridad de verdad.
SANDRA: ¿Nosotros? Sumercé, cómo le explico, entienda que, lamentablemente su familia…
Suena Rodolfo Aicardi. Sandra sigue hablando, no podemos escucharla, pero incluso apoya una mano sobre el hombro de José.
JOSÉ: ¿Sí escucha? Sólo faltaba eso, (cantando): “Ay, cariño, ay mi vida”. La gente esa nos tenía acostumbrados a que cuando iban a cometer algún daño a la gente o en el pueblo ponían pura música bailable, de la de diciembre, “nunca, pero nunca, me abandones, cariñito”, quién sabe si para burlarse del dolor de los demás o para esconder el de ellos. Hacían chistes y todo con eso, decían que esos eran los verdaderos “cañonazos bailables”.
Pausa.
SANDRA: Ya entiendo lo de la cancioncita, pero sea lo que sea deje ese cuchillo quieto.
Pausa.
SANDRA: Vea ya tiene a Ronal nervioso, dando patadas.
JOSÉ: ¿Así se llama?
SANDRA: No sé todavía. Yo me había prometido no ponerle nombre como tal, porque me encariñaba, pero ahorita hablando con usted, pues no sé, me salió eso, ¿sí me hago entender?
José Gildardo contempla la figura que empieza a surgir del trozo de madera. Sopla, la señora tose. José se disculpa. Intenta limpiar.
SANDRA: Usted quiere matar a mi bebé… ese poco de polvo le hace daño.
JOSÉ: Ni más faltaba, yo soplé por la costumbre, es que ando como… como… yo no sé ni cómo.
SANDRA: El doctor dice que solo le servirá un pulmón, que el otro está como decorando nada más. Que la falta de oxígeno puede hacer que me salga… usted sabe, usted me entiende.
JOSÉ: Salga como salga, son una bendición.
SANDRA: Pero si no nace, puede que sea una bendición más grande, para los dos, con todas esas cosas horribles que me cuenta usted y todos los que vienen a diario a este despacho. No señor, qué va a valer la pena nacer, y menos en Colombia, si pudiera, me iría ya mismo así de pipona como estoy en el primer avión que despegue y tendría mi niño en otro lugar, en cualquiera que no sea este.
Silencio.
Mentira, no, lo tendría en el mismo avión, en pleno vuelo, así mi Ronal no sería de ningún lugar violento.
JOSÉ: La entiendo, señorita Sandra, a veces los aviones son como los ángeles.
SANDRA:Yo no quiero repetir la historia de mi mamá, sin marido, ni carrera ni casa, ni felicidad.
Sandra se sube el blaizer, descubriendo su barriga. La acaricia.
No sé si esté a tiempo si todavía se pueda hacer algo. Usted me entiende.
JOSÉ: Ya le falta poco, aguante. No diga ni piense esas cosas. Ni que fuera Herodes pa andar matando niños.
SANDRA: Poco para que nazca, pero mucho para que viva, para que se nos vaya la vida a él y a mí. Ahorita a los siete meses ya está formado, ahora no está sino engordando como tal. Siento que tengo todos los órganos como en desorden. La comida ya no me baja de la garganta. Aquí se viene es a sufrir, todos los días escribo tragedias en este computador, yo no entiendo cómo no está lleno de virus, de troyanos, de tanto dolor que tiene en el disco duro. No llevo ni dos semanas aquí y no aguanto más. ¿pero tengo que aguantar cierto? si soy “tan amable” tengo que tenerlo ¿cierto?
JOSÉ: Tranquilícese. No llore, mire, séquese con mi pañuelo (le alcanza un pañuelo viejo). Ayudando a la vida de los demás usted le puede dar sentido a la suya propia. Por eso métale ganas a resolverme a mí. Y por el niño, los niños son una bendición. Piense en todo lo que hicimos con María y el Pastor por salvar a nuestros niños como para que usted así no más vaya a desechar el suyo como si fuera de icopor.
SANDRA: Ay, señor José, de verdad siento mucho lo de su familia.
JOSÉ: Fue berraco, pero aquí seguimos, sanos y salvos, como si estuviéramos hechos de bareque. Pero sin embargo necesitamos que nos protejan, que por más fuertes que seamos los campesinos no somos inmortales.
SANDRA: Pero es que sus… sus familiares… ¿Sí me hago entender?
JOSÉ: No, señorita Sandra, no se hace entender, pocas veces la entiendo.
Pausa.
SANDRA: Yo no sé por qué le cuento semejantes cosas a usted.
JOSÉ: Porque yo sé escuchar. Y por eso cargo la ilusión de que sumercé me escuche también.
SANDRA: Bueno, ¿Está listo?
JOSÉ: Jmm…
SANDRA: Informe al despacho, cómo se enteró de los hechos perpetrados por Herodes y Bocachico, en el Monte Calvario, la noche del 28 de diciembre de 2003.
Pausa.
JOSÉ: Pues, Pues, me lo dijo un ángel del tamaño de un muchacho.
SANDRA: Usted definitivamente es, como tal, el hombre más terco que se ha sentado en esa silla. Pero míreme cuando le hablo. Deje ese, ¡Wilmer!, deje ese cuchillo, por favor. Míreme, míreme a los ojos.
José levanta levemente la mirada.
No me abra los ojos. Nos vamos a quedar aquí todos los días de nuestras vidas. Yo ya no puedo hacer más por usted, no puedo hacer nada más por nadie.
JOSÉ: Ya le dije: no es un cuchillo. Es una gubia.
José mete la gubia dentro del costal y saca un cuchillo de carpintería. (sacando un tajo del bloque de madera) ¡Esto sí es un cuchillo!
SANDRA: ¡Guarde eso!… ¡Wilmer!
Sandra, asustada, hace que la lata con agua caiga sobre el computador.
¡Mire lo que me hizo hacer!
JOSÉ: Aquí me quedo hasta que se seque. Allá afuera van a acabar conmigo y mi familia que valen más que ese tiesto.
Silencio.
SANDRA: ¿Qué le parece, don José, si mañana cuando el aparato se seque, ponemos que quien le avisó fue el señor Ángel y luego pasamos su caso al área más indicada? Yo ya me tengo que ir, voy a perder la cita con el pediatra.
JOSÉ: Qué bueno, sumercé, muy amable, esa criatura tiene una gran mamá.
SANDRA: Ya quedó, ahora solo falta subirlo a su carpeta, mañana. Pero vuelva usted solo, sin cuchillos ni gubias ni nada…De corazón espero que pueda superar todo lo de su famil…
JOSÉ: “Nunca, pero nunca, me abandones cariñi…”
SANDRA: ¿Perdón?
Comienza a recoger sus cosas, José saca una herramienta, como un garfio, con la que termina de darle acabados a la figura.
Espero, haberle colaborado, con permiso. Dios lo bendiga.
JOSÉ: No.
SANDRA: ¿No? ¿Que Dios no lo bendiga?
JOSÉ: No me vaya a dejar solo.
SANDRA: Pero es que ya vamos a cerrar, ¡Wilmer!
JOSÉ: Necesito que me ayuden, ellos están por acá, escondidos.
SANDRA: ¿Pero yo cómo lo voy a proteger? Antes yo necesito que me protejan.
José se levanta, se dirige a la puerta y la cierra, con él adentro.
JOSÉ: Yo no me puedo ir solo de acá.
José mete la mano al costal, se ve que remueve cosas adentro. Después de un rato saca ya finalizada, la figura de madera y se la entrega a Sandra: es un ángel alado, con patas de pájaro.
Para su criatura, su primer juguete.
Sandra toma el ángel de madera. Tiembla. La aprieta. José la contempla. Suenan golpes en la puerta.
WILMER: ¿Señorita Sandra está bien?, se le cerró la puerta.
Oscuro.
Suenan fuegos pirotécnicos.