Dos y media de la mañana. Llovía y caminaban. Silentes y sigilosos. Uno era gordo y el otro era flaco. No eran Laurel y Hardy. Eran Manuel y Francisco. Manuel era el gordo y Francisco era el otro. Manuel era viejo y Francisco era joven. Manuel llevaba una escalera plegable y una caja de herramientas. Francisco llevaba una pequeña batería y una sonrisa de pánico. Miraron a lado y lado. Cruzaron la calle y se detuvieron frente a Maxicars. Tras la vitrina un Daewoo y un Hyundai.
Manuel había comprado un carro en Maxicars y no había podido pagarlo. Lo había perdido y quería venganza. Francisco era su cómplice y también su hijo. Manuel tenía rabia y Francisco tenía miedo. Manuel desplegó la escalera y Francisco le entregó el soplete. Manuel subió a la escalera y se detuvo frente al letrero. Era grande y luminoso. Con letras en relieve y fondo negro.
Francisco unió el cable a la batería y Manuel encendió el soplete. Un carro que pasaba se detuvo y su conductor los miró. Francisco sintió un frío en el estómago y Manuel un respingo en el corazón. El carro siguió su marcha y los hombres se dieron prisa. No querían despertar sospechas y querían dormir esa noche en sus camas. La madre se había quedado en casa y estaba esperándolos. Se opuso y no logró convencerlos. Era una locura y ellos lo sabían. Pero era demasiado tarde y debían terminar lo empezado. Francisco le alcanzó las pinzas y el destornillador. Manuel hizo el cambio y la sustracción. Bajó de la escalera con la letra bajo el brazo y el soplete en la mano. Francisco desconectó el soplete y plegó la escalera. Recogieron las cosas y se alejaron. Francisco cruzó la calle y Manuel caminó detrás. Se detuvieron frente al letrero y miraron la obra. Francisco estaba aliviado y su padre satisfecho. El hijo cargaba con todo y Manuel con la equis. A lo lejos el letrero decía Maricas y fulguraba en la noche.
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Cuento publicado originalmente en la Revista Círculo de Poesía de Colombia.