Por Josué Andrés Moz
RUIDO BLANCO XII*
Ven a sentarte conmigo, Lidia, a la orilla del río.
Sosegadamente miremos su curso y aprendamos
que la vida pasa, y no tenemos las manos enlazadas.
Ricardo Reis
1
La noche,
la noche entra en mí
para quedarse dormida,
he llegado a la cuenta de los días,
adivino lo que esconden tus ojos y pienso:
tus labios son veinte años lejos de mi corazón.
2
Baila serpiente de amor,
tu cuerpo es una tierra habitada por mi cuerpo.
Voy casi invisible en el recital idéntico del aguacero,
las hojas van cayendo de tus sueños
y se atora el corazón en estas manos.
No somos más que sombras de sombras en un sueño sumergido,
misterios ocultos en la claridad primitiva,
testamento del sexo entre la hierba creciendo.
Alcánzame las pestañas con un beso azul.
Es tu boca el horizonte del mar abierto en mi boca,
tu ombligo,
único ojo de mi corazón ciego
como el asomo de otra mujer
brotando del centro de mi pecho.
Nazco y desaparezco.
No soy el mar, soy la orilla del mar,
soy el espíritu de la contradicción: lo que es prohibido,
déjame beber de tus manos,
canta un gemido que bien sería otra noche, otra ventana;
no importa que río sea
yo quiero poner mi voz en la caricia de tu vientre constelado
por eso busco en tus labios la chispa que mi pólvora desate,
todo desde el barro y la carne
nada desde el cielo y sus resplandores.
El mar es una ciudad difusa
donde siempre es primavera.
*Poema realizado con versos de: Dariela Quinteros, Tania Molina, Krisma Mancía, Manuel Ramos, Heriberto Montano, William Alfaro, Javier Alas, Otoniel Guevara, Omar Chávez, Erick Chávez Salguero, Alfonso Kijadurías, Alfonso Fajardo, Ingrid Umaña, Lya Ayala, Vladimir Amaya, Rebeca Henríquez, Roxana Méndez, Claudia Meyer, Jorge López, Ricardo Lindo, Alberto López Serrano, Francisca Alfaro, Roberto Laínez Díaz. Con cariño para ellos.
DISCURSO ROTO
(O BREVE AUTOBIOGRAFÍA DEL CAOS)
A partir de la serie Pulpos de Efraín Caravantes
Hecho de nada soy, por nada aliento;
nada es mi ser y nada mi sentido.
Jaime Torres Bodet
El niño es capaz de ver la muerte
donde el anciano sólo encuentra el artificio.
Elías Marín
El cuerpo no soporta el espíritu.
De nuevo hablo de mi carne,
absoluta representación de la renuncia.
De mi costilla: el vacío. Nada nace de mí,
ni siquiera esta lágrima de piedra que se humedece en el poema.
& observo,
lo hago con la ceguera de quien lo ha perdido todo
& sostengo mi corazón como quien entrega un acantilado a los niños.
Más allá de mi puerta
ningún latido
(hijo bastardo de la transparencia de los días,
único huésped de los otros que me habitan,
herida predecible para quienes han visto mis ojos.
¿& hasta dónde llegará mi canto
si todos quieren hablar,
si no calla el cráneo & se rompe,
si todos adentro escriben una fiesta con mi sangre,
si yo escribí mi epitafio allá por mil novecientos noventa & cuatro
& falsifiqué mi ternura para no arruinarle a todos mi infancia,
si la vejez enferma & los enfermos se consideran la última costilla
& no comprenden que los golpes no son sino un eterno retorno
& que cada patada en el rostro del padre
es un puño cerrado sobre los años
& una voz temblorosa que regresa con un megáfono
entre los huesos?
De mi costilla: el vacío. Ninguna herencia para nadie.
El círculo perfecto de todos dentro.
El círculo perfecto de todos fuera. & mi voz:
este pájaro dormido que despierta a quienes lo imaginan muerto,
la enumeración incesante, esta procesión de ídolos rotos
& cuerpos sin rostro. Anónimo el dolor para romper la piel,
para partir las ventanas frente a la negación de la sombra
porque otras son las guerras de este tiempo, la pólvora & los perros,
porque el cristo es el mismo desde el principio de los muertos
Ahora nos queda el ruido: un laberinto nunca transparente,
la caricia invertebrada de lo que no se nombra, la mano sobre la pierna,
el juego inocente de las navajas en la garganta, de los periódicos en la sien.
¿& quién quiere salir si allá afuera es igual el aroma del fracaso?
No se necesita luz para comprender la rosa. No se necesitan labios para saborear el beso.
Lo que quiero decir: no se encuentra en las palabras.
ESTRECHA FOTOGRAFÍA DE HUMPTY DUMPTY
Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty Dumpty
con un tono de voz más bien desdeñoso–
quiere decir lo que yo quiero que diga…, ni más ni menos.
Lewis Carroll
EL lenguaje es ruptura del cuerpo y la caída balbuceo del cráneo. Pronunciar la carne es buscar el origen del muro: amanecer entre los ojos de los caballos. Humpty Dumpty ha caído sobre su propia lengua. De nada sirve preguntarse cuántos ladrillos escribió con su nombre, cuántas caídas esperaron la suya. Humpty Dumpty escribe en su calendario las fechas que nunca fueron inventadas, los cigarros que nunca fueron encendidos. Fuera de la legalidad: Humptydumpty es la palabra del niño que ha nacido demasiado viejo. A Humpty Dumpty no le gusta el llanto de Huidobro, y dice que el origen es una mentira, nada de «Mitradente, Mitrapausa, Mitralonga» y menos cuando esto necesita mucha seriedad para poder existir. Las mayúsculas son como gritos dice HUMPTY DUMPTY, y no comprende hasta ahora las pretensiones de Vicente. Dice que los paracaídas fueron inventados para aquellos cuya redontella significa encontrarse tallerendo a orillas del lucenario. En el ojo de Humpty Dumpty: no encontrarán séptimos cantos. «El mayor canto es el silencio» dijo -mientras no pronunció ninguna de sus palabras. Para Humpty Dumpty es imposible encontrar un montresol al lado de una mandotrina, eso es obvio, si el tempovío no madruga con los ojos abiertos. Para Humpty Dumpty la definición es el espejo de las contradicciones. Los diccionarios existen para negar la fragilidad de nuestros cuerpos: para detener el rebote detrás del rumor de nuestra caída. A Humpty Dumpty no le importa encontrar su desnudez en el plato del rey, ni respirar su retrato en la saliva del pordiosero. Humpty Dumpty es la negación de lo que alguna vez ha sido negado. Una sola de las palabras puede ser la misma soledad. Y la afirmación de la muerte una semilla que nace en el vientre de los pájaros. No intenten definir a Humpty Dumpty: él es un huevo que ha caído torpemente desde un muro y nada más.