Avispa
Chispa en el ojo, aguja que se crispa,
brasa amarilla que dibuja un tizne
de carbonilla sobre el aire, cisne
pobre que, fastidiado, fuiste dispa-
rado en busca del agua de mi piel,
es fragua brusca ese volcán enano
que levantó en el canto de mi mano
tu manto a rayas. Yo, vos, ella, él,
somos hermanos en la mella, un solo
filo, centella en traje de presidio.
Te perdono el ultraje. No te envidio
tu encono. Sé que es natural el dolo.
Yo también hice el mal. Vos perdoname
que aunque no quise tu aguijón te ame.
Grillo
Largo el tobillo bajo un anca gruesa
de rana, el grillo es sin embargo pollo
con pasión vana por el salto. En su hoyo
de amor se obstina en un contralto, empresa
fácil de buscar presa. Este Don Juan,
en avatar castrato de tenor
tenue, hace rato añeja su licor
que se apura en pareja –así, en su afán
ciego de repetirse en la figura
y el canto, luego, como vino, parte
a propagar el desencanto. Su arte
no es para tanto –es insistencia pura
sin cadencia, martillo que se frota
en estribillo de una sola nota.
Alacrán
El alacrán carnal, el de la espalda
del brazo con puñal, ¿soy yo? ¿sos vos?
Dos alfileres romos en un cos-
turero es lo que somos. Al final, da
igual: si el mundo es un dedal, pañuelo
de metal, de batirse a duelo. A cada
cual su alacrán, su lacra nacarada,
pero la nada y su aguijón –sabelo–
son señuelo y carnada. Hacete fan
del alacrán –su don, su impar talento:
hipnotizar con la ficción del cuento
pendiente. Y no te miento: el alacrán
frente a los dos suspende nuestra historia,
vaivén del burro ante la zanahoria.
(De Bichos. Sonetos y comentarios. Bajo la luna, 2017).
Imagen: Juan José Richards