Yo me sentía una persona fracasada. No una mujer, sino una persona. Fue en mi relación con una institución que me sentí mujer, el cliché se hizo presente: una no nace mujer, la hacen. Una no se puede quitar etiquetas históricas, puedes subvertirlas, dotarlas de otros contenidos, pero no puede dejar de habitarlas. Eres un fracaso femenino porque no tienes marido, porque no retienes a ningún hombre (no sabes aún si eso te interesa) y eso te hace desplegar una serie de estrategias para sostener la vida. Y es así como te plantas desnuda, a merced de un sistema para el que eres ante todo un cuerpo, un cuerpo reproductor de vida y gestor del goce que se materializa en las jornadas pagadas y sin paga que tienes que cumplir, otra vez, para sostener tu vida y así darle cuerda a un sistema que tiene claros beneficiarios. ¿En beneficio de quién has parido una niña? ¿A quién beneficias cuando alimentas a tus siete gatos?
Hablo del cuerpo cuando este es ornato e instrumento con todas sus derivas, tanto ideológicas como vitales: y así lo mejor es rendirse ante la ideología para proveernos de la vida vista como un lujo que sostiene los privilegios de la clase dominante, hegemonía representada por los hombres blancos y cis y las instituciones y estructuras de poder que sostienen su supremacía. Hablo de ese cuerpo que sin importar el color de su piel respira, se alimenta, padece. Del cuerpo genérico que moviliza nuestras acciones y emociones, pero también de ese cuerpo que reafirman algunos marcándole sus formas de habitar.
Cuando el onvre odia, las demás sólo respondemos a ese odio con odio, casi siempre con ternura e indulgencia y muy pocas veces con resistencia, porque amar es una forma inútil de resitir, autodefensa que por sí misma no se sostiene y que permite, por tanto, la tortura, la violencia sexual, las mordazas, la desaparición o la existencia como restos en una bolsa negra, en una calle oscura. Así el patriarcado se consolida en la represión, en la violación, en el saqueo: ese es su motor.
¿Qué es el género? Un discurso, lo compras o lo dejas. Lo que se piensa es una acumulación inevitable de una historia en apariencia común, pero diversa en su acción y en su padecimiento. Las mujeres siempre hemos vivido entre las ruinas, rotas y rodeadas de cosas rotas. ¿Qué fue primero? ¿La dote o la prostitución? ¿Realmente fuimos víctimas? ¿Desde cuál lugar inventamos el comercio? Porque miles de años después, seguimos sin cuerpo, sin territorio y sin recursos, defendiéndonos con sartenes, con nuestros pasos, con uñas y dientes (otra vez poniendo el cuerpo, realmente poseemos un cuerpo: veamos qué dice el código civil al respecto), mientras las bombas y los drones los siguen dirigiendo ellos.
Somalíes, sirias, chamulas, nos nombremos como nos nombremos, nosotras estamos resistiendo los embates de la guerra en todos los lugares. En las escuelas, las calles, las canciones, las cocinas, las habitaciones. Estamos respondiendo a la guerra.
¿Qué derivas hacen una comunidad? ¿Qué reuniones nos convocan? ¿Qué es el discurso y sus intentos de generar un acuerdo? ¿Nos convoca el feminismo? ¿O no sabemos de qué debemos liberarnos? ¿Estamos de acuerdo? No importa estar de acuerdo, igual nos asesinan. Entrar a trabajar. Consolidar los cautiverios. Estudiar. Abortar. Una fuga de gas en la casa que atender. Cada cuánto necesito poner ropa en la lavadora. Cuándo siento miedo, qué parte de mi cuerpo se contrae. No sé donde está mi hígado. Pero tengo cinco pares de tacones ¿eso me hace incongruente?
Nadie habla de los feminicidios en las noticias, porque esos cuerpos fundamentales, no importan. Para ser noticia se tiene que ser número que reditúa. El Estado nos asesina de diversas formas. Nos explota, nos enferma, nos quita la seguridad social que pagamos con nuestros impuestos.
Pero al final, nuestros cuerpos importan, lo digo por la ironía: esa forma de ser puestos en orden. Con un nombre y un sexo y una forma de castigo. Esa relación bipolar del castigo y el placer. El deseo, que es sexual en su violencia, asume su poder en el dolor. La socialización del castigo sexual hace culpables a los cuerpos, a los mismos que se asesina para poder silenciarlos. Esa es la seguridad social que se vive. La de la agresión sexual como castigo.
Pero al final, nuestros cuerpos importan y aquí es donde sólo nosotras podemos dar la vuelta de tuerca: es vital pensarnos desde nuestro cuerpo, pensarnos como cuerpos que tienen la posibilidad de parir o no, de amamantar o no, inevitablemente menstruantes (más allá de esencialismos). Hace falta vernos como un accidente corporal, como una forma de habitar, como una forma de incidencia política. Mantenernos seguras y felices, la única revolución posible, la única utopía salvable. Este pensarnos siendo cuerpos, nos posibilita la claridad para imaginar qué libertades buscamos desde el feminismo, o para definir desde dónde se piensa la vida y sus relaciones más inmediatas, así como las formas institucionales que nos soportan, persiguen o eliminan.
De lo contrario, me resisto a aceptar el cuerpo cuando este se vuelve sujeto y objeto de guerra, con la paz y sus gobiernos, los proveedores, y la metáfisica histórica haciendo un guiño ancestral a los altares de piedra volcánica y a los jades. Me resisto a dejar pasar que una sexualidad se venere tanto como se humille. O esos otros cuerpos reproductores de naciones, reproductores de castas, los cuerpos fábrica-de-mano-de- obra-barata-y-resistente que sostienen las razas de la utilidad o desde donde se regula la fabricación de habitantes pro ciudadanía. De nuevo la metáfisca de la metáfora.
Mano de obra. Mujeres en resistencia. Úteros ocupados. Manos para hacer patria. Vientres para sostener. ¿Qué es un cuerpo? ¿Qué es ser ciudadana? ¿Qué es la nación y su sexualidad? La revolución de otras mujeres nos heredó la valentía. A veces lo mejor es rendirse. Pero esta vez no. Nuestros corazones son bombas de tiempo, sólo necesitamos sincronizarlos para detonar.
*El título está tomado de un manifiesto de Roten Zora (Zorra Roja), una agrupación feminista autónoma y revolucionaria, activa de 1973 a 1991. Surgió dentro de las células revolucionarias de Alemania Occidental. El grupo reivindicó el derecho de las mujeres a la autofedensa y al uso de la violencia como una forma de resistencia a las políticas machistas que tutelaban los cuerpo y las vidas de las mujeres; se posicionó contra la prohibición del aborto y la explotación de las mujeres como mercancías, a la vez que levantó un reclamo sobre el privilegio masculino de crear bandas o actuar fuera de la ley, cuando el objetivo era la justicia y el cambio social. Roten Zora puso bombas en edificios públicos, embajadas, sex-shops, en automóviles, también imprimieron tickets del metro falsos y los repartían en los barrios periféricos. Nunca una miembra de Rote Zora pisó la cárcel.