Deslizo suavemente mi mano por el lomo, el filo minuciosamente adherido al anillo apenas si roza la superficie, a veces muy blanca, a veces no tanto, no lo daña, sólo lo afecta un poco, a veces siento que se estremece, a veces siento que llora, a veces no siento nada. Devuelvo mi mano en un movimiento ya más ligero, no hay sangre, no esta vez, el pedazo arrancado de su completa perfección no le hace falta, lo guardo, siempre los guardo, los contemplo luego, sin amor, ya no completan la obra deliciosa, sin odio, a veces con celos, a veces con orgullo, a veces con placer. Muchas veces con placer.
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Eran mil, si contamos el lanzamiento pierdo a setenta, esos setenta no tengo cómo recuperarlos, pero cada vez lo hago más rápido, cada vez es menos doloroso, he mermado el ritmo pero es por disimular, para que no piensen nada de mí, además ya no es tan fácil encontrar los completos, y a veces no he podido llegar a su interior, los más difíciles fueron los que estaban dispersos, solos, de a uno era más trabajo, pero ya no queda ninguna universidad, librería o biblioteca por visitar, ya sólo faltan algunos, aunque llegan en pocas cantidades…
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─¿Aló?
─¡Prima! ¿Y vos para qué un bisturí?
─Para lo mismo que vos necesitás un carro del valor de tu casa: para nada. Porque lo necesito y punto.
─No vayás a asesinar a tu marido que ya sí me cae bien y hasta lo aceptamos en la familia, claro que tu mamá se pondría feliz, pero él es un bacán…
─No me jodás. Que sea chiquito, el más chiquito, como los que se ven en Discovery, ¡y que no haya sido usado en un sidoso!
─No seas así, además después por el serial pueden rastrear el bisturí…
─No seas tan guevón, mucho CSI. ¡Get a life, primito! ¡Que ya sos un viejo solterón!
─¡Por qué mejor no te matás pero me dejás la finca de tu papá!
─No te metás con el ganado de mi papá, que ya tenés con lo que te dejó la abuela a su nietecito favorito.
─Me encontré al autista. Oíste, ¿dónde consiguen los intelectuales esa ropa?
─No le digás así. ¿Cuándo lo viste?
─Hace como dos semanas, en El Tesoro, con una vieja ahí y un bebé. Le sacaron cría, mija, por dormida, y por dejarse meter de su papá ese marido.
─¿Te saludó?
─Pues claro, no soy pues el primo buena gente, hasta me mostró el libro que sacó.
─¿Lo compraste?
─No. ¿Yo para qué? Compré mi Playboy.
─Ahora paso por tu portería por el encargo, ¡pilas o no te hago el cuarto para llevar grillas a las fiestas de la familia!
─Pero llego a las nueve, después del gym.
─¿Cuál gym? Si vos te hacés chupar gordos cada quince días. ¡Love you!
─¡Bitch! ¡Love you too!
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Me pongo las gafas que nunca uso, siempre me atienden mejor cuando tengo las gafas, siempre “¿busca algo en especial?”, siempre el mismo título, en las librerías de confianza, explico que es el mejor libro para regalar, los busco, miro la cantidad de ejemplares que hay expuestos, pregunto por más, los traen.
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─Señora, ¿usted se da cuenta que las casi mil páginas son iguales?
─Sí, me doy cuenta.
─Le molesta si le pregunto: ¿Para qué quiere empastar esto?
─Me molesta.
─Perdone señora. Me va a pagar en efectivo, ¿cierto?
─Acá está el adelanto.
─¡Qué cosa más rara!
─Usted no es editor. Es litógrafo, así que no sea tan metido. ¿Cuándo vengo por el libro?
─Mañana después de las tres, señora Beatriz.
─¿Y por qué sabe mi nombre?
─Pues porque todas las páginas dicen “Para Beatriz.”
─Esa es otra Beatriz.